6. ʚ beach ɞ˚‧。⋆
Louis asegura que la playa es el lugar perfecto para relajarse.
Ama el sonido de las olas, la calidez de la arena y no hay nada que encuentre más satisfactorio que contemplar el horizonte infinito.
Un camastro y una cerveza es todo lo que necesita para comenzar unas verdaderas vacaciones.
—Tommo, ¿te pusiste bloqueador?
Él niega con pereza, observando a su hermana por el cristal de sus gafas de sol.
—No, ni siquiera traje.
—Bueno, es una suerte que yo esté aquí —Dianey masculla, lanzándole el pequeño bote hacia el abdomen—. Toma, si no más tarde parecerás un camarón.
Louis se queja cuando el bloqueador golpea su piel, pero logra atraparlo antes de que se caiga a la arena.
—Gracias —sisea y enseguida señala la hielera que se encuentra a un lado suyo—. ¿Quieres una cerveza?
—No, primero voy a almorzar —avisa, al colocarse sus lindas y costosas sandalias—. Por cierto, olvidé decirte que invité a Michelle.
De alguna forma, la noticia hace que el entrecejo del ojiazul se frunza inmediatamente.
—¿Cómo? ¿A dónde la invitaste?
—A venir, ¿no es obvio? Llega mañana.
—Dianey, ese no era el trato —Le reprocha, mientras se quita los lentes oscuros para enfocarla—. Se supone que este viaje es familiar. ¿Por qué le pediste que viniera?
—Porque es mi amiga, Louis, yo también quiero divertirme con alguien —explica, al sentarse en el camastro vacío—. Escucha, Niall está con Mia, mis sobrinas están juntas desde que amanece, nuestros papás no se separan ni para ir al baño y tú estás con Harry, así que, ¿dónde quedó yo?
Bien, ese último emparejamiento provoca un auténtico cortocircuito en su cerebro.
—Oye, aguarda —Mueve el dedo índice en un gesto amenazante—. Yo no estoy con Harry.
Dianey le lanza una sonrisa astuta y rueda los ojos.
—No estás con él porque siempre te manda al diablo —alega, ajustándose la parte superior del bikini—. Pero si no lo hiciera, te apuesto a que andarías como perro detrás de él.
—¿Qué clase de respeto me tienes? —exclama, enderezando la espalda—. Soy tu hermano mayor.
—Lo sé, y por eso te digo las cosas como son. Compraste la despensa antes de venir, y ¿quieres que te diga qué fue lo que noté?
Louis eleva un poco el mentón e inhala hondo, sintiendo una punzada en las sienes.
—¿Qué notaste?
—El cereal de fibra, la leche de almendras, la mermelada de durazno, el pan tostado integral —Su hermana cuenta cada producto mencionado con los dígitos—: Las galletas de avena, el jugo de arándano y el yogurt de mango...
—¿Acaso eres policía? —inquiere, resentido—. ¿Revisaste todo lo que adquirí?
—No, pero me tocó ordenar las gavetas y el refrigerador —explica, previo a recostarse en la superficie plana de madera—. Vaya sorpresa qué me llevé cuando vi que trajiste todo lo que Harry normalmente come.
Después de relamerse los labios, el castaño rechaza la mirada de su hermana y se distrae con el oleaje del mar.
Punto negativo: nunca se imaginó que ella le cuestionaría las compras que hizo para la despensa.
—Eso no es cierto —refuta, al ponerse de nueva cuenta sus gafas—. Pagué por lo indispensable.
—Lo indispensable para que él sobreviva —enfatiza, arrojando una risita sarcástica—. Eres tan obvio.
—Déjame en paz —brama, y coloca ambas manos por debajo de su cabeza—. Tenía prisa cuando fui al supermercado, no fui consciente de lo que puse en el carrito.
Una mentira más, una mentira menos.
¿Qué más da?
—Ajá... —Claramente, la joven no se traga la excusa barata, aunque finge aceptar su actitud desinteresada—. De cualquier manera, te repito que Michelle llega mañana y si su presencia te molesta, ignórala, ¿de acuerdo?
Él resopla, y se promete que hará uso de sus buenos modales, siempre y cuando aquella chica no intenté acercarse más de lo debido.
Sea como sea, no le gusta herir los sentimientos ajenos.
—Lo haré.
Dianey lo mira con gratitud, valorando el esfuerzo. Sabe que su humor es complicado de sobrellevar.
—No sé por qué vive enamorada de ti —bromea, realizando algunos aspavientos exagerados—. Existiendo tantos chicos lindos, jóvenes y divertidos, se fue a fijar en el hombre más amargado del universo.
En lugar de sentirse ofendido, Louis contiene el impulso de sonreír y se limita a levantar el dedo medio.
