8. Natural
8. Primer encargo.
7 de julio 2000
El sudor corre como manantial por mi desnudo y musculoso torso más desarrollado. Mi cabello se pega contra la piel de mi rostro, pero no abandono mi concentración en mi oponente.
El maldito ninja que me ha estado tocando las bolas desde que llegué a Japón para terminar con mi entrenamiento y con el que llevo media hora intercambiando patadas y puños a lo Bruce Lee —aunque este era chino—, en este jodido rincón perdido de oriente.
Seis putos meses en los que desde las cuatro de la madrugada soy sometido a todo tipo de pruebas inventadas por algún hijo de puta mal parido venido del infierno. Algún psicópata que disfruta de crear torturas inauditas.
Que me valen mierda, porque las he ido superando una a una.
Y ahora atravieso la última.
Mi jodido grano en el culo.
—Vamos gaijin [extranjero] —me dice en su patético inglés. Está igual de transpirado y agitado que yo—. Darme todo que tener.
—Tu inglés es tan malo como tu habilidad de combate —provoco en su idioma—. Deja de bailar como una niña y terminemos con esto, que necesito ir a follar y tú no eres mi tipo. Aunque tu culo luce como el de una apetecible mujer después de tantos meses que llevo de abstinencia.
Sus rasgados ojos arden de rabia y se lanza contra mí una vez más.
Logra impactar un par de veces en mi rostro y abdomen con puños y patadas, pero no dejo que sienta la victoria por demasiado tiempo. Ruedo por el suelo y me cuelgo de una de las barras que obstaculizan nuestro campo de batalla. Salto de un eslabón a otro con agilidad, pasando entre ellas hasta que uso la gravedad como aliada y me lanzo en picada al sorprendido cuerpo que había estado siguiendo mis pasos acrobáticos.
Devuelta en el suelo, lo someto con diferentes palancas, que, aunque logra eludir cada tanto, termino dominando.
Sólo porque quiero humillarlo un poco más, vuelvo a girar sobre mi cuerpo y caigo sobre mis pies, en posición defensiva, esperando por el japonés, que parece que le va a estallar la vena del cuello. Se pasa el dorso de su mano sobre la comisura de sus labios, limpiando el rastro de sangre.
—¿Crees que estás listo? ¿Que lo has aprendido todo de nosotros, americano? No has visto nada.
—¿Tú me enseñarás lo que falta?
—Lo justo para demostrarte que nunca será suficiente lo que creas que sabes. Jamás dominarás nuestro ninjutsu.
—Sólo escucho palabras sinsentido. Más acción que respalden lo que dices, porque a este paso, sólo te estás ridiculizando.
Volvemos a enlazarnos con violencia, demostrando una surtida variedad de movimientos complejos de ejecutar por el hombre promedio. Lo que hacemos, parece humanamente imposible.
Debo reconocer, que el cabrón es el mejor de todos con los que me he enfrentado en esta especie de hermandad. Y el más jodido, sanguinario y perverso.
Eso me hace sonreír.
Porque más dura será su caída frente a este gaijin.
Lo tomo del cuello y de uno de sus brazos y lo termino de lanzar al otro extremo del lugar. Pero enseguida comprendo mi error cuando lo veo rodar con experticia hasta llegar a la pared donde descansan diferentes armas y captura una de las katanas.
Esto acabará muy mal.
Para él, obviamente.
Mi rival regresa a mí como un torbellino y debo ser ágil para esquivar los sablazos que bailan cerca de mi anatomía.
Gruñe exasperado por no hallar blanco en mí. Y entre tantas vueltas hechas, termino yo también en busca de dos sais que emparejen la situación.
Ambos armados, nos analizamos al mismo tiempo que nos movemos en círculos, cada uno blandiendo su arma.
—¿Crees que por tener un par de sais me vencerás?
—No. Te venceré porque soy mejor que tú. Y porque me subestimas. —Los dos saltamos simultáneamente al centro, donde logro bloquear su ataque filoso con un movimiento eficaz que atrapa la espada y tras un giro de mi muñeca, lo desarmo. Escucho cómo el metal choca contra el suelo, lejos de nosotros—. Deberías saber que nunca se subestima a un oponente.
