8. ʚ afternoon ɞ˚‧。⋆
—Mano izquierda en color rojo.
Haciendo un gran esfuerzo por mantener el equilibrio, Alya apoya su palma izquierda sobre el tapete, exactamente en el lugar donde se encuentra un enorme círculo del color mencionado.
Carolina hace lo mismo, estirándose para posicionar su mano encima de la circunferencia que la ruleta ha marcado.
—Bien, veamos —Harry vuelve a girar la flecha, esperando a que el azar cumpla con su parte—. Pie derecho en color verde.
—Ay, no puede ser —bufa su hija, al ver que la suerte no le ha favorecido en nada—. Papi, ¡está muy lejos!
—Lo siento, amor. Así es el twister.
—Gira la ruleta otra vez, por favor.
—¡No, no! —Sin embargo, Carolina se opone a la solicitud—. Yo si alcanzo, tío, ¡yo si puedo!
Con atención, el rizado observa como su sobrina aprovecha la cercanía a la línea de círculos verdes y tras una maniobra torpe pero ingeniosa, ella acomoda su pie en el sitio correcto sin caerse.
—¡Listo!
Harry tiene que aplaudirle por mantener la estabilidad.
—¡Excelente, princesa! —exclama, festejando el logro—. Ganaste la ronda.
La niña se emociona al escuchar el reconocimiento, poniéndose de pie para dar varios brincos con suma felicidad.
En contraste, Alya ha perdido la paciencia por completo. Ella se sienta en el tapete plastificado, dejando el juego de lado, mientras cruza los brazos con una expresión de auténtica frustración.
Sus labios se convierten en un puchero triste y dirige a su padre una mirada de reproche, molesta de verdad porque él se negó a girar la ruleta una vez más.
—¿Qué ocurre, amor? —Él le pregunta, aunque es obvio que conoce el motivo de su enojo—. ¿Pasa algo?
—Perdí —La decepción se refleja en sus facciones—. Y yo quería ganar.
—¿Eso te pone de mal humor?
—Sí.
Harry sonríe de medio lado, y con un movimiento de mano, le pide a su retoño que se acerque.
El ceño de Alya se frunce aún más, pero, pese a su visible disgusto, termina obedeciendo. Se incorpora, suspirando resignada y avanza hacia su papá, con los hombros ligeramente encorvados.
—Cariño, no debes enojarte —Le aclara, ocupándose en acomodar sus dos coletas—. Ya hemos hablado de esto.
—Es que no me gusta perder —musita, agachando la cabeza con pesar—. Yo quería ganar, ¿por qué no giraste la flechita otra vez?
—Porque eso sería hacer trampa, princesa.
—No es cierto, papi, ¡me ibas a ayudar!
—Pero eso no hubiera sido justo y debes de entenderlo —farfulla, barriendo la yema del pulgar sobre su pómulo—. El juego tiene reglas y hay que seguirlas.
Alya resopla, torciendo la boca ante la falta de conformidad.
—A Caro si le ayudaste —susurra, porque no quiere que su prima escuche la conversación—. ¿Por qué a ella sí y a mí no?
—No le ayudé, mi amor, Caro logró poner su pie en el color correcto sin necesidad de girar nuevamente la ruleta —explica, con un tono suave, esperando que su hija comprenda—: Y recuerda, no pasa nada si pierdes; eso es parte del juego. Te lo he repetido muchas veces, corazón, no siempre vas a ganar, y está bien. Lo que realmente importa es que te diviertas, ¿sí?
—Uhm... —Mira sus calcetines rosas, recordando esas pláticas que ha tenido en casa con respecto al tema—. A mí me divierte mucho jugar twister.
—Entonces sigue disfrutando, pueden jugar la tarde entera si así lo desean.
Medianamente más relajada, la niña asiente.
—Sí... está bien.
—No más rabietas, amor, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papi.
Con delicadeza, Harry pellizca la mejilla regordeta de su crío y como resultado, obtiene una preciosa risa que le nutre el corazón.
La adora. No importa cuántos berrinches deba corregir ni tampoco cuántas noches sin dormir tenga que pasar cuando ella se enferma; su amor no flaquea. Cada vez que tiene que salir corriendo del trabajo para ir a recogerla a la escuela, incluso en medio de un aluvión de clientes en la pastelería, lo hace con gusto, sin dudarlo.
