PARTE 1
Jueves 31 de octubre.
La alarma del despertador inundó los oídos de Amelia Brock, una joven rubia de quince años de edad, quién se incorporó aún con los ojos cerrados, estirándose y bostezando con sonoridad. ¡Detestaba el sonido del despertador! Era el canto de un gallo, sin embargo, ella lo conservaba como si fuera uno de sus más grandes tesoros, pues su padre, James Brock se lo había obsequiado un año antes de su fallecimiento.
La chica se frotó el rostro y caminó hasta el cuarto de sus hermanas, unas simpáticas mellizas de diez años de edad. Comenzó a moverlas con suavidad para despertarlas y mandarlas directamente la ducha.
-¡Yo gano el baño! – Gritó Celia y entró corriendo al cuarto de baño.
-¡Por favor! No griten – Bufó Amelia – Mamá está dormida y necesita descansar.
Amelia caminó rumbo a la habitación de su hermano menor, Gabriel, un lindo rubiecito que tenía cinco años de edad. Le hizo cosquillas en la nariz para despertarlo, el nene se cubrió el rostro con la sábana y comenzó a reír a carcajadas.
-¡No quiero ir al cole! – Gimió el niño - ¿Puedo quedarme con mamá?
-No, no puedes quedarte – Suspiró Amelia – Sabes que ella no puede cuidarte, ¡tiene que atender el bar! – Sonrió – Ahora ve a la ducha con Celia y dile que por favor te ayude a bañar.
El niño la obedeció y Amelia se dirigió a la cocina para ayudar a Beatrice a preparar el desayuno. Los niños tenían que atenderse solos todos los días y sobre Amelia recaía la mayor parte de la responsabilidad. Su madre, Chelsea Brock era la dueña de un bar ubicado cerca de su colonia. La mujer cerraba el local después de las dos de la madrugada, pero en ocasiones llegaba a casa mucho después de las cuatro.
James y Chelsea Brock, los padres de los niños, eran un matrimonio joven y muy feliz. James era músico, guitarrista de una banda de rock algo conocida en la localidad. En uno de sus numerosos conciertos conoció a Chelsea, una mujer castaña y menuda que le había robado el corazón. Lo suyo fue amor a primera vista y a pesar de que todos decían que su relación no iba a durar ya que eran demasiado jóvenes e inexpertos, la pareja contrajo nupcias a los pocos meses de conocerse y, un año después se convirtieron en padres de Amelia. Cinco años después, nacieron las mellizas Beatrice y Celia. Al final nació Gabriel, el único varón y el nene consentido de James.
A pesar de la felicidad de los Brock, la mala fortuna cubrió la vida de la familia con la trágica muerte de James, ocurrida a principios de ese año. El hombre era amante de las motocicletas y la velocidad, tenía una gran colección de vehículos y disfrutaba de dar largos paseos por los alrededores, montado en una moto. Por desgracia, su más grande placer fue lo que lo llevó a la muerte, perdiendo el control de la motocicleta e impactándose contra un camión de carga. La familia quedó destrozada, especialmente su mujer, quién tuvo que tomar el rol de padre y madre, además de atender el bar, que era el sustento de la familia.
-¡Necesitamos fotografías! – Murmuraron Celia y Beatrice al mismo tiempo, tirando de la falda escolar de su hermana mayor.
-¿Por qué no me lo dijeron ayer? Pude haberlas impreso – Suspiró – Mamá está durmiendo y no quiero molestarla encendiendo el ordenador para imprimir su tarea.
-¡No nos acordamos! – Se rió Beatrice.
-La miss nos pidió fotos de nuestra familia para hacer un árbol genealógico – Comentó Celia - ¡Anda, Amelia! Imprime las fotos por favor.
Amelia asintió y caminó con lentitud hasta la alcoba de su madre, abrió la puerta con delicadeza y entró sin hacer ruido para encender el ordenador y echar a andar la impresora. Hurgó en los archivos de su madre, buscando todas las fotografías de su padre, de la boda de ambos, de sus abuelos y de la familia para imprimir un par de copias de cada una para sus hermanas. La chica observó la foto favorita de su padre, ¡ahí se veía muy guapo y encantador! Imprimió esa imagen y la guardó celosamente entre su ropa.
-¿Pasa algo, Amelia? – Preguntó su mamá, incorporándose a medias sobre la cama.
-¡No, mamá! – Exclamó la chica – Las niñas necesitan unas fotos para un proyecto escolar. E imprimí varias para que las lleven hoy al cole – Sonrió - ¡Duerme, mamá! Te ves cansada.
-Hubo un cumpleaños anoche y cerré después de las dos – Bufó Chelsea – Tuvimos que quedarnos a limpiar porque dejaron el bar hecho un asco y llegué a casa a eso de las cinco.
-Son las ocho y media – Murmuró Amelia – No tarda en pasar el autobús – Te veo después de clase – Dijo la muchacha y besó a su madre.
-Espero tengan un gran día en el colegio – Exclamó Chelsea besando la mejilla de su hija.