—Yo también te aprecio —canturrea, al entornar los orbes con falso desdén—, muchas gracias.
La chica se ríe, tomando sus lentes y luego de colocárselos, echa un vistazo al precioso paraíso en el que se encuentran.
—Por Dios...
Su boca se entreabre y tiene que bajarse las gafas para poder vislumbrar con mayor claridad aquello que le ha dejado estupefacta.
—¿Qué ocurre? —pregunta el mayor, inmerso en un bucle de relajación.
—Mira quien viene ahí.
Louis le hace frente a la curiosidad que burbujea en la boca de su estómago, y gira la cabeza hacia la izquierda, tratando de identificar qué es lo que ha despertado el interés de su hermana.
Resulta gracioso que, por un segundo, olvide cómo demonios se respira, pero parece que algo extraño sucede en sus pulmones cuando divisa un cuerpo definido con varios tatuajes.
De repente, la garganta se le reseca y, al mismo tiempo, agradece que los lentes oculten el sitio exacto donde se han posado sus ojos.
Dios...
Ver a Harry en traje de baño se vuelve una especie de tortura.
Aún puede notar cómo esos muslos que solía acariciar y presionar con sus dedos, permanecen tonificados. La mariposa tatuada en su abdomen luce distinta, tal vez sea porque ha sido retocada en algún estudio o quizá solo se debe a una distorsión de su propia percepción.
Torso trabajado, piel dorada por el sol y porte singular. El sueño de cualquier mortal.
—Ah —pronuncia, y tiene una torpe necesidad de aclararse la voz—. Harry luce bien, ¿no?
Sí, eso es lo más inteligente que sale de su boca.
Ese bañador corto de color rojo es suficiente para que sus sentidos se alteren.
—En realidad, sí. —Dianey chasquea la lengua—. ¿Va al gimnasio? Porque creo que necesito su rutina.
—Solía practicar pilates y ciclismo —murmura, mientras se lame con prudencia la comisura derecha—. Desconozco si aún continúa ejercitándose.
—Yo pienso que sí, se mantiene en forma.
—... Es lo que veo.
Louis cree que existe un estúpido imán invisible y cruel que lo obliga a mantener los ojos sellados en Harry.
Lo que más le incomoda es el ardor que empieza a bullir bajo su piel, un calor asqueroso que se intensifica al darse cuenta de que otras personas en la playa también se han detenido a admirarlo.
Repara cómo las miradas ajenas lo recorren con descaro, de la cabeza hasta los pies y esa invasiva atención provoca que un horrible nudo le contorsione las entrañas.
Debe fingir que su aparición no le afecta en lo más mínimo y con una felicidad forzada, intenta parecer cordial mientras el rizado se detiene a unos pasos de Dianey.
—Hola, buen día —Harry saluda, irradiando energía renovada—. ¿Cómo va todo?
—Hola, Hazz —masculla la joven con el mismo buen ánimo—. Maravilloso, el mar es increíble.
—Lo sé, extrañaba mucho este paisaje —reafirma, contemplando con anhelo las olas constantes del océano—. Hace mucho que no venía a la playa.
—¿Qué tanto?
—Uhm, algunos años —dice, casi en un susurro, más para sí mismo que para la chica—. No estoy seguro.
Por supuesto, no tiene intención de mencionar que la última vez que pisó una playa fue con Louis, ni revelar que desde entonces ha evitado a toda costa cualquier destino turístico que implique agua y arena.
No tiene buenos recuerdos allí.
En aquel viaje, ellos tuvieron una discusión devastadora, que escaló hasta un desastre de gritos y el ojiazul, tras acusarlo de egoísta, se marchó a mitad de la noche, dejándolo solo en la fría habitación del hotel.
Pasó la noche en vela, ahogado en pensamientos, hasta que decidió llamar a su madre en busca de consuelo. Dos boletos de avión de regreso a casa fueron su única salida, porque lo peor de todo fue que su hija presenció la desgarradora escena.
El peor viaje de la historia.
No obstante, ahora que ese recuerdo ya no le afecta tanto, considera que es el momento perfecto para empezar a forjar nuevas memorias, libres de la sombra del pasado.
Su mentalidad ha cambiado, y al día de hoy, piensa que cada minuto es una oportunidad diferente de cambiar el rumbo.
—¿Y mi princesa?
Su discreta reflexión se ve suspendida por la pregunta de Louis, obligándolo a volver a la realidad con un lento parpadeo.
—Con Niall y Mia —contesta, tras una diminuta pausa—: Están en la alberca de la casa.
—¿Por qué querrían utilizar la piscina cuando tienen el mar a diez minutos?
—Aparentemente les resulta más divertido deslizarse por el tobogán.
El abogado sube cejas, comprendiendo la postura de ambas chiquillas.
—Eso tiene sentido —añade, al destapar su segunda cerveza del día—. ¿Y por qué no estás con ellas? Creí que me habías echado porque deseabas cuidarlas tú.
—Ese era mi objetivo, pero Niall insistió en que tomara un descanso —menciona, realizando un tímido encogimiento de hombros—. Así que lo obedecí.
Dianey le muestra un pulgar arriba, aprobando su decisión.
—Que bueno, mereces relajarte.
Él estira las esquinas de sus labios.
—Supongo.
Obviamente, Louis ya no encuentra adorable el modo en que sus cachetes se redondean y se hunden cada vez que sonríe, revelando esos característicos hoyuelos que, en el pasado, hallaba encantadores.
En definitiva, la tos que emite no tiene nada que ver con disimular la expresión de adoración que emerge en su rostro por un instante.
—Bueno, yo voy a la zona de alimentos —La chica comunica, levantándose con particular rapidez—. ¿Ustedes quieren algo?
—Yo no, muchas gracias.
—Yo tampoco.
—Bien, igual pueden llamarme si se les antoja algún bocadillo —propone, agitando su celular como una sutil invitación—. Ya vuelvo.
Antes de alejarse, ella se toma la libertad de lanzar un furtivo gesto hacia su hermano, casi imperceptible, que podría interpretarse como una sugerencia para que aproveche el tiempo que estará a solas con Harry.
Al captar el mensaje inoportuno, Louis abre los ojos en señal de advertencia y aprieta las muelas, esperando que solo él haya notado la recomendación innecesaria.
Por fortuna, confirma que el rizado no ha reparado en el intercambio de muecas, ya que permanece concentrado en acomodarse sobre el camastro que ha quedado vacío.
—El clima está increíble, ¿no? —parlotea, recostándose boca arriba con una placidez envidiable—. Hoy es un buen día.
Cuando el leve episodio de perturbación termina, el ojiazul sacude la cabeza para despejarse.
—Sí, tienes razón —carraspea—, es una tarde fabulosa.
—Lo sé, la gente de la zona es muy amable. En la mañana platiqué con el vecino de al lado y me agradó bastante.
Oh.
Aquel exceso de información causa que Louis arrugue las cejas maquinalmente.
Ni siquiera se preocupa por esconder el infame desagrado que se pinta en sus rasgos.
—¿Qué? —inquiere, escrutándolo con extrema incertidumbre—. ¿Cuál vecino?
—Gabriel, el brasileño que compró la vivienda que parece una mansión del siglo pasado.
—¿Esa casa tiene nuevo dueño?
—Ajá, me contó que la adquirió hace dos años.
El mayor inclina la cabeza, peleando contra una irritación que aumenta gradualmente en sus adentros.
Ya comprende que el buen humor de Harry proviene de la conversación que sostuvo con un extranjero, y no de la mera coincidencia de estar compartiendo la misma playa con él.
Iluso.
—Qué gusto —refunfuña, tensando la boca, como si el simple hecho de pronunciarlo le causara fastidio—. Siempre eres muy atento con todos.
—Ajá, me gusta hacer amigos —responde, fingiendo no haber notado la ironía implícita en el comentario—. No tiene nada de malo.
—Claro —Se pasa una mano por el flequillo con desinterés, empujándolo hacia atrás—. Disfrútalo.
—¿Qué debería disfrutar?
—Socializar. Se te da muy bien.
Harry detecta el cambio en su tono y, en repercusión, contrae el ceño.
—Sí, es sencillo para mí —Entrelaza los brazos por encima de su torso, levantando una ceja con suspicacia—. ¿Tienes algún problema con eso?
Louis se mofa, tarareando burlonamente.
—¿Yo? —pregunta, manteniendo la misma entonación sardónica—. ¿Por qué habría de tenerlo?
—Porque tu sarcasmo se nota a millas —espeta, analizando su conducta insufrible—. ¿Cuál es tu molestia?
—Ninguna, por Dios, esta charla me resulta irrelevante.
El más joven asiente, inclinándose por levantar la barbilla para imitar su pretencioso comportamiento.
Ha llegado el momento de darle un giro a la jugada, lo que probablemente le permitirá evaluar con más claridad el terreno en el que se mueve la situación.
—Me gustaría decir que te creo —Su enfoque vuelve al frente, el mar continúa siendo la postal perfecta—. Pero no lo hago. Te conozco tan bien y por eso estoy casi seguro de que estás celoso.
Él sabe muy bien lo que expresa.
Reconoce el propósito que se esconde tras su última oración. Es por eso que no puede evitar jactarse al notar cómo Louis se rota de manera repentina y con un movimiento bastante teatral, se quita las gafas, atravesándolo con una mirada afilada.
—¿Qué? —escupe, sin ápice de amabilidad.
—Lo que oíste —refunfuña.