La sorpresa marca cada rasgo al patearle el pecho y caemos los dos al suelo, conmigo encima de él y elevo mi brazo derecho con el sai dispuesto a dejar caer su punta en mi blanco humano.
Soy su verdugo y él lo sabe. Pero es valiente porque no cierra los ojos cuando doy mi estocada final.
Un rastro de sangre marca una fina línea en su mejilla atrapada por el filo que dejé clavado en el suelo, al lado de su rostro.
—Jaque mate —digo en inglés. Sonrío ante el ninja agitado debajo de mí, cuyos ojos rasgados están abiertos al máximo. Me pongo de pie y le entrego mi mano, que mira ahora con resentimiento—. No seas orgulloso y acéptala. No te matará reconocer que te vencí.
La toma, resignado, y lo levanto.
—Sólo porque me diste lástima, gaijin.
—Hey. Hablas bien mi idioma.
—Claro que sí. El inglés es muy fácil.
—Cabrón. Me engañaste todo este tiempo.
—Para que no creas en nada. Ni siquiera en lo que tus sentidos te muestran.
—Entiendo. Aun así, pateé tu culo. Tú no eres capaz de sentir lástima.
—Tienes razón —su cara de desagrado podría haberme arrancado una sonrisa, si fuera capaz de ello—. Eres bueno, gaijin. Una última lección. —Lo miro, expectante—. De aquí en más, deberás vencer a tu peor enemigo.
Entiendo que no habla de uno material.
—¿Mis miedos? No los tengo.
Miento. Porque lo que más me atemoriza es perder demasiado pronto también a mi padre, sin nada que poder hacer por él.
—Iluso. Eso crees. Pero no. No hablo de eso. Hablo de tu mente.
—¿Porque me jugará malas pasadas?
—Porque conoce todas tus debilidades.
—Entonces, no tendré ninguna.
—Repito. Iluso.
Quiero protestar, pero unos aplausos suenan desde la oscuridad y los dos nos volteamos hacia el origen. Los pasos sonoros de unos zapatos masculinos llevan hasta la luz una figura que reconozco de inmediato. Gerard mantiene sus palmas sonando con suaves impactos, y su rostro tiene una sonrisa de suficiencia. La mano del japonés se posa en mi hombro.
—Es hora de abandonar nuestro templo.
Como el ninja que es, no lo veo más al voltear a hacia atrás.
¿Esa fue su despedida?
Me encojo de hombros y regreso mi atención al inglés.
—¿Gerard? ¿Qué haces aquí?
—Vine a buscarte. Tienes trabajo pendiente —me extiende un expediente que saca del interior de su saco y parpadeo con los ojos fijos en el sobre color manila, comprendiendo lo que tengo en mis manos.
—¿Es hora?
— Lo es. Estás listo para entrar a este mundo, si es que sobrevives a tu primer encargo.
Una extraña sensación se extiende por toda mi columna vertebral.
—Lo haré.
—Lo sé, muchacho. Vamos por tus cosas. Nuestro jet sale en cuanto regresemos a Tokio. Tenemos pocos días para prepararnos.
Asiento conforme y nos dirigimos a la pequeña celda de piedra que fue mi habitación durante este período. Una vez dentro, comienzo a guardar las pocas pertenencias que me traje. Por primera vez, viví realmente con poco, y aunque no me molestó, al regresar, seré otro imponente hombre de negocios, que cumple con cada uno de sus caprichos.
—Te he estado observando todo este tiempo —dice de la nada. Vaya, eso no me lo esperaba, pero tiene sentido que siguiera mi progreso—. Y te has vuelto una formidable máquina de combate. Frío, calculador, carente de emociones. Eres un talento nato.
No hay orgullo en sus dichos y veo el motivo al leer en sus ojos la nostalgia por el camino que he elegido. También le surca la culpa.
—Gerard, amigo, no te reprendas por esto. No tienes nada que recriminarte. Esto es lo que soy ahora.
—Y lo aceptas.
—Lo necesito.
Menea la cabeza, mostrando su disconformidad.
—No lograré convencerte para que vuelvas a ser el muchacho de antes, ¿verdad?