Los hermanos de Amelia entraron a despedirse de su madre y salieron a prisa de la casa para esperar el autobús que los llevaría a su colegio. Como siempre, llegaron puntuales al enorme edificio, en la entrada del mismo, las gemelas se despidieron de sus hermanos para dirigirse a sus respectivos salones. Amelia y Gabriel les dijeron adiós con la mano y ellos dos caminaron juntos hasta el área del jardín de niños.
-Hoy no me hice pis – Sonrió Gabriel abrazando a Amelia.
-¡Muy bien, nene! – Sonrió su hermana – Quiero que te portes bien y que le hagas caso a tu miss, ¿de acuerdo?
-¡De acuerdo! – Dijo el niño besándola en la mejilla.
Amelia lo llenó de besos y le acarició la carita, Gabriel era la viva imagen de su padre. Ella suspiró, ¡echaba mucho de menos a su papá! Tenía una relación muy estrecha con el hombre, más estrecha que con su madre. James lo era todo para ella y perderlo había sido un golpe muy duro para la jovencita, ¡si tan sólo se hubiera despedido de él!
La chica caminó a toda prisa hasta el área de preparatoria pues la campana acababa de sonar, entró rápidamente a su salón de clases y buscó su lugar en la última fila de la derecha. Ahí la esperaban sus dos mejores amigas: Ruby y Harper.
-¡Te guardamos sitio! – Gritó Harper golpeando el asiento delante del suyo.
-¡No grites que se va enojar la profesora! – Bufó Ruby mirándose en un pequeño espejo de mano – Sabes que no le gusta que gritemos.
-Pero la muy zorra si nos grita – Murmuró Harper y le enseñó la lengua a Amelia.
Amelia comenzó a reír sin poder evitarlo. La profesora echó un ojo alrededor del aula, deteniéndose sobre el grupo de las tres chicas que inmediatamente guardaron silencio y se acomodaron en sus pupitres.
-¡La tarea! – Gritó la mujer acomodándose las gafas – La quiero sobre el escritorio, ¡ahora! – Exclamó golpeando con su palma la madera.
Las chicas en el aula se movilizaron para entregar su ensayo respecto a la edad de cobre y dejarla en el sitio que indicara la profesora. Amelia miró su mochila y dejó escapar un largo suspiro para cerrarla inmediatamente, levantarse y dejar su ensayo sobre el resto.
- La Edad del Hierro es el período en el cual se descubre y populariza el uso del hierro como material para fabricar armas y herramientas. En algunas sociedades antiguas, las tecnologías metalúrgicas necesarias para poder trabajar el hierro aparecieron en forma simultánea con otros cambios tecnológicos y culturales, incluyendo muchas veces cambios en la agricultura, las creencias religiosas y los estilos artísticos, aunque este no ha sido siempre el caso...
La profesora de historia hablaba y hablaba mientras Amelia tomaba notas rápidas y miraba de cuando en cuando el grueso volumen de historia universal. A Amelia le encantaba la historia y su padre le había regalado un montón de libros sobre la materia, sobre todo lo relacionado con la segunda guerra mundial y las culturas paganas de Europa del Norte.
-¡Chit! ¡Ey! – La voz de Harper la sacó de concentración - ¡Amelia!
La rubia volvió el rostro y miró a su amiga, dedicándole una mirada asesina, pues constantemente recibían regaños por parte de la profesora ya que hablaban demasiado durante la clase. Harper sonrió y señaló a Ruby, quién intentaba decirle algo.
-¿La conseguiste? – Preguntó Ruby levantando un poco sus manos.
-¡Sí! – Dijo Amelia entre dientes y señaló su mochila.
-¡Perfecto! – Gimió Harper con emoción - ¡Hoy es el gran día!
-¡Ya cállense! – Murmuró Amelia y bufó con molestia – De lo contrario nos pueden regañar o enviar a detención – Dijo la chica regresando su mirada a sus notas.
La clase de historia terminó finalmente, la profesora había dejado un nuevo ensayo y todas las chicas suspiraron fastidiadas. Tenían dos horas de cálculo y un par de horas de literatura antes de que pudieran pasar al comedor para tomar el almuerzo. Amelia y sus amigas estaban un poco desesperadas, habían estado planeando ese momento desde hacía varios días.
Luego de un par de clases tediosas y aburridas para las chicas; la hora del descanso dio comienzo. El resto de las alumnas caminaron en tropel hasta el comedor, riendo y charlando animadamente, pero no Amelia, Harper y Ruby. Ellas tomaron un rumbo diferente a las demás, andando en sentido contrario, yendo rumbo a los jardines y escondiéndose de los profesores para no ser descubiertas. Harper reía por su travesura, mientras que Amelia caminaba apretando un objeto contra su pecho para entrar en una vieja bodega que se ubicaba en uno de los patios más aislados del enorme colegio.
-¡Aquí no hay luz! – Murmuró Ruby presionando el apagador.
-Obvio ¿no? – Dijo Harper con fastidio - ¡Qué asco!
-Huele a meados y... - Exclamó Amelia cubriéndose la nariz con su camisa – Como a mierda, ¿qué clase de lugar es este? – Preguntó mirando a Harper.
