Despedida
Sonó el timbre que indicaba la salida, todos, incluyéndome, guardamos nuestras cosas para salir. Ese día de clases en particular, no fue el mejor. Mi mejor amiga no fue a la escuela, lo que hizo que me sintiera muy sola y aburrida. Pasé sin escuchar sus chistes, sin chismear, sin reír a carcajadas por cualquier cosa, sin recibir regaños de algún profesor por distraernos... El no verla desde el viernes pasado me hizo extrañarla más.
Un poco desanimada, salí del instituto y comencé el camino hacia la parada de buses. Por el sitio pasaban algunos estudiantes, pero nadie que conociera. Conforme me acercaba a mi destino, me noté un poco extraña.
Vi que había un par de personas esperando el bus, una anciana y una joven sentada en la esquina de la banca metálica. La última se veía muy rara, llevaba un vestido blanco hasta las rodillas, el cabello enmarañado que cubría un poco su rostro y lo más raro eran sus pies descalzos.
Dudando un poco, tomé asiento entre las dos personas que estaban ahí, cuando un susto hizo que pegara un brinco. La joven a mi lado apartó su cabello descubriendo su rostro y dijo un "Bu".
Volví a verla y me sorprendí al darme cuenta que la chica era mi mejor amiga, quien no asistió a clases.
—Por Dios, casi me matas de un susto. —dije intentando calmar los alborotados latidos de mi corazón. Mientras que mi amiga se reía fuertemente por su travesura, aunque su risa me incomodó un poco, diría que sonaba siniestra.
Me giré hacia donde estaba la señora y vi que ella ni se inmutó. Pensé que a lo mejor tenía problemas de audición.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no fuiste a la escuela?
—Estaba esperándote. Ven, vámonos.
—¿Adonde?
Ella no respondió y empezó a caminar, yo la seguí.
Conforme avanzábamos sentí el molesto calor que nos rodeaba debido al sol. Lo que me hizo recordar que la chica no llevaba zapatos.
—¿Por qué estás descalza? ¿No te quema el pavimento?
—No. —Respondió.
Me di cuenta que estaba un poco callada y sus respuestas eran cortantes. Me sentía intranquila, no entendía qué le pasaba, no era normal.
Caminábamos en silencio, con ella llevando la delantera. Pronto entendí hacia dónde nos dirigíamos. Se trataba de un parque al que solíamos ir a jugar cuando éramos más pequeñas y a pasar las tardes de vez en cuando, ahora que éramos más grandes.
A pesar que hace poco habían terminado las clases y el lugar debía estar más lleno, no había tantas personas o niños. A lo mejor se debía por ser hora de almuerzo.
Nos sentamos en una mesa redonda. Por mi parte, esperé a ver alguna reacción o que mi amiga dijera algo, lo cual no ocurrió. Así que me decidí a tomar la iniciativa de nuevo.
—No creerás lo que ocurrió hoy. La maestra de matemática se tardó en llegar a la clase, en eso, Luis comenzó a bromear fingiendo que era la maestra. Para su desgracia, la mujer entró en ese instante y lo encontró burlándose de ella. Ya te imaginarás quién quedó castigado.
Apenas pude terminar de contar la anécdota por la risa que me causaba. Aunque ésta fue cesando al ver que mi amiga no se reía.
Carraspeé y volví a ver a otro lado, me enfoqué en dos niños que corrían por ahí. ¿Qué rayos ocurría? ¿Por qué la chica actuaba de esa forma tan inusual?
Pronto fijé mi vista en los columpios que estaban cerca y sonreí.
—¿Recuerdas cuando nos mecíamos en los columpios y nos arrojábamos lejos? Nos solían castigar porque quedábamos todas sucias y era peor cuando había llovido, terminábamos embarradas de lodo.
Al menos esta vez había logrado llamar su atención, también observaba los juegos.
Sin decir nada, mi amiga se levantó y se dirigió a los columpios. Se sentó en uno, yo lo hice con el que estaba al lado.
—Ha pasado mucho desde que jugábamos aquí, éramos unas chiquillas.
Me sorprendí de escucharla, era la frase más larga que pronunciaba.
—Sí. Tenemos muchos recuerdos en este lugar. —dije con nostalgia. No sabía por qué, pero desde hace un rato, tenía ese sentimiento.
—Me alegro que seas mi amiga. —Soltó de pronto.
Yo sonreí. También me daba gusto que ella fuera mi amiga, pero no pude pronunciar las palabras. Presentía que era por gusto decirlas.
Unos pasos apresurados captaron mi atención, era un niño corriendo hacia nosotras.
—Oye, oye, ¿Qué haces? —pregunté confundida al ver que el niño casi se sienta sobre mi amiga.
El niño me vio de manera extraña.
—¿No estás muy vieja para usar los juegos? —preguntó el mocoso con desprecio.
—Qué te importa. —Pronuncié bastante malhumorada.
Niño malcriado, pensé, ¿Cómo se atreve a tratar a mi amiga y a mí así?
El pequeño corrió de vuelta con la mujer que asumí sería su mamá.
—Mamá, esa señora —señaló hacia nosotras —no me deja usar el columpio.
—Vámonos, hijo. —dijo la mujer con la misma expresión del niño.
Eso explicaba muchas cosas.
—Creo que deberíamos irnos. —Sugirió la persona a mi lado.
Asentí con el ceño fruncido. Me encontraba molesta.
—No entiendo cómo las madres malcrían así a sus hijos. —dije, sin poder contener mi enojo. Quizás exageraba, no era algo tan grave, pero no podía evitarlo.
Me di cuenta que me sentía invadida por emociones negativas, no tenía idea a qué se debía, así que procuré ignorarlas.
Volvíamos por el camino de antes, imaginé hacia donde. En efecto, íbamos de regreso a la parada de buses.
Cuando aún faltaba unos metros para llegar, vi cómo mi bus giraba por la esquina acercándose a la parada.
—Debes irte. —Me dijo la chica.
—Si, me dejará el bus. —Pronuncié de prisa.
Me giré para despedirme de ella con un abrazo.
—Te quiero, mejor amiga. —Soltó con una suave voz.
Esta vez no quise reprimir mis sentimientos, casi era como una necesidad decirlo.
—También te quiero. —Esbocé una sonrisa que llegó hasta mis ojos. Sin embargo, en mi interior se posó un sentimiento nuevo: tristeza.
No le di lugar a que se desarrollara, corrí a alcanzar el bus. Pagué mi pasaje y busqué asiento. Cuando lo hacía, quise ubicar a mi amiga quién se había quedado atrás. Me sorprendí al no verla. ¿Ya no estaba?
Durante el camino a mi casa no podía dejar de pensar en lo extraño que había sido todo, demasiado anormal. Entre más analizaba los eventos, más confundida me sentía.
Entré a mi casa y una música me recibió, era mi celular. Me apresuré a alcanzarlo antes que la llamara se cortara.
Sobre la pantalla se leía "Señora Cruz", era la mamá de mi amiga.
—Hola, señora Cruz.
—Hola, hija, ¿Cómo estás? —dijo la señora con la voz entrecortada. —He estado intentando llamarte todo el día, pero recordé que no tienen permitido llevar el celular a la escuela.
—¿En qué le puedo ayudar? —pregunté con nerviosismo. Se me ocurrió que quizás ella no sabía dónde estaba su hija y quería que yo se lo dijera.
—En nada. Quería decirte algo. —Soltó con la voz temblorosa. Silencio. La mujer se calló por unos segundos. Yo aguanté la respiración y sentía mi corazón latir fuertemente. Tenía un mal presentimiento.
—Vanesa murió ayer por la noche. Se suicidó.
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