Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. Los Hamptons

14. Los Hamptons.

4 de julio 2004

Mi cabeza no deja de reproducir desde hace una semana la conversación con el doctor que secretamente atiende a mi padre.

<<Lo siento se disculpó agachando la mirada—. No hay mucho que hacer. Su cuerpo se deteriora lentamente y no hay forma de evitarlo. Su enfermedad degenerativa lo está devorando. Está más allá de mis posibilidades. Sólo un milagro podría salvarlo>>.

Un milagro.

Esas palabra se clavan más profundo en mí y eso hace que mis brazos y piernas se muevan más rápido, venciendo la resistencia del agua, deseando escapar de lo inevitable.

Nadar se ha vuelto mi desahogo.

Cada brazada, cada empuje que hago en el medio acuático, es un fútil intento de ahogar mis penas. De alejarme de alguna manera de esta realidad. De la mierda que no deja de caer sobre mi familia. Pero nado en círculos. Y aunque lo hiciera en el mar, hacia el horizonte, desaparecer no arreglaría nada.

Es por eso que usaré toda mi fortuna si hace falta —la legal y aquella oscura—, de manera de hallar la cura para el hombre que no merece consumirse como un muñeco de nieve bajo el sol. No importa lo que tenga que hacer.

Y es por eso, que esta noche, iniciaré un doble plan.

Uno, como filántropo.

Otro, como un secreto benefactor.

Primero, debo conocer personalmente a los posibles responsables —sin que ellos estén al tanto, claro está—, de la posible cura que me proporcionarán.

Porque nadie sabe que el gran Richard Sharpe vive.

Para el público en general, el multimillonario falleció tras años de sufrimiento y agonía. Emocional y físico. Se extinguió tiempo después del asesinato de su esposa. Parte por el duelo no superado, y parte por las heridas que degeneraron su cuerpo, volviéndolo débil.

No está tan lejano de la realidad. Por lo que el evento al que deberé asistir esta noche lo hago con la intención de tomar otra oportunidad para avanzar en el ansiado milagro en manos de la ciencia.

Con renovado vigor, emerjo del agua fría de la piscina de mi mansión. Mis músculos están más relajados ahora y mi cabeza más ordenada. Es lo que hace la natación para mí.

Salgo lentamente y tomo la toalla de una de las mesas dispuestas en el jardín.

La gran figura de Andrew se apersona como si acabara de materializarse. Ha aprendido a tener esa conveniente habilidad para hacerse visible o invisible.

—¿No hay novedades?

—No señor.

—Será pendejo —mascullo. Era demasiado esperar que cumpliera con su palabra—. Que se joda. Nos vamos en una hora, Andrew. Me iré a duchar. Que Josephine tenga un ligero almuerzo listo para mí en mi despacho.

—Sí señor.

Josephine fue la primera empleada que Andrew trajo a la mansión en Los Hamptons cuando la compré, dos años atrás. Es una increíble cocinera, de formas redondas, que, al parecer, fue compañera de escuela de mi asistente. Y este me aseguró era de confianza.

Eso espero.

Tanto a ella como a Theresa, la otra madura empleada, recomendada por la primera, las saqué de aquel barrio de mierda donde conocí a mi sombra. Era mejor asegurarme que tanto ellas como sus familias estuvieran cerca y seguras.

No fue por dadivosidad, sino conveniencia. No sea que piensen que soy un alma caritativa.

—Por cierto señor, sobre el escritorio le dejé la información que me solicitó —continúa Andrew.

—¿Está todo? —Asiente—. Excelente.

Asciendo las escaleras, terminando de secar mi cabello sacudiendo la toalla sobre mi cabeza. No me sorprende que mi invitado no haya llegado, no ha sido puntual en su puta vida.

Algo que ya no soporto.


Ya vestido, termino de acomodar mis gemelos en las mangas de mi camisa negra, a juego con el resto del traje. Bajo con paso lento y firme hasta llegar a la amplia y luminosa sala, desde donde puedo ver a lo lejos la piscina de frente, y a un lado, la inmensa extensión del mar.

Unos chapoteos captan mi atención. Mis sentidos se alertan. Mi cerebro sabe que no puede ser nada peligroso, pues Andrew hubiera iniciado nuestro protocolo de defensa. Sin embargo, eso no hace que mi tensión disminuya.

Con cautela, me acerco al acceso y cuando descubro lo que ocurre, me relajo por completo. O casi, porque no es de mi agrado que tomen mi casa como patio de recreo personal.

