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Capítulo 18: Aventurados

El auto de Ian olía a pino aromático y reciente limpieza. Se notaba que no lo usaba hace mucho tiempo, en la ciudad no era tan necesario debido al transporte público. La radio era antigua, de esas que se extraen al bajarte, y los asientos estaban desgastados por los años de uso.

—Es mi reliquia, ¿te gusta? —preguntó al iniciar el viaje.

No me gustaba, pero la felicidad en la cara de Ian al conducirlo era enternecedora.

Ahora, acercándonos a las cuatro horas de viaje, quería lanzar el pino por la ventana.

—Sabes, ahora venden unos aceites aromáticos para el auto —toqué el pino, con la esperanza de que me dejara retirarlo.

—No hay como el olor del pino tradicional, no confío en esos dispositivos nuevos. Ya no huelen como antes —comentó, orgulloso de su pino colgante. Yo reí, perdiendo la batalla.

—¿Falta mucho? —busqué el GPS. Él soltó una carcajada.

—¡Es tercera vez que preguntas mujer!, estamos cerca —yo reí también, era cierto, pero el olor me tenía mareada —Llegaremos directo al pueblo, ahí esta el hostal de los Henning y podremos pasar a dejar las cosas. Mi casa no queda tan lejos de ahí, podríamos ir caminando —comentó.

—Me parece buena idea —respondí, aliviada de no tener que pasar mas tiempo en el auto.

—¿Estás nerviosa? —preguntó, cuando claramente el nervioso era él. Yo sonreí.

—Un poco —mentí —Veremos si el señor Hoffman es tan obstinado como su hijo —bromeé. Él rio.

—Nos gusta cuidar de los nuestros, eso es todo —respondió.

El camino estaba lleno de tierra, no se veía mucha agua alrededor ni tampoco vegetación. Nos estábamos alejando hacia la zona sur del país, completamente opuesta a mi ciudad natal.

La plaza central era una pequeña fuente de agua sin llenar y un par de negocios locales que vendían suvenires con mil años de antigüedad. Casi todos los que caminaban a nuestro alrededor eran personas mayores, probablemente retirados y disfrutando de su vida en el desierto.

El calor era insoportable y el sol se posaba en nuestras cabezas con intenciones de derretirnos. Nos habíamos metido en la fosa del diablo.

—Bienvenida a mi pueblito —sonrió orgulloso mientras bajaba las mochilas.

—Encantador —respondí, orgullosa de verlo tan feliz.

Entramos a una de las casas de madera de la plaza y nos encontramos con una recepción vacía. Se escuchaba una radio antigua de fondo y olía a almuerzo recién preparado.

—¿Hay alguien por ahí? —gritó Ian, seguido de un grito femenino.

—¡No lo puedo creer! —se asomó una mujer canosa, arrugada y extremadamente feliz por verlo.

—Tanto tiempo sin verla señora T —recibió su abrazo.

—¡Mi niño!, pensé que nunca volverías. La última vez fue...no lo recuerdo, fue...

—Hace mucho tiempo —respondió sonriente.

—Demasiado para mi gusto, este pueblo te extraña. ¡Tu padre! ¡Debemos avisarle! —corrió al mostrador.

—Me gustaría sorprenderlo señora T, si no le molesta —la detuvo.

—Oh... —se enterneció —Será realmente una sorpresa, no lo mates de un infarto al hombre —bromeó —Y esta chica... ¿por fin sentaste cabeza Ian Hoffman?

Yo reí por la efusividad de la señora y me presenté.

—Bianca, un gusto —dije.

—Es una amiga señora T —aclaró, con las mejillas coloradas.

—Oh, por supuesto —respondió ella —¿Se quedarán, no es así? Tengo una habitación lista para ocupar, les llevo el equipaje.

—Serían dos habitaciones, si tiene más, claro —agregó Ian.

—Tengo, pero debo prepararla. Pueden pasar a comer estofado y en cuanto terminen la tendré lista, ¿les parece? —dijo.

—Tendremos que pasar con el estofado, pensábamos ver a mi padre. No llegaremos muy tarde —avisó.

—Oh, ustedes demórense todo lo que necesiten. ¡Tú y tu padre no se han visto en años! —dijo mientras desaparecía con nuestro equipaje.

Entonces Ian rio y me abrió la puerta para salir.

—Lo siento, la señora T siempre ha sido un poco parlanchina —dijo. Yo reí.

—Es divertida —respondí mientras caminábamos. El sol se había escondido un poco y solo quedaba el calor del aire.