Ama con locura vivir esta etapa, jamás se arrepentiría de haber tomado la decisión de adoptar. Le encanta enseñarle cosas nuevas a la niña que es dueña de su corazón, adora ayudarla en todo lo que pueda, así como inculcarle valores que la guiarán en el futuro.
Si se lo preguntan, él podría afirmar hasta con los ojos cerrados que halló la felicidad cuando la cargó por primera vez.
Es un honor que el universo le haya encomendado a un ser humano tan brillante.
—Anda, otra ronda —propone, apuntando hacia el tapete con diversos círculos de colores—. Caro, ¿estás lista?
Su sobrina infla los cachetes y débilmente, sacude la cabeza en afirmación.
Desde lejos, es claro que algo no marcha bien.
—Oye, Alya —Ella murmura, en tanto se rasca el codo derecho—. ¿Me perdonas?
—¿Eh? —Confundida, Alya pestañea repetidas veces—. ¿Por qué?
—No quiero que te enojes conmigo porque te gané —sisea afligida, entrelazando sus dedos cortos entre sí—. ¿Si me disculpas?
Oh, vamos.
A Harry se le encoge el corazón, no estaba preparado para ese bonito acto de nobleza.
Gracias al cielo, su hija reacciona tal como lo pronostica, dando algunos saltos hasta detenerse frente a la pequeña de ojos cían.
—¡No, no pasa nada! —parlotea, buscando borrar cualquier malentendido al sujetarla de ambas manos—. Mi papi tiene razón, no debió molestarme que ganarás.
Carolina pone un puchero melancólico y sorbe la nariz, sintiendo unas tremendas ganas de llorar.
De verdad no quiere pelearse con su prima favorita. No la ve con frecuencia, y cuando finalmente lo hace, lo último que desea es que surjan problemas.
—Es que me da miedo que ya no quieras jugar conmigo —farfulla, mirándola con la esperanza de que no haya conflictos—. ¡Puedes ganar en el siguiente turno si quieres!
Arrepentida, Alya la suelta de las manos y rápidamente la rodea por los hombros, abrazándola con el infinito cariño que le tiene.
Es obvio que se siente mal, no debió ponerse así por una simple derrota.
—Yo siempre voy a jugar contigo, ¿sí? —jura, al estrujarla mimosamente—. Perdón, ya no voy a enojarme, ¡te lo prometo!
La sonrisa de Caro vuelve a alumbrar su faz, y no pierde tiempo en corresponder el apapacho con calidez.
—¿De verdad?
—¡Sí! Te quiero mucho.
—¡Yo también te quiero mucho!
Harry observa la entrañable escena, sintiéndose orgulloso de ese lazo que, a pesar de no ser fortalecido por la convivencia diaria, permanece intacto.
Promete que visitará a los Horan más seguido.
—¡Vamos a jugar de nuevo! —Alya exclama alegremente—. Papi, ¿puedes girar la flechita?
—Por supuesto. Pero antes, ¿no quieren que les tome una fotografía?
El par de niñas se mira, comenzando a brincotear con algarabía.
—¡Sí! —chillan en coro.
—Perfecto —dice, alcanzando el bolso compacto que casi siempre lleva consigo—. Acomódense sobre el tapete.
Alya y Carolina se sientan una al lado de la otra, cumpliendo la orden sin protestar y aguardan inquietas, con la mirada atenta, hasta que Harry se acerca con una cámara amarilla que imprime fotos tipo polaroid.
—Oye, tío —Caro le llama, con las cejas casi juntas en el centro de su frente—: ¿Esa es la cámara de mi papá?
Bueno, su sobrina es bastante observadora.
Él pensó que podría salirse con la suya, sin que nadie se diera cuenta del pequeño préstamo que se había hecho a sí mismo sin consultar a nadie.
—Eh... sí. La tomé de su habitación —confiesa avergonzado, mirando la particular cámara instantánea—. No le digan, por favor.
Alya hace una mueca, mientras niega despacio con la cabeza.
—Papi, es malo tomar las cosas que no son tuyas sin permiso —replica, haciendo alusión a las palabras que alguna vez escuchó.
—Lo sé, lo sé —Harry muestra sus dientes superiores en una sonrisa torcida, algo ruborizado por haber sido descubierto—. Prometo que la devolveré, solo tomemos la foto.