—Ese muchacho ya no existe. —Suspira y decido cambiar el tema, tomando mis cosas. Sólo un bolso que me cuelgo al hombro y en la otra mano, mantengo la información de mi primer trabajo. Algo de excitación hormiguea en mi vientre—. Nada de mujeres ni niños, ¿verdad? Eso es lo que pautamos.
Gerry asiente, pareciendo sumido en reflexiones que dejan sus ojos grises alterados como una tormenta.
Lo ignoro. Debe de estar recordando su pasado como soldado y no pienso meterme en eso. En cambio, inicio una veloz lectura de la información de mi primer blanco —oficial—.
—¿Nos vamos para Suiza? —elevo el sobre, aludiendo al destino escrito.
—Todavía no. —Frunzo mi entrecejo, confundido—. Primero iremos a casa.
—¿Por qué?
—Porque no puedes arriesgarte a morir sin antes ver por última vez a tu padre.
Y eso, se convertirá en mi ritual a partir de allí.
***
9 de julio 2000
Estar aquí, después de seis meses de reclusión, y tras dos años de su asesinato no ha disminuido mi dolor ni un ápice.
Alzo mi vista y allí lo veo, sobre la chimenea apagada. El recordatorio de que nuestras vidas cambian en un instante, en manos de cualquier hijo de puta. Junto a los restos hechos cenizas de mi madre, otro golpe visual que produce un destello de rabia.
Una fotografía de lo que una vez fue una familia feliz y que nunca volverá a estar completa.
Solía ser mi recuerdo preferido.
Ahora, sólo es un vago retazo triste al que no pienso atarme, porque sólo me hace enfurecer con el mundo de mierda que me rodea. Y me atosiga como una puta conciencia por el camino que elegí, liquidando a ese chiquillo sonriente y feliz.
Dejando mi corazón atrás.
—Es mi fotografía favorita —dice el hombre que me dio la vida, como si hubiera leído mis pensamientos, acercándose lentamente con apoyo de un bastón.
—¿Cómo puedes soportar todo esto? —Abro mis brazos y miro a mi alrededor, dando énfasis a mi reclamo—. ¿Cómo puedes vivir en un lugar lleno de nuestros mejores momentos juntos sin sentir que te desmorona el sufrimiento de saber que no entrará más por esa puerta, o que no la tendremos riendo y bailando entre las olas del mar? —resoplo, a punto de soltar mi más reciente resolución—. De hecho, estaba por mencionarte que quiero vender todas las propiedades. Te compraré otro lugar donde no haya recuerdos dolorosos.
—Hijo, ¿no lo comprendes? —Su rostro pálido y demacrado se menea con resignación—. La tengo cerca. A cada segundo la veo en algún rincón y eso me calma. Le hablo en mis pensamientos y en mi corazón.
—¿Le hablas? —Ahora soy yo el que niega. No creo ni una mierda en eso de las almas. Pero prefiero callar, porque eso le da alivio a su pena. En cambio, prefiero seguirle la corriente—. ¿Y qué le dices?
—Le hablo de ti. De lo maravillosamente que estás llevando la empresa, incluso a la distancia. De lo preocupado que estás por mí —su semblante se oscurece—. De lo perdido que te encuentras. Y temo por eso. Por ti.
—No estoy perdido papá —protesto—. Estoy muy decidido en cada paso que doy y de los que daré. —En realidad, es más una autoafirmación—. ¿Estás seguro de quedarte aquí? —Afirma, con una triste sonrisa—. Muy bien. No venderé esto. Ni tu apartamento de soltero. Al menos, por ahora. Lo usaré para mí. Está cerca de la empresa.
—Si es lo que quieres, hijo —suspira—. Eres tú ahora el dueño de todo y apoyaré cada decisión que tomes. Aunque tienes razón en algo. No necesito ver todos los días esa urna. Eso sólo me hace pensar que está ahí por un terrible mal de la humanidad. En cambio... —avanza con su asistente de madera hasta la chimenea—. Preferiría tener a mi alrededor su silenciosa alegría. Así que... ¿me ayudas a liberar su cuerpo en el jardín?
Asiento, con el corazón de piedra hecho añicos en mi pecho.
Caminamos hacia el exterior. Cargo con un brazo la vasija y con el otro, me vuelvo el sostén físico que necesita el debilitado cuerpo de mi padre. Somos un contraste, con su frágil figura mientras que yo estoy más musculoso. Desde hace dos años, no deja de consumirse y eso me consume también a mí.
Una vez afuera, miramos el recipiente, tomando valor para el siguiente paso.
—¿Sabes? Agradezco haber sido yo el que sobreviviera y no mi Audrey. Si no vivimos los dos, prefiero ser yo el que se mantenga en este mundo.
Su tono es melancólico, y sus palabras generan confusión en mí.
—¿Qué? ¿Por qué dices algo así?
—Porque es tal el dolor de la pérdida, que no deseo que Audrey fuera la que lo padeciera. Pensar en que hubiera llorado y sufrido por mí, me hace sentir que la carga es mejor llevarla yo.
—Creo que entiendo. Porque esto realmente es una mierda casi imposible de soportar.
Definitivamente no lo he hecho para nada bien. Y sé que no podría sobrellevarlo como él si fuera yo el viudo.
—Steve... —me advierte ante mi vocabulario—. Es hora.
—Lo es.
Hacemos silencio y sé que cada uno está procesando lo que haremos. Él, seguramente, elevando alguna plegaria al Dios en el que cree, o entregando palabras de amor a su esposa. Yo, en cambio, sólo pienso en lo que me han quitado.
Cuando dejamos sus cenizas volar gracias al viento que se levantó en una escena casi teatral, viéndola irse definitivamente, siento que con ese gesto, todo lo humano que quedaba en mí también se marcha de la misma forma.
—Papá —hablo todavía con la vista en el polvo danzante—. Mañana debo irme de viaje otra vez. —Asiente, con sus ojos en la misma dirección que los míos—. No demoraré más de unos días —si todo sale bien—. Y cuando vuelva, te patearé el culo en el ajedrez.
—Modales, Steve... —ríe entre dientes—. Modales.
***
12 de julio 2000
Camino por Bahnhofstrasse, la calle principal de la ciudad de Zúrich, donde llevaré a cabo mi primer asesinato bajo contrato. Desde hace dos días que recorro como turista el centro cosmopolita, adentrándome en los diferentes puntos de referencia que me he memorizado desde que Gerard preparó todo.
Repaso mentalmente cada movimiento a ejecutar esta misma noche, cuando un escaparate capta mi atención.
Mis ojos se pierden del otro lado y un amago de sonrisa cosquillea en una comisura de mi labio. Me adentro en la exclusiva tienda y camino con seguridad hasta la atractiva empleada que me regala una sonrisa que es más que servicial.
—Bonjour, monsieur. Bienvenue à Chopard Boutique [Buenos días, señor. Bienvenido a Chopard Boutique] —ronronea en francés.
—Guten Morgen [Buenos días] —respondo en mi alemán a lo que identifico como un saludo. Después de todo, Gerard gestionó mi pasaporte falso como un ciudadano germano—. Ich möchte den Chopard LUCAll-in-One "Janus Watch" sehen, der im Regal steht [Quiero ver el Chopard LUCAll-in-One "Janus Watch" que está en el estante].
La rubia asiente con sus iris brillantes y sale detrás del mostrador de vidrio, bamboleando provocativamente su generoso trasero en busca del reloj. Pego mi mirada allí y me relamo sacando cuentas del tiempo que me llevará el trabajo y decido que buscaré espacio para disfrutar de la carne suiza antes de mi regreso a Alemania, que es desde donde vine y de donde partiré a Estados Unidos.
Se voltea con la joya y me importa muy poco que me haya atrapado con mi vista sobre ella. Y al parecer, por la sonrisa maliciosa que me entrega, tampoco le molesta. Regresa a su puesto, más seductora que antes y pasa a explicarme cada detalle, que no escucho, porque ya conozco lo que deseo.
Y hablo de la perfecta máquina de engranajes suizos.
Aunque también puedo incluir a la otra obra suiza entre mis deseos.
Después de todo, aún no he terminado mi abstincencia de más de seis meses.
—Me lo llevo puesto —indico sin siquiera preguntar el precio, lo que al parecer, tiene extasiada a la muchacha.
—Muy bien. Necesitaré su identificación para completar los datos de propiedad, señor...
—Klaus. Alfred Klaus.
—Serían cuatrocientos setenta y nueve mil seiscientos francos suizos.
Entrego el documento y la tarjeta con el dinero adelantado por el servicio —depositado en una cuenta fantasma—, y en cuestión de segundos tengo ambos plásticos de regreso en mis manos.
—¿Puedo asistirlo en algo más, señor Klaus? —cuestiona con las pupilas dilatas, el pulso evidentemente acelerado y las cimas de sus senos atravesando la tela de su camisa.
Ni ciego pasarían inadvertidas las ganas que tiene de que la empotre para follarla con rudeza.
—¿Cómo quieres asistirme, linda? —Le guiño un ojo—. ¿Y en dónde?
El jadeo de la dependienta cuando acaricio la mano que mantiene sobre el cristal, me indica que está más que dispuesta a todo. Y lo confirma la sonrisa descarada que toma sus labios.
***
La oscuridad es mi aliada. Es una de las lecciones aprendidas en Japón.
Y por primera vez, estoy volviéndome realmente parte de ella, sentado en una butaca en la propiedad de mi próxima víctima. Todos mis sentidos están pendientes de mi objetivo, esperando que cumpla con su rutina a cabalidad. Chequeo mi reciente adquisición —mi Chopard—, bajo un tenue haz de luz que entra por la ventana para comprobar que ya es hora y por un breve instante rememoro el polvo intenso que tuve en la trastienda cuando la vendedora pasó el cartel de cerrado y me condujo a una oficina, donde la follé dos veces. Una contra la pared, y otra de espaldas, sobre el escritorio.
Sin beso de por medio.
Nunca se percató que recuperé los dos preservativos cargados después de la faena, metiéndolos en la bolsa donde iba la caja vacía del reloj. Gerard dijo que nada de ADN.
El sonido de la puerta abriéndose y cerrándose desde la distancia me trae de vuelta, y los pasos relajados que se aproximan cada vez más hacia su desconocido verdugo me alertan, haciéndome tensionar cada fibra muscular.
Afirmo mi mano sobre el arma silenciada cargada con una bala especial. La que será mi firma a partir de ahora y que manipulé gracias a las exhaustivas instrucciones de armamento que el exespía inglés me impartió durante el año y medio antes de mi viaje a Oriente.
Un proyectil cuya cabeza tiene grabadas las letras A.C.
Las iniciales de Audrey Callen.
Porque cada uno de estas mierdas que caiga en mis manos, será marcado por lo que la maldad de este mundo le hizo a la mujer más importante de mi vida.
La puerta se abre, pero la luz de la habitación no responde al hombre cuando este presiona el interruptor.
—No encenderán. —Me levanto de mi posición, hablándole en inglés, porque estoy al tanto de que lo comprende. El sujeto salta asustado en su lugar y el pánico lo cubre por completo—. Me encargué de eso.
—¿Q-quién eres? —balbucea con acento, tratando de alejarse a pasos torpes de mí, pero es fútil. Mis largos y amenazantes trancos ya me tienen cerca, dominándolo.
—Un monstruo. El que los de tu clase han creado.
Intenta sacar un arma de su cinturón, pero soy más rápido.
Aprieto el gatillo y el fogonazo del estallido acallado ilumina su rostro, entregándome una fugaz imagen al momento en que la vida le es arrebatada por mi mano.
Dejo el cuerpo en el suelo y me dejo engullir por la noche al abandonar la vivienda.
Está hecho.
Maté intencionalmente, con premeditación, frialdad y sin remordimientos a un hombre. Y no siento ningún tipo de emoción que me altere por ello.
Me resulta natural.
Es lo que soy ahora.
Un cazador.
Sin embargo, las palabras que dije se repiten en mi mente y comprendo que son reales.
Estoy anidando un monstruo. Uno que puedo asegurar, que tarde o temprano me comerá vivo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro