11. ʚ swimming pool ɞ˚‧。⋆
—¡Te juro que es verdad!
—Es que no te creo…
—¡Pero es en serio! ¡Yo los vi con mis dos ojos!
Alya se mordisquea el dedo pulgar, sintiéndose repentinamente ansiosa.
—¿Y por qué yo no los vi? —cuestiona, con desconfianza—. Yo también estaba en los juegos.
—Sí, pero tu estabas peleando con esa niña que no te dejaba lanzarte del tobogán —Carolina explica, sentándose en la orilla de la cama—. Yo estaba en la escalera, por eso me di cuenta.
—Es que ella me pidió una palabra secreta y yo no la sabía —Relata lo acontecido en la pizzería y toma asiento al otro extremo del colchón—. Pero, ¿estás segura de lo que viste? No me digas mentiras.
Su prima rueda los ojos y vuelve a balancear la cabeza de arriba hacia abajo.
—Ya te dije que sí, ¡te juro que yo vi cuando tus papás se dieron un besito!
—¿En la boca?
—¡Sí! Aquí —Con el dedo índice, Caro señala sus propios labios—. No son mentiras.
Unos cuantos pliegues aparecen en la nariz de Alya, pues no consigue asimilar que sus padres hayan tenido un acercamiento de ese tipo.
—Eso no pasaba desde que mi papá se fue de la casa —susurra, intentando descifrar qué podría estar ocurriendo—. Ellos ya no se abrazan, ni se besan y tampoco se toman de la mano…
—¿Y qué tal si ya no están enojados? —pregunta la ojiceleste, inclinándose hacia ella con emoción—. ¡¿No sería genial?!
—Sí, eso sería increíble —Se frota la frente, aún dudando de esa idea—. Pero no sé… mi papi siempre se enfada mucho, y a veces también se pone triste.
—¿Mi tío Hazz también se pone triste? —La curiosidad la asalta—. ¿Por qué?
Alya se encoge sobre sí misma y toma una almohada para abrazarla contra su pecho.
—Creo que también extraña a papá.
Las delgadas cejas de Carolina se levantan mientras, pensativa, se soba el mentón.
—No entiendo a los adultos —expresa, con honestidad—. Aún así, ¡esto debería alegrarte! Es bueno que se den un besito, mis papás se dan muchos porque se aman.
—Pero tus papás viven juntos —murmura, consciente de que su realidad es muy distinta—. Los míos ya no, y si se besan, no sé qué significa.
—¿Quizás es porque todavía se quieren?
—No lo sé.
La hija de Niall contrae la boca en un puchero y se recuesta sobre la cama, mirando al techo, sin saber qué más añadir.
—Pues yo digo que tus papás se aman —aporta, luego de analizarlo por valiosos segundos—. Si no, no se darían un beso.
Con la barbilla apoyada en la almohada, Alya sonríe, imaginando cómo sería su vida en el remoto caso de que sus padres volvieran a estar juntos.
Nada la haría más feliz que tenerlos a los dos de nuevo y no tener que convivir por separado con cada uno.
—¿Tú crees que sea así? —inquiere, con notable ilusión—. ¿Crees que mis papás se hayan besado porque todavía se quieren?
—¡Por supuesto!
Entonces, cuando Alya se prepara para festejar esa fantástica posibilidad, dos golpes en la puerta interrumpen su estallido de júbilo.
Ambas chiquillas giran hacia la puerta de la habitación y muestran sus dientes en una sonrisa al ver a Michelle, quien ha venido a visitarlas con un plato lleno de fruta picada.
—Toc, toc —La joven tararea, y también sonríe de oreja a oreja—. ¿Puedo pasar?
—¡Adelante! —Carolina contesta, sacudiendo su palma extendida para saludarla—. ¡Hola, Mich!
—Hola, princesas —Ella ingresa a la habitación, mostrándoles el refrigerio que ha traído—. Miren, su tía Dianey les manda esto.
Las dos niñas abren los ojos de par en par, anticipando el jugoso sabor de la sandía y el mango, que lucen irresistibles en el plato.
Un manjar.
—¡Mango! —Alya arroja la almohada que estaba abrazando y se baja velozmente de la cama—. ¡Mi favorito!
Michelle se ríe al ver la adorable reacción, antes de colocar la fruta sobre el escritorio de la recámara.
—Coman todo lo que quieran, corazones —ofrece, acomodando también un par de servilletas para que puedan usarlas—. Por cierto, ¿qué están haciendo?
Con las mejillas llenas de sandía, Caro se rota a mirarla y levanta el dedo índice.
—Estábamos teniendo una plática muy seria —responde, después de pasarse la fruta.
—Ah, ¿sí? —La chica ladea el rostro, luciendo verdaderamente interesada—. ¿Sobre qué?
Alya mastica un trocito de mango, previo a contestar: —Sobre mis papás.
Oh.
Michelle estima que esa información sí es de gran utilidad.
—¿Tus papás? —Frunce el ceño, esta vez con incertidumbre real—. ¿Les pasó algo?
—No, ¡pero creo que ellos todavía se quieren!
Imposible.
La mueca jovial de la muchacha se distorsiona drásticamente, pues aquella noticia no le despierta ninguna emoción positiva.
Su expresión se tensa fugazmente, formando una línea rígida sobre sus ojos.
—¿Eso crees? —cuestiona, deseando conocer más del tema—. ¿Por qué lo dices, amor?
Alya derrocha una risa cantarina y se acerca a su oído, ya que todo esto parece ser un asunto confidencial que deben guardar muy bien.
—Mi prima dice que ellos se besaron en la pizzería —Su voz se vuelve un susurro cómplice—. Y la gente que se da besitos es porque se quiere.
Al escuchar el magnífico suceso, Michelle intenta sonreír, pero solo logra mostrar un gesto de indudable disgusto.
Afortunadamente, las niñas no se percatan de ello, ya que están demasiado concentradas en degustar de la fabulosa fruta.
—Vaya... Me alegra que tus papás se estén llevando mejor —miente, sin ningún remordimiento—. Voy con Dianey, las veré más tarde.
—¡Espera! —Carolina se limpia los bordes de la boca con una servilleta y continúa—: ¿Quieres jugar con nosotras?
—No, preciosas —declina la oferta en automático—. Otro día será.
Claramente, lo que menos desea es jugar a las muñecas o participar en cualquier actividad que requiera adoptar un tono de voz más agudo.
Michelle sale de la recámara, mordiéndose una de las uñas, mientras reflexiona sobre cómo fue posible que esos dos se acercaran tanto y se pregunta en qué momento descuidó tanto su objetivo.
También duda de aquella versión, porque, al fin y al cabo, fue una niña de seis años quien supuestamente presenció la adorable escena, y no puede fiarse de una fuente tan poco confiable.
De cualquier forma, debe permanecer alerta.
Ella tiene otros planes en mente para este viaje y debe idear una estrategia para asegurarse de que todo siga el sendero que desea.
Nada puede desviarse.
⋆。‧˚ʚ ☁️ ɞ˚‧。⋆
Harry se siente terriblemente confundido.
Ni siquiera puede pasar con calma su tarde en la alberca, porque cada vez que intenta relajarse, los recuerdos de los días anteriores le golpean la cabeza como un mazo, provocándole bufidos de total desesperación.
Nunca creyó que ese contacto con Louis llegaría a ocurrir, y ahora, tales besos esporádicos le desestabilizan de una manera inexplicable, sacudiendo la paz que tanto le costó obtener.
Sabe de sobra que bajar la guardia ha sido un grave error; reconoce que dejar expuesto su lado sentimental nuevamente fue una imprudencia... Sin embargo, por más que lo intente, ya no puede evitarlo.
Louis parece ser la única solución para su corazón roto, aunque irónicamente, también es el responsable de haberlo destrozado.
Todo este asunto le genera un estrés fatigante; la delgada línea que no debía traspasar ha sido cruelmente ignorada y no le queda más que tomar decisiones sensatas, porque de no hacerlo, corre el riesgo de perder el equilibrio otra vez.
Permanece sentado al borde de la alberca, haciendo un recuento de los daños.
Debe recordar los aspectos negativos de su relación con Louis. Tener presente lo malo es fundamental para no perder de vista la realidad.
No volverá a sufrir. Si la historia se repite, esta vez no podrá salir adelante.
No podrá levantarse ni dejar ir los desayunos en familia, las tardes de películas y los millones de abrazos que sanan el espíritu.
Sería imposible reponerse de otra decepción.
Pero, mierda, Louis es el amor de su vida.
Es el hombre que genera una explosión de sentimientos, el propietario de su corazón y de cada latido desbocado que siente al estar cerca de él. Es su dolor de cabeza, la persona que lo saca de quicio, pero también es quien lo hace temblar con solo una maldita mirada.
Es su pesadilla y, al mismo tiempo, su sueño más anhelado.
Puede tratarlo mal, ser grosero con él y repetirle que es un desastre, pero eso no cambia el hecho de que, en el fondo, siente un deseo inmenso de comérselo a besos.
No consigue olvidarlo y quizás, jamás lo hará.
Lamentablemente, pensar en darle una segunda oportunidad implica un peligro inminente, y lo peor de todo es que, con cada minuto que pasa, él se siente más vulnerable.
Ver a Louis a diario es un cruel recordatorio de por qué se enamoró de él hasta los huesos.
Si tan solo...
Dios, tiene que dejar de sobrepensar.
Zambullirse en la alberca es un buen escape. Bajo el agua, su mente se centra en la simple tarea de mantenerse a flote, evitando así que los pensamientos sobre el ojiazul lo angustien de más.
Nada de un extremo al otro de la alberca, y como la distancia no es excesiva, puede repetir el recorrido varias veces sin sentirse agotado. Después de dar unas cuantas brazadas, se deja llevar, flotando de espaldas mientras cierra los ojos para disfrutar con plenitud del fabuloso clima.
Está ahí, gozando con tranquilidad, hasta que un clavado en la piscina rompe con su lapso de relajación.
Lucha en el agua al perder el equilibrio, hundiéndose momentáneamente cuando el tonto chapuzón lo cubre, empujándolo hacia abajo. Tras el desastroso incidente, emerge a la superficie, inhalando aire con ansias y una vez que está afuera, sacude su cara con las palmas, despejando el agua que le salpicó los ojos.
Parpadea, apoyándose en una esquina de la piscina para recuperar el aliento y es entonces cuando se da cuenta de que casi se ahoga por culpa de Louis.
¡Estúpido!
—¡¿Qué diablos te sucede?! —reclama, tratando de expulsar el agua que le entró por el oído—. Eso no era necesario.
El abogado ríe y se limpia el rostro con la mano.
—Lo lamento, no era mi intención —Se alza de hombros con teatral inocencia, como si su salto no hubiese provocado un pequeño tsunami—. Ya sabes cuánto me encantan los clavados.
—Sí, pero qué manía tan torpe de hacerlo justo cuando la gente está descansando.
—Lo sé, lo sé. Solo necesitaba revivir los viejos tiempos.
Harry lo observa con clara desaprobación, reprendiéndolo mentalmente por su falta de consideración.
Sin embargo, al poco tiempo, su faz se neutraliza, y una mueca de vergüenza se dibuja en su cara, causada por el guiño seductor que le es lanzado sin ningún tipo de reparo.
Mierda, ¿cómo podrá contra eso?
Demasiada interacción. Por lo tanto, debe chasquear la lengua y nadar hasta el borde más cercano para sentarse en uno de los escalones.
Estando allí, sus ojos se detienen en una bandeja que no recuerda haber visto antes. Sobre ella descansan dos vasos altos, cada uno coronado por una pequeña sombrilla de papel y repletos de una bebida translúcida que se funde con la claridad del cristal.
—¿Tú trajiste esto? —pregunta, al pasar el dedo por las gotas que el vaso helado deja sobre la superficie.
—Ajá, es limonada —El castaño contesta, con orgullo supremo—: La hice yo.
—¿Tú? —Se mofa, arqueando una ceja—. Entonces no pienso tomármela.
—¿Todavía dudas de mis habilidades culinarias?
—Obviamente, no dejaré que me enfermes otra vez.
Louis entorna los ojos, perdiéndose en un viaje retrospectivo al recordar aquella vez en que ambos terminaron en la clínica después de una cena que a él se le ocurrió elaborar.
Los accidentes ocurren, y sinceramente, nunca imaginó que una de sus preparaciones podría llevarlos a una intoxicación.
Desde entonces, mantiene una enemistad con la cocina. Al día de hoy, ha subsistido a base de comidas compradas en restaurantes, y aún así, se jacta de mantener una dieta sorprendentemente equilibrada.
—Como quieras, incluso Dianey tomó un vaso y aseguró que estaba deliciosa —presume, en tanto se pasa una mano por el cabello mojado, apartándolo hacia atrás—. Por cierto, ¿vas a ir al bar?
El rizado se muerde la lengua y niega despacio.
—No tengo ganas —murmura, resistiéndose a la tentación de fijarse en lo atractivos que lucen los tatuajes bajo las clavículas de Louis—. Además estoy cansado.
—Solo será un rato, anda —insiste, al apoderarse del salvavidas rosa que le compró a su hija—. Todos iremos, incluso Niall.
—¿Y las niñas?
—Ya están planeando una noche de películas con su abuela.
Aparentemente, no hay motivo para que Harry no quiera unirse al plan.
Sin embargo, se siente dudoso por todo lo que ha estado sucediendo.
—No lo sé, creo que lo mejor será quedarme a cuidarlas —musita, pellizcándose el labio inferior—. Por si surge algún inconveniente.
Louis tensa sus rasgos, varios pliegues apareciendo en su frente.
—¿No confías en mí mamá?
—No digas tonterías, por supuesto que lo hago —asevera—, solo creo que necesitará apoyo, esas dos son un caos cuando están juntas.
—Pero mi padre también se quedará —reitera, sujetándose al flotador en forma de llanta—. Ellos tienen mucha experiencia controlando niños.
—Lo sé, me contaron infinidad de veces el desastre que eran Dianey y tú.
El abogado tuerce las esquinas de la boca hacia arriba, sin vergüenza.
No le molesta admitir que fue un desastre cuando era pequeño.
—Ahí lo tienes. Si ellos pudieron con mi hermana y conmigo, Alya y Carolina no serán un problema.
—Pero no es su responsabilidad cuidarlas.
—Una noche libre no hará daño, te lo aseguro.
Harry exhala, valorando la opción.
Los bares son divertidos, y francamente ya olvidó cuando fue la última vez que visitó uno.
—No lo sé, tengo cosas que hacer —responde, aún mostrando resistencia—. Lo pensaré.
La mueca de Louis refleja contrariedad, pero elige no insistir. Forzar la situación no llevará a nada bueno.
No quiere presionarlo ni exponerse a que la conversación termine en una pelea, especialmente cuando su convivencia ha mejorado un poco.
Así que, en lugar de seguir, decide callar, nadando hacia la orilla de la piscina y sentándose en uno de los escalones, al igual que él.
Los dos se encuentran en extremos opuestos, sumergidos hasta la cintura en el agua, mientras que sus torsos permanecen al aire, la piel salpicada por pequeñas gotas que aún no terminan de deslizarse.
Para variar, la tensión en el aire es casi insoportable.
Ninguno de los dos se atreve a cruzar miradas. Quizás el césped y las sillas se han vuelto tan hipnóticos que logran ocupar por completo su atención.
Sea lo que sea, ninguno tiene el valor de entablar contacto visual.
—¿Niall ya te contó que va a celebrar el cumpleaños de Caro el próximo mes? —El ojiazul trata de romper el hielo, estirándose para alcanzar uno de los vasos que trajo—. Está organizando una fiesta enorme.
—Sí, de hecho, me pidió ayuda para buscar un buen servicio de catering —añade, mientras mueve los pies de adelante hacia atrás en el agua cristalina—. Y aproveché también para recomendarle a la chica que se encargó de la decoración en la fiesta de Alya.
—Debería contratarla, Vanessa es excelente en lo que hace.
—Lo sé, por eso mismo le sugerí que la tomara en cuenta.
Louis cabeca, quitando la sombrilla decorativa de su bebida antes de darle un trago largo. Se relame los labios, sus ojos abriéndose con impresión al confirmar que el sabor de la limonada es exquisito.
Con discreción, Harry se fija en el otro vaso que luce increíblemente refrescante. Se encaja los colmillos en la lengua, indeciso, y se detiene a pensar si, quizás, podría probar un poco sin que eso lo lleve al hospital.
Bueno, ¿qué más da?
Reúne el coraje necesario para arriesgar su salud, toma la limonada y le da un pequeño sorbo. Al percatarse de que la bebida no está nada mal, eleva las cejas, sorprendido.
Con el cristal del vaso aún entre los labios, observa al abogado. Curiosamente, descubre que esos ojos azules ya estaban encima de él.
—¿Y bien? —Louis musita, con un indicio de esperanza en su tono—. ¿Considerarás acompañarnos esta noche?
Harry inspira, jugando con la sombrilla decorativa de papel.
—Puede ser —replica.
Nervios.
Un manojo de nervios se instala en la boca de su estómago, y, aunque lo intenta suprimir, sabe lo que eso significa.
Es claro que debe mantener los pies sobre la tierra, así que una salida nocturna parece lo ideal para distraerse y, en paralelo, medir el terreno por el que está caminando.
No va a ceder tan fácilmente por un beso o dos.
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hii amistades! 💞 les traje capítulo, ojalá les guste un montón 💫 abrochen sus cinturones, se viene lo bueno!
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