—¿Estás segura de que quieres venir conmigo? No sé cual sea la reacción de mi padre al verme, no quiero que...

—Dijiste que te acompañara y ahora te arrepientes. ¿Quién te entiende Ian? —bromeé, él rio.

—Es solo que ha pasado mucho tiempo —repitió.

—Es tu padre, estoy segura de que estará feliz de verte —lo calmé.

Él suspiró y continuamos el camino. La calle era larga y no tenía muchas distracciones más que un par de cactus floreciendo.

—Debió haber sido un poco aburrido crecer en el desierto mismo —comenté y él sonrió.

—Un poco, sí. Tenía dos amigos cuando era niño, íbamos a todos lados juntos y nos retábamos a pasar la noche en pleno desierto. Cuando me tocó a mí, fui, fue espantoso. Uno cree que es todo silencio y calor, pero hay todo tipo de ruidos extraños y en la noche se convierte en un congelador. Llegué a mi casa al día siguiente hirviendo en fiebre y mi madre casi me mató —contó.

—¡Podías haber muerto ahí! —me sorprendí.

—Si, después supe que mis amigos habían vuelto a sus casas minutos después de quedarse solos. Solo yo pasé la noche en el desierto —confesó. Yo estallé en una carcajada.

—Tan responsable incluso de pequeño —seguí riendo, hasta que noté que Ian miraba la entrada de una casa, su casa —¿Es aquí? —pregunté, él asintió.

—No está el auto —dijo.

—Toquemos la puerta, tal vez este adentro.

—Debí haber avisado —se arrepintió.

—¡Vamos!, no perdemos nada. Si no está, volveremos mañana —lo animé.

Entonces volvió a caminar hasta que estuvimos frente a la puerta. Tomó una bocanada de aire antes de tocar y esperamos pacientemente a que alguien abriera.

Una mujer apareció frente a nosotros. Primero me miró a mí, confundida, pero cuando reconoció el rostro de Ian, su expresión cambió.

—¿Ian? —preguntó, dejando en el suelo la caja de herramientas que llevaba.

—¿Leila? —preguntó él también. Entonces ella sonrió y se abalanzó sobre él.

—¡No puedo creer que estés aquí! ¡¿Cuándo volviste?! —preguntó. Yo sonreí y moví mis pies, sintiéndome sobrante.

—Hace un par de meses. Estás...muy cambiada —tartamudeó. Había historia allí, no debía interrumpir.

—Pues sí, han pasado... ¿diez años? ¡¿Por qué no volviste?! —exclamó, entonces se percató de mi presencia y retrocedió —Oh...perdona, soy Leila —se presentó.

—Bianca —sonreí, pero entonces noté cierta incomodidad en Ian.

—¡Pasen, pasen! Tu padre no podrá creerlo, lo buscaré —corrió escaleras arriba.

Ian caminó con lentitud por los pasillos de su casa hasta que llegamos a la sala. La chimenea estaba recién encendida para recibir al frío del desierto. Él caminó de un lado a otro, esperando. Miraba a su alrededor como si no reconociera nada y su mirada fingía tranquilidad.

—No lo va a creer señor T —la escuché hablar de fondo e Ian alzó la mirada.

Su padre apareció por el arco de la sala y se miraron por segundos que parecieron una eternidad. Entonces Ian sonrió y se acercó para abrazarlo.

La expresión de su padre era extraña, sentí que en cualquier momento se echaría a llorar, pero a la vez parecía estar en estado de shock.

—Hijo, ¿qué haces aquí? —fue lo primero que preguntó. Ian rio, también emocionado.

—Vine a verte —respondió, liberándolo del abrazo. A la chica de antes, Leila, se le habían escapado algunas lágrimas que intentaba esconder.

—Pero ha pasado tanto tiempo... —susurró, confundido.

—Lo sé, perdón. Debí haber venido antes, pero he estado de misión en misión y la última... —su padre lo interrumpió.

—¿Cuándo regresaste? —preguntó.

Yo miré a Leila, confundida. El trabajo de Ian debía ser absoluto secreto, pero ella parecía saberlo todo.

—Un par de meses atrás —respondió Ian —Papá, ella es Bianca —me presentó, de una manera muy extraña.

—Hola, es un placer conocerlo. Ian me ha hablado mucho de usted —dije.

—Hola querida, llámame Thomas. Bienvenida a casa —respondió, tal vez preguntándose lo mismo que Leila.

—Les traeré algo para comer, siéntense —dijo ella, acomodando los almohadones del sofá.