No, él no tiene planeado robar aquella cámara; simplemente ha olvidado la suya en casa. Es por eso que, lo que pareció más sencillo, fue tomar prestada la de Niall.
No se demora mucho en realizar unas cuantas tomas, pidiéndole a las dos niñas que sonrían, que hagan gestos graciosos y que se abracen para demostrar cuanto se aprecian. Una, dos, tres y hasta cuatro fotos, la verdad es que ni siquiera piensa en el cartucho ajeno que se está gastando.
Cuando termina de capturar las caras de ese travieso dúo, regresa al sofá individual, colocando las polaroids en el reposabrazos para que las imágenes terminen de revelarse.
Mientras los colores aparecen en el papel, el ojiverde decide arriesgarse a una última toma. Con una sonrisa audaz, gira la cámara hacia sí mismo, extendiendo el brazo lo más que puede y alinea el lente frente a su rostro, asegurándose de que el encuadre sea el ideal. Presiona el botón, deseando que el autorretrato capture su mejor ángulo y que la imagen no salga borrosa.
La fotografía sale por la parte posterior del dispositivo y él la toma, agitándola impacientemente en un intento de acelerar el proceso de revelación, a pesar de saber que esa no es la manera correcta de hacerlo.
Cuando los primeros contornos se dejan ver en la polaroid, sus ojos se abren con terror. Distingue una sombra detrás de él, puede notar que una silueta se delinea a sus espaldas y eso le genera un escalofrío que lo recorre de pies a cabeza.
No tarda en girar el cuello, sin preocuparse por el posible tirón que pueda provocarle el movimiento brusco.
—¿Niall sabe que estás gastando su cartucho de fotos instantáneas?
Mierda.
Posiciona la palma extendida sobre su propio pecho, el corazón le late sin compasión.
—¡Me espantaste! —reclama, furioso—. ¡No hagas eso nunca más!
Louis se ríe y rueda los ojos, una broma no le hace daño a nadie.
—¿Creíste que la casa ya estaba embrujada? —Se jacta, al tomar asiento en el otro sofá individual—. Relájate, aquí no hay leyendas de fantasmas.
—Cállate. ¿Qué haces aquí?
—No sabía que debía pedir permiso para estar en un espacio de uso común en la casa.
Harry se pasa la lengua por los molares, antes de lanzar una mirada hacia las dos pequeñas que, metidas en su mundo, han olvidado por completo el twister y ahora corren por el área, jugando atrapadas.
Están tan entretenidas, que ni siquiera advirtieron la llegada de Louis.
—No lo decía por eso —murmura, depositando la cámara de Niall encima de la mesa central—. Pensé que habías ido al centro comercial con tus papás.
—Solo fui a dejarlos —notifica, al hundir los hombros—, no soy fanático de estar tres horas esperando a que mi madre elija que ropa comprar.
—Lo sé, la paciencia no es una de tus virtudes
—Exacto —Suspira, y observa como ambas niñas corren por la amplia sala—. Alya no ha notado que estoy aquí.
—Déjala, está divirtiéndose mucho —puntualiza—. ¿Sabes? Hace un rato se molestó porque Caro ganó en el twister.
—Oh, mi niña. Es muy competitiva, ¿no es así?
—Sí, pero debe aprender a controlar esos arranques. No puede ir por la vida enojándose cada vez que pierde.
Louis realiza un chasquido con los labios y asiente, plenamente de acuerdo con su perspectiva.
—Lo sé, te prometo que también hablaré con ella —declara, asumiendo la responsabilidad de garantizar que su hija reciba una buena educación—. Hace unas semanas ocurrió algo similar en el parque, y le expliqué que no siempre va a ganar.
—Es muy pequeña aún, pero debemos enseñarle a tolerar las derrotas —Se rasca la parte posterior del cuello—. Es importante que aprenda a manejar esas situaciones desde ahora.
—Sí, te doy la razón —Lo observa, sonriendo con templanza—. No te preocupes, yo aportaré lo necesario.
Harry siente el impulso de devolverle la sonrisa, pero justo cuando está a punto de hacerlo, se detiene.
En su lugar, aplasta los labios y parpadea un par de veces, despacio, como si con ese gesto pudiera ahogar la intención que lo había tentado.
—Muchas gracias —Carraspea, frotándose la nariz para disimular—. Será de mucha ayuda.
