18. ʚ peace ɞ˚‧。⋆
☘️; resubido y editado.
Una tímida sonrisa se forma en los labios de Harry mientras admira lo bonita que luce la capa de esmalte recién aplicada en sus uñas izquierdas.
Alza la mano, girándola ligeramente para contemplar su trabajo. El barniz en color menta que escogió brilla bajo la luz solar, destacando con un maravilloso encanto que le genera una sensación de felicidad.
Casi se siente orgulloso, porque después de tanto, por fin ha encontrado el ánimo para dedicarse a un detalle tan personal como el cuidado de sus uñas.
Está agradecido con la esposa de Niall, quien no solo le prestó los esmaltes, sino que también le regaló un par de mascarillas, con la esperanza de que él se diera el lujo de encontrar un pequeño espacio para centrarse en sí mismo.
Cuando estudiaba en la facultad, solía destinar al menos dos noches a la semana a hacerse un pequeño spa en su dormitorio y aunque Louis siempre se quejaba de su insistencia para que se cuidara la piel, acababa cediendo a cada una de sus propuestas, acompañándolo pacientemente mientras se colocaban distintas mascarillas.
Ese particular hábito se mantuvo incluso después de que se casaron.
Sin embargo, después de la adopción, sus vidas cambiaron y tuvieron que ajustarse a las nuevas responsabilidades de cuidar a su hija, y con ello, los pequeños ratos de relajación fueron desplazados por las demandas del día a día.
Claramente, Harry no se arrepiente de haberse convertido en papá.
No hay nada que ame más que cuidar de Alya, y pese a que los primeros años fueron intensos, ahora que ella ya no es una bebé, cree que puede reorganizar sus horarios para retomar actividades como esta.
Quizás este sea el momento ideal para comenzar a ofrecerle algunos consejos saludables.
Probablemente con el paso de los años, Alya comenzará a adoptar su propia rutina, aprendiendo a cuidarse sin excederse ni dejar de lado lo correcto.
Su pequeña princesa es tan vanidosa como él, si no es que más.
Es por eso que Harry aprendió a hacer innumerables peinados y acumuló una gran cantidad de accesorios para que Alya pudiera usarlos a diario. El año pasado, le consiguió su propio tocador, le ha comprado infinidad de perfumes y, cuando su hija tiene recitales de baile en la escuela, él se encarga de maquillarla según las indicaciones de las profesoras, cerciorándose siempre de que sea adecuado para cada presentación.
Alya, con su excelente educación y personalidad única, se ha ganado el cariño de todos en el colegio.
Su carisma y buen comportamiento la han convertido en una de las alumnas más apreciadas, por lo que no resulta sorprendente que este año haya sido elegida como parte de la imagen promocional para las inscripciones.
Para Harry, recibir montones de cumplidos sobre el buen trabajo que han hecho con su hija es una grata recompensa, pues él sabe cuánto ha invertido en su crianza y cuánto la ama.
Daría hasta lo que no tiene por ella y, por supuesto, por Louis.
—Amor, ¿estás aquí?
Casualmente, sus pensamientos son puestos en pausa cuando escucha la voz de un abogado gruñón.
Su familia ha vuelto a la casa.
—En el balcón, cariño —anuncia, al distinguir la silueta de Louis a través de las cortinas—. Ven.
Harry coloca la tapa del esmalte, aunque aún le queda por pintarse la mano derecha.
Voltea hacia el ventanal y su corazón se vuelve loco cuando Louis aparta las cortinas, asomándose al exterior de la recámara.
—¿Qué haces, precioso? —murmura el castaño, una vez que sale a la pequeña terraza—. ¿Estás ocupado?
Harry niega, embelesado con la belleza de su hombre.
Cada vez que Louis no lleva los trajes formales de la oficina y opta por una camisa sin mangas, dejando ver sus tatuajes, la tentación se vuelve casi imposible de resistir.
—Solo me estoy pintando las uñas —Le muestra sus dedos izquierdos, moviéndolos de manera juguetona—. ¿Te gustan?
El ojiazul levanta las comisuras de los labios y le sostiene la mano, con cuidado de no echar a perder el esmalte fresco.