Ian la siguió con la mirada, confundido.

—¿Leila trabaja para ti? —preguntó cuando ella se retiró.

—Oh no. Es solo que he estado un poco enfermo y ha venido a verme estos días, nada más.

—¿Enfermo de qué? —preguntó.

—Nada grave, unos mareos —mencionó —Cuéntame hijo, ¿cómo te fue en la misión?

Ian suspiró.

—Bien, logramos el objetivo principal, después...pasaron otras cosas fuera de mi alcance —contó.

—La justicia... —adivinó —¿Fue muy duro? Pasaste cuatro años ahí dentro. No debió de ser fácil —dijo.

Yo moví las manos inconscientemente. Ian me miró, sabiendo que era algo que hacía para calmar la ansiedad.

—No, no lo fue. Vi a José la semana anterior, te mandó saludos y dijo que no te olvides de tus viejos compañeros —cambió de tema. Thomas rio.

—Así que José sigue dentro..., no sé cómo lo hace —comentó, justo cuando apareció Leila con la comida.

—Aquí tienen, no me demoro nada en servir la mesa. ¿Se quedan a cenar? —preguntó.

—Oh no...hemos conducido más de cuatro horas en la reliquia, Bianca debe estar agotada —dijo.

Leila sonrió, pero la incomodidad de notaba a metros de distancia.

—Pasaremos mañana a verte papá, solo quería hacerte saber que estoy acá.

—¿Cómo...? ¿Dónde se quedarán? Tengo espacio de sobra acá, está tu habitación disponible —se apresuró.

—No te preocupes papá, ya dejamos nuestras cosas donde la señora T —Leila lo miró.

—Vengan a la hora de almuerzo, habrá lasaña —dijo él.

Ian rio y se levantó para abrazar a su padre nuevamente.

—Gracias papá —susurró, mientras Thomas palmeaba su espalda.

—Vuelvan mañana —repitió.

—Leila, ¿vuelves al centro? Vinimos caminando —preguntó.

—Oh no, volveré mas tarde. Tengo que darle los medicamentos a tu padre —dijo. Entonces Ian lo miró, sospechando que no habían sido solo unos mareos.

Luego de despedirnos, volvimos al silencio ensordecedor de la calle. Ian no había dicho ni una sola palabra desde que salimos.

—¿Estás bien? —pregunté, entonces reaccionó.

—Si, lo siento. Solo estaba pensando... —dijo.

—No fue tan terrible, ¿o sí? —pregunté.

—Mi padre está envejeciendo —comentó.

—Si, eso pasa con las personas —dije, intentando ser graciosa, pero él no rio como siempre.

«¿Cómo dices eso Bianca?»

—La última vez que vine tenía mas energía, estaba igual que siempre —dijo.

—Pero eso fue hace mas de diez años Ian. Es difícil, pero tu padre no será el mismo cada vez que salgas de una misión —respondí.

—Lo sé —se metió las manos a los bolsillos.

—Esa chica...Leila, ¿es algún familiar? —pregunté, me carcomía la curiosidad.

—¿Leila? No, es una vieja amiga —respondió —Crecimos juntos, es la hija de la señora T.

—Ah...ya veo —respondí, entendiendo el juego de nombres de los padres —Igual, estaba un poco nerviosa para ser solo una vieja amiga —sonreí, molestándolo. Él me miró y fingió una sonrisa.

—Pasaron algunas cosas —confesó —Pero no nos vimos más desde la última vez que vine.

—¿Fue importante? —pregunté, tal vez la chica era la única que lograría que Ian se retirara y encontrara el amor.

—¿Por qué quieres saber? —preguntó.

—Tengo curiosidad —respondí, cuando llegábamos al hostal.

—La curiosidad mató al gato —respondió, antes de abrir la puerta.

—Que frase más usada —dije.

En la mesa de recepción nos esperaba la señora T para entregarnos las llaves de ambas habitaciones. Subimos unas escaleras de madera y llegamos al segundo piso con tres puertas chirriantes. Mi habitación estaba junto a la de Ian, mientras que la tercera se encontraba en remodelación por una filtración de agua.

—El equipaje está en la habitación de la señorita. Llámenme si necesitan algo, ya sabes dónde encontrarme Ian —bajó, con el gorro de satín meneándose en su cabeza.

Ian entró a mi habitación y tomó su mochila.

—¿Te gusta? —preguntó.

—Es acogedor —miré a mi alrededor.

