14. ʚ apologies ɞ˚‧。⋆
Estar en la pastelería es sumamente raro para Louis.
El establecimiento ha cambiado desde la última vez que estuvo allí. Han reemplazado algunos muebles, mejorado la iluminación y añadido detalles bonitos a la decoración, que le dan un toque aún más acogedor.
Harry tiene buen gusto, eso es claro y su negocio lo refleja bastante bien.
Es como estar en casa.
Quienes visitan el lugar se van con una grata sensación en todos los aspectos: la atención es impecable, los alimentos son excepcionales y la atmósfera cálida invita a quedarse, tanto así, que ahora Louis ocupa el lugar de un cliente.
Después de casi tres horas al volante, con la música de fondo y el silencio imperturbable de Harry como única compañía, considera que se merece una generosa rebanada de pastel.
—Señor Tomlinson —Saluda Frida, una de las reposteras, acercándose a la mesa donde él se encuentra—. Es un gusto verlo.
—Buena tarde —corresponde, con una sonrisa gentil—. Me alegra estar por aquí.
—Sea bienvenido —añade cortesmente, mientras abre su pequeña libreta de pedidos—. ¿Le gustaría ordenar algo?
Él se pasa un dedo por el contorno de la mandíbula, meditando sobre qué es lo que le apetece probar.
La oportunidad de saborear uno de esos postres que tanto le gustan está frente a él, y no piensa dejarla pasar.
—¿Tienen pastel de moka?
—Sí, también tenemos de frutos rojos y de queso con chocolate.
La boca del abogado se hace agua.
—Queso con chocolate —elige sabiamente, porque ese magnífico pastel no lo hacen todos los días—. No puedo dejarlo pasar.
Además, desconoce cuándo volverá a pisar este negocio o si, al menos, podrá hacerlo otra vez.
—Perfecto. —La chica escribe la solicitud y eleva una esquina de la boca—. ¿Le gustaría tomar un café capuchino?
—La pregunta me ofende —bromea, al enarcar su ceja derecha.
Esa es la bebida que más le gusta de ahí.
—Me alegra que no se pierdan las buenas costumbres —agrega, luego de ponerse el bolígrafo sobre la oreja—. ¿Dos sobres de endulzante, cierto?
—Así es.
—Perfecto, ya se lo traigo.
Frida le regala otra sonrisa amable antes de dirigirse hacia la vitrina de exhibición, donde el atractivo principal son los pasteles. Una vez allí, saca el postre estrella del día, ese que siempre vuela porque solo lo preparan una vez a la semana y, con cuidado, corta una rebanada exacta, ni más grande ni más pequeña de lo habitual.
La coloca en uno de los platos diseñados especialmente para la pastelería, adornados con delicados motivos que hacen referencia al negocio y luego se dirige a la cafetera semiautomática, ajustándola para que prepare el capuchino que le ha solicitado.
Tan absorta está en su trabajo, tarareando una canción mientras prepara el pedido, que se sobresalta cuando se percata de que Danna la observa desde la entrada del área de preparación.
—Ese pastel está a punto de desaparecer —canturrea, fijándose en las dos últimas rebanadas que restan sobre la charola—. Tres al hilo... menos mal que preparamos cinco.
Frida afirma felizmente y, en cuanto la taza blanca se llena con la bebida humeante, la retira de la cafetera.
—Somos mujeres precavidas. —Coloca la taza caliente sobre un plato—. Todos amamos esta delicia.
—Y que lo digas. —Definitivamente comparte la misma opinión—. ¿Para qué mesa es?
—La cuatro.
Danna recorre la periferia del local, captando de reojo la mesa señalada y al reconocer al cliente que ocupa el asiento, el color abandona su rostro, dando paso a una palidez inquietante.
—Mierda —farfulla, atolondrada—. ¿Es el señor Tomlinson?
—Ajá —responde Frida, sin darle demasiada importancia.
—¿Y qué hace aquí? —consulta entre dientes, visiblemente tensa—. Se supone que solo vino a dejar a Hazz.
—Tal vez le dio hambre. Cuando lo vi, ya estaba sentado, así que le ofrecí algo de comer —Le aclara con calma, encogiéndose de hombros—. Al final del día, es un cliente más y va a pagar.
Con una mueca, Danna delata su preocupación.
No es común que la ex pareja de su jefe elija consumir algo en la pastelería dónde, básicamente, está vetado.
—¿Harry sabe que está aquí?
—Lo dudo, no ha venido a la zona de comensales desde que llegó.
La joven repostera aplasta los labios, debatiéndose entre ir a contarle a su jefe que hay un intruso en el negocio o simplemente dejarlo pasar.
Aunque no conoce todos los detalles del divorcio, sabe lo mucho que afecta a Harry, y lo estima demasiado como para verlo sufrir de nuevo. Recuerda aquella noche, poco después de su separación, cuando él terminó ebrio, llorando y mencionando a Louis en cada frase.
Esa salida fue suficiente para que comprendiera la magnitud del dolor que llevaba por dentro.
Es por eso que decide avisarle, pues si se encuentra con la sorpresa, posiblemente se le bajaría la presión y tendrían que recurrir al kit de primeros auxilios.
Regresa a la zona de producción, donde sus otras dos compañeras están horneando los bizcochos para asegurar que el pedido del señor Higgins se entregue sin problemas y al mismo tiempo, ve al rizado, danzando de forma discreta mientras se encarga de alistar el betún.
—Hazz, ¿necesitas ayuda? —pregunta, sosteniendo un tazón del que se apoderó en el camino—. ¿Quieres que te traiga más insumos?
—No, creo que tengo todo lo necesario, muchísimas gracias —murmura, sin dejar de mover la cadera de lado a lado—. Mejor apoya a Frida con los comensales, a esta hora siempre llega un buen número de personas.
Danna carrapea, y se acomoda los anteojos con una leve tensión en el rostro.
—Sí, sobre eso... —Hace un ruido con la boca, como si estuviera contrariada—. Hay un cliente que dudo mucho que quieras ver.
Su jefe se detiene, suspendiendo su actividad, y la observa con desconcierto.
—¿Un cliente? —Frunce la nariz en un acto reflejo—. ¿Quién es?
—... Louis.
Entonces, una fría sensación recorre las venas de Harry, como si su sangre se helara.
—¿Louis? —duda y varios pliegues se marcan en la separación de sus cejas—. No puede ser, hace rato que se fue.
—No creo que se trate de su gemelo malvado.
—Solo vino a dejarme y dijo que volvería con su familia —cita lo pactado—. Alya se quedó allá y tiene que regresar a cuidarla.
La boca de Danna se tuerce, pues su propósito no era hacerlo enfadar, pero también tenía que informarle.
Sin embargo, Harry corta la conversación de inmediato, saliendo velozmente hacia el espacio de los comensales y cuando confirma que el abogado está actuando como un cliente más, pone los ojos en blanco.
Da varias zancadas hasta llegar a la mesa que ocupa, y pese a que no planea armar una escena frente a la gente que también permanece en el negocio, debe frenar cualquier idea que esté rondando por la cabeza de Louis.
—¿Qué haces aquí? —exclama, posicionando ambas manos en su cadera—. Deberías estar en camino a la playa, te recuerdo que la niña está allá.
El ojiazul ni siquiera le da importancia a su reprimenda.
De hecho, debe morderse el interior de la boca para no sonreír, porque ver a Harry usando el uniforme de la pastelería es algo que le parece casi un regalo divino.
Siempre le ha encantado verlo con ese atuendo, tan sencillo pero con tanta actitud.
—Solo quería comer algo antes de volver, ¿acaso está prohibido? —contesta, cortando un trozo más de su fabulosa rebanada—. Además, hoy es día de pastel de queso con chocolate y no me lo iba a perder.
