Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6. Ya no soy el mismo

6. Ya no soy el mismo.

5 de mayo 1998

Mis párpados pesan demasiado, pero lentamente venzo la gravedad y logro entornarlos, percibiendo la molesta claridad a mi alrededor, haciéndome parpadear.

Intento moverme, pero un dolor punzante me detiene bruscamente y quedo tendido en la cama —una que no reconozco—, con mi mano sobre la molestia abdominal, percibiendo una gasa cubriéndome. Me reviso, notando hematomas por todo mi torso.

Los recuerdos me asaltan de golpe y toda la nebulosa propia del despertar se disipa por completo.

El ladrón, el arma, la pelea.

La apuñalada y la muerte —asesinato—, del responsable de todo el dolor de los Sharpe.

—¿Dónde estoy? —balbuceo.

—En mi casa, muchacho. —Me sobresalto, porque creí haber hablado a la nada. Giro lentamente y con cuidado hacia el origen de la familiar voz con acento. Gerard está sentado en un rincón y su mirada es recriminatoria. Trago grueso, sintiendo pesar, aunque no arrepentimientos—. Eso que hiciste fue realmente estúpido, Steve. Si no llegaba a tiempo anoche, hubieras muerto desangrado y causado todavía más dolor en tu padre. ¿Qué era lo que pasó por tu mente, hijo? ¿Creíste que matar a alguien era sencillo? ¿Y las consecuencias? Has manchado tus manos con sangre. ¿Crees que con lavarlas con agua quedan limpias?

—¿Qué hago aquí? —pregunto, ignorando su duro semblante y su reprimenda—. ¿Cómo me encontraste?

Resopla, negando con la cabeza. Se pone de pie y se sienta a mi lado, en la cama, deslizando la sábana que me cubre para revisar debajo de la venda. Al menos me dejó en mi bóxer.

Frunce su ceño y chasquea la lengua.

—Fue una puñalada limpia y no tan profunda. Perdiste sangre, pero pude detener la hemorragia a tiempo.

—¿Tú la suturaste? —Asiente con la cabeza—. ¿Cómo sabes hacer eso? ¿Lo aprendiste en las Fuerzas Armadas Británicas?

Los grises iris me atraviesan. Parece dudar en dar su respuesta. Me responde con otra pregunta. Una que ya me hizo segundos antes.

—¿Qué pensaste Steve que iba a ocurrir al matar al ladrón? Tu madre no volverá y tu padre estuvo a punto de perder lo único que le queda en la vida. Y de haber sido así, no tendría nada más por lo que luchar. Hubieras acabado con él.

—Necesitaba hacerlo. Tú has matado en el pasado.

—Como soldado. En defensa de mi país.

—Yo lo hice en venganza por mi madre.

—La policía iba a encontrarlo y hacerle pagar.

—No de la manera que debía hacerlo. O que quería. Tenía que verlo a los ojos. Ni siquiera parecía lamentar sus actos. Fue como si mi madre hubiera sido una más de su lista. Perdida en un mar de nombres entre sus víctimas.

—Y ahora, ¿te sientes mejor?

Medito sobre ello. Maté a alguien. Eso me convierte en un asesino. ¿Por qué no hay nada en mí que me haga sentir mal, nauseabundo o temeroso de perder mi alma?

Cierto, ya no la tengo. Me la aniquilaron, como yo lo hice anoche con el responsable.

—En paz. Sólo hay silencio en mi mente. Ahora te toca a ti responderme. ¿Cómo sabías dónde estaría? ¿Me seguiste? —Una suposición cruza por mi cabeza—. Tú... sabías lo que haría. 

—No me engañas, muchacho. Vi la resolución antes que tú mismo. Sólo que no creí que lo harías tan rápido. O serías tan descuidado. Ojalá hubieras acudido a mí.

—No quería arriesgar a nadie más. Si me descubren, iré a prisión por mis actos, sin arrastrar a nadie más conmigo. Porque no dudo que tarde o temprano, llegará la policía por mí.

—No lo permitiré, Steve. Limpié lo necesario y recuperé la estúpida arma que llevaste. La lancé al río, junto con la navaja. No llegaste a manchar el suelo con tu sangre.

—Pareces un espía —bromeo, tratando de sentarme, recostándome sobre el cabezal de la cama. Las manos de Gerard me asisten velozmente—. Después de hoy, me siento como uno. Acabando con criminales sin dejar huellas.

—Eso es más propio de un sicario. 

—Es lo mismo. Matan por deber. Uno a una nación, otro por un contrato.

—No hay honor en ser un mercenario —reprocha. Su voz es dura. Algo extraño en él—. Lo sé. Conozco la diferencia.

—¿Cómo?

Se tensa. Todo su cuerpo queda erguido a mi lado. El cielo nublado de sus ojos me da escalofríos. Pero serán sus palabras las que calen hasta los huesos.

—Trabajé para el MI6. Y he vivido por muchos años entre ambos mundos. El del espionaje y el de los asesinos. Donde tu vida está en peligro y es casi imposible llegar a la vejez.

Río, como no lo hacía en días. Lo hago como puedo antes de que la herida me limite. El viejo amigo de mi padre, es un espía. Un puto James Bond de carne y hueso. Sentado a mi lado, diciéndome que es real lo que las películas muestran.

Esto es hilarante.

—Vamos, Gerard. No jodas conmigo. Ahora me dirás que eres un arma mortal. Que vives en las sombras y atacas cuando se requiere.

—Es lo que hacía, hasta que me retiré. 

Mi sonrisa se borra. Todo se acomoda en mi mente.

—Es por eso que tienes contactos por todo el mundo. No los tendrías siendo un soldado. Los tienes porque has trabajado con otros gobiernos. En locas misiones con asesinatos, secretos y amenazas mundiales.

—Lo haces sonar como una novela.

—Es lo que parece. ¿Me equivoco?

—No —acepta y eso me tiene como niño en dulcería. Hasta que recuerdo lo que me motivó a hacer lo que hice tan sólo unas horas atrás—. Ahora, yo también soy un asesino.

—Sólo tú y yo lo sabemos. Y nadie más lo sabrá nunca. Seguirás con tu vida —su voz es autoritaria, pero no tiene efecto en mí—. Harás de cuenta que nunca ocurrió y terminarás tu carrera para retomar tu camino.

—Ya no está. Lo que tengo frente a mí es un nuevo sendero, que aceptaré como consecuencia. 

—¿Qué estás diciendo?

—¿Por qué no lamento haber acabado con una vida? Aunque fuera un delincuente, no siento nada más que... bueno... nada. Sólo vacío.

—Es el duelo.

—Es resolución. Enséñame a ser un arma, como tú. A acabar con otras escorias.

—Volverte en un justiciero —niega, sin quitar sus ojos en mí. Noto pesadumbre en ellos. Pero no me moverá de mi decisión—. Es una idea ridículamente romántica. No hay justicieros. 

—Entonces, seré un sicario. Debes tener contactos con ese mundo.

Por un segundo, creo ver sorpresa en él, como si lo hubiera atrapado en una verdad no reconocida. Pero enseguida retoma su postura imposible de leer y yo ignoro mis pensamientos.

—¿Por qué lo dices?

—Porque me dijiste que viviste entre ambos mundos. No puedo ser espía, pero lo que le pasó a mi madre, no dejaré que siga pasando. Acabaré uno por uno si es necesario. Y necesito tu ayuda. Que me entrenes para ser el mejor.

Veo la lucha interna reflejada en la tormenta de su mirada. Me enfrento a ella con seguridad y es cuando, tras unos minutos, mueve muy despacio su cabeza de arriba abajo.

Y es así como dejé de ser un simple estudiante universitario.

Ese fue el punto de quiebre que me desvió de mi camino. O tal vez, si el destino existe marcado de antemano, sólo estoy llevando mis pasos hacia donde debo ir.

***

19 de mayo 1998

Miro a través del enorme ventanal del que desde hace dos semanas se volvió mi despacho en Sharpe Media, viendo la ciudad de Nueva York del otro lado.

Mi vida ha estado girando entre la empresa de mis padres; los entrenamientos secretos y exhaustivos con Gerard, como si no tuviera heridas recientes en mi anatomía; y el hospital, donde mi padre será dado de alta el día de mañana. No porque esté curado, sino, porque ya no hay nada que puedan hacer por su maltrecho cuerpo que sea diferente a estar en su hogar.

Su hogar.

Ya no existe. En su lugar, lo llevaré a la casa de playa en Los Hamptons con una enfermera privada. Es otra de las propiedades que tenemos y donde siempre solíamos veranear.

En cambio, la universidad, ha quedado relegada a segundo plano desde lo ocurrido con mi madre. El decano ha dejado en claro, con mucha sutileza en su explicación en su oficina la última vez que fui para recoger mis cosas, que, aunque comprende por lo que estoy pasando, sería una pena que de no presentarme en los exámenes finales de junio, perdiera mi último semestre de la carrera.

Ni siquiera me molesté en explicarle que no volveré.

Porque ya no tiene sentido para lo que seré en el futuro.

Tampoco cuando se me necesita aquí.

Resguardando el imperio que con tanto esfuerzo creó mi padre desde la nada.

Un joven huérfano que se enfrentó a un mundo con su inteligencia, valentía y tozudez.

Y ahora, yo también estoy huérfano de madre.

No he dejado de repetir mentalmente nuestra conversación cuando le conté la decisión que había tomado —no la de ser sicario—, de abandonar los estudios y cubrir su puesto como presidente.


<<—Hijo, esta dura lección debe reafirmar que hay que vivir el tiempo que se tiene sin desperdiciarlo en cumplir con deberes ajenos. La felicidad es un bien demasiado preciado para desestimarlo.

—¿Vivir, papá? ¿Felicidad? ¿Qué es eso para mí? Son sólo palabras sin sentido.

La decepción y la tristeza pintan su rostro.

Si supiera en lo que me estaba convirtiendo. 

Vivir ya no era una opción. Mucho menos el ser feliz.

—Eres joven —insiste—. Pasa tu duelo. Ambos lo haremos —tose y el dolor se marca en sus facciones, haciéndome saltar de mi asiento hacia él, pero me aparta con una mano, que se está volviendo huesuda—. Hallaremos a alguien acorde para manejar Sharpe Media. Leonard nos ayudará y te guiará mientras tanto en la búsqueda. Lo mismo Beatrice. Pero tú, hijo, deber volver a tu vida. Recuperarte e ir en busca de tu destino>>.


Buscar mi destino.

Si pudiera reírme, lo haría. Pero el humor ya no hace parte de mí.

Mi destino lo he convertido en un futuro oscuro, frío y carente de sentimientos, más allá del amor hacia mi padre. Lo único que me queda en la vida.

Me he obligado a tomar la posición del hijo del dueño de uno de los conglomerados de los medios de comunicación más importantes de la costa este no sólo porque siento que es mi deber, sino porque, a sugerencia de Gerard, obtendría una fachada legal como también una fuente constante de información, que me daría acceso a datos que de otra manera no obtendría de manera sencilla.

Y hasta planteó la posibilidad de manejar las noticias para alterar en el futuro aquellas que puedan llegar a relacionarme con lo que sostiene, se volverá mi profesión en cuanto esté listo. Lo que puede llevar un par de años.

El sonido del intercomunicador de la que ahora es mi asistente, suena, molestándome profundamente. 

Decido ignorarlo, creyendo ingenuamente que Beatrice del otro lado abandonará su insistencia, dejándome sumido en mis pensamientos.

Esos que me tienen ansioso por lo que nos espera cuando lleve a mi padre a su nueva residencia. Una llena de recuerdos. Recuerdos felices que se verán empañados pronto.

La puerta se abre después de unos pocos golpes que no contesto.