-Es un buen escondite – Dijo la chica sacando una linterna de su mochila y lanzando la luz en todas direcciones.
-Creo que este sitio no ha sido limpiado desde que fundaron la escuela – Comentó Ruby mirando con asco el piso y los objetos que se encontraban apilados contra las paredes.
-¡Apuesto que aquí hay ratas! – Gritó Harper asustando a Ruby.
-¿Conocen la leyenda de esta escuela? – Preguntó Amelia poniendo cara de psicópata – Fue construida sobre un hospicio para dementes, pero antes fue un monasterio donde encerraban a los condenados a la hoguera – Sonrió la chica con malicia – Ahí torturaron, mutilaron y quemaron a montones de personas a los que tachaban de brujos y herejes. Y hay quienes afirman que muchos prefirieron suicidarse antes de continuar sufriendo todas esas torturas – Comentó mientras hurgaba en su mochila – Se dice que este sitio está maldito...
-¡Ya cállate Amelia! – Gritó Ruby interrumpiéndola - ¿Trajiste la tabla?
-Sí, ¡aquí está! – Comentó la muchacha mostrando una antigua tabla de ouija que había pertenecido a su padre – Mi papá la compró en una feria, pero nunca la usó. A mi mamá no le gustan estas cosas y ella la guardó bajo llave – Sonrió sacándola de su envoltorio - ¡Está completamente nueva!
-¡Excelente! – Sonrió Harper sacando unas velas de la mochila y encendiéndolas - ¿Alguna de ustedes lo ha hecho antes? – Pregunto haciendo una mueca.
-¡Yo! – Respondió Ruby – Lo he hecho un par de veces y con muy buenos resultados. El espíritu fue alguien muy amable y nos respondió un par de preguntas, pero después nos mando a la mierda – Dijo sentándose sobre el piso junto a Harper.
Amelia suspiró y tomó asiento frente a sus amigas, colocando la tabla de la ouija en el centro de su pequeño círculo y junto a la tabla, colocó una fotografía de su padre.
-¡Aaaalaaaaa! – Gritó Harper - ¿Él es tu padre? – Preguntó tomando la imagen entre sus manos y observándola con atención - ¡Pero si es guapísimo! ¿Por qué no lo conocí antes?
-Porque eres nueva, entraste el mes pasado – Respondió Ruby – Y creo que Amelia no te lo dijo, pero su papá murió en el mes de enero.
-¡Lo lamento! ¡No quería incomodarte! – Dijo Harper apretando el brazo de Amelia.
-No te preocupes – Suspiró la rubia – Yo sólo quiero hablar con mi papá y despedirme de él – Dijo con tristeza.
-Por eso vamos a hacer el ritual – Exclamó Ruby apretando la mano de Amelia.
-Entonces, ¿qué estamos esperando? – Murmuró Harper – Comencemos con el rito.
Las otras dos chicas asintieron y se relajaron, tratando de concentrarse para poder llevar a cabo el ritual. Las tres colocaron sus dedos índices sobre el apuntador y cerraron los ojos.
-¿Hay alguien aquí? – Preguntó Ruby con voz fuerte y clara - ¿Hay algún espíritu que desee contactar con nosotras? – Volvió a preguntar.
Afuera se escuchaba el alboroto de las chicas que jugaban en el descanso. Algunas platicaban sobre esa noche en la que habría muchas fiestas de disfraces debido a la fecha y se recostaban sobre el pasto de los jardines del colegio. Pero inesperadamente, el clima empezó a cambiar. El día pintaba para ser soleado, a pesar de que estaban a finales de octubre, de hecho, se sentía un calorcillo agradable como de verano. Pero de un momento a otro, densos nubarrones cubrieron el cielo y comenzó a soplar un vientecillo helado.
-¡Huele como a mierda! – Gritó Harper – Huele como a cadáver podrido, ¿no lo huelen?
-¡Cállate! – Gritó Ruby y abrió los ojos para dedicarle una mirada de molestia a su amiga.
-¿Hay alguien aquí con nosotras? – Preguntó Amelia sin despegar el dedo del apuntador - ¿Alguno de ustedes conoce a James Brock? – Continuó cuestionando.
Harper y Ruby mantuvieron sus dedos sobre el apuntador, el cual comenzó a moverse en dirección de la palabra "SI". Ellas se miraron sorprendidas y desconcertadas, estremeciéndose a causa del bajón de la temperatura dentro de la bodega. Amelia exhaló, dejando escapar el tibio vaho que se disipó inmediatamente.
-¡Joder, qué frío! – Gimió Ruby.
-¡Necesito contactarme con James Brock! – Gritó Amelia con voz más fuerte y el apuntador comenzó a moverse sin ton ni son sobre la tabla de la ouija.
-¿Qué dice? – Preguntó Harper - ¡Tú papá nos ha llamado rameras!
-¡No es mi papá! – Gritó Amelia con espanto - ¿Quién eres? – Volvió a preguntar la muchacha - ¿Qué es lo que quieres de nosotras?
-MI NOM-BRE ES - Balbuceó Ruby, pero el apuntador se movía rápidamente y no pudo leer lo demás.
El frío dentro de la bodega ya era insoportable, los dientes de las chicas golpeaban unos a otros y los movimientos de sus cuerpos eran difíciles de controlar. La peste dentro también era insoportable, olía a cadáver putrefacto.
-¡Esto no está bien! – Gritó Harper poniéndose de pie - ¡Aquí está pasando algo!
-¡Espera, espera! – Respondió Amelia – Tratemos un poco más – Gimió - ¿Eres mi padre?
El apuntador se movió en dirección de las letras "V", "E" y "O".
-¿Veo? – Preguntó Ruby - ¿Qué es lo que ves?
-Una cosita... - Dijo Harper entre risas.
-¡Eres una idiota, Harper! – Gritó Ruby y comenzó a darle manotazos.
Harper respondió con nuevos golpes e insultos, sin embargo, Amelia no despegaba su dedo del apuntador y estaba con los ojos cerrados, muy concentrada, ajena a lo que estaban haciendo sus amigas. Amelia abrió de nuevo los ojos al sentir cómo su dedo se movía junto al apuntador, el cual andaba de un lado a otro sobre el tablero. Harper y Ruby miraban con espanto cómo el apuntador andaba en todas direcciones sin decir nada coherente.
-A-A-M-O-N – Leyó Amelia y miró a sus amigas.
Inesperadamente, las llamas de las velas crecieron y comenzaron a titilar y a lanzar chispas. Ruby y Harper dejaron escapar un grito de terror, levantándose inmediatamente, pero Amelia parecía ajena a todo, su dedo iba y venía sobre el puntero.
-¡Amelia! – Gritó Harper - ¿Qué está pasando? – Preguntó a su amiga que se mantenía impasible.
Amelia no respondió, ella se encontraba en una especie de trance sin despegar el dedo del apuntador que se había quedado estático sobre la tabla, la cual señalaba una calavera con unas tibias cruzadas que era parte de la decoración del tablero. Harper y Ruby se miraban una a la otra, ¿qué carajo estaba pasando? Algo definitivamente no andaba bien. Las chicas se estremecieron cuando una presencia caminó detrás de su amiga, se trataba de la sombra de una persona, haciendo que los pelos de la nuca se erizaran y un escalofrío les recorriera la espalda.
-¡Amelia! – Gritaron las chicas - ¿Estás bien?
Súbitamente, las velas se apagaron, dejándolo todo en penumbras. El hedor y el frío en la estancia se intensificaban más. Ruby y Harper buscaban las linternas con desesperación, mientras Amelia continuaba ahí como petrificada, con el dedo sobre el apuntador. Las velas en la estancia volvieron a encenderse y las chicas lanzaron unos terribles alaridos de terror al ver cómo la tabla de la ouija se partía en dos.
-¡La tabla se ha roto! – Chilló Ruby.
-¡Amelia! – Gritó Harper y se cubrió el rostro - ¡Mira a Amelia! – Exclamó tratando de llamar la atención de Harper.
Ruby no podía hablar debido a la impresión que le había causado la visión de Amelia. El cuerpo de su amiga se encontraba en una extraña posición, la espalda curvada hacia atrás en forma de media luna, su cabeza colgaba y tenía los ojos muy abiertos, fijos en un punto de la habitación. Sus brazos y piernas estaban torcidas mientras que la chica susurraba frases ininteligibles.
-¿Qué te pasa Amelia? – Preguntó Ruby con desesperación - ¡Harper! Ve por ayuda.
-¡Nos van a castigar!
-¡Mierda, Harper! – Gritó Ruby – Eso no importa ahora, ¡ve por la puta ayuda!
Harper salió corriendo de ahí y Ruby intentó ayudar a su amiga. La chica se acercó hacia Amelia y la escuchó susurrar.
"Aamon... Tanta carne, tantos placeres diferentes... Recibe este sacrificio, esta sangre vital mía... Poder infernal: grito al Diablo... Aamon... El que vuela, más rápido que el halcón... Estigma diabólico... Aamon... Estigma diabólico... Aamon... Estigma diabólico..."
-¿Qué... qué dices A-amelia? – Preguntó Ruby paralizada por el miedo que le causaban las palabras de su amiga.
Amelia cayó al piso y comenzó a convulsionar al tiempo que gritaba de una manera terrible. Ruby estaba asustada y muy desesperada que también comenzó a gritar junto con su amiga, pero el grito de Amelia era horrible, esa no era su voz, era un grito infernal que nacía de un ser que no pertenecía al mundo de los vivos. Ruby comenzó a temblar llena de pánico, eso no estaba bien. De hecho, nada de lo que hicieron estaba bien.
● ● ●
-Amelia, ¿te encuentras bien? – Preguntó una voz.
La rubia abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos inmediatamente, la luz le lastimaba terriblemente y de cualquier manera no podía ver nada, sólo una luz blanca que le quemaba las pupilas.
-Amelia – Continuó la voz de una mujer - ¿Qué ha sucedido?
Amelia suspiró e hizo un nuevo intento por abrir los ojos. La luz ya no era tan intensa y pudo ver, aunque con poca nitidez, el rostro de la enfermera del colegio.
-Sigue mi dedo, Amelia – Continuó la enfermera – Y dime, ¿qué pasó ahí?
-N-nada – Suspiró la joven con voz entrecortada – No lo recuerdo.
-Estuvo muy mal lo que hicieron – Exclamó la enfermera – Estaban jugando y te desmayaste – Bufó la mujer - ¿Tomaste el desayuno?
-Sí – Respondió Amelia.
-¿Drogas? – Preguntó la enfermera y la chica negó con la cabeza - ¿Has tenido relaciones sexuales últimamente?
-No... yo soy... virgen – Gimió la chica - ¿Por qué lo pregunta?
-Para descartar un embarazo – Dijo la mujer - ¿Tu familia tiene antecedentes de alguna enfermedad? Como diabetes, por ejemplo. Algún mal del corazón.
-No que yo sepa – Exclamó la chica encogiéndose de hombros.
-Posiblemente hayas sufrido de presión baja – Comentó la enfermera – Voy a checarte y te daré un pase para que vayas con el médico este fin de semana y te revise, ¿de acuerdo?
-¡Gracias! – Murmuró la jovencita y permaneció sentada sobre la camilla.
-Puedes quedarte aquí, las clases van a terminar y después podrás ir a tu casa – Comentó la enfermera entregándole un papel – No vuelvas a hacer eso – Murmuró y salió de la habitación.
Amelia permaneció pensativa durante un rato. No recordaba nada de lo sucedido después de que terminara la clase de literatura, por tal motivo no comprendía las palabras de la enfermera. Se dedicó a descansar un rato antes de levantarse de la camilla y caminar rumbo a la salida, casi era la hora de que las clases terminaran y tenía que pasar a recoger a sus hermanas. En su camino, tropezó con su mochila, la tomó y la colocó sobre su hombro derecho el cual le dolía y le costaba un poco de trabajo moverlo. La joven suspiró cambiando la mochila de lugar y saliendo de la enfermería para ir a buscar a sus hermanas.
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Las chicas entraron en el bar por la parte trasera. Su hermano jugaba en el cuarto de la limpieza y se levantó inmediatamente para abrazar a las chicas y mostrarles un libro para colorear en el que estaba trabajando.
-Me lo regaló la miss – Sonrió el niño – Porque me porté bien y terminé mi trabajo a tiempo.
-¡Felicidades enano! – Dijeron Beatriz y Celia en una sola emisión de voz.
Amelia sonrió a medias y abrazó a su hermano, besándolo en la frente.
-¿Vamos a salir a pedir dulces? – Preguntó Celia sentándose en el piso
-¿Dónde está mamá? – Preguntó la chica a su hermano sin hacer mucho caso de la pregunta de su hermana.
Amelia caminó sin esperar alguna respuesta, internándose en la cocina del lugar y dejó a sus hermanos jugando en el cuarto de limpieza para buscar a su madre con la mirada. Algunos de los que trabajaban ahí la saludaron a gritos desde sus puestos de trabajo. Ella sólo les sonreía y levantó su mano para decir "Hola". Chelsea no se encontraba en la cocina, así que decidió preguntar a uno de los meseros, sería más fácil.
-¡Hola Rick! – Murmuró la joven - ¿Dónde está mamá?
-En la barra – Murmuró el hombre – El barista nos ha dejado y... - guardó silencio y miró a la chica con atención.
Amelia tenía el rostro muy pálido y de aspecto amarillento. El hombre sabía que algo no andaba bien del todo con esa joven, la conocía bastante bien, desde que era una niña pequeña y Amelia se caracterizaba por su piel sonrosada y su mirada llena de brillo.
-¿Qué pasa? – Preguntó ella con el ceño fruncido.
-¡Tienes muy mal aspecto! – Dijo Rick acariciando el rostro de Amelia - ¿Estás enferma?
-No – Dijo restándole importancia – Últimamente no he podido dormir muy bien, ¡ya sabes! Voy mal en cálculo.
Amelia se apartó y entró en el bar para buscar a su madre. La mujer estaba muy ocupada atendiendo a algunos hombres que pedían bebidas en la barra y en una enorme pantalla se transmitía el juego de Americano; los Cardenales de Arizona contra los Cuarenta y nueves de San Francisco. El bar estaba atiborrado de hombres que gritaban y pedían más cerveza, comida o botana. Al parecer se trataba de un día muy activo y la joven estaba segura de que su madre otra vez llegaría tarde a casa.
-¡Mamá! – Gritó la chica para atraer la atención de Chelsea - ¡Mamá!
-¡No deberías estar aquí dentro! Murmuró su madre apenas mirándola - ¡Mucho menos con el uniforme del cole!
-¡Pero mamá! – Protestó Amelia.
-Ve a la cocina, Maurice te entregará los tuppers con la comida y la cena – Murmuró Chelsea destapando un par de botellas de cerveza Sonrió deteniéndose y le lanzó un beso a su hija – Lleva a tus hermanos a pedir dulces, ¿quieres? Y pasan por aquí, los voy a estar esperando afuera, ¿de acuerdo?
Amelia rodó los ojos, no tenía caso negarse. Desde que había muerto su papá, su madre no tenía tiempo para ellos. Asintió y regreso a la cocina dónde el chef acomodaba los tuppers en una bolsa de plástico. Amelia tomó la bolsa y besó al hombre moreno que la estrechó en un fuerte abrazo.
-Les puse un poco de flan de capuchino – Sonrió el sujeto – Lo preparé especialmente para ustedes.
La chica le sonrió y se despidió de todos en el bar, sus hermanos hicieron lo mismo y salieron de ahí para dirigirse a su casa. Al llegar, los chicos dejaron sus mochilas en los sillones de la sala y se sentaron a mirar la televisión. Amelia los dejó distraerse un rato y entró en su cuarto, dejando la mochila sobre la cama, la abrió y miró su contenido. Era muy extraño, la tabla de la ouija estaba partida por la mitad, así como el apuntador. Hurgó un poco más, buscando la fotografía de su papá y no pudo encontrarla. ¿En dónde la había dejado? Se preguntó. Esa foto era especial para ella, se trataba de la última fotografía que le había tomado a su padre.
-¡Amelia! – Gritó Gabriel – Tengo hambre, ¿a qué hora vamos a comer? – Preguntó el chico, sacando a su hermana de sus pensamientos.
-¡Celia, Beatrice! – Gritó Amelia – Pongan la comida a calentar, enseguida voy.
Escuchó como las mellizas refunfuñaban, pero también escuchó ruido en la cocina. Amelia tomó una silla para colocar la mochila sobre la cómoda y así sus hermanos no se dieran cuenta que había tomado las cosas de su padre sin pedir permiso y peor aún, que las había estropeado.
Amelia salió de su alcoba, cerrando la puerta con lentitud y caminando rumbo a la cocina. La chica se detuvo a medio camino al experimentar una extraña sensación en su espalda. Sus vellos erizaron y sintió un poco de frío, parecía que alguien estaba detrás de ella y que con sólo estirar su mano podía tocarla, se llenó de miedo y comenzó a tiritar. No quería voltear, alguien se encontraba detrás de ella y.... Amelia no pude evitarlo y giró el rostro de manera instintiva, pero ahí no había nadie. En ese momento, escuchó un ruido dentro de su habitación. Amelia suspiró y regresó al cuarto, dándose cuenta que su mochila había caído de la cómoda y se encontraba sobre el piso.
La chica frunció el ceño y levantó la mochila, acercó la silla y volvió a colocar la mochila en la cómoda. Cuando estaba a punto de salir de su habitación, la mochila volvió a caer al piso, como si alguien la hubiera empujado deliberadamente y de nuevo su piel se erizó.
-¡Qué rayos! – se quejó Amelia y tomó la mochila para guardarla debajo de su cama y con rapidez salió de su alcoba para reunirse con sus hermanos en la cocina.
-¡Ya están calientes las albóndigas! – exclamó Beatrice con una gran sonrisa.
-¡Yo he puesto la mesa! – murmuró Celia mientras acomodaba a Gabriel en su silla.
-¿Podemos tomar Coca Cola? – preguntó Gabe.
-Sólo un vaso pequeño, Gabe. – respondió Amelia – Sabes que a mamá no le gusta que tomemos Coca Cola.
-¡Pero papá siempre nos daba! – exclamaron al unísono las gemelas.
Amelia suspiró pero no respondió, decidió servir un poco de la bebida cola en cuatro vasos y después tres albóndigas en cada plato. Antes de comenzar a comer, Gabriel juntó sus manitas y dijo una oración.
-Bendícenos Señor y bendice estos alimentos que vamos a tomar. Bendice a quienes los han preparado y da pan a los que no lo tienen. Por Jesucristo nuestro Señor... Amén. – exclamó el pequeño.
-Amén – respondieron las gemelas.
Amelia se quedó estática, ella tenía hambre. Ella quería comer las deliciosas albóndigas que Maurice preparaba. ¡Pero no podía moverse! Algo le impedía que llevar a su boca la cuchara rebosante de tomate molido y un par de trozos de bolas de carne. Con mucho esfuerzo empujó su mano hasta sus labios, su cuerpo temblaba y se ponía más rígido con cada intento, sin embargo, su necesidad del alimento era más grande y por fin pudo llevar la cucharada de comida a su boca.
Sus hermanos la observaban con detenimiento, los tres pequeños no habían pasado por alto el extraño comportamiento de su hermana mayor. Ellos casi terminaban su porción y Amelia apenas si había probado bocado.
-¿Amelia te pasa algo? – Preguntó Celia.
-Se está portando muy extraño – Murmuró Gabe con el rostro embadurnado de salsa de tomate
-¡Amelia está congelada! – Gritó Beatrice.
Amelia no escuchaba ninguno de los comentarios de sus hermanos, ella intentaba comer un poco más. Por desgracia, una rara sensación se apoderó de ella, un terrible asco la invadió por completo y vomitó lo poco que había logrado comer.
-¡Amelia, que asco! – Gritaron las gemelas al unísono.
La chica regresó de su sopor y miró horrorizada su plato. Inmediatamente tomó una servilleta y limpió sus labios, cubriéndose la boca.
-¡Voy a limpiar! – Dijo levantándose rápidamente – Pueden comer el postre en la sala y cuando terminen, saldremos a pedir dulces como cada año.
Los tres niños la obedecieron. Amelia miró su blusa manchada de tomate y también el plato, ¿por qué había vomitado? La comida en un principio le pareció deliciosa, pero no había podido tolerarla en su estómago. Limpió rápidamente el piso del comedor, recogió los platos y los metió en el lavavajillas antes de entrar en el cuarto de lavado para quitarse la blusa y meterla en la lavadora, luego entró en su habitación, tropezando con la mochila.
-¿Qué carajo? – Exclamó la joven al ver el objeto a mitad de la alcoba - ¿Por qué demonios no te quedas quieta? – Gritó pateándola para regresarla bajo la cama.
Amelia buscó una camiseta en su cajón, sacando una en color negro, estampada con el logo de la banda de su padre. También cogió unos jeans rasgados y unas botas adornadas con cadenas plateadas. Comenzó a vestirse lentamente, hasta que reparó en una marca oscura sobre su hombro derecho. Amelia se acercó al espejo, mirando con detenimiento la marca, tenía una extraña forma, como de unos dedos huesudos, pues las falangias eran bastante notorias. La chica recorrió la marca con su mano y se quejó de dolor.
La chica observó aún más la marca a través del espejo y de pronto se estremeció, parecía que alguien se encontraba detrás de ella, una sombra oscura y sin forma, que la hizo retroceder espantada.
-¡Amelia! – La interrumpió Celia - ¿Está todo bien? Desde que salimos de la escuela te noto muy rara. ¿Qué sucede?
-Nada – respondió Amelia – Ponte tu disfraz que saldremos a pedir dulces.
Se escuchó un grito de felicidad por parte de sus otros dos hermanos y en un dos por tres ya estaban listos para disfrutar de "La Noche de Brujas". Salieron de la casa y recorrieron todo el vecindario. Visitaron a su madre, charlaron con ella y regresaron a casa.
-¡Anda! – dijo Amelia – A lavarse la cara y ponerse las pijamas. – exclamó la chica – Ya es tarde y mañana es día de escuela.
-¡Pero es viernes! – gritaron las gemelas y entraron en la ducha.
-¡No quiero ir al cole! – dijo Gabriel y lanzó una risilla.
-Lo siento nene, pero ya tendrás sábado y domingo para descansar. – respondió Amelia – Ve quitándote la ropa que te daré un baño cuando tus hermanas salgan de la ducha. – murmuró y el pequeño obedeció.
Un rato después, las gemelas salieron de la regadera y Amelia preparó la tina para bañar a su pequeño hermano. El niño entró en la tina y se puso a cantar mientras su hermana mayor le untaba jabón con una esponja haciendo eco a la canción infantil de su hermanito.
De pronto, Amelia escuchó un ruido como si algo se hubiera caído y supuso que sus hermanas estaban haciendo un desastre, pues hacía unos momentos las había escuchado correr fuera del baño. Amelia se incorporó y caminó lentamente hacia su alcoba, pues escuchó como su despertador había comenzado a sonar.
-Niñas, ¡porténse bien! – gritó la joven – Salgan de mi habitación ahora.
-¡Estamos en nuestra habitación! – protestó Beatrice.
Amelia suspiró y giró el rostro hacia su habitación. El miedo le recorrió la espina dorsal mientras se acercaba al cuarto. De repente, las luces comenzaron a subir y a bajar, los dientes le castañearon pues hacía frío dentro de su cuarto. Parecía que estaba dentro de un congelador...
-¡Amelia, Amelia! – gritó Gabriel con desesperación.
-Gabe – gritó Amelia y corrió en dirección al baño pero la puerta de su habitación se cerró de golpe.
Amelia forcejaba intentando abrir, pues los gritos de su hermano crecían en desesperación. Incluso sus hermanas también habían comenzado a gritar. La chica estaba desesperada y por más que lo intentaba la puerta no cedía. Por fin logró abrirla y salió corriendo directamente al baño, pues su hermano seguía llamándola a gritos. Al entrar, la chica se sorprendió al ver la cantidad de vapor que salía de la tina. Su hermano estaba dentro de la bañera con agua hirviendo y rápidamente lo sacó de ahí y cerró los grifos.
-¿Por qué pusiste el agua tan caliente? – preguntó Amelia en tono preocupado.
-¡Yo no fui! – respondió el pequeño – Fue el hombre blanco.
-¿El hombre blanco? – preguntó de nuevo la chica arqueando las cejas.
-¡Sí! – dijo el niño – El entró en el baño, se sentó a la orilla de la tina y abrió el grifo del agua caliente. – exclamó Gabriel – Dijo que vamos a morir.
La chica no supo que decir, estaba sorprendida por la respuesta de su hermano. Gabriel era un niño fantasioso, pero no contaba ese tipo de cosas. Por lo general, su tema de conversación se centraba en programas que miraba en la televisión o películas. Rápidamente, Amelia lo tomó en brazos y lo llevó a su alcoba para revisar su piel. No estaba quemado, sólo un poco enrojecido. Le puso bastante crema humectante y lo acurrucó para que se durmiera. Gabe durmió al instante, Amelia dejó la alcoba y caminó a la cocina para lavar los platos de la cena.
Amelia estaba a punto de terminar de lavar el último plato, cuando de pronto el televisor de la sala se encendió. La chica pegó un gran salto y casi grita de susto. Sus hermanos estaban dormidos, así que ellos no pudieron encender el televisor. Quizá habían activado el encendido automático sin darse cuenta. La joven se acercó hasta el mueble donde se encontraba la TV y la apagó rápidamente, cuando uno de los radios de sus hermanas se encendió. Amelia lo tomó entre sus manos y sólo pudo escuchar un sonido blanco, seguido después de una respiración acelerada, casi un gruñido.
Lo que no notó Amelia fue que alguien se encontraba en la misma habitación que ella, se trataba de una figura siniestra, un hombre blanco y corpulento que la observaba fijamente.Las manos del hombre eran unas garras de largas uñas y se aproximaba a la chica, como queriendo tocarla.
Amelia se incorporó rápidamente, durante todo ese día había sentido mucho miedo. No le gustaba el aura que se sentía dentro de su casa. Llevó el radio consigo y pasó junto al hombre sin siquiera notarlo. Entró en su alcoba, deshizo la cama y antes de acostarse, buscó su mochila debajo de la cama, la sacó de ahí para lanzarla dentro del ropero y cerrarlo con llave. Luego se acostó, tomó sus audífonos y cerró los ojos para quedarse dormida casi al instante, escuchando el sonido de su canción favorita de Iron Maiden.
La chica despertó sobresaltada quitándose los audífonos y acomodándolos en la mesa de noche. Se sentó sobre la cama y parpadeó un par de veces. La puerta del ropero se abrió lentamente con siniestro rechinido, mostrándole su propia imagen. Amelia se miró fijamente a los ojos y escuchó susurros provenientes del armario. La chica se levantó de la cama y encendió una linterna para dirigir su luz al interior de su armario. Se sorprendió al ver a sus tres hermanos ahí dentro, abrazados y temblando de miedo. El pánico se reflejaba en sus ojos mientras los cuerpos de los niños temblaban.
-¡El hombre blanco! – Dijo Beatrice.
-¿Qué dices? – Preguntó Amelia pues no era la primera vez que escuchaba mencionar a ese sujeto.
-¡Está detrás de ti! – Gimió Celia - ¡Él va a matarnos!
Amelia se dio la vuelta pero no vio nada, la habitación estaba vacía.
¡Amelia! – Se escuchó una voz grave que susurraba su nombre - ¡Amelia!
La piel de la rubia se erizó totalmente y un escalofrío le atravesó el cuerpo. Una vez más, sintió el penetrante aroma a cloaca, carne podrida y humedad. Su cuarto apestaba y estaba muy frío. De repente se encontró tiritando y se abrazó a sí misma para conservar el calor. Amelia lanzó un grito cuando la puerta del ropero se cerró de golpe, ella lanzó la luz hacia la pared contraria y fue ahí cuando lo vio.
La imagen de un hombre corpulento y con el cuerpo desnudo pintado de blanco apareció delante de ella. El tipo susurraba su nombre y extendió sus brazos para tratar de sujetarla. Las manos de ese tipo eran unas garras de uñas afiladas de las cuales chorreaba sangre. Ella se hizo para atrás y se tambaleó, pues su cuerpo parecía no querer responder correctamente a causa del miedo. El tipo se acercaba más y más hacia ella y fue en ese instante cuando pudo distinguir sus rasgos.
-¿Papá? – Preguntó la joven mirándolo con fijeza.
Un grito agudo escapó de los labios de Amelia. Unas enormes manos negras la sujetaron fuertemente, arrojándola sobre la cama. Las manos la apresaban, impidiendo que se moviera. La chica gritaba con desesperación, pues una de esas garras le apretaba la garganta. El hombre blanco susurraba su nombre de manera siniestra, una y otra vez, acercándose a ella y tratando de tocarla mientras miles de manos salían de su cama, hundiéndola en un hoyo negro.
Amelia se despertó sobresaltada y bañada en sudor. Había sido una terrible pesadilla. ¿Por qué le estaba sucediendo eso? Tenía mucho miedo y se sentía desesperada. ¿Quién era ese hombre? No era su padre y sin embargo era idéntico a él.
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Con este capítulo arrancamos esta historia especial de Halloween y Día de Muertos. Las cosas se están poniendo feas para Amelia. Pero eso no es todo, se viene lo bueno y muy pronto descubriremos quiénes en realidad ese hombre blanco.
¿Qué les pareció el capítulo? Déjenme sus comentarios y opiniones al respecto.Las leo con atención.
Gracias por todo y mañana no se pierdan el siguiente capítulo.
Maria Decapitated
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