Las fosas nasales de Harry se ensanchan, pero se reprime, deteniendo su impulso de iniciar una discusión.
Admite que no posee argumentos válidos y, además, recuerda lo mucho que Louis disfruta de ese postre.
Tampoco es un ogro que le arruinará el almuerzo.
—De acuerdo —resopla, con cansancio—. Avísame cuando estés con Alya, por favor.
—Lo haré, no te preocupes por eso —menciona, cubriéndose la boca porque no ha terminado de masticar—. ¿Tienes mucho trabajo?
—Sí, más de lo que pensé.
—¿Vas a poder terminar?
—Espero que sí, ya organicé a mi equipo y así me tenga que ir de aquí a las tres de la mañana, el señor Higgings quedará satisfecho.
Louis mueve las cejas, antes de degustar un corto trago de su capuchino.
—Eso no lo dudo —aporta, limpiándose la espuma que le ha quedado sobre el labio—, por algo confía tanto en ti.
Harry cabecea, un poco perdido por la manera en que el abogado se relame la boca.
—Somos la mejor pastelería local —Señala el logotipo que viene bordado en su filipina—. Nos ha costado ganar el renombre.
—Lo merecen —manifiesta—. Entonces... ¿Planeas dormir aquí o qué?
—No, si todo sale bien si podré irme a casa a descansar y volvería mañana temprano.
—Espero que todo resulte como lo planeas —dice, previo a señalar el postre que sobra en su plato—. Y tengo que decir que cada vez están más ricos los pasteles.
El ojiverde crispa las comisuras hacia arriba, sonriendo genuinamente, pues siempre ha disfrutado de los halagos que recibe por su excelente trabajo.
Y, mierda, los elogios de su único amor son los que realmente le hacen temblar.
—Voy a dominar el mundo con mis recetas —disimula, escondiendo los brazos tras su espalda—. Estoy muy orgulloso de las chicas.
—No es para menos.
Irremediablemente, el silencio se origina.
... Y justo ahí, se sonríen.
Ninguno de los dos lo sabe, pero en ese momento se marca el renacer de una emoción olvidada.
Sus corazones vuelven a latir con el amor de aquellos días en que sus caminos se cruzaron por primera vez, recordándoles que la vida cobra sentido cuando estás al lado de la persona correcta y que, quizá, las segundas oportunidades sí existen.
No hay ninguna razón, no hay motivos coherentes, solo lo sienten.
Eso es suficiente para que ambos reconozcan que necesitan comunicarse.
—Avísame cuando salgas, ¿sí? —Louis implora que su propuesta no sea desechada—. Vendré por ti, te llevo a tu casa y después me voy.
Harry inspira, y en lugar de oponerse, solo se limita a asentir un par de veces.
Ya no hay espacio para excusas ni para pretender que nada ocurre. Ambos son conscientes de lo que algo está resurgiendo, aunque ninguno se atreva a decirlo todavía.
Actuar con madurez y dejarse de peleas tontas es lo mejor que pueden hacer.
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El turno de Harry acaba a eso de la medíanoche.
Por fortuna, todo ha quedado listo para retomar al día siguiente y gracias a la coordinación en conjunto, el pedido del señor Higgins está prácticamente terminado, con un avance del ochenta por ciento, dejando solo los últimos detalles de decoración para asegurar que cumpla con lo prometido.
Doscientos cupcakes y un pastel de cuatro pisos no son tarea sencilla, pero su equipo de trabajo es tan increíble que incluso lo que parece imposible se convierte en algo muy divertido.
Todas las reposteras que contrató adoran trabajar en su pastelería, el buen ambiente que han construido hace que cada pedido sea un proceso agradable y, además, ellas se sienten satisfechas con su desempeño, sabiendo que el esfuerzo siempre es recompensado de manera justa.