—Me encanta —responde con voz cálida, besándole suavemente los nudillos—. Se ven hermosas.
—Gracias. Mía me prestó los barnices y pensé que este color me quedaba bien.
—Todos te quedarían fabulosos.
Harry suspira, sintiendo cómo sus mejillas se tiñen de rojo ante el halago y se humedece los labios, tratando de controlar el calor que sube a su rostro.
Es un desastre, parece que ha vuelto a ser el mismo adolescente enamorado.
—Oye, no me has saludado —Le reprocha.
—Cierto —Louis se acerca despacio hacia su rostro, con el fin de enmendar su falta de atención y susurra—: Disculpa mi mala educación.
Ambos sonríen cuando sus bocas se unen en un beso ligero, pero excepcionalmente dulce.
Es un roce simple de labios, algo tan efímero que apenas logran saborearlo antes de separarse.
—¿Cómo les fue? —Harry cuestiona, cautivado por la loción que desprende la ropa del abogado—. ¿Dónde está Alya?
—Se quedó abajo con mi mamá —le cuenta, al acomodarse en la otra silla que hay en el balcón—. Está enseñándole la muñeca que le compré.
—Louis...
—Ya sé, ya sé. En mi defensa, he de decir que ella ni siquiera me la pidió. Yo se la quise comprar porque me gustó, y bueno, también le trajimos una a Caro.
Dubitativo, el rizado resopla por lo bajo.
—No quiero que se convierta en una niña malcriada —expone el motivo de su desacuerdo—, así que no debemos consentirla tanto.
—No te preocupes por eso —musita, inspeccionando el pequeño frasco de esmalte color menta—. Alya jamás será así, ella tiene los pies sobre la tierra.
—Lo sé, y por eso no quiero su percepción se altere.
—Eso no va a pasar, amor —Louis conserva la serenidad y por medio de un ademán, le indica que extienda su mano derecha—. Por cierto, hablando de nuestra hija, hay algo importante que debo contarte.
Harry se relame los labios y obedece la instrucción, estirando el brazo por encima de la mesa.
Debe suspirar para controlar la repentina tibieza que envuelve su corazón al observar cómo el abogado, con toda la paciencia del mundo, toma un poco del esmalte con la brocha aplicadora.
—Bueno, ¿qué sucede con Alya? —inquiere.
—Primero que nada, debes saber que ella es la niña más inteligente que conozco —reafirma, acompañando sus vocablos con un gesto que subraya su certeza—, y te ama demasiado, hoy me quedó claro lo mucho que te quiere.
—Sí, yo sé que nuestra pequeña es muy lista y que nos adora a los dos —murmura, mientras arruga la separación entre sus cejas—. Pero, ¿a qué viene todo eso?
El ojiazul retuerce sus comisuras antes de comenzar a aplicar la primera capa de barniz en las uñas ajenas.
—Cuando estábamos en el restaurante, mencionó que tú eres quien se encarga de cuidarla y que vive muy feliz con eso —Realiza un resumen del punto más relevante de la charla—. Sin embargo, también dijo que, como tú sabes hacer muchas cosas, ella no necesita una madre.
Las facciones de Harry se endurecen, revelando el leve malestar que siente ante lo que acaba de oír.
—¿Qué? ¿Una madre?
—Sí, y mi reacción fue la misma que la tuya. Obviamente, su razonamiento me causó intriga, así que la cuestioné sobre por qué de repente estaba pensando en la posibilidad de necesitar una mamá.
—¿Y qué te dijo? —pregunta, visiblemente preocupado—. ¿Estoy haciendo algo mal?
Maldita sea, el nudo en su estómago se aprieta al instante.
—No, cariño, las cosas no van por ahí —comenta, concentrándose en pintar perfectamente la uña del dedo medio—. Por desgracia, Alya estuvo cerca de ser víctima de manipulación.
—¿Manipulación? —El signo de interrogación parece brillar en su cara—. ¿Por qué?
—Por culpa de Michelle.
Oh.
El ojiverde pestañea azorado, y en cuestión de segundos, el enojo empieza a oscurecer su faz.
—¿Qué fue lo que hizo? —Demanda saber—. Te juro que si le puso un dedo encima a mi niña o siquiera intentó hacerla sentir mal, yo voy a-...
—Escúchame, amor —lo interrumpe para frenar su arranque de coraje—. Ella trató de hacerle creer a Alya que tener dos papás es raro y que ella necesita una madre, una mujer que la entienda, porque, según ella, no es lo mismo.
—¿No es lo mismo? —escupe, furioso—. Por favor, ¿acaso tiene el manual de la familia perfecta?
El abogado lo mira, compartiendo su indignación.
—Solo buscó que nuestra hija se pusiera de su lado —articula con disgusto—. Y para colmo, Alya me dijo que Michelle se ofreció a ser como una mamá para ella.
Al escuchar esa inconcebible locura, los ojos de Harry se abren desmesuradamente.
No, no, no. Sobre su cadáver.
—¿Qué? —exclama, rigidizando la mandíbula—. ¡Eso es demasiado!
—Lo sé, no hay forma de justificarla.
—¡Por supuesto que no! Ahora entiendo por qué me hizo tantas preguntas en la cocina.
Louis abre la boca, como si estuviera a punto de añadir algo sobre lo ocurrido en el restaurante, pero se detiene en seco, cerrándola de nuevo mientras procesa las últimas palabras de Harry.
—¿En la cocina? —Su mirada se vuelve pensativa, buscando entender la conexión—. ¿Hablaste con ella?
—Sí, me fue a buscar cuando estaba haciendo la comida y empezó a preguntar muchas cosas sobre nosotros —argumenta al rememorar el despreciable diálogo—. Ahora entiendo todo, es una hipócrita que babea por ti.
—¿Te insultó o algo parecido? Dime si te dijo algo ofensivo.
—No, nada de eso. Solo insistió en que esperaba que no te fueras de mi lado otra vez, o que no te fijaras en alguien más.
Con fastidio, el mayor coloca los ojos en blanco.
—Qué tontería —Se jacta, al detallar los bordes de las uñas con el barniz—. Por Dios, ¿acaso no se da cuenta de cómo me tienes?
Harry se muerde la cara interna de la mejilla, notando cómo Louis pone tanto esmero en la tarea de dejarle las uñas perfectas.
Esta costumbre la tienen que retomar sí o sí.
—Supongo que no —Resopla—. Aun así, aquí lo importante no somos nosotros, sino Alya.
—Sí, y en realidad todavía no puedo creer que de verdad trató de manipularla.
—Lo sé, y discúlpame, amor, pero esta vez no me voy a quedar callado —espeta, con los orbes entrecerrados—. Yo sé que es la mejor amiga de mi cuñada, pero está mal de la cabeza y no voy a permitir que se meta en nuestra vida.
El castaño le da la razón.
—Yo tampoco —jura. Nunca se opondría a hacer lo correcto—. Hablaré con ella, ¿bien?
La ceja de Harry se arquea de manera involuntaria.
—No, ambos hablaremos con ella, y yo le dejaré en claro dos cosas —Hay una firmeza poco común en su voz—: La primera, que no la quiero cerca de nuestra hija, y la segunda, que tú solo me amas a mí.
En su deber marcar el límite.
Y, aunque eso podría provocar tensiones con algún miembro de la familia Tomlinson, no se quedará de brazos cruzados.
Está en su derecho de imponerse.
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Dianey está recostada en su cama, con la mirada fija en el ventilador que gira sin cesar y con sus pensamientos vagando en cada vuelta del aparato.
Respira hondo en repetición, se arranca la piel muerta del labio inferior y su mente busca una solución al conflicto que, inevitablemente, va a desatarse en la familia de Louis.
No tiene idea de cómo afrontar el asunto. Presiente que, cuando todos se enteren de lo que su mejor amiga intentó hacer con Alya, probablemente se enojen, y lo último que quiere son problemas.
Se restriega la frente con frustración, cerrando los ojos mientras sigue reflexionando sobre la mejor forma de tratar la situación y un bufido sale de sus labios, irritada, porque sabe que esto no debería estar sucediendo bajo ningún motivo.
Seguramente, el objetivo de Michelle no era que ella se enterara de sus planes, pero no fue su intención salir por el resto de las cosas que había dejado en el auto y, en cambio, toparse con aquella conversación tan cuestionable.
Aún le cuesta procesar todo lo que escuchó, y le resulta difícil aceptar que alguien a quien creía conocer tan bien fuese capaz de hacer algo así.
Sí, la consideraba una gran amiga.
Además, siente un peso de culpa, pues no tuvo el coraje de pedirle que se callara cuando escuchó todas las estupideces que le decía a su sobrina. Cada sílaba venenosa que salía de su boca la dejaba más estupefacta, pero en lugar de reaccionar, se quedó escondida a un lado del auto, inmóvil, sumida en la desilusión.
Las agallas le faltaron, y la decepción que sentía fue reemplazada por una impotencia que la dejó sin fuerzas para intervenir.
Claro que Louis tiene razones más que válidas para estar enfadado con ella, pero nunca deseó que las cosas llegaran tan lejos.
—¿Estás bien?
Justamente, la pregunta de su hermano la saca de su trance.
Alza los párpados y mira hacia la orilla de la cama, sorprendiéndose al notar que él está allí, sentado en el borde.
Ni siquiera percibió cuándo el colchón se hundió por su peso.
—Tonto —Le recrimina, antes de colocarse un cojín en la cara—. Me asustaste.
—Te dije que debíamos tocar la puerta —Harry lo reprende, manteniéndose apoyado en el marco de madera—. Disculpa, Dianey, ya sabes cómo es tu hermano.
—Sí, no pasa nada —musita, con la voz amortiguada por la tela del almohadón—. ¿Qué les trae por aquí?
—Queremos hablar contigo. ¿Tienes tiempo?
La chica exhala con pesadez, ocultándose un momento más detrás del cojín decorativo y finalmente, se incorpora, recargándose contra la cabecera de madera.
Observa a Louis, que permanece inmóvil en la orilla de la cama, y con un aspaviento rápido, le hace una señal a Harry para que entre.
—¿Qué ocurre? —pregunta, rascándose la coronilla—. ¿Mis papás te pidieron que me convencieras de tomar las clases de piano?
—No, nada de eso —responde, sonriendo ligeramente—. Aunque no es una mala idea. Estoy seguro de que lo disfrutarás si te animas.
—De ninguna manera, no me gusta.
—Bueno, solo era una sugerencia.
Los dos hermanos se miran en silencio.
Dianey, sintiendo que sus pensamientos comienzan a atormentarla otra vez, encoge las piernas y abraza sus rodillas.
Ella lo quiere tanto, siempre lo ha visto como su héroe, y le duele pensar que podría llegar a pelear con él por incidentes provocados por personas ajenas, o, lo que es aún peor, por haberse comportado como una mala hermana.
No quiere eso, no desea que las cosas lleguen a tal extremo, pero sabe que la posibilidad de que la situación explote está ahí.
—Yo también quiero hablar contigo —dice, sabiendo que es mejor enfrentar las cosas—. Con los dos, mejor dicho.
Harry lanza un débil resuello y se sienta junto a ella, confiando en que su cercanía le proporcionará el apoyo que evidentemente necesita.
Como era de esperarse, la chica se inclina hacia él y apoya la cabeza en su hombro, buscando consuelo en su presencia.
—¿Qué tienes? —El ojiverde le pregunta, mientras pasa los dedos entre sus sedosos cabellos—. No luces bien.
—Es que no lo estoy.
—¿Te pasó algo?
La joven se acurruca, ocultando su rostro y jala aire por la boca.
Prefiere hablar de una vez por todas, asumiendo las consecuencias que puedan surgir tanto por las actitudes equivocadas de su amiga como por su propia falta de carácter.
—Ustedes saben cuánto amo a mi sobrina, ella es un rayo de luz en mi vida, y por eso tengo que contarles algo —murmura, olvidándose del miedo a exponer la verdad pura—. Michelle ha estado enamorada de Louis desde que lo conoció, y aunque nunca lo vi como algo negativo, ayer todo cambió.
Ambos hombres cruzan un vistazo, compartiendo el mismo sentimiento de inquietud.
—¿Por qué dices eso? —pregunta el abogado, con la intuición de que su hermana está por abordar el tema que ellos también necesitan aclarar—. ¿Qué pasó?
Dianey se frota detrás de la oreja, enderezándose lentamente para enfrentar las dos miradas que solicitan una explicación.
—Ella... Ella le dijo a Alya que podría ser como su madre —puntualiza, dejando entrever su descontento—. No sé qué demonios estaba pensando, pero de ninguna manera me pareció algo conveniente.
Su angustia es totalmente notoria.
Y Harry, deseando calmarla, le proporciona un par de palmadas en la rodilla.
—Sí, lo sabemos —Le confiesa, utilizando un tono sorprendentemente sereno.
—¿Qué? —Con inmediatez, el entrecejo de la chica se arruga—. ¿Lo saben?
—Sí —Prudentemente, Louis añade—, Alya me lo contó.
Ella pestañea veloz, atrapada en el aturdimiento y lo único que puede hacer es exhalar con desánimo.
Hasta una niña tuvo más valentía que ella.
—Por favor, necesito que me disculpen... Yo alcancé a escuchar parte de esa conversación y sé que debí actuar, que debí proteger a mi sobrina, pero no pude. —Hace una pausa, su garganta se ha secado de repente—. Creo que... no sé, fue como si no reconociera a Michelle, como si fuera otra persona, y eso me dejó totalmente bloqueada.
Es comprensible que se sienta responsable.
Pero, para ser franco, Louis no está enojado con ella.
Por un lado, si habría querido que Dianey enfrentara el inconveniente con mayor sensatez, actuando con un juicio recto y la moderación que él cree esencial en ocasiones como esta. Sin embargo, comprende que su hermana es diferente en muchos aspectos, y que, además, todavía carece de la experiencia necesaria para distinguir en quién puede confiar realmente.
Mientras que él no duda en frenar todo lo que considera incorrecto desde el primer momento, ella no tiene la misma facilidad para manejar situaciones que, de repente, se salen de los parámetros comunes.
Es evidente que no está acostumbrada a lidiar con personas cuya verdadera naturaleza contradice su apariencia, no suele desenmascarar a quienes se muestran de una forma solo para revelar, tarde o temprano, su esencia real.
Y no, no puede juzgarla con tanta dureza. Él tampoco era alguien especialmente asertivo a los veintidós.
—Oye, basta, no te castigues así —Se atreve a decir, mientras tira del elástico de su calceta y lo suelta, provocando un pequeño choque en su piel para distraerla un poco—. Alya no es fácil de engañar y por tal motivo estamos aquí.
Dianey se acomoda para mejorar su postura, alternando la mirada entre Harry y Louis.
—Yo iba a contarles, incluso estaba pensando en cómo hacerlo, pero tuve miedo de que se enojaran conmigo por no haber defendido a mí sobrina.
—Sí, debo admitir que no fuiste muy sensata.
—Louis... —Harry tararea, en advertencia.
—No me dejaste terminar —retoma, liberando una corta risa y se dirige otra vez hacia su hermana—. Sí, no fuiste muy sensata, pero eso no te convierte en una mala persona y entiendo que también te mortificaste al descubrir quién era realmente la persona que creías tu mejor amiga.
La joven agacha la cabeza, como si quisiera esconder su aflicción.
—Aún así, lo lamento mucho —reitera—. Nada de esto habría pasado si yo no la hubiese invitado, así que discúlpame también por eso, Lou. Creí que sería divertido para mí tenerla cerca en este viaje, pero me equivoqué.
—No pasa nada, parece que ella es la que no sabe asimilar el rechazo.
—Es horrible, ¿verdad? —concluye, pasándose la palma extendida por la mitad de su rostro—. Y encima, pensó que yo estaría de su lado.
—¿De su lado?
—Sí. Cuando la encaré, admitió lo que hizo y tuvo el descaro de pedirme que la ayudara —expone con un bufido, recordando el absurdo plan que le contó—. ¿Saben qué me dijo? Que ella sí podría darle a Louis un hijo o hija de nuestra sangre, y que así Harry se quedaría con Alya.
Efectivamente, eso no se puede interpretar de ninguna manera como algo positivo.
—¿Ella quería que Alya desapareciera de mi vida? —El abogado pregunta, perturbado.
—Exacto... Incluso llegó a decir que no comprendía cómo todos podíamos amar tanto a una niña adoptada y que no formaba parte de nuestra familia biológica.
Error.
Aunque Harry no suele ser alguien conflictivo, esto es suficiente para que pierda la cordura.
No permitirá que nadie hable de esa manera sobre su hija.
—Es todo, se acabó —De un solo movimiento se levanta de la cama, la cólera burbujea en su interior—. Discúlpame, Dianey, sé que la aprecias, pero no la quiero cerca de nosotros.
—Hazz...
—La voy a correr.
Convencido de su veredicto final, se encamina hacia la puerta, decidido a ponerle fin a todo este enredo de una vez por todas.
Quiere aprovechar su enojo para no ceder a la tentación de suavizar sus palabras, y así poder expresar sin filtros lo que realmente opina sobre la deplorable táctica de esa chica para intentar acercarse a su hombre.
Egoísmo en su máximo esplendor.
—¡Espera!
Sin embargo, cuando intenta salir, la hermana de Louis se interpone en su camino, bloqueando la puerta.
Ni siquiera eso lo va a detener.
—No, lo siento —concreta, sin la voluntad de desistir—. Ella no es buena persona.
—Eso ya lo sé, por eso yo misma le pedí que se fuera.
Los pliegues en el entrecejo de Harry comienzan a desvanecerse, uno a uno.
—... ¿Lo hiciste?
Dianey hace un amago de sonrisa.
—Sí, Michelle ya no está aquí. Esta mañana le dije que no podía seguir en la casa, yo jamás defenderé algo que sé que está mal.
El aire en la habitación parece volverse más liviano.
Afortunadamente.
—Ella no tiene ningún derecho a hablar así de nuestra hija —especifica, aún con resentimiento—. Además, solo busca quedarse con Louis, y él ni siquiera le ha dado razones para alimentarse de falsas esperanzas.
—Lo sé.
—Tú hermano es gay, no bisexual.
—Toda el mundo lo sabe.
—Y solo me quiere a mí, por eso estamos juntos de nuevo.
Inevitablemente, Dianey se ríe.
Ella, más que nadie, lo tiene en claro.
—Sí, y de nuevo, lamento que las cosas hayan escalado tanto —Deja caer los brazos a los costados de su cuerpo y resopla—. No sabía que todo esto iba a pasar, Alya es feliz con ustedes y eso es lo único que importa.
Harry inclina el rostro, fingiendo pensar.
Sinceramente, encuentra un gran alivio al darse cuenta de que el valioso vínculo que comparte con su cuñada permanece intacto.
Jamás olvidará que ella lo aceptó sin objeción desde el momento en que Louis le abrió las puertas de su hogar y tampoco pondrá en duda, bajo ninguna circunstancia, el amor que siente por Alya.
—Si te molesta, avísanos —barbotea, encogiendo los hombros con indiferencia—. Siempre puedes subir una foto a tu Instagram conmigo, y poner en la descripción: "Amo a mi bello, perfecto y divino cuñado".
Excelente solución, ¿no?
Los hermanos Tomlinson se ríen al unísono, y él, con una sonrisa que no puede reprimir, extiende los brazos en una invitación fácil de entender.
Dianey capta de inmediato el mensaje y no tarda en corresponder, rodeándolo con un abrazo cálido que solo los lazos familiares pueden ofrecer.
Sí, Harry se siente en paz.
Definitivamente, asistir a estas vacaciones ha sido su mejor elección.
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wattpad nos regresó la fiiiic 🗣
¡sustos que no dan gusto! 😭 espero que no tengamos más inconvenientes y podamos seguir disfrutando. ojalá les guste el cap, bebés. editado y mejorado, les mando un besote. 💘
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