Louis no retira la mirada, y a pesar de la fría evasión, no puede evitar admirar el perfil bien definido que el ojiverde exhibe con orgullo.
Se detiene en cada detalle: la nariz afilada que parece esculpida por un artista, la bonita curvatura de sus pestañas y el contorno perfecto de esos labios que siempre mantienen su color natural.
Joder. Es malditamente débil.
O, como consuelo, puede afirmar que los encantos de ese hombre son irresistibles para cualquiera que sepa apreciar la verdadera esencia de la belleza humana.
Al fin y al cabo, es sencillo sucumbir ante el atractivo físico de Harry.
—Estar de vacaciones te sienta bien.
Fabuloso.
¿En serio dijo eso en voz alta?
Ni siquiera lo pensó.
—¿A mí? —El menor se burla y pone los ojos en blanco—. No sé de qué hablas.
—Es que estás hablando conmigo de manera civilizada —Intenta cambiar el rumbo de la charla—, sin gritos ni furia de por medio.
El rizado inhala, mirando de soslayo a las dos niñas que ahora parecen entretenidas con algunos botes de masa moldeable.
Tiene que estar atento para cuidar que no se les ocurra ingerirla.
—Supongo que se debe a la bonita energía que hay en la casa —sisea, reclinándose en el sofá, con el codo apoyado en el reposabrazos y la barbilla descansando en su mano—. Además, noto que estás cumpliendo lo que dijiste sobre no prestar atención a los temas laborales.
Louis mira hacia el techo, sus comisuras tirando un poco más hacia arriba.
—De hecho, tengo el celular apagado. Lo enciendo para solicitarle el informe de actividades a Liam, y después lo apago otra vez.
—Buena técnica. ¿Y si se trata de una emergencia?
—Tiene el número de mi madre; en todo caso, la llamará a ella —Baja los párpados, subiendo el pecho al inhalar—. Además, confío que en el despacho cuentan con las herramientas necesarias para resolver cualquier problema que se les presente.
Harry aprovecha el momento de distracción en el que se encuentra el ojiazul para observarlo.
Es un hecho que siempre ha pensado que Louis tiene unos pómulos muy marcados y una nariz perfecta en proporción. El vello facial enmarca su rostro, realzando de algún modo sus rasgos y su piel luce tan pulcra, a pesar de que habitualmente repite que no tiene ninguna rutina de cuidado facial.
Él todavía tiene sus dudas sobre eso.
—Debo decir que me sorprendes —masculla con franqueza—. No creí que lograras organizarte a este nivel.
Louis vuelve a mirarlo, esta vez con un fulgor diferente en sus iris.
—Te mencioné que lo haría en beneficio de nuestra hija.
—Sí, y la he visto muy feliz. Ella está verdaderamente contenta de pasar estos días contigo.
—Yo me siento igual —declara—. Y, si me lo permites, debo confesar que también me alegra que hayas aceptado venir.
La boca del rizado se tuerce por inercia.
No, no va a sonreír.
—Debía confirmar que mi hija no sería abandonada a su suerte —contrapone, con el tono tajante que generalmente usa cuando se trata de él—. A veces no sé si puedo confiar en ti.
Louis no se siente ofendido por su acusación.
Por el contrario, se regaña por ser una persona muy tonta. Con frecuencia trata de hacerse el duro, de no externar fragilidad alguna, pero frente al hombre que le enseñó lo que era amar, ¿cómo podría mantener una fachada de indiferencia?
Acaba de darse cuenta de que esos ojos verdes le siguen pareciendo lo más hermoso del mundo.
—De todos modos, es un placer que estés aquí —Se aventura a decir, sin miedo a que algún objeto le sea arrojado a la cabeza—: Siempre es agradable contar con una visita que me alegre el día.
Harry traga saliva al escucharlo, y se humedece los labios de manera involuntaria.
Hace mucho que no sentía esa familiar agitación en el estómago, una mariposa revoloteando, pero está seguro de que este no es ni el momento ni el motivo adecuado para ello.
—Por favor —tararea, enarcando una ceja—. ¿En serio tratas de coquetear?
—¿Está funcionando? Al parecer ya olvidé como hacer cumplidos.
Hay una pequeña pausa, un contacto visual intrigante.
Ninguno se atreve a sonreír por completo, pero ambos reparan como los bordes de sus labios se curvan.