En esta ocasión, recibirán pago por las horas extra y, como reconocimiento al tiempo que dedicaron quedándose hasta tarde, también disfrutarán de un día adicional de descanso.
Por lo pronto, Harry se encuentra en la vitrina, cerrando con llave la caja registradora, mientras Danna se pone su abrigo, alistándose para irse a casa.
—¿Estás seguro de que no necesitas que te lleve? —La chica pelirroja cuestiona, con una mueca en el rostro—. Me queda de paso, voy a casa de mi novio.
—No, muchas gracias —murmura, luego de guardar el manojo de llaves en su bolso—. Dijo que vendría por mí.
—¿Y lo cumplirá?
Él la mira y su nuez de Adán se pronuncia porque tiene complicaciones para tragar.
—Espero que sí —Se remoja los labios—, porque si no, sabré que ya no hay nada más que hacer.
Danna frunce los labios, pues todavía tiene presente esa noche en que la pareja de su jefe juró pasar por él para ir a cenar, pero al final nunca apareció.
Esa fue la primera vez que lo vio llorar con tanto sentimiento, y también la primera vez que sintió la necesidad de ofrecerle su hombro para llorar.
—De acuerdo, pero si necesitas transporte, no dudes en llamarme —Esboza una cálida sonrisa al ponerse un gorro tejido sobre la cabeza—. Regresaré por ti tan pronto como me avises.
—No te preocupes, estaré bien —promete—. Nos vemos mañana a las diez, ¿de acuerdo?
—¿Hasta las diez? —Alza las cejas, sorprendida por el aplazamiento en su horario de entrada—. Pero aún no hemos terminado...
—Lo sé, yo vendré desde temprano, haré lo que falta del pastel y cuando ustedes lleguen, se encargarán de empaquetar.
—¿Estás seguro de que no ocupas manos extras?
—No, Dan, gracias al excelente trabajo de hoy, todo fluyó de maravilla y estamos a tiempo.
La sonrisa de la chica se amplía, pues eso significa que podrá despertarse más tarde de lo habitual.
—Bueno, nos vemos mañana —Se despide, andando hacia la puerta principal del local—. ¡Ve con cuidado!
—Igual tú, hasta mañana.
La campana del lugar suena cuando la puerta se abre y luego se cierra, anunciando el final de la jornada laboral.
Harry suspira, tomando una bolsa en la que ha apartado dos rebanadas del delicioso pastel de chocolate con queso y mira hacia afuera a través de los cristales, tratando de distinguir el auto que debería pasar por él esta noche.
Al no verlo estacionado en la acera de enfrente, el dolor de estómago aumenta.
Cierra los ojos por un instante, jalando aire con fuerza, temeroso de tener que enfrentar la vergüenza de llamar a Danna para pedirle que por favor regrese a la pastelería y lo lleve a su casa. Sin embargo, al meditarlo un poco más, se da cuenta de que lo mejor sería pedir un taxi, así nadie sabría que, una vez más, ha sido plantado en su propio local.
De nuevo, está sobrepensando y su mente le sigue jugando en contra.
Arrastra los pies hacia la salida de la pastelería, con el corazón galopando de manera irracional, mientras apaga las últimas luces del local. Empuja la puerta, provocando que la campana suene una vez más, y se toma un momento para asegurarse de cerrarla con cuidado, buscando evitar cualquier posible robo.
Da la vuelta, mordisqueándose el labio inferior por la inquietud, y al ver un conocido automóvil estacionado en la otra calle, bajo la luz de un faro, su garganta se aprieta.
El nudo en su estómago empeora, y casi pierde el aliento cuando descubre a Louis allí, recargado en el capó del coche, sosteniendo un ramo de rosas.
Joder, quiere encerrarse en los baños de la pastelería y no salir hasta que el abogado se vaya.
La sonrisa que le dedica es encantadora y debería ser un crimen que luzca tan malditamente bien con una simple hoodie.
Harry tiene que relajarse, así que avanza con paso lento hacia el auto, apretando con sus dedos la bolsa de papel que contiene el pastel, preocupado de que los nervios lo traicionen y lo hagan vomitar en cualquier segundo.
De repente, es como si estuviera en el día cero.
Como si el pasado se esfumara, como si lo único que existiera fuera el instante presente.
Solo están Louis y él. Un ramo de rosas y dos rebanadas de pastel.
—Buenas noches —farfulla el ojiazul, extendiendo el conjunto de preciosas flores hacia él—. Son para ti.
Sus pestañas se baten, y con las mejillas coloradas, recibe el presente.
Es un tanto pesado, ignora cuantas rosas se encuentran envueltas en el papel decorativo.
—Gracias —musita, después de hacerle entrega de la bolsa que contiene dos recipientes triangulares—. Y... esto para ti.
En automático, el castaño alza las orillas de los labios.
—¿Es lo que creo que es? —pregunta, husmeando en el interior del obsequio—. ¿Pastel?
—Sí.
—Muchas gracias, me alegra que entiendas mi obsesión por esta delicia.
—No te culpo, es el favorito de muchos.
El abogado se ríe, porque ese lado arrogante ya no le parece tan insoportable.
Honor a quien honor merece.
Sin pronunciar nada más, decide rodear el automóvil hasta llegar a la puerta del copiloto, comportándose como el caballero qué es al abrirla y esperar pacientemente a que Harry se suba, antes de hacerlo él mismo.
Con las manos ocupadas por su bolso y el ramo de rosas, él comprende que es su turno de contribuir a la tranquilidad de la situación, por lo que sigue la sugerencia, acomodándose en el asiento que le corresponde y luego de que la puerta se cierra, permanece en silencio, esperando a que Louis ocupe el lugar contiguo.
Finalmente, ambos se hallan en el carro.
El motor se encuentra apagado, ninguno se ha colocado el cinturón de seguridad y los minutos se alargan como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar.
Algunos autos cruzan la calle, pero su presencia es carente de significado. Ninguno logra distraerse; están enredados en sus propios laberintos mentales, con ideas que giran sin cesar.
Harry admira las rosas. Adora el rojo vibrante de los pétalos.
Louis observa el logo impreso en la bolsa de papel. Podrá saborear otra vez su pastel preferido.
Hace apenas unos días, no soportaban siquiera cruzar miradas, y ahora están allí, compartiendo el mismo espacio, a la espera de lo que el mañana pueda traer.
—Llamé a mi madre, por cierto —el abogado se aventura a romper el sigilo. Tanta tensión no es buena para su salud—. Y le pedí que por favor cuidara de Alya solo por hoy.
Con un asentimiento Harry muestra su conformidad, porque esta noche no hay nada que reprochar.
—Está bien —Acaricia con cierto cariño los pétalos de una rosa—. Esta semana me di cuenta de cuánto la quieres y sé que te importa más de lo que puedes demostrar.
—La amo con toda mi alma —Le asegura, mirándolo por el rabillo del ojo—. Y lamento si no fui el padre que hubieras querido para tu hija, pero te prometo que jamás volverá a sentirse sola.
—Eso espero, está creciendo, y te necesita.
—Lo sé.
Tras un suspiro pesado, el rizado agacha la cabeza.
—Y yo también —dice, en apenas un susurro quebrado.
La sinceridad lo ha alcanzado, dejándolo a la deriva, sin posibilidad de retroceder.
Está harto de las evasiones.
Louis, por su parte, se ha quedado mudo. Sus labios se abren y cierran, intentando dar forma a algo congruente, pero todo se desmorona antes de salir.
—¿Cómo…? —Luce descolocado, sus pestañas sacudiéndose con rapidez—. ¿Cómo dices?
Harry se aclara la voz, incapaz de reunir el valor para darle la cara.
—Ya no puedo —Respira hondo, tratando de calmar los latidos que retumban en su pecho—. He tratado de... He hecho todo lo humanamente posible para olvidarte, pero no puedo.
—Yo no-...
—Escucha —Lo interrumpe, decidido a sacar lo que su corazón ya no puede seguir guardando—: Cada vez que visitas a Alya acabas conmigo. Cuando pienso que estoy saliendo adelante, cuando llego a creer que voy a dejar de sentir que todo esto me asfixia, que vas a dejar de doler... Llegas a casa, y todo se va a la mierda.
Sí, esta es su cruda realidad.
Intenta seguir adelante, lucha por avanzar, pero basta con verlo para que todo se derrumbe. Se queda atrapado, regresando al mismo punto de partida, una y otra vez.
Se niega a seguir sufriendo tanto.
—Jamás he querido hacerte daño —El castaño jura, girándose sobre su asiento para mirarlo—. Sabes bien que mi intención nunca ha sido lastimarte.
—Sin embargo lo haces. Lo haces y ni siquiera te lo propones —repite—. Yo ya no puedo más con esto.
Las manos del abogado tiemblan, pero aun así, lo toma del mentón y lo obliga a levantar la mirada hacia él.
Nota que aquellos ojos verdes que lo vuelven loco están cristalizados.
—Yo tampoco puedo más —admite, sin temor a ser honesto—. No quiero seguir viviendo así, y no quiero tener que regresar a un maldito apartamento vacío.
El frío que lo espera bajo esas paredes es desolador.
—Tú tenías un hogar —titubea el rizado. La poca fuerza que le queda se disuelve—. Tenías un hogar conmigo y no lo quisiste.
—Claro que lo quería. No había nada en el mundo que deseara más que una vida a tu lado —reitera, al pasar la mano sobre una de sus mejillas, tocándola con suavidad—. Te lo repetí tantas veces, desde que comenzamos nuestra relación, siempre te dije que solo te necesitaba a ti para estar bien.
—Entonces, ¿por qué me hiciste a un lado? —inquiere, acurrucándose involuntariamente ante el toque—. ¿Por qué pusiste tu trabajo por encima de tu familia?
Louis siente que el pecho le duele.
Está pagando su error con creces.
—Por idiota —contesta—. Porque soy un imbécil qué no supo manejar el tiempo. No hay ninguna justificación válida, pero solo quería brindarles una estabilidad económica y un futuro cómodo. Deseaba que no les faltara nada, anhelaba prosperar para brindarles todos los lujos del mundo y no me percaté de lo que ocasioné hasta que pediste el divorcio.
Harry deja escapar un resuello ahogado, batallando por mantenerse firme, pero las lágrimas empiezan a caer, señal de que finalmente se ha roto por completo.
Hacerse el indiferente lo ha consumido, y pretender que es feliz se ha vuelto una mentira que ya no puede sostener.
—Yo jamás te pedí lujos —Solloza, cerrando los ojos—. Yo no quería dinero, Louis, yo quería de vuelta a mi esposo. Necesitaba que mi hombre llegara a cenar otra vez, que el amor de mi vida pasara los fines de semana con nosotros, quería dormir y amanecer juntos todos los días, como solíamos hacerlo cuando decidimos casarnos...
Los numerosos sueños y proyectos que se habían propuesto colapsaron.
—Estaba tan obsesionado con asegurar un patrimonio para ti y Alya, que no vi lo que estaba pasando —Se lamenta, con desesperación—. Me equivoqué, Hazz, lo arruiné y yo... Yo no quería hacerlo, te lo juro.
El ojiverde sacude la cabeza, dejando caer el ramo de rosas sobre su regazo.
Impaciente, rodea a Louis por el cuello y lo jala hacia él, porque siente la urgencia de tenerlo más cerca.
—La cama se siente enorme sin ti —Se aferra a los cabellos de su nuca, mientras las puntas de sus narices se rozan—. La casa, la pastelería, hasta cepillarse los dientes es diferente si no estás a mi lado.
La pequeña caja de Pandora se ha abierto, y con ella, los sentimientos ocultos han emergido.
—Perdóname —implora—. De verdad, haré lo que tú me pidas, seré lo que tú quieras, pero discúlpame, por favor.
—No quiero tus regalos, ni que me envíes cartas o mensajes llenos de arrepentimiento. No necesito tus disculpas, y estoy cansado de escuchar constantemente que lo sientes.
—¿Entonces? ¿Qué es lo que quieres?
—Quiero una solución, Louis. Necesito una solución porque... porque siento que me voy a morir de tristeza.
El abogado no va a permitir que eso suceda.
Lo besa.
Sus labios se unen, y con ello, le hace saber lo mucho que lo extraña, el pesar que le provoca su ausencia, el amor que lo está quemando, y lo enamorado que está de él.
Es una confesión oprimida, una promesa de que aún queda algo por rescatar...
—No, amor, no —murmura, perdiéndose en esos labios que tanto anhela—. Estoy aquí, contigo, no quiero irme otra vez.
Harry lloriquea, porque el miedo a quedarse solo una vez más lo vence.
No solo debe proteger su corazón, sino también el de su hija.
—Dame una maldita solución que en serio funcione —exige, presionando las yemas de los dedos en su nuca—. Hazlo y te prometo que yo...
—¿Qué cosa? ¿Qué me prometes?
—Te prometo que yo estaré nuevamente a tus pies.
Joder.
Louis se siente el ser más miserable que haya pisado la tierra.
—No, no, shh... —Le garantiza, secándole las lágrimas de sus pómulos con los pulgares—. El que siempre va a estar a tus pies, dispuesto a hacer lo que sea por ti, voy a ser yo.
—Por favor...
—Voy a renunciar al despacho —propone, porque ya no piensa sacrificar su felicidad—. Dejaré la cartera de clientes, pediré que alguien más tome el mando del bufete y yo renunciaré.
Tan sencillo como eso.
Si en el pasado ni siquiera pensó que esta opción fuera viable, ahora está dispuesto a tomarla sin pensarlo.
Y gracias a su abrupto planteamiento, el ojiverde se aleja ligeramente.
—Tú... ¿Serías capaz de hacerlo? —Le consulta, con una expresión de total perplejidad—. ¿De verdad serías capaz de abandonar el negocio de tu familia por nosotros?
—Claro que sí, lo haré porque tienes razón en todo lo que dices. No puedo permitir que una profesión me gobierne así y tampoco voy a dejar que tú te vayas de nuevo.
—Renunciar... Es una palabra muy fuerte.
Louis sube y baja los hombros.
A estas alturas no podría importarle menos.
—No me interesa, amor —Sonríe, y su semblante delata el deseo de retomar lo que quedó pendiente—. Con todo lo que tenemos podemos abrir otro tipo de negocio, lo que sea que me permita estar más tiempo con ustedes.
Harry se humedece los labios, y antes de que cualquier otra cosa suceda, vuelve a abalazarse sobre el, sellando sus bocas con apremio.
Faltan muchas cosas por resolver, pero está seguro de que lo quiere a él.
Lo ama. Con todos sus errores, con el arrepentimiento que lastima su alma, y con la esperanza de algún día ser mejor, de enmendar sus fallos para que su matrimonio esté bien.
Lo perdona, porque tiene fe en que estarán bien.
—Vamos a casa —Lo sujeta con afán, esperando que no desaparezca como en sus pesadillas—. A nuestra casa.
El sonido entrecortado de sus respiraciones llena el auto.
Ambos saben muy bien lo que requieren, lo que se provocan mutuamente. La ansiedad de volver a estar juntos los agota y se apodera de sus sentidos, al grado de cegarlos.
Sí, llevan mucho tiempo muriéndose de ganas por compartir otra noche y al fin van a recordar lo que es el bendito placer.
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ahora si, disfruten el cap, besties! ✨️
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