10. Hechizo de amor
—Mamá dijo: "Si un chico no ve la belleza interna, entonces no vale la pena". ¿Pueden creerlo? ¿En qué mundo vive? —se lamentó Jane, sentándose en la cama desocupada de Evie, quien había movido su escritorio para ponerse de frente a nosotras mientras cosía algún atuendo nuevo con su máquina.
—En Auradon —bufó Mal, burlesca, mientras terminaba de dibujar la varita del Hada Madrina en su cuaderno, recostada sobre su cama boca bajo, igual que yo.
—Lindo —halagué—. Por cierto, Ben vio tus grafitis de los casilleros.
—¿Ah, sí? ¿Y? ¿Van a expulsarme? ¿Reportarme con el Hada Madrina? —resopló, sin darle importancia.
—No. Dijo que tenías talento y que, si quieres, puede inscribirte a la clase de Arte.
Mal me miró con el ceño fruncido, sin comprender por qué el príncipe no se había quejado de sus grafitis, sino que la había halagado y alentado a explotar su talento.
—Ah, bueno... No sé. No. No sería divertido —se negó, aunque insegura. Probablemente quería entrar, pero no era algo que su madre aprobaría, así como mi padre nunca aprobaría que yo formara parte de un equipo, o Jay.
—Chicas, ¿les gusta? —preguntó Evie, alzando su nueva confección.
—Sí, es lindo. Resalta tus ojos —dijo, apenas volteando a verlo.
—Se verá bien con tacones negros —halagué.
—Lo sé —sonrió ilusionada y orgullosa, deseando probárselo lo antes posible.
—Ah, ¿podrías hacerme una falda que haga juego con mi chaqueta? —le pedí, y ella de inmediato corrió por su cuaderno de diseños para empezar a dibujarla— Hace tiempo que quiero una, pero no como la de las porristas. Entubada, pero corta y cómoda. Te daré dinero para la tela.
—¡Sí! —se entusiasmó, dibujando rápido y preciso sobre la hoja.
—¡Nunca conseguiré un novio! —se siguió lamentando Jane.
—Los novios están sobrevalorados —declaró Mal, soplando el resto de carbonillo de su dibujo.
—¿Y tú cómo sabes, Mal? —preguntó Evie con una sonrisilla, mirándola con suspicacia— Nunca has tenido uno —le recordó.
—Porque no necesito uno —respondió, mirándola con obviedad—. Los novios no sirven, ¿cierto, Jade?
—Los hombres no sirven —corroboré, y de repente apareció el sonriente rostro de Ben en mi cabeza, pero lo desvanecí de inmediato—. Son malos y rompen tu corazón. El único hombre en el confío es en Jay.
Mal e Evie intercambiaron miradas fugaces, pero no comentaron nada. Cuando, de un salto, Evie exclamó:
—¡Olvidé hacer la tarea de Chad!
—¿Qué? —grité— ¡Evie, no deberías estarle haciendo la tarea a ningún chico! —la regañé— En todo caso, él debería estártela haciendo, no tú.
—¡No, no, no, no! —siguió diciendo, ignorando mis palabras y yendo por la mochila de Chad.
—Y justo eso es de lo que hablaba —comentó Mal, triunfante.
Tres golpeteos en la puerta nos hicieron voltear. Una chica de rasgos asiáticos y vestimenta con tonos pastel entró al cuarto.
—¡Hola, chicas! Soy Lonnie —saludó. Ninguna respondió—. Mi mamá es Mulán.
De nuevo, no hubo respuesta de parte de ninguna, sólo el sonido de la mochila de Chad cayendo al piso cuando Evie la tiró, desinteresada.
—¿No? Como sea, ¡amo lo que hiciste con el cabello de Jane! Y... sé que nos odias y que eres mala, pero ¿podrías arreglar el mío? —pidió, tocando las puntas de su corto cabello, en el mismo estado que el anterior de Jane: aburrido y antiguo.
—¿Por qué haría eso por ti? —preguntó Mal incrédula e indignada.
—Te pagaré cincuenta dólares —contestó, sacando una bolsita llena de monedas.
—Buena respuesta. Necesito comprar más tela —dijo Evie, inmediatamente poniéndose de pie y tomando el dinero—. Veamos, estoy pensando. Sin fleco, con capas y reflejos.
—Sí, sí —dijo Lonnie—. Lo quiero genial, como el de Jade —me señaló, y la miré con incredulidad.
—Ah, cariño, qué tierna, pero... ¿ves mi pelo? ¿Sí? ¡Años de cuidado! —presumí, echando mi largo cabello hacia atrás para hacer énfasis— Es un arma mortal, no se imita ni con magia. Pero sí, necesitas urgentemente otro cabello —admití, y miré a Mal, quien bufó, dejando el lápiz y levantándose con su libro de hechizos.
—Voy a reemplazar el antiguo cabello, por uno nuevo y bello —conjuró, moviendo su mano, mágicamente cambiando la melenita de Lonnie en una cabellera con castaña con reflejos y sin fleco.
Lonnie abrió la boca, sorprendida, cuando se miró en el largo espejo de la habitación. Mientras todas se habían levantado, yo seguía recostada, admirando el trabajo de la magia de Mal.
—Lo sé. Es igual que una mala peluca —dijo Evie con lástima—. Creo que si te lo cortáramos...
—¡No, no, no, no! —exclamó Lonnie, sonriente— Me fascina.
—¿En serio? —preguntó Evie con mala mirada, lo que me dio risa.
—Es que —dejó la frase inconclusa, hasta que rasgó un lado de su falda—... Ahora me veo genial.
—Totalmente —dijimos Mal y yo con sarcasmo.
Entonces, Jane se acercó al espejo y rasgó un lado de su vestido. La miré asombrada y me reí cuando su cara cambió a una de horror.
—¿Por qué hice eso? ¡Mamá va a castigarme!
o
—¡Hey! —festejó y rió Jay apenas abrió la puerta de la habitación. Carlos, Mal y yo admiraron su nuevo uniforme del equipo con su nombre y el número 8, por el día de nuestro cumpleaños.
Evie, por otro lado, estaba muy concentrada en terminar la tarea de Chad, para la cual estaba usando su espejo mágico, mientras Carlos usaba la computadora portátil que Jay había robado y prácticamente ahora se había adueñado. Mal buscaba frenéticamente en su libro de hechizos y yo me pintaba las uñas de blanco sobre la cama de Evie.
—¿Funcionó el plan con Jane? —preguntó Jay, recargado en el pilar de la cama de Mal— ¿Irán a ver la varita?
—¿Crees que estaría leyendo todos los hechizos de este libro si el plan hubiera funcionado? —Mal casi gritó.
—Alguien amaneció de mal humor —dijo Carlos por lo bajo, pero todos alcanzamos a oírlo.
—¡Mi mamá cuenta conmigo! —se quejó, dándole un golpecito con los dedos en la cabeza— ¡No puedo defraudarla!
—Todos nuestros padres cuentan con nosotros, Mal —le recordé, tensa—. No sólo la tuya.
—¡Podemos lograrlo! —exclamó Jay, llamando nuestra atención— Hay que estar unidos, y trabajar juntos. Como nosotros cuando planeamos algún robo —explicó, señalándome a mí y luego a él.
—Y no regresaremos hasta que lo consigamos —añadió Mal—. Porque estamos podridos...
—Hasta la médula —completamos al unísono.
—Ah, sí —habló Evie, cambiando el tema—. Averigüé que el Hada Madrina bendice a Ben con la varita en la coronación, y nosotros estaremos allí. No tengo nada que ponerme, por supuesto —bufó, irritada ante la idea.
Mal y yo la miramos, sorprendida de que no captara que ésa era nuestra oportunidad, cuando alguien tocó la puerta.
—¿Qué? —preguntó Evie, sin saber por qué la mirábamos así.
—Espera un minuto —le dijo Mal, sentándose, mientras yo me levantaba a abrir la puerta con cuidado de no arruinarme las uñas recién pintadas.
Al abrir, encontré a Ben, quien al verme sonrió de forma abierta, algo nervioso. Quedé encantada por los pequeños brillos que bailaron en sus ojos verdes. Era tan lindo y tenía la ropa tan ordenada que sólo me provocaban ganas de revolverle el cabello entre besos, desabotonarle la camisa y arrugarle su saco.
—Hola, Jade.
—Hola, Benjamin —saludé, mi voz escuchándose más baja y cantada de lo que esperé.
Ben miró por encima de mí, notando que el resto de los chicos se encontraban en el cuarto también, y carraspeó.
—Me preguntaba si tenían alguna pregunta o... si necesitaban... algo —dijo, algo tenso y con dificultad para hablar, jugando con sus manos nerviosamente.
Miré a los chicos, quienes también me miraron, negando con la cabeza y encogiéndose de hombros.
—Creo que no.
—Está bien —aceptó, retrocediendo—. Si necesitan algo, sólo díganme y...
—¡Espera! —pidió Mal, levantándose y corriendo hacia la puerta, quedando a mi lado. Ben la miró, regresando para escucharla— ¿Es cierto que todos iremos a tu coronación?
—Sí —asintió amablemente, sonriendo—, toda la escuela irá.
—¡Vaya! —dijo Mal, casi sintiendo la varita en su mano— Eso es de lo más emocionante, ¿verdad, Jade?
—Claro —asentí, recargándome en el marco de la puerta, sonriéndole a Ben, quien avanzó unos pasos más, feliz de que nos viera entusiasmadas por su coronación.
—¿Crees que sea posible que nosotros cinco podamos estar junto al Hada Madrina, para... absorber toda su bondad?
Ben borró su sonrisa y alzó las manos, tratando de buscar las palabras.
—Desearía que pudieran hacerlo. Pero junto a ella estaremos mis padres, mi novia y yo —explicó.
Un nudo de molestia en el estómago y la garganta me llevó a dejar el umbral de la puerta con los ojos en blanco y un resoplido, regresando a recostarme en la cama. Últimamente empezaba a molestarme cada vez más recordar que Audrey seguía siendo su novia.
—¿Y tu novia? —preguntó Mal, volteándome a ver cuando desaparecí de su lado.
—Sí. Eh, ¿todo en orden? —me preguntó Ben, juntando sus cejas y frunciendo su frente con preocupación, sus ojos perdiendo ese brillo adorable.
—Está perfecta, sólo un dulce podrido que comió y la puso de malhumor. De acuerdo. Gracias, adiós.
—¡Pero...! —Ben no pudo terminar su oración, gracias a que Mal le cerró en la puerta en la cara, lo que no podía negar que me hizo sentir un poco mejor.
—Creo que es hora de que Bennyboo tenga otra novia —dijo Mal con tono maquiavélico, echándome una mirada con su sonrisilla sinietra.
Gruñí.
—Ni siquiera me mires. Ya intenté de todo —me quejé, sentándome sobre la cama—. ¿Sabes cuánto tiempo me costó hacer que el hijo de Hans me invitara a salir? ¡Cinco minutos! Con Ben llevo dos días y nada —resoplé—. Tal vez Evie debería intentarlo. Oficialmente, he perdido mi toque.
—¡Já! —carcajeó Carlos, haciendo que todos lo mirámos como si hubiera enloquecido— Pero qué dices. Ben está babeando por ti desde que llegamos.
—Literalmente no deja de mirarte como si hubieras caído del cielo —añadió Jay con burla.
—El chico está bastante loco por ti —dijo Evie—, sólo toma en cuenta que él no es como los chicos de la Isla, no va a reaccionar igual ni te tratará de la misma forma. Es un caballero respetuoso con valores y autocontrol, después de todo.
—No me digas —bufé—. Como sea, con cómo es él y a este ritmo, ¡y con Audrey en medio!, no estoy tan segura de lograr que se enamore de mí antes de la Coronación —le advertí a Mal, pero ella no parecía preocupada.
—No es necesario el esfuerzo —dijo Mal, moviendo sus manos con gesto de planeación—. Sólo necesitamos un hechizo de amor.
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