—Repítelo.
Por suerte, se siente muy valiente como para enfrentarlo.
Se voltea hacia él, encarándolo con las comisuras contraídas y la nariz arrugada.
—Te conozco tan bien que casi puedo asegurar que estás celoso —reitera, sin inmutarse.
La mandíbula del ojiazul se tensa y de un segundo a otro, el ambiente se transforma, volviéndose mucho menos cómodo que al principio.
Ni siquiera el delicado viento que les alborota el cabello logra amenizar la situación.
—¿Eso parece? —cuestiona, a la defensiva.
—Así es, tu cara me lo dice.
—¿Y por qué debería sentir celos? Tú eres libre de hacer amigos, de conocer y de salir, ¿no?
—Exacto, y tú también eres libre de hacer todo eso.
Ambos afirman con la cabeza, aparentemente conformes con el acuerdo.
—Claro —replica Louis, al pasar saliva con lentitud—. Entonces, la teoría de los celos es errónea. A mí ya no me importa lo que hagas.
En efecto, Harry se percata de las complicaciones que su exesposo tiene al tragar, ya que la nuez de Adán se le destaca en la garganta.
¿Será que aún tiene algún tipo de influencia sobre Louis?
La verdad es que ni siquiera tendría que plantearse la cuestión. No debería interesarle, y mucho menos preguntarse qué sucedería si él también decidiera cruzar el límite.
Recuerda que sus amigos le han aconsejado que trace una línea clara si no desea complicarse la vida, comprende que lo más sensato es eludir el conflicto y dejar el asunto en paz.
Sin embargo, hay una espina que lo incita a seguir adelante. No sabe de dónde proviene dicho estímulo, pero a veces su boca se adelanta a su propio sentido de la razón.
—Bien, gracias por aclararlo —murmura, con una mueca petulante—. Antes ardías por dentro cada que alguien se me acercaba, me alegra que eso haya quedado atrás.
Louis percibe una apremiante necesidad de respirar, ofuscado por la presión tormentosa que le han transmitido esos iris verdes.
Nota un destello en sus pupilas, y la débil curva que se dibuja en su boca se convierte en el símbolo perfecto, anunciándole que tiene vía libre para responder lo que desee.
—Claro, menos mal que eso es parte del pasado —Se arriesga, permitiendo que las palabras escapen sin medir las consecuencias—. De lo contrario, más tarde haría que te disculparas por ser tan cordial con gente extraña.
—Jamás volveré a pedirte perdón por nada —promete.
—Eso ya lo veremos —Lo reta, en medio de un resoplido—. A veces hasta parecía que coqueteabas con otros solo para provocarme.
—¿Provocarte? Ingenuo, tu realidad estaba muy alterada.
—Sí, seguramente odiabas tener que arrodillarte frente a mí.
Joder.
Harry maldice en su mente cuando un inexplicable vértigo le agita las entrañas.
Hace años que no recurría a su coquetería para incentivar a alguien y la verdad es que ya no tiene experiencia en ese ámbito.
Ha quedado mudo y ya no le queda más opción que escapar. No había previsto llegar tan lejos, mucho menos planeó una estrategia alternativa y lo único que se le ocurre, es arriesgarlo todo con la carta de la sinceridad.
Es la alternativa que le resta, aunque no está seguro de que funcione.
—Si lo que buscas es alimentar tu ego, esta vez te ayudaré. Tienes razón, Louis, amaba pedirte disculpas porque sabías cómo recordarme a quién le pertenecía —farfulla con resignación, mientras se alza aceleradamente del camastro—. ¿Y sabes qué? Es una lástima que lo hayas echado a perder. Ahora solo deberías preocuparte por tu trabajo y dejar de interesarte en quién se me acerca o con qué intenciones.
Ahí lo tiene.
La cabeza del castaño da vueltas, con la sorpresa y la confusión grabadas en su semblante.
Sus pestañas aletean, observando como el rizado se encamina hacia la orilla del bonito océano y tiene que botar el aire con fuerza, porque no consigue comprender el dramático giro que acaba de acontecer.
¿Qué mierda fue eso?
Golpea su nuca en el camastro, y fija sus orbes en la sombrilla que lo tapa del sol, intentando restaurar su tranquilidad.
Fracaso rotundo.
Cada vez que cree que ha logrado avanzar un paso, se encuentra estrellándose contra el impenetrable muro que Harry ha construido, impidiéndole cualquier progreso.
Que escenario tan patético.
⋆。‧˚ʚ ☁️ ɞ˚‧。⋆
⋆。‧˚ʚ ☁️ ɞ˚‧。⋆
hola bestieees ✨️ muchas gracias por el apoyo que le están dando a la fic y por leerla, les amo un montón 🫂❤️ nos leemos en unos días!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro