Capítulo 2:
Imaginé que habría alguien esperando por mí, pero cuando me asomé en el pasillo no encontré a nadie. Mis tacos resonaron en el piso con mi caminar indeciso y mi piel desnuda se erizó por la temperatura.
Además de las ocho habitaciones, había una pequeña sala de estar con sillones blancos. Grandes lámparas colgaban de las paredes y la decoración te hacía preguntarte cómo algo tan pequeño era capaz de decorar tan bien una sala.
Intenté averiguar si mi vecina de habitación continuaba con sus actividades, pero el silencio me decía que no había nadie en ninguna de las habitaciones.
En todos los años que había estado trabajando en el bar, nunca me habían hecho usar unas plataformas tan altas como estas. Me estaba llevando más tiempo de lo normal bajar las escaleras desde el tercer piso, aunque arriba nadie iba a enterarse de mi conflicto.
Escuchaba la música resonar entre las paredes, pero no sentí la fuerte vibración en mis oídos hasta que llegué al primer piso.
Mi anfitrión apareció, lamentablemente, pero su estado de ánimo había cambiado drásticamente. Ahora parecía algo eufórico.
—¡Preciosa!, ven aquí. ¡Ya quieren conocerte! —tomó mi codo y me empujó hasta el jardín. En el camino, identifiqué algunas de las actividades que se llevaban a cabo en la sala de la casa; polvo esparcido en la mesa, billetes enroscados, chicas masajeando la espalda de sus acompañantes. Nada que no me esperara.
Definitivamente, la fiesta se llevaba a cabo en el jardín. Había al menos sesenta personas y las voces se superponían entre ellas. Mientras me llevaban del brazo a quienes querían conocerme, noté que los hombres tenían a una o dos chicas en sus piernas, pero, aun así, volteaban a verme como si fuera carne fresca para servir.
Un poco más lejos observé a un grupo de mujeres. Por su atuendo y su actitud podías saber que eran invitadas realmente especiales. También tenían esa mirada depredadora y repulsiva mientras otras chicas se movían frente a ellas.
Hubo algo que me hizo sentir un poco mejor; yo no era la única chica con un traje de baño minúsculo, todas lo usaban.
—¡Patrick, mira lo que te tengo! —anunció de un grito y me hizo girar frente a ellos. Algunos me miraron deseosos, sin escrúpulo alguno. Yo hice todo lo posible por mantener la compostura.
—¿Esta es la belleza que me prometiste? Me parece que le falta madurar un poco, ya sabes cómo me gustan Robert —se burló Patrick, apretando el par de glúteos que tenía a su lado como demostración —Sin ofender princesa, pero tendrás que regresar por dónde viniste.
—Lo que me falta en cuerpo lo compenso con la boca, se lo puedo asegurar —solté en un intento desesperado por permanecer allí, pero todos rieron, incluyendo a Patrick.
—¡Bueno hombre!, si no la quieres tú me la quedo yo, decídete —comentó el más flaco de ellos, que parecía estar más drogado que cualquiera.
—No se la queda ninguno, guárdala Robert —soltó el sujeto del medio, posando sus ojos en mí antes de beber un sorbo de su trago.
—Pero señor...
—Ya me escuchaste —dijo por última vez.
—Yo pagué por ella Kyle —oí decir a Patrick mientras me alejaban del grupo.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—¿No escuchaste?, te vas a tu habitación —dijo él, ahora de mal humor.
—¿Por qué? —debía quedarme en la fiesta, sino no me servía de nada haber venido.
—No viniste a hacer preguntas, preciosa. Obedece —espetó.
La frustración que sentía me recordó a aquel día en donde nadie quiso escucharme. La policía había decidido detener la búsqueda de Jo y lo sentí como la injusticia más grande de mi vida.
Había llegado a casa agotada después de un largo día en la comisaría intentando presionar al oficial encargado del caso. Ya habían pasado catorce meses desde la desaparición de Jo y la policía no tenía más pistas por investigar.
A mí también se me habían acabado las teorías después de que cada una de ellas hubieran sido descartadas. Tanto la policía como yo habíamos interrogado a Roger hasta la desesperación, pero nada parecía involucrarlo, de hecho, él parecía estar tan afectado como yo por la situación.
Jo no había hablado con nadie acerca de sus planes. Nadie sabía de aquellas supuestas vacaciones e incluso me titularon como sospechosa durante cuatro meses por ser la única que manejaba esa información.
Ya no había más posibilidades, ni suposiciones, las habían descartado todas. Si hubiera sido un robo, habrían encontrado alguna pista en los lugares que frecuentaba, si hubiera salido lastimada en aquel robo, habrían encontrado su cuerpo en algún lugar de la ciudad, pero en catorce meses de investigación, no habían encontrado nada.
Ese día lo hicieron oficial; detuvieron la investigación y la declararon muerta, pero yo sabía que algo andaba mal. No podía abandonar a Jo y darme por vencida.
La música se apaciguó al amanecer, pero los ruidos en las habitaciones contiguas fueron constantes. Por más que lo intentara, el miedo constante a que mi puerta se abriera no me dejaba dormir.
Debía averiguarlo todo acerca de este lugar y sabía que no podía hacerlo desde mi habitación, pero a la vez me preocupaba las consecuencias que esto podía traer. La próxima vez debía ser más lista, esto no podía volver a pasar.
Unas risas femeninas me sacaron de mi estado de somnolencia y me pregunté en qué estado se encontraba la casa después de semejante fiesta. Abrí la puerta, pero ya no había nadie.
El aroma a desinfectante llegó a mi nariz y di unos pasos afuera de mi habitación. Había vuelto a usar mi atuendo sucio y desgastado porque no pretendía pasar un segundo más en aquel traje de baño.
Las voces de antes se habían trasladado al primer piso, donde a la vez había todo un equipo de limpieza y cocina.
—¡Hola! ¡Eres la chica nueva! —saludó una chica alta con facciones que parecían sacadas de un cuento de hadas. ¿Qué hacía aquí una chica así?
—Si. Bianca —me presenté mientras el grupo de chicas detrás de ella me daba la bienvenida.
—Leandra te pondrá al tanto de todo. Ahora come algo, debes estar hambrienta —dijo en su camino a las escaleras con algo de prisa.
Quien parecía ser Leandra, me miró, dispuesta a cumplir sus órdenes.
—En unos días te acostumbrarás a la rutina de la casa, no es tan complicado —la seguí hasta el comedor —En el desayuno solemos estar todas, por eso el ruido. No hay horarios para comer, porque no todas terminamos de trabajar a la misma hora, así que solo pide algo y te lo prepararán.
—¿Todas trabajan para ellos? —conté a las chicas que veía; ocho, aunque sabía que había más.
—La mayoría, si —respondió, guiándome al jardín en donde se había llevado a cabo el evento de anoche —Después de cada fiesta viene el servicio de limpieza; cambian las sábanas también, todos los días. Asegúrate de estar despierta —explicó.
—¿Estas fiestas son todas las noches? —pregunté.
—Son muy seguidas, sí. Eso nos conviene —aclaró —Ganamos más en las fiestas y podemos estar con cualquiera —tal vez sintió que debía explicar más por mi cara de pánico —Oí que Patrick te pidió —cambió el tema.
—Si, pero no creo que haya quedado satisfecho al verme —confesé.
—Si linda, eres dulce, pero te falta un poco de ejercicio —me observó de pies a cabeza —No te preocupes, aquí aprenderás todo, y con el dinero que ganarás, no necesitarás trabajar por muchos meses más, créeme.
—Ese es mi plan —intenté sonreír.
—Bien, ahora déjame prestarte algo de ropa mientras traen la tuya. No soporto tu aspecto —rio.
Su habitación estaba a tan solo dos puertas de la mía, pero la distribución de los muebles era muy distinta. Ella tenía un escritorio blanco de esquina, con una planta casi seca sobre él.
Rocié agua en las raíces de sus orquídeas que parecían reflejar el grado de esperanza que me quedaba para encontrarla. El televisor sonaba en el fondo, pero a pesar de que no quería escucharlo, lo mantuve encendido.
«El caso de Josephine Kelly finalmente se ha cerrado, sin pistas ni rastros de la chica que tuvo a todo Chicago en vigilia...»
¿Cómo iba a continuar mi vida cómo si mi mejor amiga no hubiera desaparecido? Necesitaba respuestas, una explicación, pero ni la policía, ni los investigadores, tenían la menor idea de lo que había ocurrido con ella.
Aparté la vista de sus orquídeas y observé su escritorio blanco. Hace más de dos meses que no entraba a su habitación. El dolor era insoportable para mí, pero debía buscar algo, alguna señal, algún indicio de su paradero.
Registré cajones, el closet, la cama, las sábanas, su ropa, el baño, todo..., pero nada parecía fuera de lo normal, solo había logrado desbaratar todo lo que ella había dejado en su lugar la última vez que la vi.
Me senté en su escritorio y dejé que las lágrimas se apoderaran de mi rostro. Jo era como una hermana para mí. Habíamos crecido juntas en el pueblo y decidimos mudarnos a una gran ciudad para ir a la universidad. De un lugar con apenas seis mil habitantes, nos habíamos enfrentado a una ciudad gigantesca y aterradora, pero siempre nos reconfortaba saber que nos teníamos mutuamente, ese era nuestro cable a tierra.
Apreté mis puños y sentí cómo la rabia invadía mi cuerpo. Hasta ahora había sido paciente, no había dejado que el dolor le ganara a mi razón, pero ¿Qué había logrado con eso? Nada.
Enfurecida, golpeé la pila de libros que Jo siempre dejaba sobre la mesa y grité. No lo aguantaba más. La mera idea de resignarme me daba escalofríos.
Necesitaba que alguien viniera a decirme que todo estaría bien, que podía seguir con mi vida y que pronto el dolor pasaría. Necesitaba que ella viniera a decírmelo, y eso no iba a pasar.
Respirando profundo, me levanté dispuesta a ordenar aquel desastre, pero cuando recogí los libros, descubrí un pequeño pedazo de papel que sobresalía de uno de ellos.
En él escribía: «Kinky Yard, 16009».
Intenté convencerme de que no significaba nada, pero haber encontrado eso después de meses se sintió como una señal.
En la tarde llegaron maletas para mí. No era mi ropa, por supuesto, era la ropa que ellos habían elegido. Ya no tenía voz ni voto aquí, lo sabía.
—¡¿No te gusta?! ¡Este es un original! —Leandra tomó el vestido de brillos y escote pronunciado.
—Si me gustan, pero pensé que sería más ropa —fingí. Ella soltó una carcajada.
—Tranquila, apenas empieces a trabajar te van a compensar. Ahora vamos, tienes que ejercitarte un poco antes de que te llamen.
—¿Me van a llamar? —pregunté.
—Claro, si Patrick esta de buen humor —comentó.
En la casa éramos quince chicas en total, pero no todas eran tan amigables. El grupo de Leandra parecían ser de las que más dinero ganaban, por lo que era el grupo más grande. Las otras cinco chicas permanecían en el segundo piso todo el día, como si ese fuera su terreno. Leandra las describió como la competencia, pero lo que me llamó la atención fueron las dos chicas pálidas y rubias que parecían no hablar con nadie más que entre ellas mismas.
—¿Qué les pasa? —le pregunté a mi guía.
—No lo sé, llegaron la semana pasada y creo que hablan ruso. Son muy raras —explicó Leandra, arrastrándome al jardín para empezar la sesión grupal de cardio.
La chica de facciones de porcelana se llamaba Pamela, pero no volví a verla hasta entrada la noche, cuando llegó cubierta de joyas y un largo vestido de gala.
—No sabía que se podía salir de la casa —le hablé a Sofía, una de las chicas del grupo de Leandra.
—No se puede. Cuando te llaman te llevan hasta la casa de ellos —explicó en voz baja.
—¿Es muy lejos? —pregunté.
—¿Te has asomado por alguna ventana? —sonrió, antes de seguir mordisqueando su cena.
Pasaron dos días y aún no me llamaban. Leandra aseguró que Patrick estaba ocupado con una de las chicas de la competencia, pero que no debía preocuparme porque pronto empezaría a ganar dinero. Sin embargo, a mí no me importaba el dinero, necesitaba saber quiénes eran estos hombres y no lo lograría estando encerrada en una casa con quince chicas.
