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I: "Los niños de los espejos"

Esta es la historia del mal...

¿Por dónde la debería de empezar a contar?

Hace mucho, mucho tiempo, existió un reino de paz. La gente vivía en armonía, sin hambrunas ni sequías.

El rey, Arth, gobernaba con justicia y benevolencia, acatando las necesidades de su pueblo. A su lado, se encontraba su esposa, la reina Ann, quien lo apoyaba y aconsejaba a la hora de tomar decisiones importantes.

Era un matrimonio de cuento de hadas, lleno de amor y cariño.

Pero algo les faltaba.

La joven pareja anhelaba con todo su corazón un hijo a quién criar y dejar de sucesor.

Tres largos años transcurrieron hasta que un día, la reina anunció que estaba esperando un hijo. El reino entero se llenó de felicidad. Se esperaba con ansias el nacimiento del pequeño príncipe o princesa.

El día del nacimiento del pequeño bebé, el rey esperaba fuera de su habitación, hasta que se le permitiera la entrada para conocer a su nuevo sucesor. Mucho tiempo pasó hasta que una sirvienta salió del cuarto de la reina a informarle que el bebé había nacido.

—¡Majestad! Por favor, venga a conocer a su preciado hijo.

El rey entró. Su esposa tenía en brazos a un pequeño niño de cabellos rubios.

—Mi reina, has dado a luz a nuestro hijo.

Al sostener el rey a su hijo entre sus brazos, se llenó de dicha y felicidad.

—Este es nuestro sucesor, cariño.

Arth miró a su pequeño hijo con amor.

—Su nombre será Alexiel.

La nueva familia se abrazó, con lágrimas de felicidad resbalando de los ojos de los nuevos padres.

La reina volvió a cargar a su pequeño hijo y miró su rostro con dulzura. Sin embargo, esa dulzura se esfumó al ver los ojos del niño.

—Cariño...

—¿Qué pasa, mi reina?

—No es nada...

El rey arrebató el bebé a su madre y miró su rostro con atención. Luego, se escuchó un grito de horror.

—¡Es un monstruo! ¡Un espantoso monstruo!

El bebé cayó de los brazos de su padre, en la cama.

Los sirvientes, llenos de curiosidad, se asomaron a ver la cara del niño. De inmediato se comenzaron a oír susurros, y uno a uno comenzaron a temblar de miedo.

El rey lanzó un suspiro y miró a su esposa, quien no paraba de llorar de amargura.

—Traigan a Elluka.

Elluka era el nombre de la primer ministro y consejera del rey. Tenía total confianza en ella, y sabía que podría solucionar el problema.

La hermosa mujer de cabellos rosados se presentó al día siguiente frente al rey.

—Su majestad, lamento la demora. Tuve que viajar a Asmodean a visitar a mi padre, pero ahora estoy aquí.

—Soy yo quien lo lamenta, Elluka. Estabas con tu familia.

—No hay problema, mi señor. Estoy a sus órdenes.

El rey asintió. Dió un par de aplausos y acto seguido entró en el salón una mujer con un cesto en brazos.

—Entrégaselo a Elluka —le dijo el rey a la mujer.

La consejera Elluka quedó totalmente confundida. Recibió el cesto en sus brazos.

—Es demasiado pesado.

Abrió el cesto. Un alarido de sorpresa salió de los labios de Elluka. Un bebé se encontraba en la cesta, profundamente dormido.

—¿Qué significa esto, majestad?

Gracias a los recientes gritos de la Primer Ministro, el bebé se despertó y soltó en llanto. Elluka lo tomó en brazos para tranquilizarlo.

—Y sus ojos... ¿Qué debo hacer con este niño?

—Deshazte de él. Mátalo. Haz lo que quieras.

—Pero... ¿De quién es el niño? ¿Por qué lo quiere desaparecer, majestad?

—Ese engendro es mi hijo. O al menos eso debía de ser.

—No creo que la Reina Anne esté de acuerdo con esto.

Lady Elluka bajo la mirada completamente horrorizada, observando al pequeño bebé.

—Ella está de acuerdo conmigo. Ese demonio nació apenas ayer.

El pequeño bebé lloró más fuerte, como si escuchar las crueles palabras de su padre le hiriera.

—Eso es todo. Puedes retirarte.

Su majestad se levantó de su trono, pero antes de salir fue detenido por Elluka.

—¡Espere, majestad! Lo que usted me pide no es posible.

—Si no quieres matarlo u abandonarlo, quédate con él. Solo di que es tuyo.

—¡No puedo! Soy una mujer soltera, eso crearía un escándalo. Además, si este bebé desaparece, los rumores se exparcirán. Se sabrá que mandó a matar a su propio hijo, y luego lo de sus ojos.

El rey suspiró y se volteó ante la hermosa Elluka.

—¿Qué debo hacer? Tú eres mi consejera.

La Primer Ministro miró al pequeño bebé.

—Busque a un niño recién nacido que se parezca a este pequeño. Los intercambiaremos y usted no tendrá que ver nunca más a este bebé. Al mismo tiempo, tendrá un sucesor —explicó sería la Ministra.

—Me niego a que mi sucesor no sea de mi sangre.

—No hay alternativas, majestad. No puede decir que el bebé está muerto. Los rumores corren y le aseguro que ya todo el castillo se enteró del nacimiento del niño y de su anormalidad. Si continúa así, en menos de lo que esperamos el reino sabrá el nacimiento del bebé.

El rey se quedó pensando en la propuesta e su más leal consejera.

—Bien. Confío en tu palabra. Busca a un niño que sea idéntico a este y tráelo.

—Sí, mi señor.

—Y asegúrate de que sea normal. Puedes retirarte.

Elluka hizo una reverencia ante el rey y tomó el cesto del bebé, para después salir con este en brazos del castillo.

Afuera, un cochero la esperaba.

—Llévame al distrito de Rolled. El distrito más bajo de Rolled.

El cochero asintió y avanzó hasta el lugar indicado. Ahí, la primer ministro fue tocando de puerta en puerta hasta encontrar a una familia que tuviese un recién nacido varón, con la esperanza de que se pareciera un poco al niño que llevaba en el cesto.

Al final, luego de una ardua búsqueda, Elluka encontró una pequeña familia que tenían un bebé.

—Señorita Primer Ministro, ¿qué la trae por aquí?

—Me disculpo por la interrupción. Me gustaría micho conocer a su bebé. ¿Podría verlo?

—Sí, claro. ¡Cariño, trae a nuestra hija!

—¿Hija?

-Sí, hija.

En ese momento, Elluka estaba por retirarse, pero un presentimiento la hizo quedarse. Además, consideró que era demasiado grosero irse.

Un hombre robusto no más grande que la campesina salió de una pequeña habitación con una pequeña en brazos, y otra niña pequeña caminando al lado de él.

La señora tomó a su hija y se la dio a Elluka. Ella la contempló, y sintió un escalofrío: los dos niños se parecían en absoluto. Incluso podrían hacerse pasar por gemelos y nadie lo notaría. Lo único que los diferenciaba eran sus ojos, ya que los de la niña eran tan azules como el cielo.

—¿Hace cuánto nació? —preguntó Elluka a la madre.

—Nació apenas ayer, mi señora.

—¿Tiene alguna anomalía? ¿Alguna enfermedad?

—No. Es una bebé totalmente sana.

La consejera abrió la cesta y mostró al pequeño niño en su interior.

La pareja de campesinos se miraron confundidos, tratando de averiguar qué era lo que quería la ministra.

—¿Para qué necesita saber eso? —se atrevió a preguntar el esposo.

—Quiero hacerles una oferta.

—¿Sobre qué?

—Este es el hijo del rey.

—¿Del rey?

—Sí. Él me pidió que me deshiciera de él.

—Pero... ¿Por qué? ¿Por qué su majestad querría hacer algo así de horrible? —preguntó la mujer.

—Miren con atención. Acérquese.

La pareja miró al pequeño bebé en el cesto.

—Uno de sus ojos, el derecho, es de un azul precioso. Pero miren el izquierdo. Es de un rojo vivo como la sangre.

—¿Qué tiene que ver eso con nuestra hija?

—Les ofrezco esto —Elluka sacó una bolsa llena de monedas de oro—. A cambio, solo me deben dar a su bebé.

—¡Nunca! ¡No le entregaré a mi hija de ninguna manera! —le gritó la mujer a Elluka.

—Es un decreto oficial del rey. ¿Saben? Si se entera de que rechazaron darle a su hija, podría echar su ira sobre ustedes. O incluso, sobre esta pequeña niña.

Elluka intercambió al bebé de la cesta por la niña que tenía en brazos y se lo entregó a la campesina.

—Además, para que vivan cómodamente, el rey les ofrecerá una pensión lo suficientemente grande como para que vivan cómodamente sin trabajar por el resto de sus vidas. Incluso sus hijos podrían ocupar un lugar en la escuela, y cuando sean mayores, un puesto alto en la sociedad. Todo solo por darme a este bebé.

La consejera entregó a el campesino la bolsa de monedas.

—Solo será una pequeña diferencia de géneros. Si no están conformes, les aseguro que su pequeña niña estará muy bien cuidada. Vivirá una vida llena de lujos y comodidades. No le va a faltar nada. Me encargaré de cuidarla personalmente.

La campesina miró al niño que tenía en brazos. El campesino miró la bolsa de monedas.

—¿Aceptan, o no?

El hombre le regresó el dinero a Elluka.

—Aceptamos —murmuró.

—¡Pero, querido! —exclamó su mujer.

—Si eso significa que nuestra hija estará feliz, aceptamos. Nosotros cuidaremos de este niño como si fuera nuestro, y nos aseguraremos de que nada le falte.

Elluka asintió.

—Pero no quiero nada que venga del castillo. No quiero ni su dinero ni nada qué ver con usted o el rey.

—Es una muestra de gratitud de su majestad. No me gusta criticar a la gente, pero por lo visto, a su pequeña familia a penas le alcanza para sobrevivir. ¿Qué hará cuando les falte de comer?

—Eso lo resolveré yo.

Elluka guardó el dinero.

—De acuerdo. Entonces, me aseguraré de que el rey se olvidé de ustedes. No me volveré a aparecer por aquí nunca más.

Elluka caminó a la puerta con la cesta en brazos.

—¡Espere! —la detuvo la mujer—. ¡Cuide de mi hija, por favor! ¡Protéjala con todas sus fuerzas!

La consejera asintió, para acto seguido, salir de la casa y emprender el viaje de vuelta al palacio.

La pobre pareja se quedó consternada. La pobre mujer seguía llorando.

—¿Qué acabamos de hacer? ¡Debimos aceptar aunque sea esas monedas! ¿Qué vamos a hacer?

—Cálmate, Lily. Criarémos y amarémos a este pequeño como si fuese nuestro. Del dinero no debes preocuparte.

—Oh, León. ¿Qué acabamos de hacer?

Mientras la pareja lloraba, la niña, quien durante toda la visita de la ministra había sido ignorada, abrazó las piernas de su madre.

—Mami, ¿por qué lloras?

La mujer acarició los cabellos de su hija. Luego besó su cabeza.

—Mi pequeña Germanie. Mamá solo está un poco triste.

Germanie observó con curiosidad al bebé.

—Papá, ¿por qué tiene un ojo rojo?

—Así nació.

—¿Por qué nació así? —volvió a preguntar la pequeña, tomando la pequeña manita del bebé.

—A veces, las personas tenemos defectos físicos al nacer. Es por eso que él tiene su ojo de ese color. ¿Te incomoda?

—Me encanta, papá. Es como un rubí.

El hombre sonrió a su hija.

—¿Quién es este bebé?

—Es tu nuevo hermanito, Germanie.

En el palacio, Elluka se presentó ante el rey con la bebé en brazos.

—¿Qué? ¡Te dije que tenía que ser un varón! —exclamó Arth.

—Eso no representará un problema. Diremos que es una niña y ya. Además, es sana y se parece a usted y a la reina.

—Creo que tienes razón. Ahora, solo asegúrate de emitir este comunicado a todos los sirvientes del castillo: la persona que revele el verdadero género del bebé, será ejecutada en la guillotina.

—Sí, majestad.

—Y en cuanto a esta niña, quiero que te hagas su tutora.

—De acuerdo.

El comunicado fue emitido por todo el palacio, y a ningún sirviente se atrevió a decir la verdad sobre el hijo del monarca.

Al día siguiente, el rey declaró ante su reino el nacimiento de su "hija" en una gran ceremonia.

—¡Esta es mi hija, la princesa del reino de Lucifenia: Rilliane Lucifen D'Autriche!

—¡Viva la princesa! ¡Viva la familia real! ¡Viva el reino de Lucifenia! —gritaron los súbditos.

Hasta la parte de atrás, una familia de cuatro miembros miraba cómo el rey y su reina cargaban a la princesa.

La pequeña Germanie se grabó esa escena por el resto de su vida.





















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