—Señor —suspiro resignado. Ya no soy solamente Steve. Me he vuelto el señor Sharpe definitivamente, incluso para los que me conocen desde niño—. Lo siento por la interrupción. No respondía al llamado. —Y sigo sin hacerlo, manteniéndome de espaldas a la entrada—. Tiene visita. 

—Gracias —responde una voz detrás de mí y la tensión se apodera de mis músculos al reconocer su suave melodía. 

Una que hacía casi un año que no escuchaba.

La puerta se cierra y unos tacones resuenan en el suelo, excepto cuando atraviesan la alfombra, que amortigua su andar.

De repente, los largos, delgados y blancos brazos que tanto he echado de menos rodean mi abdomen desde atrás sin tocar mi herida, haciendo que un extraño sentimiento se aloje en mi pecho.

Uno de vacío.

No respondo a su gesto, manteniendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón.

Debería hallar algo de consuelo al tenerla aquí, por fin, conmigo. Pero no.

—¿Qué haces aquí, Madison?

Me escucho y sueno como un gélido cabrón.

—Supe... —titubea—. Lo siento Steve. Me enteré tarde. Edward me contó. —La mención de nuestro amigo aumenta mi malestar—. En cuanto me libré de mi último compromiso, dejé los siguientes para tomar un vuelo. 

—No era necesario.

—¡Claro que sí! —protesta y la tengo de frente a mí, frunciendo su entrecejo y cruzando sus brazos por debajo de sus pequeños senos.

Sus mejillas están enrojecidas por el enfado.

La escaneo rápidamente. 

El año le ha sentado fabuloso. Ya no luce como una delgada muchacha de diecinueve años. Con veinte, su cuerpo sigue igual, pero luce glamorosa en un vestido exclusivo hasta las rodillas y con tacones que casi la llevan a mi altura. Su maquillaje es sutil y resalta sus ojos claros. Su cabello negro está recogido finamente. Se nota a la legua que es una modelo de alta categoría.

Aunque por mi bien, nunca indagué en su vida profesional después de nuestro confuso roce la noche de su despedida.

—No —insisto—. No tienes nada que hacer aquí. Te fuiste. Y no volviste. Me dejaste.

Me siento como un niño patético reclamando por el juguete perdido.

—Steve —gime—. Me fui por trabajo. Pero eso no significa que me haya ido de tu vida.

—¿Ah no? Pues eso es exactamente lo que se sintió. Te fuiste con Edward. Al menos, espero que los dos hayan sido felices juntos —ataco con desencanto.

—¿De qué hablas? Suena a que crees que Eddy y yo nos enrollamos.

—¿No lo hicieron?

Nunca me atreví a preguntarle. Él sólo regresó de Londres y jamás hablamos al respecto. Supuse que mantenía su relación a distancia con un perfil bajo porque sabía que al final, yo sí tenía sentimientos por ella —ahora extintos—, y que respetaba eso. Nuestra amistad.

—¡No! Me ayudó a iniciar mi carrera. Y tú, al parecer, eres un imbécil de mierda, Steve Hudson Sharpe. Tú me dejaste en claro que nada más podía haber entre nosotros. ¿Acaso has olvidado eso? —Sus ojos relampaguean con furia—. No puedes reclamarme nada.

—¡Me gustabas! ¿Vale? —Parpadea perdida en mi encendida confesión—. Me gustabas. Quería algo más, pero te estabas yendo con Edward.

—¿Y? Iba a ser por un año. Edward me prometió que convencería a su padre de que me representara a la distancia para seguir mi carrera desde aquí. Podríamos haberlo hecho funcionar si me hubieras confesado tus sentimientos.

—Sí claro. Con Edward entre tus piernas.

—Otra vez... ¿de qué carajos hablas? Entre Edward y yo no hay nada, salvo una amistad.

—Él, él está enamorado de ti.

—Ah. Eso —la vergüenza toma lugar en su rostro—. Pero yo no lo estoy de él.

—Eso ya no importa. Lo nuestro fue hace tiempo.

—Al menos, espero que podamos recuperar nuestra amistad. Esa que has rechazado.