—Mira —comenzó Sofía, demasiado inocente como para pensar que yo requería esta información por alguna razón en específico —Hay trece casas aquí —las señaló desde la ventana, aunque algunas no se veían por completo —Esta es la única casa en dónde hacen las fiestas, pero es como nuestro refugio durante el día. Nunca te harán trabajar de día, a menos que te llamen —sonrió —Las otras casas son de los clientes. No viven ahí, claro. Las usan solo cuando piden a alguna de las chicas.
—¿Y siempre son los mismos clientes? —pregunté.
—Si, es muy extraño que lleguen clientes nuevos, supongo que no debe ser fácil entrar aquí. ¿También te vendaron los ojos? —preguntó.
—Si, no pude ver mucho —respondí temerosa. No podía confiar en la primera chica que me hablara con voz de niña.
—Yo tampoco, pero cuando Leandra entró su venda no estaba bien puesta y tienen todo un sistema de seguridad. No sé para qué, si podemos irnos cuando queramos —comentó.
Cuando Robert apareció por la casa pensé que finalmente llegaría mi oportunidad de salir, pero en cambio, tomó a una de las rusas por el brazo y se la llevó rápidamente. Su amiga temblaba e intentaba no hacer contacto visual con él, pero para la suerte de ella, Robert la ignoró completamente.
—Hola —la chica me miró atemorizada, sus manos pálidas seguían temblando. Su piel era verdaderamente blanca y estaba demasiado delgada para ser saludable —Soy Bianca —me presenté, pero ella se levantó a toda prisa e intercambió palabras con uno de los guardias. Él sonrió y asomó una pequeña bolsa blanca por sus pantalones. La mirada de la chica se encendió y el guardia la llevó a una de las habitaciones.
—Te dije que son raras, ni te molestes en acercarte —comentó Leandra, lista para la jornada de pilates.
—Es adicta —expliqué.
—Es difícil no consumir cuando trabajas para unos putos traficantes —rio, pero mi cabeza se quedó dándole vueltas al asunto —¿Cómo fue que llegaste aquí?
Llegué al puente y me encontré con Ross. Estaba enojado, sí. Cómo no iba a estarlo si le había hecho perder ocho mil dólares.
—Ross, sé que fue mi culpa, pero no volverá a pasar —insistí.
—Claro que no volverá a pasar, pero dime de dónde saco el dinero ahora. ¡El jefe nos va a matar a los dos! —frotó su cara, intentando calmarse.
—Puedes ofrecerme como pago —sugerí. Él me miró incrédulo.
—Esta gente es peligrosa niña, no sobrevivirás allá ni un día y no me sirves muerta —respondió, encendiendo el cigarro entre sus dedos.
—Ya he trabajado en esto antes, haré el dinero en menos de un mes y de paso ganaré un poco yo —mentí, pero era la única manera de entrar.
Ross volvió a mirarme, pero ante su expresión de alivio, supe que lo había convencido.
Cuando llegó el fin de semana se nos informó que habría otra fiesta. Finalmente se acercaba mi oportunidad de obtener algo de información y las chicas de la casa estaban ansiosas por verme en acción después de todas las sesiones de cardio en el jardín.
Los preparativos de las fiestas cambiaban por completo la dinámica diaria de la casa, todas intercambiaban ropa y perfumes, pero al mismo tiempo, la tensión entre ambos grupos se hacía más notable que nunca.
Miré de nuevo el vestido que me tocaba usar y me pregunté lo que pensarían mis padres de mí si estuvieran vivos.
—Arréglate y baja a las ocho. Hoy no vas a trabajar, pero el jefe te quiere dando vueltas por ahí —irrumpió Robert en mi habitación.
—¿Por...? —intenté preguntar, pero la puerta se cerró con la misma velocidad en que se abrió.
Tal vez no trabajar era algo bueno. No tenía que acostarme con sujetos desagradables, pero sí podía hablarles hasta obtener algo de información.
Acomodé la poca ropa que me cubría e inicié mi caminata hacia el jardín. La cantidad de gente era la misma y reconocía algunas caras de la otra noche.
Intenté no fijar mi vista en las personas mientras caminaba, pero me era casi imposible. Mi necesidad por encontrar alguna pista, o tal vez encontrar la cara de Jo entre la gente era mayor que mi capacidad para disimular.
Entre todos los hombres, debía identificar a los que tenían poder. Detrás de ellos siempre había algún sujeto drogado dispuesto a soltar información, pero debía escogerlos bien si me iba a someter a esto.
Volteé y observé a Patrick charlando con los mismos sujetos de la fiesta pasada. Pensé en acercarme, Patrick parecía ser un tipo importante, pero él había dejado en claro sus preferencias y no iba a arriesgarme a que me "guardaran" nuevamente.
—Relájate Bianca, estás muy tensa. Se nota desde lejos —susurró Leandra mientras enlazaba mi brazo con el suyo —Te presentaré a alguien, ven.
Caminé a su lado y estudié sus movimientos. Leandra movía las caderas, guiñaba el ojo y lanzaba besos a cualquiera que le dedicara una mirada, todo mientras me aconsejaba.
—Mientras más, mejor —concluyó cuando llegamos al bar —Hola bombón —susurró al oído de un sujeto.
—Leandra, tan guapa como siempre —la nalgueó y ella fingió un sonrojo —¿Tu amiga quién es?
—Ella es Bianca, es nueva aquí y se siente un poco sola —explicó, yo me acerqué para saludarlos a ambos, pero sus ojos miraron todo menos mi cara.
—Oh...estoy seguro de que mi amigo puede hacerte compañía un rato —animó a su compañero, quien tomó de mi muñeca para acercarme a él.
—Claro que sí, sería un pecado dejarte tan solita —deslizó su mano por mi pierna y mi estómago se revolvió. Intenté sonreír, pero sabía que debía hacerlo mejor —Vamos a un lugar privado —sujetó mi mano con más fuerza y el pánico se apoderó de mí.
Cuando me solté de su agarre rápidamente, Leandra me miró alarmada.
—Por supuesto, pero permíteme ir al baño primero, ¿sí? —esperé por su aprobación y deposité un beso en la comisura de sus labios. Él sonrió, convencido.
—Te espero —respondió.
En un intento por dejar de temblar, caminé al baño del primer piso y me encerré. Estaba sudando y me sentía sucia, incluso sin haber hecho absolutamente nada. Mi respiración no lograba apaciguarse y los tacos resonaban en el suelo del baño con cada vuelta que daba.
No sé cómo se me ocurrió hacer esto sin pensar en que tendría que acostarme con alguno de ellos. ¡Para eso vine, por eso me ofrecí, pero ahora no era capaz de hacerlo!
Tenía que calmarme, tenía que salir y cumplir con lo que me había propuesto, no había otra manera de hacerlo.
Aun temblorosa, abrí la puerta del baño y caminé decidida hacia el jardín, pero antes de llegar al sujeto que me esperaba, Robert tiró de mi brazo con mucha más fuerza de lo normal.
—¿Acaso no me escuchaste? ¡Hoy no trabajas! —amenazó. Adolorida, solté mi brazo de su agarre. Robert tenía la mirada encendida.
—Vine a ganar dinero, no a quedarme encerrada en una habitación —solté decidida, pero él alzó su mano y apretó mis mejillas exageradamente.
Mi corazón se desbordó, lo había pensado todo, pero nunca consideré la posibilidad de que me agredieran en el proceso.
—Viniste a trabajar para nosotros y haces lo que se te ordena. ¿Me escuchaste? —susurró con sus labios rozando mi oreja. Yo asentí, sin poder decir nada más.
—Robert, no tan fuerte que vas a dejar marcas en esa cara bonita —intervino un sujeto mientras reía. Entonces encendió su cigarro y nos miró —¿Todo bien?
—Es nueva y desobediente, eso es todo —explicó él, estirando los dedos que acababan de lastimarme. Entonces el oportuno intruso estiró su mano y le extendí la mía.
—Tim —se presentó antes de besar el dorso. Robert volteó sus ojos e intervino antes de poder presentarme.
—Sube y te quedas ahí —me ordenó él, empujando de mi brazo nuevamente.
Ofuscada, subí las escaleras y cerré mi puerta de golpe. Los pocos días que llevaba aquí habían sido una completa pérdida de tiempo, y a este paso, nunca lograría encontrar a Jo.
**
¿Qué opinan de Tim? ¿Creen que será alguien relevante en la historia? 🤔
¡Comenten sus teorías! Quiero escucharles 🤎
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