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Mi enemigo, mi salvador [4/4]

Inspiración: Confesión.
~•~

Rogers gruñó.

Sus ojos rojos estaban sobre las manos de la doctora Cho, quería rompérselas por sujetar más debajo de la cintura de Tony. No había razón válida, Stark podía movilizarse a la perfección con el bastón que le trajo. Esta parte de su rehabilitación era innecesaria tal como la precaria y casi inexistente vida de Betty Ross.

Pero, había que soportar ambos.
Para seguir teniendo a Stark a su lado.

Rogers volvió a gruñir, Tony se giró a él y le sonrió. Esa sonrisa sincera le movió, se esforzó por no reaccionar. Su rostro seguía imperturbable y duro, no deseaba que su obstinado enemigo creyese que su rivalidad acabó, aún lo odiaba. Stark representaba su frustración encarnada, esa que no lo enloquecía y enfermaba.

Odiaba a Stark.

—Ahora inténtentelo solo, Tony. —Helen soltó a Tony en el extremo de la habitación. Las cinco vueltas que dieron juntos le sirvió para sospechar que Tony estaba listo, había que comprobarlo. —. ¡Sin bastón, sin ayudas!

Tony asintió, dejó que Helen fuera al otro extremo.

—Verás que...

— ¡No! —Tony se calló y con Helen, dirigieron su atención a Steve. La voz de Steve resonó dura y fuerte, era la voz dominante de un alfa líder. Ambos se alertaron, Helen temblaba. —. ¡No está listo!

—Opino lo contrario, Capitán.

Steve endureció su mandíbula, fue hasta a Helen y la alzó del cuello. —Dije que no está listo.

—Lo está... No puede retenerlo más.

Rogers se enojó el doble, apretó el cuello de Helen con más fuerza. Que el rostro de Helen se empalidecía.

Tony bufó, tiró el bastón y avanzó hacia Helen y Rogers. Comparado con sus otros intentos, éste fue alentador. Consiguió avanzar sin sentir dolor, y a su ritmo normal. En cuestión de segundos, los alcanzó.

Su recuperación se concretó.

—Estoy listo. —Tony susurró despacio, puso su mano encima del brazo de Rogers.

Steve se volteó a él, tenía razón. Estaba recuperado, sus heridas habían desaparecido al igual que los moretones. No tenía cicatrices por los impactos de bala, sus radiografías eran óptimas. No tenía mayor excusa que le sirviese para impedir que se fuera, consiguió lo que quería: su ayuda.

Y ahora se marchaba.

Rogers tenía un conflicto en la cabeza y en lo que parecía ser su corazón. Tenía una enorme furia por la impotencia que nacía de una posible partida de Stark, junto con una tristeza que le avergonzaba. Jamás debió permitir que Stark se quedara, debió dejarlo morir. Rogers miró a Tony con frialdad y dureza para luego soltar a Helen e irse de la habitación.

Helen tosía fuertemente y Tony aún seguía viendo por donde Steve se fue. Un largo y profundo suspiro se le escapó a Tony, Rogers entendía lo que ahora continuaba.

—Por suerte... Nos largamos esta noche, ¿verdad? —Helen preguntó apenas recuperó el aliento.

Tony no le respondió, salió también de la habitación y buscó a Rogers. Le costó un par de promesas para que los soldados de Rogers le dijeran que estaba en el salón de entrenamiento.

Rogers iba destrozando su quinto saco de boxeo, Tony volvió a suspirar. —Esta noche, me marcho.

Steve no respondió, fingió ignorar la presencia de Stark.

—Supongo que un simple "gracias" no bastará para devolverte todo lo que hiciste por mí.

—No fue por ti, sino por mí. No es fácil encontrar rivales que den la talla.

Tony sonrió amargo. — ¿Entonces no estoy en deuda contigo?

Rogers dejó de golpear el saco de boxeo, su respiración agitada se detuvo por un segundo para acabar en un pesado suspiro.

¿Stark estaba en deuda con él? Posiblemente.
¿De qué le servía? No necesitaba nada de él, solo a él.

Era una mierda.

—Puedes largarte. —Tony asintió, mientras lentamente se acercaba a Rogers. La voz de Steve se sentía dolida y resentida, Tony lo percibía así. —. Solo no vuelvas, esto no es un maldito hospital.

Tony estiró su mano. — ¿Trato?

Steve miró a Tony, lo odiaba. Lo odiaba tanto que ya no entendía las razones del por qué lo aborrecía. Solo que todo de sí estaban en aprietos; muy confundido por culpa. Rogers gruñó, titubeó en aceptar la mano de Tony y se enojó más por ello.

"A la mierda", Rogers pensó.

Steve jaló a Tony a su cuerpo y lo besó sorpresivamente. El beso era tosco, bruto. El beso demostraba cómo se sentía, ese enojo y tristeza mezclado se hacían presente. Tony no lo rechazó, aceptó el beso y las manos de Rogers en su cintura.