—La señora T le ha puesto mucho amor a este hostal, lo inauguró cuando yo tenía diez años. Es el único del pueblo —comentó.

—¿Hay solo tres habitaciones disponibles en todo el pueblo? —pregunté sorprendida.

—Nadie llega hasta acá, es más que suficiente —rio.

Yo me acerqué a mi equipaje y lo dejé sobre la cama, pero Ian no tenía intenciones de retirarse aún.

—Bianca —se sentó —Quería...agradecerte, por acompañarme. Realmente es importante para mí —dijo.

—Es lo mínimo que puedo hacer, tú has hecho mucho por mí en todo este tiempo Ian —respondí —Y no te sientas culpable por no haber venido antes, lo importante es que estas aquí ahora —lo consolé.

—Lo sé, pero...siento que me he perdido la vida metiéndome en una misión tras otra, nunca tomé vacaciones cuando me las ofrecían, siempre prioricé mi trabajo por sobre mi familia, y eso no está bien —comentó.

—¿Por qué no te las tomas ahora? —pregunté, él me miró. Ni siquiera había considerado esa opción —Podrías pasar las vacaciones acá, pasar tiempo con tu papá.

—No te dejaré sola —dijo.

—Ian, basta con eso. Estaré bien, ha pasado un mes desde que Kyle escapó, ya no va a aparecer por arte de magia —reclamé —Tienes que vivir tu vida, estar con tu familia...

—Bianca, ¿no entiendes que tú también te has vuelto parte de mi vida? —soltó. Yo sonreí.

—Lo sé, pero no estás conmigo porque disfrutes de mi compañía, estás conmigo porque sientes la necesidad de cuidarme. No quiero que nuestra relación se base en que seas mi guardaespaldas Ian, quiero que seas mi amigo, sin obligaciones —confesé, pero él observó el suelo.

—Disfruto de tu compañía Bianca —dijo, levantándose de la cama.

Yo lo miré, esperando que dijera algo más, pero entonces recogió su mochila y se acercó a la puerta.

—Descansa, nos vemos mañana —se despidió.

Me había quedado con un sentimiento extraño en el estómago. Algo me decía que Ian se había enojado, pero no era mi intención herir sus sentimientos. Yo también disfrutaba de su compañía, más de lo que alguna vez me hubiese imaginado, pero no podíamos negar que Ian cumplía más la función de guardaespaldas que de amigo cercano, eso intentaba hacerle entender.

Yo no quería que me cuidara toda la vida, no quería ir acompañada hasta cuando iba a la cocina de mi propia casa, pero a la vez entendía el sentimiento de culpabilidad que lo sobrepasaba.

En la caminata hasta la casa de su padre, el ambiente se sentía un poco tenso. Ian me había dirigido unas pocas palabras en la mañana y se adentró en su habitación hasta que fue la hora de salir. Quise creer que se debía al nerviosismo de pasar más horas junto a su padre, pero sabía que no era así.

—¡Llegaron! —saludó Thomas desde la puerta, incluso antes de llegar a ella.

—Hola —sonrió, antes de abrazarlo.

—La comida está lista, Leila vino a prepararla muy temprano —dijo orgulloso —Solo debemos servirla, pero me temo que necesito ayuda con eso —se quejó.

—Yo voy, no se preocupe —salté, feliz de tener una excusa para separarme del enojo de Ian por un segundo.

Mientras me alejaba, escuché a su padre preguntar acerca de su misión más reciente, al igual que la noche anterior, como si no supiera otra manera de iniciar una conversación con su hijo.

En la cocina todo estaba perfectamente separado por raciones y listo para servir. Leila había facilitado al máximo el trabajo en caso de ser Thomas quien tuviera que hacerlo.

Busqué los platos por toda la cocina y cuando finalmente los encontré, llevé la comida hacia la mesa, donde ambos conversaban.

—Así que Bianca viene de una misión —comentó Thomas, captando mi atención —Mi hijo siempre metiéndose en problemas, ¿sabías que eso está prohibido? —me preguntó, tratando de ser simpático.

—¿Qué cosa? —pregunté, intentando agarrarle el ritmo a la conversación que llevaban.

—Regla número 1.287 —citó —No te involucrarás personal o amorosamente con individuos no pertenecientes a la DEA que estén relacionados a la misión asignada.

Yo miré a Ian.

—No estamos relacionados amorosamente papá —corrigió.

—¿Ah no? —preguntó.

—No, Bianca está en peligro y mi misión continúa si debo mantenerla a salvo —Ahí estaba, yo tenía razón.

—Oh...ya veo, ¿fue muy duro lo que viviste Bianca? —me preguntó, pero antes de responder, Ian se adelantó.

—Es un tema difícil para Bianca papá, prefiero que no hablemos de eso ahora —dijo. Thomas asintió, antes de beber un sorbo de su vaso —¿Cómo ha estado el pueblo?, ¿igual que siempre?

—Oh sí, este lugar no cambia —respondió —Los Hendrix se fueron, no duraron ni dos años en este desierto.

Ian rio.

—Ni yo sé cómo sigues viviendo acá —comentó.

—Como todos los fundadores, mi padre nació y murió en estas tierras, así mismo será conmigo —decretó.

—Papá —Ian lo miró —¿Estás seguro de que estás bien? Si Leila tiene que venir a cuidarte es porque...

—Porque siempre ha estado enamorada de ti hijo, por nada más —confesó riendo.

Yo sonreí ante su sinceridad.

—¿Sabías que estuvieron juntos por seis años? —me preguntó.

—¡Seis años! —le seguí el juego, pero Ian no parecía disfrutarlo.

—No sé qué le hizo pensar que la DEA sería mucho mejor que una niña tan adorable como Leila —soltó.

Ian siguió comiendo, sin decir nada.

—Dime ahora, ¿no tenía razón tu padre? Treinta y cinco años, viviendo solo, sin amigos y sin una mujer que lo cuide.

—Papá... —le advirtió él.

—¿Qué?, ¿no es cierto? Yo pensé que ustedes dos estaban juntos, pero ahora que me dicen que no, me doy cuenta de que tenía razón. Va a terminar viejo y solo como su padre —me comentó, tosiendo un poco mientras reía.

Yo no sabía muy bien qué responder. Podía ver que la vena de Ian saltaría en cualquier momento y el almuerzo se arruinaría por completo. Tal vez su silencio sí se debía al nerviosismo de enfrentarse a esto.

—¿Dónde están las fotos de mamá? —preguntó de repente, observando la habitación.

—Ah..., las guardé —dijo, tosiendo un poco más antes de beber agua.

—¿Por qué? —preguntó él. Parecía indignado.

Antes de responder, Thomas soltó algo que pareció más un gruñido que una verdadera expresión.

—Porque si hijo, estaban llenándose de polvo en el mueble. Se estaban deteriorando —explicó.

—¿Y dejaste las demás? ¿Esas no se deterioran? —insistió. Ahora sí que estaba enojado, para mi sorpresa.

Su padre suspiró e intentó explayarse, pero una tos molesta se lo impidió.

—Que quites las fotos de mamá no significa que vaya a desaparecer de nuestras vidas de un día para otro, ¿lo sabes no? —preguntó Ian.

—Hijo —la tos cesó —Tu madre ya no está.

Ian rio y negó con la cabeza antes de ponerse de pie. Ninguno de los tres había terminado de comer, pero al parecer el almuerzo estaba cerca de finalizar.

—Ya sé que no está, lo sé desde hace muchos años y no precisamente porque me lo hayas dicho. ¿O todavía crees que no sé lo que ocurrió? —tomó sus cosas. Aquello fue mi señal de salida.

Thomas, antes de levantarse de la mesa, volvió a toser un poco más.

—Hijo, no hagamos esto ahora. Bianca no debería... —tosió nuevamente. El padre de Ian no estaba bien, pero él estaba muy enojado como para notarlo —Disculpa a mi hijo, no sé que ha ocurrido con sus modales —alzó la voz, para que él lo escuchara.

—No se preocupe, yo hablaré con él —le susurré, esperando que, en el camino, no se desquitara conmigo.

«No, eso no es algo que Ian haría», recordé.

Aceleré el paso y alcancé a Ian a mitad de la calle. Caminaba exageradamente rápido, como si quisiera perder de vista la casa para siempre.

—Ian —lo llamé, pero no respondió —¡Ian! —alcé la voz. Entonces se detuvo, para esperarme.

—No puedo creer que haya quitado las fotos —dijo —Era lo único que quedaba de ella en esa casa, quizá hace cuanto que ya no están —se quejó.

—Ian, tu padre...

—¿Ves a lo que me refería? Para él, ella ya no existe, como si ni siquiera la recordara —siguió.

—Ian mírame —insistí.

—Ahora no Bianca. No debería haberle hablado así a mi padre, pero no necesito escuchar sermones ahora mismo —contestó.