—¿Cómo mantienes una amistad cuando no compartes tiempo, palabras o anécdotas?

—Eres injusto. Tú no has aceptado mis llamadas. No has respondido salvo con escuetas frases mis correos electrónicos.

Resoplo, pasando mi mano por mis cabellos perfectamente peinados hacia atrás. 

—Ya no soy el mismo, Madison.

—Eso lo veo —me revisa de pies a cabeza, sonriendo, tratando de disminuir la tensión acumulada entre nosotros. Pero si espera un reflejo semejante de parte mía, no lo encontrará—. Tu cabello luce bien. Y el traje te sienta de maravilla. Tan imponente.

Me despedí de mi cabellera revoltosa el día de la ceremonia de mi madre. Como de la ropa informal y la barba a medio crecer.

 —No lo digo por eso, Madison. Simplemente, el Steve Sharpe que conociste, murió el mismo día que mi madre.

—No digas eso —solloza, acercándose a mí—. Eddy me contó que abandonaste la universidad.

—No tiene sentido que siga, cuando tengo otras prioridades ante mí.

—¿Cómo transformarte en un magnate de los medios de comunicación? —No precisamente—. Este no es tu sueño. No lo dejes de lado. 

Trata de acunar mis mejillas entre sus delicadas y arregladas manos, pero atrapo el acto en la mitad de camino, cerrando mis manos alrededor de sus muñecas.

—No hallarás en mí al muchacho del pasado. Como tampoco sus mismos sueños.

—Steve —susurra contra mi rostro. 

Cierro los ojos brevemente por el cálido aliento.

—Steve —repite. Abro mis párpados, conectando con sus celestes, que me miran brillantes—. Mi contrato termina en dos meses. Me ofrecieron renovarlo, pero diré que no si no puedo trabajar desde aquí. —Estoy a punto de preguntar cuando se adelanta a responder—. Por ti, Steve. Quiero volver por ti. No has dejado de estar en mis pensamientos. O en mi corazón. Te quiero. A ti. Con todo. Te ayudaré a retomar tus metas.

Todavía aferrado a sus muñecas, la alejo de mí ante su confusa mirada.

—No puedo darte nada cuando lo he perdido todo.

—No es así. Me tienes a mí. Podemos...

—No. 

Soy contundente. Y ella se da cuenta porque baja su mirada y da marcha atrás. No sólo con sus pasos. También con sus intenciones.

Ha llegado tarde. Si hubiera venido a mí un mes atrás, si hubiera estado a mi lado en mi peor pesadilla, tal vez, en una remota oportunidad, podríamos haber creado una nueva versión de mí.

—Definitivamente, ya no eres el mismo.

—Te lo dije. Ahora, será mejor que te vayas.

—Estaré en el Plaza. En la suite Legacy. Por si necesitas una amiga.

—¿Una amiga? ¿Vuelves a ofrecerme tu amistad? —Suelto con sarcasmo que no es recibido de buena manera. Tampoco lo pretendía.

—Vete a la mierda Steve. Tú habrás desechado nuestra amistad. Pero yo no. Ni lo que siento por ti. Quiero darte todo.

—Y que yo te lo dé todo. No lo tendrás. Ni tú. Ni nadie.

—Encerrarte en tu dolor, en tu tristeza, no hará que ella vuelva —aprieto mis dientes y los siento rechinar—. Tampoco te hará bien negarte a sentir.

—Vete. No tienes nada más que decirme que me importe. Regresa a Londres. Y a tu vida. Aprovéchala.

—Deberías escucharte y seguir tu propio consejo. Antes que te pierdas definitivamente en la soledad en la que te estás sumergiendo tú mismo.

Taconea a mi lado hacia la salida.

Y efectivamente, la soledad me rodea entre las elegantes paredes del despacho. 

—Puta madre —golpeo con mis puños la dura madera del escritorio—. Necesito despejarme.

Gerard ha estado tratando de inculcarme el control sobre mis impulsos. Pero todavía no lo logro. En cambio, decido salir a conducir mi Audi para calmar mis demonios.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro