Un Giro Inesperado
Sería el viaje más grandioso que mis amigos y yo haríamos. Lo habíamos planeado por semanas, buscar el día para nuestra salida era complicadísimo. Nuestros horarios de la universidad eran diferentes y no podíamos quedar de acuerdo un solo día. Hasta que por fin encontramos la manera de reunirnos. Decidimos por un picnic en un lugar precioso, el primo de uno de los chicos vivía por la zona y sabía cómo contactarnos con el dueño del sitio para permitirnos el acceso. Nunca había ido al lugar, pero sonaba genial, con una gran área verde poblada de flores, además de una piscina de agua fresca. Estaba ansiosa por llegar y pasar un rato con mis amigos, los amigos que difícilmente podía ver.
Michelle y yo fuimos compañeras y amigas durante años. Al salir de noveno grado, entramos al mismo instituto, por desgracia no quedamos en el mismo salón. El primer día de clases fue muy complicado para mí. Sabía que no conseguiría amigos en un chasquido de dedos, pero tampoco esperaba no recibir ni un solo saludo, ni una palabra o siquiera una sonrisa. Me sentía invisible.
El recreo fue la mejor parte porque pude ver a mi amiga. Ella, por el contrario, había hablado con dos hermanos Carla y Carlos (Sí, sus padres fueron muy creativos al elegir sus nombres) y me presentó con ellos. Eran bastante simpáticos. No eran gemelos, se llevaban un año de diferencia, pero sus padres decidieron ponerlos juntos a estudiar para que se apoyaran mutuamente y eso. ¿Qué sé yo? Soy hija única.
Nos hicimos amigos y nos encontrábamos todos los recreos, pero yo aún seguía sola en mi salón de clase. Es aquí donde Jonathan aparece. A la profesora de lenguaje se le ocurrió la brillante idea de hacer un examen sorpresa sobre la mitología griega. ¡Apenas era la segunda semana de clase! Eso no era problema, claro que no. Sino que nos pidió formar parejas y ese sí era un problema. Había hablado muy poco con mis nuevos compañeros y la mayoría ya tenía pareja. Movía mi cabeza de un lado a otro buscando una sola alma, pero no hallaba con quien irme.
–Oye, chica apartada, sé mi pareja.
–¿Qué?
–Para el examen, tonta.
–No me llames así.
–Como digas. Date prisa.
–¡No me digas qué hacer!
Claramente nos hicimos amigos desde esa vez. Jonathan era muy sociable y le encantaba hablar. No le costó nada entablar amistad con mis otros amigos. Los cinco nos reunimos en los recreos y fuimos inseparables. Hasta nos llamaban "El club de los cinco", como la película. Por un motivo, yo era una mezcla entre "La princesa" y "El caso clínico", no sé porqué razón. Yo me sentía más identificada con "El cerebro", no es que fuera una nerd, pero era buena escribiendo ensayos, como el personaje.
Los tres años de secundaria fueron iguales, respecto a nuestra relación de amistad. Al llegar a la universidad todo cambió. La mayoría tomamos caminos diferentes y ya no nos veíamos tan seguido. Me tocó entablar amistades nuevas, pero no se sentía igual a mi club de los cinco. Es en este punto donde volvemos al principio.
Finalmente llegó el día del reencuentro. Todos teníamos algo a nuestro cargo. Yo fui la encargada de las botanas. Michelle de la bebidas, Jonathan de la música y los hermanos se ocuparon del transporte. Carlos le pediría a su padre el pick-up Toyota rojo. Mis amigos pasaron a recogerme a mi casa, ya todos estaban ahí. Los saludé y choqué los puños con todos, era típico en nosotros.
Yo fui la última porque era la que mas cerca vivía del lugar, a unas diez cuadras, más o menos. El camino estuvo muy divertido, todos nos sentíamos emocionados y la música resonaba muy alto, haciendo que todos afuera voltearan a ver. Estábamos a mitad de nuestro recital y gritando a todo pulmón: "Hoy me he levantado dando un salto mortal, echado un par de huevos a mi sartén. Dando volteretas he llegado al baño, me he duchado y he despilfarrado el gel porque hoy, algo me dice que voy a pasármelo bien" (esa canción describía exactamente nuestro estado de ánimo), cuando escuchamos un ruido seco, la velocidad empezó a disminuir, al igual que nuestro concierto.
El auto se detuvo completamente, parado ahí a media calle. Por fortuna no era un área tan transcurrida y no causamos tráfico. Lo malo que al no pasar muchos autos, nadie podría ayudarnos. Nuestros rostros pudieron haber sido memes en ese momento, nadie sabía qué había ocurrido y todos volvimos a ver a Carlos quien era el conductor en ese momento.
–¿Qué fregados ha pasado?– preguntó Jonathan, recalcando cada palabra que mencionó.
–No-lo-sé.– contestó el otro de la misma manera.
Las chicas y yo estábamos desconcertadas, pero una de nosotros tenía cierto aire de culpabilidad.
–Pedí a papá ayer que revisara el pick-up y confirmara que todo estaba bien. –Dijo Carlos. –Él dijo que estaba en perfectas condiciones y solo le hacía falta gasolina. Le pedí a Carla que lo hiciera, yo tenía cosas que hacer.– Agregó.
Una Carla muy asustada empezó a sollozar: –P-p-perdón.
–Carla– reprendió su hermano, –Lo hiciste, ¿cierto?
Ella negó con su cabeza lentamente. Todos echamos un bufido de decepción.
–Lo siento. –dijo ella –es que me entretuve con un video de gatitos haciendo travesuras.
Todos bufamos de nuevo.
–Linda, todos sabemos que los gatos son tu debilidad, pero cualquier día pueden hacerte perder la vida.– exclamó Michelle.
Nuestro viaje ya no parecía tan genial como al principio.
–¿Ahora qué haremos?– cuestionó Jonathan. –Oh, esperen– dijo el mismo.
Se bajó del pick-up y todos lo seguimos con la mirada. Mi vista se enfocó en el punto al que mi amigo había salido al encuentro, era un chico con un perro. Todos bajamos del auto, con un poco de curiosidad y esperanza, a la vez. Jonathan hablaba con el chico y señaló el auto, volteó y nos vio. Pareció recordar algo, mi amigo caminó hacia nosotros, instando al muchacho a acercase también. Las chicas volvieron a verse con una sonrisa picarona. Y como no, el chico era lindo.
–Chicos, él es mi primo 'Nena'– El muchacho sonrió, mostrando sus dientes perfectos.
"¿Quién me estaba robando el oxígeno? ¡Devuélvanmelo!", pensé.
–Nena, saluda, no seas grosero.– dijo mi amigo.
–Hola, a todos, mi nombre es...
–¿Por qué lo llamas así?– Interrumpió Karla –¿Eres gay?– preguntó ella.
El corazón me dio un vuelco al escuchar eso. ¿Era gay?
–¿No es obvio?– Dijo Jonathan –Mira su cabello perfecto, su fina piel, 'su rostro tallado por los mismísimos ángeles...'– Todo reímos.
–¿Seguro que el gay no eres tú?– Preguntó Carlos. Todos reímos nuevamente.
–No, no soy gay– Sonrió el chico.
¿Cómo dijo que se llamaba? Recordé que no había dicho su nombre. Intenté preguntar, pero no me salía voz.
–Co-cómo dijiste q-que te llamabas?– tartamudeé. Me di una palmada mental, "Tonta- tonta"
–Ah, me llamo...
–Tú dile 'Nena'. Oigan, mi primo dice que él pudiera prestarnos su camioneta para que vayamos al paseo y se encargará de echarle gasolina al pick-up, ¿les parece?– Intervino Jonathan.
Todos asentimos.
–Bien, mi casa queda dando la vuelta a la esquina, voy por la camioneta y regreso. ¿Vienes?– Me preguntó.
No sé qué cara puse, pero seguramente quedé pálida. Sé que me había preguntado a mí porque me estaba mirando.
–¿Y-yo?
–No, tonta, mi abuelita– dijo Michelle por primera vez en un mucho rato.
Volví a mirarla deseando tener rayos láser en los ojos. Nos encaminamos el chico, su mascota y yo. Sentí las piernas como de gelatina. "¿Quién era este chico y por qué me hacía parecer más tonta de lo normal?" Conforme daba pasos, sentí como surgía un silencio incómodo. "A ver, a ver ¿Qué podía decirle para opacar mi inconformidad?"
Miraba disimuladamente a mi alrededor, buscando un tema de conversación, hasta que vi el punto perfecto. "No tartamudees, por favor"
–Muy lindo tu perro– dije. "Gracias"
–¿Max? ¿este vejestorio?–
–Si, ¿se llama Max?– "Obvio, te lo acaba de decir, boba" Creo que las pláticas conmigo misma no ayudaban en ocasiones.
–Gracias, es el único recuerdo de papá.
"Oh no"
–¿Qué le pasó a tu padre?– pregunté.
El chico se tensó, pensé que había sido imprudente al hacer ese tipo de preguntas.
–Murió– dijo él secamente –pero me dejó este amigo–, su tono de voz cambió, acarició con su mano la cabeza del perro.
Era un pastor alemán café con negro, sus movimientos eran cansados y su cara denotaba que era de una avanzada edad.
–Si, ya es un anciano, tiene diez años– dijo él, como si hubiera leído mis pensamientos.
Asumí que si Max tenía diez años, el padre del chico había muerto diez años atrás. "¿Qué habrá pasado?" Me pregunté. Claro, no lo sabría porque ya no haría preguntas tontas.
Continuamos nuestro camino, sostuve a Max mientras el muchacho sacaba su camioneta del garaje. Max era un perro muy tranquilo, quizás se debía a su edad avanzada, pero parecía una buena compañía en esos momentos de debilidad que las chicas conocemos bien y muy bien.
Me monté en el lado del copiloto y ayudé a Max a subir a la parte trasera del auto, lo hubiera llevado en mis piernas, pero era muy grande y pesado. Además, parecía muy cómodo donde lo dejé.
Regresamos donde estaban mis amigos, se habían sentado en la acera, luciendo aburridos. El chico se bajó de la camioneta y yo lo seguí.
–¿Por qué no venían? tardaron demasiado.– murmuró Jonathan.
–¿Tan bueno está?– preguntó Carla con una sonrisa de lado.
–El viaje– aclaró Michelle –Carla decía que si el viaje estuvo entretenido.
Puse cara de póker y me dirigí al pick-up para comenzar a mover las cosas a la camioneta. Los demás hicieron lo mismo. El chico sacó unas cosas de su auto, supongo que eran herramientas para revisar el pick-up de mi amigo.
Cuando estuvimos listos, nos montamos a la camioneta, esta vez Jonathan sería el conductor. Carlos lucía preocupado.
–Descuida, está en buenas manos– dijo el chico, hablando del pick-up. Carlos lo miró no muy convencido, no dijo nada, solo asintió.
–Nos vemos, ¡qué tengan un buen viaje! Adiós– Me dijo moviendo su mano en despedida. Yo le sonreí.
El paseo estuvo bonito, como me lo esperaba. El único inconveniente fue lo que pasó con el auto, después todo resultó de maravilla. Cominos, platicamos, nos reímos, nos bañamos, cantamos y todo lo divertido que pudimos haber hecho en nuestro reencuentro.
Ese día regresé a mi casa cansada y alegre, pero con algo rondando mi cabeza. El chico nuevo. La verdad es que estaba guapo, poseía una linda sonrisa y tenía un aire relajado. "¿Cómo es que era primo de mi amigo y jamás lo hayamos conocido? ¿Qué edad tenía? ¿será que estudiaba? ¿trabajaba? ¿Con quién vivía? ¿Cómo se llamaba?" Ni siquiera supe su nombre.
Todas esas preguntas acechaban mi cabeza y no sabía la manera de darles respuesta. Sentiría vergüenza de preguntarle a Jonathan, podría malinterpretar las cosas. Esperen, ¿Qué cosas? Miraba el techo de mi habitación esperando que me diera las respuestas que buscaba.
Intentaba dormir, pero mi mente no abandonaba los pensamientos. "Ya basta, ¿Qué me habrá hecho ese tipo? ¿Será que me hechizó? ¿Se puede hechizar con la mirada?" Esas fueron las últimas locuras que pensé antes de quedarme dormida.
El sábado siguiente de nuestra salida, salí a correr como normalmente hacía. Llevé mi iPod y audífonos para entretenerme con mi música. Era una mezcolanza de todo tipo de música, ritmos, idiomas...
El día después de habernos encontrado, los mensajes no paraban de llegar a mi celular. Todos eran de mis amigos al chat "El club de los cinco" que teníamos. Todos, incluyéndome, expresaban lo contentos que se sentían de habernos visto, lo mucho que se habían divertido y lo genial que la habían pasado.
Entre tanto mensaje, vi unos que llamaron mi atención. Datos sobre el chico. Interesante, muy interesante. Al parecer las chicas cuestionaron a Jonathan hasta obtener información como el tipo de sangre que su primo poseía. No, mentiras, no tanto así, pero al menos las cosas que yo quería saber. Sentí un poco de celos porque al parecer, ellas también tenían las mismas dudas que yo.
Continuando con mi ejercicio y la música sonando a todo volumen en mis oídos, sentí cómo algo grande rosó mi pierna a un costado causándome un susto y haciéndome casi caer de no haber sido por una mano que me sostuvo de haber sembrado mis dientes en el pavimento.
Me recompuse rápidamente, preparándome para correr o alistando mi puño en caso que fuera un ladrón. Me volteé, pero solamente era el chico. Uf, qué alivio. Un momento, ¿el chico? ¿ese chico? Mis ojos debieron parecer dos pelotitas de pin pon de lo abiertos que estaban. Qué casualidad encontrarlo por aquí, donde usualmente salgo a correr los sábados, por la calle de mi casa, a estas horas de la mañana. Realmente curioso.
–¿Q-qué haces aquí?– Tartamudeé. "¿Es que acaso yo iba a poner el 'modo torpe on' cada vez que hablaba con este chico?" No podía ser posible.
–Estoy paseando a Max– señaló a su perro. "Con que eso fue lo que rosó mi pierna y me dio un susto de muerte, muy bien" Entrecerré mis ojos.
–Hola, buenos días, gusto de verte– y dijo mi nombre. "¿Cómo es que lo sabía?" No le tomé importancia, aún no salía del shock de habérmelo encontrado.
–Gracias, igual– exclamé.
Me disponía a seguir mi camino cuando escuché: "¿Te acompaño?" Sentí algo en el estómago, como una mini explosión que alcanzaba las paredes de este. "¿Era hambre? Creo que no ¿ganas de vomitar? Tampoco ¿retorcijones? Por mi bien esperaba que no."
Alcancé a decir: –Está bien– El recorrido fue ameno, esta vez intercambiamos más palabras que la primera vez y lo mejor de todo fue que no tartamudeé. Me sentía calmada y en confianza. Pude resolver algunas de las interrogantes que me había planteado, tampoco me había contado toda su vida.
Finalmente regresé a mi casa con "un amigo nuevo". Intercambiamos números y así podríamos conversar más. Después de todo no era un extraño, ¿cierto? Era el primo de uno de mis mejores amigos, ¿verdad?
En toda esa semana habíamos charlado en pocas ocasiones, pero sí acordamos que él se uniría a mi rutina de ejercicio matutino de los sábados, que era salir a correr. Nos hicimos amigos, él realmente era una buena persona, muy amigable y divertido.
Nos teníamos bastante confianza como para intercambiar secretos o información que no todos sabían. Incluso me enteré que él le había preguntado sobre mí a mi amigo Jonathan y que la vez que nos encontramos "por casualidad", resultó no ser ninguna casualidad. Él había ido en su camioneta por mi calle y la había estacionado en un lugar poco visible para "encontrarme por sorpresa", después de todo, no vivíamos tan lejos, pero tampoco a la vuelta de la esquina.
No sé en qué momento mis sentimientos comenzaron a cambiar. Creo que la forma en qué me hablaba, trataba o como me hacía sentir hicieron que lo viera especial y diferente como algo más que un amigo. No sabía si era amor, pero era algo fuerte que se instalaba en mi ser. Fue bastante extraño porque ocurrió demasiado rápido y porque no me pasaba hace mucho tiempo. Sentía que era algo mutuo y que él se sentía de la misma forma que yo y tenía mutuo interés aunque ninguno dijera nada.
Unas semanas después, hacíamos el ya acostumbrado paseo de los sábados. El ambiente entre nosotros era un tanto romántico pero tímido a la vez. Descubrí que la explosión en mi estómago eran las famosas mariposas que para ese entonces ya parecían murciélagos revoloteando en una cueva.
¿Había mencionado ya que por mi calle hay un pequeño bosque con un sendero que llega al otro lado de la calle? Pues lo había y ese día causó un problema. Max, quien nunca se quedaba en casa cuando su dueño y yo nos encontrábamos, cosa que no me incomodaba, se detuvo en un punto y ladraba alocadamente.
Jamás había escuchado a Max ladrar así. Estaba quieto dirigido hacia el bosque, sus ladridos se hacían más potentes, no sabíamos la razón. El chico y yo buscábamos qué era lo que había hecho que Max se comportara así cuando vimos que algo se movía entre unas hojas secas.
Era una serpiente.
Entré en un poco de pánico, parecía venir hacia nosotros. Media poco más de un metro y era delgada, pero no quería quedarme para averiguar si era venenosa. El chico me tomó del brazo y caminó hacia atrás con pasos lentos y silenciosos, pero Max nos delataba.
De lo desesperado que estaba, el perro logró escaparse de la cadena que sostenía su dueño y corrió hacia el animal que le causaba una amenaza. Yo grité, volví a ver al chico a mi lado, pero ya no estaba. Había salido corriendo detrás de su perro.
Cualquiera diría "Es solo un perro, mejor salvar tu vida que la vida de un animal" pero el chico me había contado lo mucho que quería a Max y el aprecio que le tenía pues fue lo último que obtuvo de su padre antes de morir. Era como si una parte de su padre aún estuviera con él, lo cuidaría y protegería con su vida.
La escena siguiente fue horrible. Vi a la serpiente doblada hacia arriba con sus colmillos listos para morder lo que se le cruzara y eso era Max quien no había parado de ladrar. El chico intentaba alejar a su perro, pero era una pelea demasiado intensa.
Yo parecía estar plantada en el suelo, no podía moverme, pero gritaba como loca y esperaba que todo se solucionara pronto y que ninguno saliera herido. Un momento después me paralicé. Lo que vi me dejó muda y era que el reptil había logrado su cometido, pero no había sido a Max a quien había mordido, no. Fue al chico.
El animal regresó por donde había procedido, serpenteando el camino. Logré ordenarle a mis piernas que se movieran y corrí donde el chico yacía. Aún estaba consciente, pero no lo estaría por mucho tiempo. Me dijo en un hilo de voz que llamara a una ambulancia.
Con dedos temblorosos saqué mi celular e hice lo que me pidió. Max ya se había calmado y olía a su dueño como queriendo ayudarlo o animarlo. La ambulancia no tardó mucho y lo llevaron al hospital. La serpiente había incrustado sus colmillos en la pierna izquierda del chico.
Gracias a Dios el veneno no era mortal, pero sí le dejaría la pierna en un mal estado por unos días u horas si era tratada bien. Me quedé con Max un rato, tenía que informar a su madre. Le comenté a mis amigos por si querían pasar a saludarlo. Nunca mantuve en secreto la relación de amistad que había formado con el chico.
Aproximadamente una hora después mi amigo Jonathan apareció, lo que llamó más mi atención fue que venía acompañado por una chica a la que jamás había visto. Le conté lo que pasó y la chica me miraba altaneramente y casi echando chispas. Ella me preguntó donde estaba el chico y le indiqué la habitación.
Yo no entendía nada, pero esa chica no me daba buena espina. Una punzada comenzó a instalarse en mi pecho y por mas que masajeara la zona, no se quitaba. Tenía un mal presentimiento. Los dos se dispusieron a irse, pero tomé a Jonathan de la camisa haciéndolo girar. Espere que ella caminara un poco para preguntarle quien era ella.
Dos palabras, solo bastaron dos palabras para hacer que mi mundo cayera en pedazos: –"Su novia" las palabras me cayeron como un balde de agua fría. Miré a mi amigo esperando que soltara la carcajada digna de su broma.
Le pregunté con la mirada si estaba diciendo la verdad y él asintió. –Lo siento– dijo finalmente. Le dejé a Max a mi amigo y caminé rápido adonde fuera. Algo en mí tenía la esperanza que él me detuviera y dijera que no era cierto, que me creí su broma, pero no. Esa fue su respuesta definitiva.
No podía creerlo. ¿Estaba hablando en serio o era una broma de mal gusto? ¿Cómo era posible? Claro que era posible, solo nos veíamos una vez a la semana. A pesar de chatear con él seguido, no sabía qué hacía el resto del día. A lo mejor pasaba el tiempo con su novia. "Su novia" Las palabras sonaban como un eco en mi cabeza. Tenia novia.
Si tan solo lo hubiera dicho. Me sentí una tonta. Me sentí engañada, usada. Recordé todo, desde las conversaciones hasta los paseos. Mi mente fue tan cruel de proyectarme todo lo que me había dicho. ¿Por qué me había hecho creer que le importaba? ¿Por qué era tan dulce conmigo cuando tenía novia? Esa palabra de cinco letras me hacía estremecer cada vez que la mencionaba.
Caminé sin darme cuenta adonde iba, sentí las mejillas calientes y me di cuenta que eran mis lágrimas que no dejaban de caer. Tonta. Realmente lo era. No, mas que eso, era una estúpida. No tendría que haber permitido que alguien atravesara la barrera que había construido. Ya me habían dañado antes y creí haber aprendido de eso, pero me di cuenta que no.
Era ridícula la rapidez con la que me había encariñado de esta persona. Imaginaba su rostro y sentía ganas de rompérselo a golpes, arrancar cada uno de sus perfectos dientes y hacerlos polvo. ¿Por qué me dolía? ¿Por qué me había afectado tanto? Quería explicaciones, pero no se las pediría.
Al final tuve que haber sido yo la que se equivocó y vi cosas donde no las había. Yo misma me dañé. Él no había hecho nada, solo lo típico que un hombre hace, engañar. Y yo fui lo suficientemente estúpida para caer en el juego. Me había visto la cara. ¿Existen personas capaces de dañar a otros? Sí los hay y él fue uno de ellos.
Cuando me di cuenta, ya estaba en mi casa. La clínica adonde llevaron "al mentiroso" no estaba al otro lado del mundo. Por eso logré encontrar el camino. ¡Vaya! Aún con el corazón roto era lo suficientemente lista como para recordar mi casa. Entré, mis padres no estaban. Seguramente hacían las compras para el almuerzo.
No pasaba del mediodía. Agradecí mentalmente que mis padres no estuvieran, no quería que me vieran en ese estado. Debí parecer un asco. Corrí hacía mi habitación y me tiré sobre la cama como si el suelo fuera lava. Abracé las almohadas fuertemente esperando que así el dolor que tenía desapareciera.
Me levanté y fui hacia el espejo frente a la cama. Lucía fatal. Tenía los ojos rojos e hinchados por llorar, el cabello era un desastre, mis mejillas estaban húmedas y se notaba el camino que habían recorrido las lágrimas.
Me sentí miserable. No tendría que haber permitido que pasara eso. Tomé una decisión. Me sequé las lágrimas con rencor y le escribí un mensaje de texto: Gracias por el tiempo que me hiciste perder, gracias por no haber sido sincero conmigo, gracias por tu falsedad y gracias por decepcionarme. Espero no volver a verte jamás.
No sabía la cara que pondría al darse cuenta que sabía toda la verdad. ¿Le importaría? ¿Le daría lo mismo? Nunca lo sabría. A lo mejor me buscara para aclarar las cosas o al menos pedirme disculpas, si aún había humanidad en él, pero en ese momento estaba más decidida que nunca.
Después podría hablar con mi amigo y preguntarle por qué nunca me dijo nada, pero no en ese momento. Me recosté, trate de calmarme y dormir un poco para olvidarme del dolor un rato. Limpié de mi rostro las lágrimas que aún se escapaban y me dije a mí misma que fuera fuerte y que no sería fácil para nadie ganar mi confianza nuevamente.
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