Salgo y avanzo hasta estar a suficiente distancia para hablar sin necesidad de elevar mi gruesa voz.

Miro a un lado, a la mesa y sillas, y noto una toalla bien doblada. Y encima, unos bóxers.

Esto es el colmo.

—¡Edward! ¿Estás nadando en pelotas en mi piscina?

Su pálida espalda, ancha y marcada por años de natación y atletismo es lo que sobresale del nivel del agua.

Se voltea hacia mí, con su cabello color castaño oscuro cayendo mojado sobre sus facciones y su sonrisa curvada al máximo.

—¡Chico de oro! —No se intimida por mi gélida mirada—. ¿Y por qué no? —responde jovial, como si fuera un niño aceptando su travesura—. Se siente tan bien tener todo libre —se menea descaradamente, creando un oleaje a su alrededor—. El agua pasando por entre mis bolas y mi pene flotando feliz.

—Mañana pediré que renueven el agua por completo —rezongo con asco.

Ríe a carcajada limpia.

Sale, mostrándome que viste un bañador azul de mi propiedad. Alzo una ceja interrogante.

—Una de tus empleadas, la vieja, me lo dio para poder nadar un rato, mientras te esperaba. Dijo que tienes un gimnasio con algo de ropa disponible.

—Voy a quemar esa prenda. —Vuelve a reír—. ¿Y por qué no dejaste tu bóxer junto a tu ropa allí? No tiene sentido.

—Lo tiene si lo que quería era cabrearte, y lo conseguí —pretende palmearme, pero me alejo. No me hará cambiarme de ropa al mojarme. 

Se carcajea. 

—Tu humor es una mierda. Ya no eres divertido. —No merece ni que le conteste—. Eres una puta esfinge, cabrón —bufa rodando los ojos—. ¿Acaso creíste que dejaría que mi Chadburn... —señala su pene cubierto por la tela mojada, pero no pienso bajar mis ojos a esa zona—, nadara donde seguramente te has corrido haciéndote una paja acuática?

—Yo no hago eso. De hecho, no necesito autocomplacerme. Cuando tengo ganas de follar, lo hago y punto. —Le lanzo la toalla, que toma en el aire—. Ve a ducharte. Tenemos media hora para irnos.

—¡Pero acabo de llegar!

—Ese no es mi problema. Hubieras llegado hace dos horas, como habíamos quedado.

—Oh, sí, lo siento. Mala mía —ríe entre dientes—. Anoche tuve una tremenda borrachera y me enfiesté con un par de chicas. Esta mañana me costó despertarme, aunque debo decir, que las muchachas en cuestión hicieron un buen trabajo con un dedicado mañanero.

—Encantador. Ahora, ve a enlistarte de una puta vez. El helicóptero nos llevará a Sharpe Media y de allí iremos a la gala de beneficencia.

Todo rastro de jocosidad desaparece. Sabe la importancia que tiene para mí, para mi padre, asistir a esta recaudación de fondos. Edward, junto a Gerard y Andrew, son los únicos que están al tanto de la situación del viejo.

El castaño cabrón tendrá una larga lista de defectos, pero realmente aprecia a mi progenitor, por lo que no dudo que guardaría el secreto de que todavía vive bajo cien llaves.

—Dame diez minutos. Y espérame con algo para comer. Los dos coños no fueron desayuno suficiente.

Ruedo los ojos.

—Te espero en mi despacho. Andrew te guiará a una habitación.

El susodicho no tardó en aparecer para cumplir con mi orden.


Mientras el insoportable de mi amigo va a ducharse, me adentro a mi estudio con el plan de revisar por encima el informe que me dejó Andrew. Abro la carpeta color manila y leo rápidamente los primeros datos y contemplo las fotografías. Este es mi interés para el evento al que he conseguido acceder esta noche. Una gala que busca recolectar fondos para una fundación centrada en avances científicos sobre genética, al que hombres y mujeres de ese mundo han sido invitados, al igual que millonarios y posibles benefactores, como yo mismo.

Tengo la televisión encendida y cuando las cámaras enfocan un cuerpo familiar tratando de avanzar por el mar de reporteros, cierro la carpeta y subo el volumen para captar cada palabra. Esta noticia me interesa de primera mano.

Agente Whitaker, ¿qué puede decirnos sobre el asesinato de D'Angelo? ¿Fue algún contrato? Porque según fuentes, al parecer, recibió un tiro certero a distancia. ¿Cree que se trata de eliminar cabos sueltos debido a los rumores de que mantenía lazos con la mafia?