Yo obedecí. Ian necesitaba su espacio, necesitaba un momento, y preferí dárselo. Muchas veces, durante el enojo, hay que ceder espacio para poder tener una conversación civilizada.

Eso nos llevó a caminar en pleno silencio, él unos pasos más delante de mí, hasta que llegamos cada uno a la puerta de su habitación y él cerró la suya con un portazo que pudo haber despertado a la pobre señora T de su siesta en la recepción. Aquello me pareció inaceptable viniendo de él.

Caminé hasta su habitación y cerré la puerta detrás de mí.

—Ian ya basta, pareces un niño de diez años —susurré, esperando que la señora T siguiera dormida.

—Bianca, quiero estar solo —repitió. Ya le había dado su espacio, ahora debía escucharme.

—No me iré —dije —Tu siempre has estado para mí, yo también lo estoy.

—No se trata de eso Bianca —respondió.

—Sé de qué se trata, te recuerdo que mi madre también murió cuando era pequeña —solté.

Ian me miró por un segundo, pero no dijo nada.

—Mi papá hizo exactamente lo mismo. Es una especie de negación donde cree que, si no la ve en fotos, si no la siente en casa, todo va a mejorar. Tu padre quiere olvidar el dolor, no quiere olvidarla a ella —dije —Tienes que entenderlo, a estado solo lidiando con la pérdida de tu madre durante todo este tiempo, y, además, también lidia con la ausencia de su hijo que decidió seguir con la vida que le quitó lo que más quería.

—¿Y eso es mi culpa? —se ofendió.

—No, no lo es. Tu también tuviste tu propia manera de lidiar con su muerte y te metiste en una organización donde huyes de tu vida constantemente. Estás haciendo lo mismo que tu padre, solo que, de otra manera, ¿no lo ves? —pregunté.

—Bianca, no puedo hablar de nada más que no sea mi trabajo con mi padre. ¿Sabes lo doloroso que es eso? Aun sabiendo que nos hemos perdido gran parte de nuestras vidas, que tenemos tanto que contar...

—Lo sé, pero ambos tienen cosas por resolver y heridas que sanar. Eso no ocurrirá en los próximos dos o tres días, tienes que estar acá Ian —dije.

Entonces él volteó y negó con la cabeza. No había manera de convencerlo de quedarse.

—No puedo abandonar todo y venirme para acá. Mi trabajo está en la ciudad, tú estás en la ciudad —respondió.

—Ian, ayer... —tomé su mano —No me refería a que no disfrutara pasar tiempo contigo. Quería decir que tú también mereces tener una vida propia. Debes hacer planes, debes tener sueños.

Ian posó su mirada en mí.

—¿Cómo no puedes entender que tú eres mi vida ahora? —soltó, para mi sorpresa.

Entonces apretó mi mano y se acercó.

—Bianca yo..., te cuido porque si te llegara a pasar algo no podría perdonármelo jamás. Si te pasa algo yo...no podría soportarlo. Te cuido porque quiero estar a tu lado y esta es la excusa perfecta —dijo, pero estaba lejos de recibir alguna palabra de mi parte. Intentaba procesar lo que acababa de decir en mi cabeza —Yo sé que no te pasa lo mismo que a mí, no te estoy diciendo esto para ser correspondido ni mucho menos. Solo necesito ser sincero de una vez por todas o me volveré loco.

Yo lo miré, en silencio. Analizando cada palabra.

Sentía su mano, otorgándole calor a la mía. Su dedo pulgar acariciaba mi palma con suavidad, esperando una respuesta.

—Ian yo...no sé exactamente qué es lo que siento —dije —En el último tiempo han pasado muchas cosas y todo esto...ha sido demasiado.

Entonces él asintió.

—Lo sé, no te digo esto para confundirte más. Solo... —me soltó —quiero que entiendas por qué no pienso quedarme acá y dejarte sola en la ciudad.

Antes de que se levantara de la cama, me abalancé sobre él y me hundí en su pecho. Ian tardó unos segundos en reaccionar, pero entonces envolvió sus brazos a mi alrededor y me abrazó también.

Era un abrazo que ambos necesitábamos. Yo lo quería, eso no podía negarlo, pero necesitaba resolver mis propios problemas antes de prometerle algo que pudiera herirlo después.

Cuando pensé en soltarlo, la puerta de la habitación se abrió de golpe y ambos saltamos.

—Ian, tu padre está en el hospital —soltó Leila, con la respiración agitada.

**

¿Qué opinan de Leila? ¿Ian merece una nueva oportunidad con ella? ¿O merece estar con Bianca?

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