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1. ʚ home ɞ˚‧。⋆

Louis revisa la hora en el costoso rolex que adorna su muñeca.

Son casi las dos de la tarde, lo que desgraciadamente significa que va con media hora de retraso y que, de nuevo, será reprendido por su constante hábito de llegar tarde a todos lados.

Dobla la esquina, apretando los dedos en el volante al ingresar en el tranquilo vecindario donde solía vivir y mientras avanza por las calles bordeadas de árboles, respira profundamente, intentando mentalizarse. Sabe que, una vez ponga un pie en aquella casa, esa voz molesta, cargada de reprimendas, lo recibirá sin piedad.

Y la verdad es que todavía está habituado a eso.

Han pasado algunos años, pocos en realidad, pero el tiempo no ha borrado su habilidad para controlar el caos en lo que, anteriormente, fue su hogar. Todavía no olvida qué palabras usar, aún recuerda cómo relajar el ambiente y afortunadamente, ahora sabe hacerlo sin necesidad de contacto físico.

Eso es un enorme punto a su favor, porque a estas alturas resultaría imperdonable caer frente a los encantos naturales de su ex pareja.

Gracias a Dios, se ha hecho inmune a ese tipo de balas.

Así que, preparándose para la posible batalla que va acontecer en unos minutos, frena por delante de la cerca de madera, esa que él mismo colocó cuando adquirió la propiedad.

Termina aparcando detrás de un bonito Mini Cooper, apaga el motor de su auto y retira la llave de la ranura antes de echarse un vistazo en el espejo retrovisor, comprobando que se encuentra perfectamente bien peinado.

Se pasa los dedos por el cabello, acomodando algunos mechones rebeldes qué se salieron de su sitio gracias al viento que entró por la ventana y finalmente desciende, presionando el botón que activa su alarma antirrobo.

Camina hacia la puerta principal por ese corto sendero de piedras de río que es sinónimo de capricho. Aún tiene en su memoria el momento en que cierto chico de rizos pidió que el acceso hacia la casa tuviera aquel acabado y él, como la buena persona que fue, se encargó de contratar mano de obra especializada para cumplir con la solicitud tan específica.

Lo demás se fue dando poco a poco.

Un jardín repleto de flores, un juego de comedor para exterior y esos columpios rosados junto a una resbaladilla que se convirtieron en una atinada decisión.

Louis quisiera decir que estar ahí no le causa melancolía, pero cada fin de semana siente algo en el pecho, una especie de presión que le genera suspiros hondos y un malestar en el centro del estómago.

Claramente, él se lo atribuye a lo mucho que extraña estar diariamente con su hija.

Estaba acostumbrado a su presencia, tenía una rutina que se había convertido en el ancla de su día a día. Cada tarde, al regresar agotado del trabajo, ansiaba abrir la puerta y sentir el inmenso amor que irradiaba aquella pequeña que se había convertido en la luz de su existencia.

Su sonrisa iluminaba cada rincón de la casa, y sus abrazos eran el bálsamo que sanaba cualquier cansancio o preocupación que pudiera haber acumulado durante el día.

Sí, fue difícil aceptar el cambio.

Después de que la separación con su esposo se volviera la única solución a sus conflictos, comprendió que lo mejor para la pequeña era quedarse con quien podía cuidarla durante todo el día.

Entonces, a él le tocó sufrir por un tiempo. Tuvo que cargar con el peso de la ausencia, enfrentarse a las noches solitarias en una cama vacía y adaptarse a escuchar la risa de su querida niña únicamente a través de llamadas telefónicas.

Fue difícil, pero ahora ha alcanzado un punto de estabilidad, y por eso prefiere centrarse en disfrutar de las visitas semanales, aunque eso implique confrontar al hombre con quien, hoy por hoy, no tiene la mejor relación del mundo.

Toca el timbre que anuncia su llegada, mete las manos en los bolsillos de sus pantalones negros y pasan diez, quince, hasta veinte segundos, antes de que el picaporte se gire desde adentro.

Endereza la espalda por inercia, sacando el pecho de una manera casi graciosa cuando los rizos chocolate que por muchos años acarició, aparecen por el umbral de la puerta.

—¿Ya viste la hora?

Su gesto se transforma, adoptando una seriedad que ni en sus clases de la universidad aparentó.

Bien, parece que los buenos modales no existen en los matrimonios fallidos.

—Hola, Harry, buenas tardes —A pesar de todo, él sí tiene suficiente educación para saludar como es debido—. ¿Cómo amaneciste hoy?

—Como si te importara. —Harry entrecierra los ojos y lo escudriña con indiferencia—. Adelante, por favor.

Louis sonríe de lado, riendo por la nariz ante la hostilidad cotidiana y simplemente se da el lujo de entrar a la casa que desprende un aroma a pan recién horneado.

Se limpia la suela de los zapatos en el tapete de bienvenida, porque sabe lo mucho que el ojiverde detesta que su piso de duela se ensucie. Retira su saco, ubicándolo en el perchero que permanece a un costado de la puerta y acomoda su camisa pulcramente planchada, doblándose las mangas por el antebrazo.

Tiene que sonreír un poco más cuando de reojo, nota una mirada insistente; tan fría, sobria, desprovista de amabilidad.

—Por cierto, ¿te llegó mi transferencia el día de ayer? —pregunta, al terminar de recogerse las mangas—. No me confirmaste de recibido.

Harry resopla con visible desgana mientras pasa a su lado, pero luego se planta frente a él, observándolo con recelo.

—Sí, me llegó por la noche —confirma, al cruzarse de brazos—. Solo, creo que debo preguntar otra vez por qué me depositaste más de lo acordado.

—Ahí vas de nuevo...

—Te he dicho mil veces que no necesito tú dinero. Dedícate exclusivamente a mantener a nuestra hija.

El castaño entorna los ojos, fastidiado por el mismo cuento de siempre.

—¿Por qué te genera tanto problema que quiera ayudarte con el resto de los gastos? —inquiere, al pestañear con la misma pesadez que siente en los hombros—. No me cuesta nada.

—No me importa en absoluto. Mi negocio me permite mantener esta casa y vivir muy bien con mi hija —brama, girándose bruscamente antes de encaminarse hacia la cocina—. Tú cumple con lo que la ley te exige.

—Para empezar, Alya también es mi hija —recalca subrayando su papel como padre. Acto seguido, avanza detrás de él porque no puede permitir que siga actuando con tanto orgullo—. Además, no entiendo por qué te enfurece, cualquiera estaría contento de obtener más de lo que las pensiones alimenticias estipulan.

—Claro, contigo todo se trata de dinero.

—Solo quiero que no les falte nada.

Una risa corrosiva se filtra por sus oídos, indicándole que la situación está alcanzando el borde crítico.

Ambos se hallan en la cocina.

Louis se mantiene con ambas manos apoyadas en la barra central y Harry está recargado en los gabinetes inferiores, a un costado del refrigerador.

Se miran con un deje de desprecio, como si nunca hubiesen tenido nada en común, o como si las incontables noches en vela compartidas no hubieran significado nada.

Para el más joven, encontrarse frente a esa persona a la que amó con todas sus fuerzas es horrible, porque ahora, parece estar hablando con un completo desconocido.

Ya no ve ese brillo en los iris azules, ya no hay rastro de simpatía en aquellas facciones y ya no existe ninguna chispa capaz de encender lo que se desmoronó por culpa de la inmadurez.

Él en serio creyó que su historia tendría un final feliz, que su familia sería unida, y lo único que le quedó de eso, fue un corazón hecho pedazos.

Porque cuando Louis se fue, se llevó todo lo bueno de él.

Se llevó al Harry alegre, aquel que amaba hacer bromas y que poseía un excelente sentido del humor. También se llevó su lado romántico, con esa faceta en la que disfrutaba hornear postres para pedirle su opinión sobre el sabor. Además, se llevó consigo la lujuria, el deseo y las ganas de compartir una buena noche en los brazos de alguien.

Cuando Louis se fue, dejó su alma destrozada.

Y como le costó tanto reponerse de ese quiebre amoroso, ha jurado que nunca más permitirá que alguien tenga el poder de lastimarlo de nuevo.

—¿Tú qué sabes de lo que le hace falta a Alya? —gruñe, marcando la línea de su mandíbula al apretar los dientes—. Sí, podrás ser un padre económicamente presente, pero, ¿dónde queda el tiempo de calidad?

—No digas tonterías, cada fin de semana estoy aquí para verla y lo hago porque no hay cosa que disfrute más que estar con ella —contrapone, al contraer con dureza el entrecejo.

—¿De verdad? —Alza las cejas con fingido asombro—. ¿Y por qué ya no le llamas entre semana?

El mayor pasa saliva, presionando sus yemas en la bonita isla de mármol.

—Tengo bastante trabajo —manifiesta con honestidad, recordando lo pesadas que han sido sus jornadas laborales—. He salido tarde estás últimas semanas, básicamente solo llego a dormir.

Ah, entiendo —Harry asiente, como si realmente confiara en sus palabras—. Bueno, eso quiero que se lo expliques a mí niña porque lleva días pensando que su padre ya no la quiere.

—... ¿Qué?

—Lo que oíste. Hace tres días la tuve llorando en su recámara porque su papá ya no le habla por teléfono para desearle buenas noches.

Para Louis, ese comentario se vuelve un golpe sumamente bajo.

Sus facciones se suavizan y una mueca llena de preocupación nace en su rostro, revelando el terrorífico impacto que le ha causado.

—¿Dónde está? —cuestiona, con evidente inquietud.

Los ojos del rizado se estrechan de nuevo, como si estuviera evaluándolo en silencio y enseguida le da la espalda, girándose sobre sí mismo para abrir el refrigerador.

—Está en el cuarto de televisión viendo una película —farfulla, al sacar la jarra de cristal con el jugo de naranja qué preparó por la mañana—. Te está esperando ahí.

Las fosas nasales del castaño se amplían al inhalar con fuerza, llenando sus pulmones de aire y a toda costa, evita dirigir su mirada hacia las caderas que tiene a escasos metros de distancia.

Esas ligeras curvas ya no captan su atención.

En definitiva, no siente la necesidad de colocar sus manos ahí, ni mucho menos tiene el impulso de apretar la piel de esa zona. No tiene el deseo de tocarle el trasero al individuo que, en un pasado no muy lejano, le lanzó acusaciones de "egoísta" y "mal padre".

Puras tonterías.

Opta por no mencionar nada más, concentrándose en buscar el único motivo por el cual se atreve a pisar esa casa.

No tiene que pedir permiso para deambular por la vivienda, conoce cada rincón del lugar, incluso con los ojos cerrados. Él fue quien contrató a uno de los mejores arquitectos de la zona para construirla y también se hizo cargo de proporcionar la lista de los espacios que requerían, con el fin de garantizar una vida cómoda.

Actualmente, Louis puede definirse como uno de los abogados más exitosos, un hombre que ha conseguido un fabuloso nivel económico y un gran reconocimiento. El bufete de su familia ha alcanzado un prestigio notable, gracias a sus numerosos casos ganados y a la integridad que, como firma, ofrece a sus clientes.

Es cierto que en el ámbito laboral lo ha conseguido todo.

Por desgracia, en el camino hacia la cima, no se dio cuenta de todo lo que estaba sacrificando. Su proyección de la familia perfecta no funcionó como esperaba, o quizá se precipitó a tomar caminos que al final, se torcieron al grado de no tener arreglo.

Sin embargo, no se arrepiente de nada de lo que ha hecho.

Jamás se arrepentiría de haberse casado siendo tan joven, ni de haber adoptado a su pequeña Alya cuando la pequeña tenía apenas tres años. No lamenta haberse enamorado locamente a los dieciséis, ni cambiaría por nada del mundo aquellos días en los que todo parecía ser color de rosa.

Cada cosa que hizo tuvo una razón de ser.

En un inicio, quería que Harry fuese feliz a su lado, deseando darle la vida que merecía. Trabajó día y noche para que a su amada familia nunca le faltara nada. Logró construirles una casa enorme, costearles numerosos viajes y solventar cada gasto que se les presentaba.

Desafortunadamente, él no pudo disfrutar de esto como hubiese querido. Los primeros años si salía de vacaciones con ellos; viajaban juntos los fines de semana y la pasaban de maravilla en alguna playa divina.

Eso ya era parte de su rutina, hasta que su pesado horario de trabajo empezó a interponerse.

Con la transición de las estaciones, dejó de acompañarlos en los viajes y entró en una etapa en la que solo llegaba a casa para dormir, despertándose tan temprano que no tenía la posibilidad de convivir con su esposo e hija. Los fines de semana se volvieron laborales, llenos de juntas, numerosos casos que revisar e infinidad de personas a atender.

En conjunto, fue incapaz de hallar el equilibrio.

Sube los peldaños que conducen hacia la planta alta, mientras reflexiona sobre su pésima organización del tiempo y las consecuencias que eso le ha acarreado. A veces, desearía no ser un adicto al trabajo, pero cuando ve que su cuenta bancaria siempre se mantiene en una cifra de hasta ocho ceros, recuerda por qué se mata en la oficina.

Al adentrarse en el vestíbulo, se dirige hacia la puerta del cuarto de televisión, notando que permanece abierta. Con cautela, la empuja para poder asomarse al interior y la sonrisa que tira de sus comisuras es tan grande como el amor que siente por la personita de seis años que se encuentra recostada en el sofá, con un bote de palomitas a medio comer.

A pesar de sus esfuerzos por no hacer ruido, Alya voltea a verlo de inmediato, asustada.

Sinceramente, la pequeña pensó que se trataba de un fantasma, pero al darse cuenta de que era su papá quien estaba ahí, da un salto en el sofá, haciendo que todo el bote de palomitas caiga al suelo antes de correr hacia él.

—¡Papá! —La chiquilla parlotea con júbilo excesivo—. ¡Que bueno que viniste!

Louis se agacha justo a tiempo para recibir el apapacho de su preciosa princesa, seguido de un sonoro beso en la mejilla.

—Hola, mi amor —La saluda, besándole el pómulo con adoración y la levanta en sus brazos, sosteniéndola cuidadosamente—. ¿Cómo estás?

—¡Bien! Que bueno que estás aquí —exclama, al rodearlo por el cuello—. Te extrañe mucho, mucho, mucho.

—Yo también a ti, corazón, tenía muchas ganas de verte.

—¡¿Sí?! Yo pensé que ya te habías olvidado de mí.

Y demonios, aquello se transforma en una puñalada que va directamente a su corazón.

—¿Por qué creíste eso? —La cuestiona, al peinarle los dos mechones desordenados que le han caído por la frente—. Nunca me podría olvidar de mi cómplice.

Alya frunce los labios y suspira, enredando sus delgados dedos entre sí.

—No me contestas las videollamadas —murmura, con la cabeza agachada—. Mi papi Hazz me ayudó a llamarte la semana anterior y no respondiste, ni un solo día.

El tormentoso malestar vuelve a apretar el pecho de Louis, y aunque es doloroso, lo acepta, sabiendo que es una carga merecida que debe enfrentar.

Se siente el peor padre del universo.

—Lo lamento tanto, princesa —murmura arrepentido, balanceando suavemente su cuerpo de un lado a otro mientras abraza con afecto a la niña—. El trabajo me ha mantenido ocupado, pero te prometo que no permitiré que vuelva a suceder.

Su hija resopla y frunce la nariz, imitando el gesto exacto que seguramente ha observado en Harry.

Él lo nota y apenas puede contener una leve sonrisa, consciente de que no es el momento adecuado para disfrutar de esas pequeñas similitudes.

—Sí, está bien —masculla, menos mortificada que hace veinte segundos—. Mi papi me dijo lo mismo, pero la verdad me dormí triste porque no me diste las buenas noches.

—Lo sé, de verdad discúlpame, te juro que te llamaré todas las noches —afirma con convicción, decidido a cumplir esa promesa—. ¿Qué te dijo Harry?

—Que no pensara cosas feas, que tú me amas y que tal vez estabas muy ocupado en un caso importante —Alya cita la explicación que le fue brindada, subiendo una sola comisura—. Dijo que tú nunca dejarías de amarme, que yo soy tu princesa y que también tenías que descansar porque trabajas mucho para que yo esté bien.

Bueno, eso resulta ser otro golpe bajo para él.

Y es que reconoce que Harry podrá ser un insoportable a veces, pero sabe que nunca haría nada que provoque qué su hija lo desprecie.

Siempre le ayuda, le hace saber a su retoño que nada del tiempo que invierte en su trabajo es en vano y le recalca constantemente que, sin importar cuánto tiempo pase sin verla, nunca la olvidará y siempre estará ahí para ella.

Quizá más tarde le de las gracias por eso.

—Y no te mintió, yo jamás dejaré de amarte con todo mi corazón —afirma, y señala hacia la televisión con un movimiento de cabeza—. ¿Quieres que veamos una película juntos? Hoy haremos lo que tú quieras.

Los ojos de Alya se iluminan, proyectando una chispa de emoción mientras aplaude repetidas veces.

—¡Sí, por favor! —chilla. Su felicidad haciendo que el borde de sus ojos se arrugue—. ¿Después podemos ir por un helado?

—Por supuesto —De nueva cuenta, le estampa un besito tronado en la mejilla—. Iremos a donde tú quieras.

Louis adora pasar su tiempo libre con la niña de sus ojos. La ama con cada latido, ella es su razón de vivir, su mayor alegría y no hay cosa en este mundo que no haría por verla sonreír.

Es por ello que ambos se dedican a recoger todas las palomitas esparcidas por el suelo, eliminando el desastre en el cuarto de televisión y una vez que todo está limpio, se acomodan en el sofá, listos para ver alguna película de Disney.

Mientras se acurrucan, unos ojos verdes observan la conmovedora escena desde el pasillo, a través del hueco de la puerta entreabierta.

Harry traga saliva, quedándose quieto y casi conteniendo la respiración porque no planea darse a notar. Observa cada detalle del bonito momento, percibiendo la calidez que emana del espacio donde se encuentran Louis y Alya, lo cual hace que su corazón golpeé frenéticamente contra su caja torácica.

No es consciente de ello, pero una espantosa nostalgia se refleja en su mirada y tiene que recargarse en el muro aledaño, tratando de controlar el deslave de emociones que de repente aqueja su alma.

¿Por qué nadie le dijo que la vida sería tan cruel y que el amor de su vida no se quedaría a su lado para siempre?

Maldita sea, lo odia.

Lo odia porque, a pesar de todo, muy en el fondo sigue pensando que es el hombre de su vida.

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¡hola, besties! ♥︎ aquí el comienzo de la nueva historia, espero les guste tanto como a mí escribirla. un besote, les amo mucho.

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