Podía no solo sentir el conflicto de Steve, sino también compartirlo. Tony también se sentía en esa misma encrucijada, sabía que irse era lo correcto y más sensato mara él. Pero, ciertamente no quería. Las semanas con Steve fueron un respiro para él, uno que le sirvió para darse cuenta lo libre que sería si dejaba la moral atrás y también lo reconfortante que estaría si tenía una manada con ellos. Era malditamente extraño, pero con Steve se sentía seguro y a salvo. No quería alejarse, no quería dejar sus brazos. Tony profundizó el beso, dejó que Steve repartiera besos en su cuello mientras que él se aferraba a su cuerpo, y a su aroma.

Tony no quería soltarse de Steve.
Steve tampoco de él.

Ambos acabaron en el suelo, en una de las colchonetas del gimnasio. Estaban desnudos, con sus cuerpos entrelazados y sus respiraciones alineadas. Sus besos y sus caricias eran un poema visual, ese que combinaba lo salvaje de la lujuria y la delicadeza de la necesidad. Tony se sentía abrumado por el placer, recibía a Steve con cada estocada. Sus besos eran adictivos, tenerlo adentro también. Sus piernas se enrollaban en la cadera de Steve, sus labios buscaban los de Rogers enloquecidamente; su cuerpo lo traicionaba.

Su omega pedía a Steve, le reclamaba su aroma, su marca. Estaba cegado, Tony se sentía libre. Que no se conformó con las pequeñas mordidas de Steve en su cuello, quería su marca. Steve lo entendía, moría por marcarlo como suyo. Solo así impediría que se fuera, solo así lo tendría para él encerrado en este perfecto palacio. Pero, aunque su enfermizo lobo quisiera marcarlo, Rogers no era capaz. Porque no quería a Stark a medias, lo quería completo.

Solo para él, Tony debía dejar su mundo.
Una marca no bastaría.

Steve embistió nuevamente a Tony, fue duro y profundo. Tony se arqueó y llamó su nombre, dejando expuesto sus glándulas omegas. Los colmillos de Steve le picaron, el nudo se formaba lentamente y dolorosamente. Solo la marca apaciguaría el calor que ocasionó en Tony, Steve tembló. No así, Rogers hundió su rostro en el cuello de Tony, embriagándose con su aroma.

Arrepentindiéndose por no morderlo.
Su lobo parecía estar dispuesto a asesinarlo por su decisión.

El nudo bajó, ambos seguían echados en la colchoneta viéndose el uno al otro. No decían nada, Steve solo trazaba la esbelta figura de Tony. Mientras que, Tony memorizaba el rojizo de los ojos de Steve en su mente.

¿Acaso su vulnerabilidad lo traicionó? Tony suspiró.

—No quiero que te vayas.

—No me marcaste. —Tony tampoco quería irse, así que arremetió con determinación.

— ¿Querías que lo hiciera?

Tony no respondió.

Steve apegó más a Tony a su cuerpo, él escondió su rostro en su pecho. Tony estaba avergonzado, se suponía que era un hombre correcto. O que trataba de serlo, pero ya no se sentía así. Su cabeza era una tempestad de peticiones de rendición, de entrega y de abandono. Había probado lo que era estar en una verdadera manada, había probado lo que era importarle a un hombre como Steve y jodidamente le enloquecía. Era tan incorrecto, tan insensato.

Tan él.

—Estoy hecho un lío, Rogers.

—No quieres irte. —Steve concluyó al analizar las facciones de Tony; había culpa. Tony se sentía culpable por no querer irse, lo entendía. Tony era el héroe, y a él le tocaba ser el villano; no había razón para entenderse o soportarse.

Se suponía.

—No tienes por qué irte. Yo te quiero aquí conmigo. —Finalmente, el lío de Steve se aclareció. Quería a Stark con él, siempre lo quiso.

Por eso disfrutaba tanto del juego del gato y el ratón, porque probaba la sensación de atrapar a Tony.

De tenerlo.

—Lo sé. Solo buscaba una excusa para no sentir tanta culpa por mi decisión.

— ¿La marca? —Tony asintió.

— ¿Quién podría culpar a un omega por seguir su instinto y querer quedarse con su alfa?

Steve sonrió, levantó el rostro de Tony y se encontró con esos ojos cafés. Brillaban, no sabía si por el deseo o por lo que estaba ocurriendo entre ambos. No le interesaba, solo mantenerlo sobre él.

Esos ojos cafés no debían ver a nadie más, tampoco apagarse.
Steve no se los permitiría, no después de probar lo que se siente el tenerlos sobre sí.

Era jodidamente cautivante.

—Te arrepentirás.

—Solo si hay mundo que me obligue a arrepentirme. ¿Y tú, Rogers?

—Quemaría mi mundo por tu existencia a mi lado, Stark.

Tony sonrió complacido, no sería el único que renunciara a su vida.
Steve también lo haría.

Tony besó a Steve, lo invitó a terminar con su sentencia. Esa que acabaría con sus vidas de héroe y villano, el mundo ardería.

La balanza entre el bien y el mal se destrozaba a medida que los colmillos de Steve se hundían en las glándulas omegas de Tony.

Lo marcó, Tony era omega de Steve.

El caos se desató: Sin bien o el mal, a partir de ahora solo sería caos, el verdadero y puro caos.

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