—...Eres un idiota —recalca el menor.
—Estoy diciendo la verdad —Louis continúa, olvidándose de sus propias reglas—. Sigo pensando que eres el hombre más apuesto del mundo.
—No, definitivamente no está funcionando.
—¿Y si te digo lo sensual que eres? Verte en traje de baño me alteró bastante.
Aunque por fuera los dos aparentan ser imperturbables, los corazones les laten con un frenesí espantoso.
¿Qué podría ser peor?
—Ya cállate, por Dios —Harry no evita reírse con nerviosismo, antes de romper la unión entre sus miradas—. Estás desvariando.
—Pues así me tienes —El ojiazul vacila—. No tienes idea de-...
—¡Lou!
De manera inesperada, la única conversación fluida que han mantenido en años se apaga cuando la amiga de Dianey entra a la estancia.
La atmósfera que había permitido una conexión sincera, se enfría de golpe y ahora, ambos observan a la joven que se ha aparecido sin avisar.
—Oh, hola, Michelle —saluda Louis, recobrando su actitud seria—. ¿Qué sucede?
—Quería ver si me prestas las llaves de tu auto, por favor —Ella pestañea, estirando sus labios cubiertos por un brillante labial—. Es que dejé mi reloj en la guantera.
Él asiente, antes de extraer las llaves de su bolsillo y entregárselas sin oposición.
—Claro. Aquí tienes.
—¡Muchas gracias! Por cierto, Dianey me pidió que te preguntara si más tarde puedes llevarnos al super mercado, por favor, es que vamos a comprar cosas para hacer la cena.
—Sí, avísenme la hora y las llevo.
Michelle muerde su labio inferior sin ningún disimulo, plasmando una sonrisa coqueta que no pasa desapercibida.
—Eres un sol, de verdad —exclama, previo a colocar una mano sobre el brazo de Harry—. Hola, Hazz.
Él le sonríe con espontaneidad, porque está seguro de no tener ningún inconveniente con la chica.
—Hola, Mich —musita amigablemente—. ¿Qué harán para cenar?
—Hamburguesa y papas fritas. También boneless con salsa búfalo, ¿te gustan?
—Por supuesto. Si necesitan ayuda no duden en decirme.
—Harry hace las mejores hamburguesas del mundo —añade el mayor, elogiando las delicias que solía devorar—. Puede darles algunos consejos.
—Eso es genial, pero no creo que sea necesario, muchas gracias —Michelle responde, retrocediendo para acercarse de nuevo a la salida de la estancia—. Ya te traigo tus llaves, no me tardo.
—No te preocupes.
Tras despedirse con un ademán, la muchacha se retira de la sala, dejándolos solos de nueva cuenta.
No obstante, la vibra se transforma y la charla amena que estaban compartiendo ha quedado en el olvido.
—Increíble —escupe Harry, con diversión.
—¿Qué cosa?
—Ya eres el conductor designado, ¿cierto?
Louis agita las pestañas, desorientado.
Se da cuenta de que su forma de hablar ha cambiado, y, siendo honesto, no anticipó un giro tan brusco en su conducta.
—Eh... ¿No? —canturrea, plisando la frente—. Solo le haré un favor a mi hermana.
El rizado suelta un bufido, balanceando la cabeza de izquierda a derecha mientras se pone de pie.
Luego de incorporarse, le dedica un vistazo descortés y apunta hacia las niñas que continúan jugando en una esquina de la sala.
—Ya regreso, cuídalas.
Sin entender qué demonios ha hecho mal, el abogado solo tiene la opción de aceptar la orden y observar cómo Harry se aleja del área común, sin molestarse en mirar atrás.
Una sensación amarga colapsa sobre él, tan pesada que le aplasta el puto corazón, llevándolo a hundirse en el sofá. Deja caer la nuca en el borde del respaldo, se pasa una mano por la mitad de la cara y permite que la frustración lo arrastre de vuelta al abismo.
Ilusionarse no es saludable, pero cada vez que Harry le muestra siquiera un rastro de gentileza, siente que, al fin, el universo está a su favor.
¿Cuánto más tendrá que aguantar con el alma rota en mil pedazos?
Está cansado de seguir fingiendo fortaleza.
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hola, besties ✨️ espero que todo esté mejorando poco a poco. ❤️ les mando un besote, nos leemos en unos días.
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