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4. Auradon


—Chicos, salgan ya. ¡Me está dando claustrofobia!

Sin embargo, ninguno me escuchó. Apreté los dientes con molestia. Detestaba la idea del encierro en espacios tan pequeños por tanto tiempo. Frustrada por que ninguno se detuviera para dejarnos salir, miré el techo. Ahí había una puerta del tamaño de una ventanilla. Presioné el botó que tenía a un lado y sonreí triunfal cuando la ventana del techo se abrió. Me levanté y asomé la cabeza. Perfecto, podría salir sin problemas.

Saqué las manos y las puse en el techo, impulsándome con ellas para elevarme y salir. La música de la banda se detuvo abruptamente. Todos me miraban estupefactos, así que les regalé mi mejor sonrisa, mostrando todos mis dientes, y me dejé caer por un lado de la limosina, deslizándome como si fuera una resbaladilla.

La puerta por fin se abrió, gracias al conductor, y Carlos cayó sin aviso ni cuidado. Jay salió también, todavía sin soltar el trozo de tela por el que se peleaban a la fuerza. Evie y Mal tuvieron que empujarlo para que las dejara salir por completo del coche y ponerse a un costado.

—Ya te quedaste con todo lo demás, ¿por qué quieres esto también, que no sé qué es?

Sí, Jay había robado todo lo que había encontrado en la limosina. Mi hermano robaba todo lo que veía y no tenía, si lo encontraba de valor. Yo, por el contrario, no tenía esa compulsión. Prefería los retos y no robar cosas tan banales y simples. Por ejemplo, como cuando robé la corona de la Reina de Corazones y se la vendí, diciendo que se la había robado a un pirata. O cuando robé el diamante de Madame Medusa y se lo vendí al Doctor Facilier.

El robo de la varita no me emocionaba porque, a mí parecer, sonaba demasiado simple, y ni siquiera había sido una idea, sino una orden de Maléfica. Sin embargo, igualmente llevaría a cabo el plan, porque eso liberaría a los chicos de la Isla.

—¡Porque tú lo quieres!

Ah, otro factor para querer robar: cualquier cosa que otra gente quiera con tanto anhelo, es imposible resistirse al deseo de quererlo también y, además, ganarlo. Si existe competencia, es más divertido.

—¡Dámelo!

—¡Suéltalo!

Muy concentrada en seguir disfrutando de mi paleta, miré alrededor, tratando de memorizar el área lo mejor posible.

—Chicos, chicos —los llamó Mal—. Tenemos público.

Cuando dijo esas palabras, presté atención a la multitud. Todos se veían entre confundidos, sorprendidos y extrañados. Mal e Evie estaban paradas lo mejor posible con los brazos en jarras, mientras Carlos y Jay seguían en la misma posición de pelea.

—Sólo... limpiábamos —mintió Jay con una sonrisa encantadora, y ayudó a Carlos a levantarse con un jalón—. Levántate.

—¡Déjenlo como estaba! —canturreó una señora de traje azul y moño rosa, con un peinado perfectamente hecho— Y me refiero a que lo dejen, de verdad.

Jay bufó con enfado, pero terminó por girarse y lanzar dentro del coche el aparato que traía en manos y la tela que parecía una manta.

—¡Hola, bonita!

Las palabras de mi mellizo llenaron el silencio. Su tono coqueto y alegre me hizo arquear la ceja, incrédula. ¿A quién le estaba flirteando?

—Mi nombre es... Jay.

Sus pasos, dirigiéndose a donde se encontraba la señora de traje, me dieron una pista muy clara. Era aquella chica de tez morena y cabello castaño y esponjado, peinado con mucha laca, seguramente.

Ella soltó unas risas, pero no supe descifrar si eran nerviosas o falsas. Mi hermano tenía cierto encanto (por supuesto, como yo) que dejaba a toda la población femenina sin aliento, a excepción de Mal e Evie.

Queriendo llamar la atención, la mujer se inclinó para colocarse frente a la chica de vestido rosa.

—Bienvenidos a la Preparatoria de Auradon —sonrió en grande—. Soy el Hada Madrina, la directora.

Jay regresó a mi lado, dejándome entre él y Mal, quien se notó tan sorprendida como el resto de nosotros. ¡El Hada Madrina! ¿Tan pronto conseguiríamos la varita? ¿Así de fácil?

—¿Es... el Hada Madrina? ¿La del Bibidi Bábidi Bu?

—¡Bibidi Bábidi, tú lo dijiste!

—Sí... Sentía curiosidad. ¿Qué habrá pensado Cenicienta cuando usted apareció de la nada? Con esa varita brillante... y la cálida sonrisa... y esa varita brillante.

—Oh —dijo el Hada Madrina, conmovida y enternecida—. Eso fue hace mucho tiempo. Como siempre digo: "¡No se concentren en el pasado o se perderán el futuro!"

Estuve tentada a ponerme el dedo en la boca y sacar la lengua para fingir las ganas de provocarme vómito, pero me contuve, aunque no sin intercambiar una mirada de desagrado e inconformidad con Mal.

—Es un placer conocerlos a todos.

Un chico, de traje elegante y pulcro, salió de las espaldas del Hada Madrina. Hasta ese momento en que habló y dio pasos al frente, no lo había notado. Sería una mentira decir que no se llevó mi completa y absoluta atención. Sus mejillas adquirían un tono levemente sonrosado cuando sonreía; tenía unos bellos ojos tiernos y amables, y su cabello estaba peinado de forma principesca. Era... diferente. En la Isla no existía ese tipo de chicos. Todos eran rudos, con cabello revuelto o largo, incluso teñido, pero él... él era algo refrescante, dulce y tierno que me daban ganas de conocer y corromper.

«No sé quién es, ni qué haga, pero... ¡vaya, lo quiero, lo quiero!»

—Yo soy Ben —se presentó, uniendo sus dos manos en un entrelazamiento formal.

—El príncipeBenjamin —intervino la chica que no dejaba de sonreír—. ¡Nuestro futuro rey!

«¿Príncipe? ¿Futuro rey? Así que él fue quien nos eligió para venir a Auradon, el hijo del rey Bestia y Bella. ¿Esa linda carita aniñada es el futuro rey?»

—Ya me conquistaste con "príncipe" —habló Evie en un suspiro de anhelo, avanzando—. Mi madre es una reina..., lo que me hace una princesa —dijo con voz susurrante, haciendo una reverencia.

«Lo siento, Evie. Ya lo pedí yo, no cometas el error de ponerte en mi camino.»

—La Reina Malvada no tiene estatus real aquí. Y tú tampoco.

Sólo con su voz y su sonrisa falsa, me dieron ganas de hacer o decir algo contra ella, pero tuve que morderme la lengua. Debía tener cuidado. Cualquier cosa podría mandarnos de vuelta a la Isla.

Evie retrocedió, regresando al lado de Mal y Carlos.

—Ella es Audrey —habló Ben.

PrincesaAudrey —añadió la chica, alzando su dedo para recalcar su verdadero estatus, dañando indirectamente a Evie—. Su novia.

«Uh, no por mucho, Audrey. Quédate con tu estatus y disfruta de tomarle la mano por ahora, pero tu novio va a ser mío cuando menos lo esperes, querida.»

—¿Cierto, Bennybú?

Rodé los ojos con asco al oír aquel apodo. ¿Estaba loca esa chica? Decirle de esa forma a un hombre es quitarle su hombría, Dios. Qué insulto. Si le dijera así a un chico de la Isla, no se la acabaría.

—Ben y Audrey les darán un recorrido —dijo el Hada Madrina, interponiéndose entre ambos—. Y yo los veré mañana. ¡Las puertas de la sabiduría están siempre abiertas! —exclamó fuerte, deshaciendo el agarre de Ben y Audrey, lo que causó en mí una sonrisa sincera— Pero la biblioteca sólo abre de ocho a once. Y como habrán oído, me gusta que se respeten los horarios.

Las personas empezaron a dispersarse y la banda se fue junto con el Hada Madrina. Ben sonrió y me dieron ganas de ir y moderle sus mejillas.

—Qué bueno es por fin conocerlos —su voz disminuyó al haber perdido aire cuando se acercó a saludar formalmente y recibió el rudo y fuerte impacto del golpe amistoso que Jay le dio en el pecho. Ni siquiera se molestó, sólo le regaló una sonrisa, adolorido. Era demasiado amable para ser real.

Sonreí cuando pasó a quedar frente a frente conmigo y me tendió la mano. Le correspondí el saludo, sintiendo cómo sus manos eran incluso más suaves que las mías, y agrandé mi sonrisa cuando noté la misma mirada que ya he visto en muchos chicos antes. Ojos enfocados en mi rostro, perdidos, su boca ligeramente abierta, embobado, y paralizado, quedándose así por segundos, sin soltarme.

Sus ojos eran verdes, tan bonitos y acogedores. Su nariz respingada y bonita, pero masculina, y sus labios delgados y rosados.

Bateé mis pestañas y ladeé un poco la cabeza, exminándolo mejor. Su piel era clara, pero levemente asoleada. Su pelo era lacio y sedoso, con algunas luces rubias muy tibias y ligeras, perdiéndose entre varios matices de café claro.

«Mío, mío, mío.»

—Puedes soltarme ahora —le dije, dejando salir una voz suave y baja, la misma que usaba para convencer a un cliente de comprar cualquier artículo.

Ben me soltó rápidamente, dándose cuenta de que me había sostenido la mano más tiempo del necesario, y sus mejillas se encendieron en un color tan rojo como el de mis uñas.

«Es tan adorable como un oso de peluche.»

—Lo siento —bisbiseó, antes de seguir avanzando y saludar a Mal—. Esta es una ocasión especial, una que espero quede en la historia... ¿es chocolate? —preguntó, quitándose la mancha del dulce que le había quedado por saludar a Carlos— El día que comenzamos a unirnos.

—O el día en que sólo le mostraste a cinco personas dónde están los baños —me siguió Mal, y ambas nos reímos cómplices.

Ben y Audrey se movieron desde donde estaban con Evie, volviéndose hacia nosotras.

—¿Fue demasiado? —le preguntó, pero qué dicha sentí cuando noté sus ojos se dirigieron fugazmente hacia mí un par de veces, a pesar de estar frente a frente con Mal.

—Sí, un poco demasiado —respondí con una sonrisa burlesca, ladeando mi cabeza con una sonrisa cerrada.

—Bueno, qué mala primera impresión de mi parte —Ben sonrió y dejó salir una risa con la que no pude evitar sentirme contagiada.

«Ay, cariño. Todavía no lo sabes, pero ya eres mío.»

—También existen las segundas impresiones —comenté, arqueando mis cejas—, aún puedes recuperarte, Benjamin —sugerí con coquetería, y él se sonrojó.

—Es Ben —me corrigió Audrey con una sonrisa tensa que no le llegaba a los ojos.

—¿En serio? —dudé, entrecerrando los ojos. Miré a Ben, quien no parecía haberle importado que lo llamara por su nombre completo— Me gusta más Benjamin —admití, encogiéndome de hombros, y mirando hacia mis lados con inocencia. Noté apenas que Jay me miraba con una sonrisa de diversión al comprender lo que estaba haciendo.

—Puedes llamarme Benjamin si te parece mejor —intervino con una sonrisa, que luego tambaleó, y miró al resto, avergonzado—. Todos pueden, no hay problema.

—¡Ey! —habló Audrey, agarrando el brazo de Ben y sonriéndome con un toque de locura acusadora en sus ojos— Tú eres la hija de Jafar, ¿cierto?

Me examinó rápido, pero noté cómo me estudió de arriba abajo. Lo sé porque yo hice lo mismo hace rato. Su sonrisa era forzada. No le fue difícil darse cuenta de que yo estaba coqueteándole a su novio, y que tenía armas y recursos suficientes para ganarme su atención. Era gracioso porque... realmente éramos demasiado diferentes. Mi cabello azabache lo llevaba planchado, luciéndolo largo y extendido por mi espalda, con flecos a los lados de mi cara. Después, nuestras ropas: yo llevaba unos pantalones negros a la cintura y medio holgados con un cinturón ancho, una cadena colgando de un bolsillo, una blusa lisa y negra de tirantes que descubría parte de mi abdomen, mi collar, unas botas de tacón con estampado de serpiente roja que hacían juego con mi chaqueta y mi bolso.

—Sí. Jade, la hija de Jafar —contesté, presentándome—. Pero no eres mi tipo, lo siento.

Jay trató de contener la risa, pero no lo logró, volviéndose más ruidoso. Mal ni siquiera lo intentó, rió de forma pura y natural. Y yo sonreí con falsa lástima, mientras la cara de Audrey cambiaba de colores cada dos segundos, desde roja hasta verde.

—Y tú debes ser la hija de Maléfica, ¿no?

Las risas de Mal cesaron, y la miró con una ceja arqueada.

—¿Sabes? No te culpo en lo absoluto por que tu madre haya querido matar a mis padres. Ah, mi madre es Aurora, la Bella...

—Durmiente —se adelantó Mal, con mal tono—. Sí, he escuchado su nombre. Y yo no culpo para nada a tus abuelos por invitar a todo el mundo, menos a mi madre, a esa estúpida fiesta.

—Lo pasado, pisado.

—¡Claro!

La voz aguda y amable de Mal era claramente fingida, pero ambas rieron con cinismo.

—¡Bien! —dijo Ben con un aplauso, sonriendo contento. ¿Realmente no se daba cuenta de que Audrey y Mal se estaban lanzando dagas con los ojos, o sólo quiso ignorarlo y seguir adelante con la bienvenida?— ¿Qué tal un recorrido? ¿Sí? ¡Preparatoria Auradon!

Ben se dio vuelta y Audrey lo siguió, lanzándome una mirada triunfal mientras entrelazaba su brazo con el de Ben. Puse los ojos en blanco y los seguí junto con los chicos, adentrándonos al jardín.

—Fue construida hace trescientos años y mi padre la convirtió en preparatoria cuando se volvió rey.

Pasando por la estatua del rey, todos miramos con curiosidad, hasta que Ben aplaudió y el monumento cambió de forma en cuestión de segundos. Carlos, tan asustadizo como siempre, pegó un grito y se lanzó a los brazos de Jay, quien ni se había inmutado y lo cargaba con expresión de aburrimiento.

—Carlos, está bien. Mi padre quería que su estatua cambiara de bestia a hombre para recordarnos que todo es posible.

—¿Sigue rasgando las paredes? —bromeé.

Ben me miró con una pequeña sonrisa.

—Sí. Mamá lo hace cortarse las garras.

La sonrisa de Audrey tembló al ver cómo Ben me siguió el juego, pero... no me importó. Sentí cosquilleos en mi estómago ante la idea de que yo lo había hecho sonreír de esa forma tan... bonita.

O tal vez sólo tenía hambre.

Al entrar al castillo, donde por dentro todo estaba hecho de madera y el piso estaba cubierto por una alfombra gris, Mal preguntó:

—¿Tienen mucha magia aquí en Auradon? Como varitas y cosas así.

Ben se detuvo junto con Audrey y el resto lo hicimos también. Nos miró, contestándole a Mal cortésmente.

—Sí, claro que existe, pero casi nunca la usamos. La mayoría somos mortales comunes y corrientes.

—Que además son reyes y reinas —añadió Mal con ironía.

Audrey casi saltó.

—Es cierto. Nuestra sangre es real desde hace muchos siglos —comentó, pasando de mirar a Mal, hasta a mí, colocándose bajo el brazo de Ben.

Mantuve una expresión sin emociones, porque si me mostraba molesta o afectada de ver cómo se retorcía contra mi trofeo, sería un punto para ella.

—¡Doug! —Ben gritó, y se soltó del abrazo que Audrey había formado. Caminó hasta la escalinata de la izquierda, donde venía bajando un chico con uniforme de la banda— Este es Doug —presentó, palmeando su hombro—. Los ayudará con sus horarios y les mostrará los dormitorios.

Todos asentimos y Doug nos regaló una sonrisa. Ben volvió, acercándose a mí, y me miró con sus ojos de cachorro.

—Los veo luego, ¿de acuerdo? Si necesitan algo, no duden en...

—Pedírselo a Doug —interrumpió Audrey con una enorme sonrisa que empezaba a sacarme de quicio.

Le sonreí brevemente.

—Gracias, Aurie.

—Soy Audrey —me corrigió con voz dura, borrando su sonrisa.

—Sí, por eso —respondí con una sonrisa que no me llegó a los ojos.

Audrey sacudió su pelo hacia atrás, tomó a Ben de la mano y se lo llevó casi a rastras.

Dejé salir una pequeña sonrisa de satisfacción y Mal me codeó, divertida. Evie negó con la cabeza en desacuerdo, pero mostró el mismo tipo de sonrisa que nosotras.

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