II. El patizambo, el tuerto, la rota y el cordero.
❛Me estrangulaste como una adicción.
Me capturaste como una aflicción. ❜
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Aún permanecía esa característica petulancia en la personalidad rota de Rhaenyra. Humillada delante del salón donde residía el trono que una vez se mofo allí, y surco la carcajada seca del perpetuador.
— Veo que los dioses mantienen la asquerosa misericordia para hacerlo reír—gimoteó sin aliento mientras apoyaba con pocas fuerzas las manos al suelo. — Os ruego por los antiguo que esa dicha la suplante cuando la amapola desvanezca el efecto y lo haga delirar por el dolor, mestizo, que ni resistió la llamarada de un auténtico dragón.
La risotada se disipo en cuanto las mezquinas palabras de la fémina hicieron un recoveco. La mujer rápidamente fue persuadida al ser agarrado por los brazos obligando a encorvarse rectamente. La colera zambulló a la demacrada Targaryen tras atisbar como unas manos se depositaba con delicadeza en los hombros de lo único que aún se aferraba a la vida, desde luego, los forcejos acompañados de vulgaridades se desataron.
En un antaño, en esas viejas fantasías llenas de inocencias, Rhaenyra permitiría que sus hijos fuesen palpados, pero, los papeles se voltearon de una forma tan maquiavélica.
— ¡¿Como osa esa ramera tocar a mi hijo?! — vociferó con furia.
¡Clap! el rostro de Rhaenyra se giró violentamente hacia el lado izquierdo.
— ¡Madre!, ¡Madre! —Aegon el menor gritó casi en un desgarró desprendiéndose de los brazos de quien lo retenía.
El cuerpo menudo del niño se posicionó como un escudo humano frente a la mujer, inflando el pecho como muestra del valor que albergaba al enfrentar a los cazadores. A pesar de que sus piernas temblaban por el miedo, estaba decidido a no permitir que fueran capturados sin antes presentar batalla. Rhaenyra, con un esfuerzo apenas suficiente, se liberó bruscamente de quien la retenía. Aprovechando el peso de su propio cuerpo, logró levantarse, inspirada por la tenacidad del niño. En él, percibió el reflejo de su esposo, aquel que la había abandonado, y esa imagen avivó la llama de su determinación.
— ¡Vete a la mierda, patizambo! — exclamó con la soberbia calándole.
Aegon, el mayor, se removió con irritación en su asiento. Aunque en su interior ardía la furia suficiente como para arrastrarla desnuda por las calles de Desembarco como castigo por su insolencia, mantenía la lucidez suficiente para reconocer el peligro que representaba. Sabía que ella podía ingeniárselas para maldecirlo o, en el peor de los casos, usar lo poco que le quedaba de poder para destruirlo por completo.
— Matarte será el deleite. — siseó lentamente como si las palabras le pesaran. — Es una or-
— Te has vuelto tan aburrido, hermano mío. — la gélida voz de Aemond extendió por el salón.
Ella notó como el rostro mal deforme del que se hacía proclamar rey se contrajo, los opacos orbes violáceos reflejaron el horror. Aegon II, estaba aterrorizado por la imprevista llegada de su hermano menor. Todo a su alrededor pareció detenerse en torno al tuerto, como si su mera presencia estuviera cargada de un peligro inminente. ¡Dioses! Incluso allí, mientras protegía con su cuerpo maltrecho, un miedo profundo lo invadió al sentir cómo el único ojo del hombre se posaba directamente en esta.
Rhaenyra, sonrió con ironía pues » Aegon frente a Aemond solo era un vil retrato de huesos y cenizas. «
— Cuando mis lores vengan a mi— Inflo el pecho con orgullo. — Dense por muertos, imbéciles.
— Madre— el murmullo de Aegon el menor la atrajo a la realidad dado que, el niño la agarró de la mano aferrándose.
Aemond, poco estimado por Rhaenyra, se acercó con paso decidido. La tomó con violencia del cuello, acercándola bruscamente hacia él, de modo que su aliento cálido golpeó con agresividad la piel de la mujer. Rhaenyra, que en otro momento habría soltado una severa vulgaridad, optó por el silencio cuando sintió cómo una de sus manos se aferraba con rudeza a uno de sus pechos, congelando cualquier palabra en su garganta.
— Mantén esa boquita callada, insolente— Susurró.— ¿O deseas que tu hijo sea un espectador como todos en la corte de la manera como violo a la muy puta de su madre?
Rhaenyra contra su voluntad se vio en la obligación de mantenerse tan recta y mantener lo iracundo reprimido. Desde luego, se la llevaron a la fuerza siendo arrastrada y por encima del hombro observó a esa que una vez trató como compañera de juegos.
Nuevamente fue arrojada a la boca del lobo, sin embargo, con una notoria diferencia donde fue distanciada de Aegon el menor. Una celda en las mazmorras más inhóspitas de la fortaleza destinada solo para los más viles traidores, la mujer se aferraba a los barrotes, suplicando con desesperación que le devolvieran al indefenso niño que languidecía en la oscuridad. Los sollozos del pequeño, ahogados y distantes, eran el único consuelo que le quedaba, aunque cada uno de ellos desgarraba aún más su ya quebrantado espíritu.
El sonido de las goteras junto al chirrido de ratas la mantenían alerta. En un rincón, Rhaenyra en forma de ovillo se disculpaba incoherentemente con aquellos que ya no estaban desde Harwin hasta Viserys el menor.
¡Qué cruel!
Se cubrió los oídos porque así podía disminuir los gritos de su único vástago vivo. ¡Mala madre! se recriminaba en las fauces de la soledad y cuan sabe cuánto estuvo despierta, pero, los lamentos ajenos se fueron apagando poco a poco.
— No quiero nada— mascullo en un hilo poco audible.
Percibió el abrir de la celda que ni siquiera se atrevió a confrontar al guardia que vigilaba, no obstante, se esperaba que se marcharan de allí como las anteriores veces que estuvo pero, un jadeo de sorpresa se le escapó de los labios al ser levantada contra su voluntad.
— ¡Suéltame! — Vociferó.
El grito que lanzo se apagó cuando visualizo ese orbe que tanto hastiaba iluminado por la poca luz que se filtraba. Se helo en el sitio como un dragón indefenso y la sonrisa siniestra del perpetuador se coló en el osco rostro.
— Continúas siendo tan deliciosa pese a lucir tan mundana, hermana— con rudeza la coloco contra la pared de espaldas y se inclinó levantándole el roto vestido. — Comprendí el placer de mi hermano por someter a las mujeres ¿sabes? ahora llora en la mudez si no quieres que tu apreciado niño sea participe de como profano el hoyo de su golfa madre.
Así fue.
Rhaenyra Targaryen, la legitima reina y la destronada. La joven que marco la era dorada de la casa del dragón y con ella llegó la inevitable destrucción de esta. Vulnerable permitió que la oscuridad la absorbiera pues, ¿de qué le serviría luchar si al final del día nadie la salvaría? Daemon huyo con la última esperanza, sus hijos caídos están y su reinado se extinguió por culpa de los hombres.
Aegon el Menor, desde el otro lado, se maldecía a sí mismo mientras lágrimas de desesperación rodaban por su rostro. Imploraba piedad a los dioses con sollozos entrecortados, incapaz de hacer algo más. Había presenciado, lleno de impotencia, cómo el enemigo, aquel cazador cruel, se escabullía hacia la celda contigua, donde su madre permanecía vulnerable, sin posibilidad de escapar del peligro inminente.
Si tan solo el hubiese sido Jacaerys tendría las agallas de un dragón para defender a la única que amo, pensó en un alarido.
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