Sé de lo que hablan. Porque soy el responsable de acabar con esa mierda que se hacía pasar por un perfecto empresario. La periodista —perteneciente casualmente a Sharpe Media—, no está mal encaminada.

Pero no me preocupo. Mi identidad nunca se relacionará con mis encargos.

El hombre de ley —un gran investigador experimentado de cabello gris muy corto sobre su cráneo de piel oscura y rostro arrugado—, me ha estado siguiendo la pista desde hace varios años ya. Sin resultados, obviamente. Se lo ve cansado cuando responde. Tras él, una enorme figura que desconozco lo respalda. Es un joven de no más de veintiséis años, de imponente envergadura. Otro agente del FBI, pero que parece tener aspecto de militar, vestido en traje y corbata.

—Vaya, el viejo sabueso tiene cachorro nuevo —digo para mí mismo.

Apago el televisor y desplazo la vista cuando la escandalosa personalidad de mi camarada hace acto de presencia.

—Madison tiene razón.

—¿Sobre qué?

—Tu asistente da escalofríos. ¿Le permites sonreír o es condición para ser tu perro faldero estar con el ceño fruncido y la cara como si en cualquier momento fuera a saltarte a la yugular? Hasta Maddy parece temerle.

—Andrew no es ningún perro faldero. ¿Qué mierda me importa a mí que no sonría? No lo tengo a mi lado para que sea Miss Sunshine. Tal vez no le simpatizas. O Madison. Lo que me interesa es que sea útil a sus funciones.

—¿Y cuáles son?

—Limpiar la basura que me queda cuando me rompen mucho los cojones, así que, no me hagas pedirle que te saque a patadas.

—Muy bien. Muy bien. Ustedes tórtolos son tal para cual.

Camina por el lugar, inspeccionándolo hasta quedar de espaldas a mí. Se queda de pie mirando a través de mis amplios ventanales la playa que se abre con majestuosidad delante nuestro.

—No puedo creer que vivas aquí desde hace dos años y recién conozca tu linda choza.

Choza.

Mi choza tiene tres plantas visibles, ocupando mi dormitorio el último piso. Es de ambientes enormes, elegantes y luminosos. Cuenta con varias habitaciones, gimnasio, biblioteca, despacho, comedor y una muy acogedora sala de estar. La cocina es gigante, aunque nunca la he pisado. El jardín tiene varias hectáreas de arboleda y lo que más me gusta, es la piscina semi olímpica, junto al mar.

Adicionalmente, posee un cuarto nivel subterráneo secreto. Desde donde planifico mis trabajos y entreno en mi polígono privado. Ese espacio nadie más que mi asistente y el viejo Gerard lo conocen.

Se nota el tono despectivo cuando habla. Es evidente que no puede contener la envidia. Y no es porque él no tenga recursos. Simplemente, me he dado cuenta de que todo lo que yo obtengo por mis medios le cabrea, minimizándolo. Pero me vale una montaña de mierda. Se lo paso por alto porque, al fin y al cabo, ha estado a mi lado de alguna manera, a lo largo de los últimos años.

—Al menos, es muy íntima, aislada en el extremo de la playa —continúa—. Perfecta para fiestas.

Se gira, enseñándome una sonrisa que trata de ocultar su animosidad, pero es imposible para mí no leerle a la perfección.

—Sí. Ya sabes. Me gusta mi privacidad. Y no hago fiestas.

—Me extraña no ver un piano de cola. El toque final para la imagen de soltero codiciado.

—No pondré un piano sólo para aparentar.

—¿De qué hablas? Si tú sabes tocar el instrumento.

Así es. Mi madre me enseñó.

—No lo hago desde niño. Y no tengo pensado retomarlo —zanjo.

Edward deja de lado ese tema, y retoma su tópico favorito.

—Tus amantes deben enloquecer con estas vistas. Si no saben que eres multimillonario, esto las dejará desmayadas. Conociéndote, habrás aprovechado tu humilde morada para armar alguna orgía. La piscina es un buen lugar para meterla. —Camina hacia el largo sofá a un lado de la habitación—. Dime, ¿es seguro sentarme aquí, o habrá restos de evidencia sexual que me ensucie?

—No he traído ninguna conquista a mi casa. Prefiero mantener las cosas en un terreno neutral.

No parece creerme, poque parpadea repetidas veces antes de soltar una larga carcajada.

—Vamos, hermano. Que te conozco desde el primer año de la universidad.

—No quiero a ninguna mujer aquí, buscando complicarme la vida. Y menos cuando ya te tengo a ti jodiéndome lo suficiente.

—Al final, te fuiste al otro lado. Sabía que tarde o temprano la influencia de ese puto de Gerard te afectaría.

—Cuida tu boca —siseo—. Sé que siempre jodes con eso, pero no te metas con el viejo.

—¿Por qué? ¿Me sacarás lo homofóbico a golpes? —Se burla.

—No necesito hacerlo. Gerard puede hacerlo por su cuenta.

—Es un afeminado —señala, quitándose una pelusa inexistente de su traje.

—Es un hombre. Sus gustos a la hora de amar o follar no tienen nada que ver. Actualízate, troglodita.

—Te estoy fastidiando. Sabes que el viejo me agrada. Puede hacer de su culo lo que quiera —bufa—. Vaya que estás susceptible —eleva sus manos, rindiéndose ante mi mirada amenazante—. Entonces... no traes mujeres, ni hombres para ligar. Sí que te has vuelto aburrido.

—No soy tu payaso personal. Tienes las puertas abiertas para salir a conseguir a tu bufón.

—Prefiero conseguir un buen coño. Pero será después. Sigo siendo tu mejor amigo.

—Al parecer, la mala suerte me sigue.

—No finjas no amarme.

—Cállate.

—Pero imagino que Madison conoce tu mansión.

Ahora sí es mansión.

—No.

—¿Y Gabrielle?

Arqueo mis cejas ante la mención de la viuda. Se suponía que sería discreta. Deberé recodarle nuestro acuerdo.

—Sé lo de ustedes. Lo mencionó en uno de nuestros encuentros. Te dije que una mujer madura como ella podía ser una gran maestra. Además, se achicó el coño.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Ríe de forma escandalosa, disfrutando de mi desconcierto.

—Ya sabes, una cirugía para rejuvenecer la vagina. Con tanto uso que le debe haber dado...

—Eso es desagradable —creo. Bah, no lo sé.

—Pero bien que lo disfrutamos. Entonces, si te acuestas con regularidad con Maddy y Gabrielle, ¿qué problema tiene que vengan a follar aquí?

Me encojo de hombros.

—Límites.

—Soy un privilegiado entonces. Me siento en las nubes.

—Pues caerás más duro. Sólo estás aquí de invitado porque no tienes coño y no me harás ningún histeriqueo exigiéndome algo que no tengo interés en entregar.

—Pues yo llevo a mis amantes a mi mansión en Londres y me importa una mierda que se presenten después en mi casa. Lo dejo a cargo de mi mayordomo.

—Tú las llevas allí, con todo el lujo, para compensar alguna carencia.

—Vete al carajo —su mandíbula se tensa. Pero enseguida retoma su actitud despreocupada—. Siempre puedes contratar prostitutas. Esas no joden una vez terminan su trabajo y cobran el dinero. Aunque te aconsejo que no recurras muy seguido a la misma... —hace una mueca de desagrado—. Después se hacen ideas.

—Parece que hablas por experiencia. —Se encoje de hombros—. Aun así, no traería tampoco a una prostituta. No me gustan. Y no necesito pagar por sexo.

—Hey, yo tampoco. ¿Crees que con la manera en que luzco y mi encanto natural lo necesito? Sólo las uso por diversión sin límites.

Nuestra conversación es interrumpida cuando la delgada y desgarbada anatomía de Theresa llega con una mesa rodante que transporta varios platos con comida. Tras golpear la puerta abierta y que le dé acceso, avanza hasta nosotros para depositar todo en la mesa baja. Me levanto de mi silla detrás del escritorio y me posiciono en una butaca junto al sillón donde se encuentra Edward, que frota sus manos y relame sus labios con hambruna.

—Muchas gracias, hermosa dama —le guiña un ojo, sonriendo con picardía—. Todo esto luce muy apetitoso.

—Gracias, señor —le responde con una suave sonrisa. Al dirigirse a mí, la apaga y veo nerviosismo en su mirada. Después de dos años, sigo causando ese efecto en mis empleadas—. ¿Se le ofrece algo más, señor Sharpe?

—Nada. Puedes retirarte Theresa.

Asiente y desaparece a paso lento. 

—No puedes con tu genio, ¿eh?

Se hace el inocente.

—Soy un seductor nato.

—Podría ser tu madre. O casi tu abuela.

—Eso mismo me digo. ¿Por qué contrastaste dos mujeres mayores? Si al menos estuvieran buenas, lo comprendería. Pero no tienen vibra sexual. Y definitivamente, te tienen terror. ¿Qué les hiciste?

—No les he hecho nada. Son empleadas. No amigas.

—Realmente, no dejas de sorprenderme después de tantos años. Tú no eras un bastardo insensible.

—Cambié.

—Lo sé... —dice en voz queda. La pena se siente de golpe, transformando el ambiente—. ¿Qué tal tu padre?

 —Mal —digo escuetamente. 

—No lo he visto por aquí. ¿Dónde está el viejo? Porque vive contigo, ¿no?

—No —abre sus ojos conmocionado—. No lo convencí de vender la casa de la playa. Por eso compré esta a cinco minutos de él. Aunque sí se la he mostrado.

—¿Podemos ir a visitarlo?

—No —respondo tajante. No quiero que vea el estado de su cuerpo maltrecho. No soportaría ver la lástima en sus facciones.

—¿Tu padre no quiso vender, entonces?

—No. Al parecer el viejo prefiere quedarse en la casa de veraneo, porque dice sentirla allí. Necesita sentirla siempre a su lado, rondándolo —suspiro.

—No sé cómo hace —chasquea la lengua mientras niega con la cabeza. Toda la energía bromista se apagó.

—Lo mismo le pregunté. Dice que así es el amor.

—¿Qué dices tú?

—Que para pasar por eso, mejor no conocerlo. Al fin y al cabo, sólo sirve para hacerte mierda.

—Amén a eso, hermano. Amén.

Tras unos instantes de silencio que aprovechamos para comer, decido que es hora de marcharnos.

Nos ponemos de pie y acomodando nuestros trajes, salimos del despacho. 

Dejo que mi amigo se adelante para llamar discretamente a Andrew, que se acerca sigiloso.

—Andrew, toma el archivo de mi mesa y llévalo contigo. Lo leeré en algún momento en que Edward no esté revoloteando a mi alrededor.

Asiente y se pierde para cumplir con mi indicación.

***

Caminamos por el vestíbulo concurrido de Sharpe Media, recibiendo miradas descaradas por parte de las empleadas femeninas. Siempre es así para mí, por lo que las ignoro olímpicamente.

No es el caso del inglés, que, como en cada oportunidad que viene por aquí, no deja de sonreír y coquetear con ellas.

Sigo hacia mi elevador privado, importándome muy poco si lo dejo a mitad de camino. Cuando las puertas metálicas están cerrándose, la mano de Edward las detiene.

—Serás cabrón. Te ibas sin mí.

Se hace la víctima, mientras se acomoda a un lado, estirando su saco y comprobando en el espejo que está impecable.

—No voy a esperarte. Sabes dónde está mi oficina. Si quieres ligar, hazlo, pero no perderé mi tiempo.

No decimos nada más hasta llegar al último piso del edificio. El número cincuenta.

Como es habitual, apenas salgo, tengo a mi asistente —la asistente de mi padre, en realidad—, aguardando para darme las actualizaciones.

—Buenas tardes, señor Sharpe.

—Buenas tardes, Beatrice.

Sonríe con maternal gesto al descubrir quién me acompaña.

—Edward, tanto tiempo —susurra suavemente. 

—Querida Beatrice, siempre tan hermosa.

El semblante de la mujer no expresa del todo alegría, aunque lo intenta.

—Tú siempre tan mentiroso.

—Soy encantadoramente mentiroso, pero no con usted.

Sonríe vacilante, antes de regresar su atención a mí, que rodando mis ojos, proseguí mi camino. Beatrice me sigue hasta el despacho y tras ponerme al tanto de todo, me siento en la imponente silla de mi padre.

—Muy bien Beatrice. Eso es todo por hoy. —Abre sus ojos—. Puedes irte. 

—Yo... no es necesario... —balbucea—. Prefiero seguir trabajando.

—No hay nada más por hacer. Ve. Descansa. Sal de compras. Haz algo para ti.

Puedo ver cómo sus ojos se cristalizan y antes de mostrarme algo más, asiente con la cabeza y se marcha tras agradecerme y cerrar la puerta.

Edward contempló la escena confundido. Y esperó a estar solos para hablar, en tanto yo repasaba unos papeles.

—Noté a Beatrice algo alicaída. ¿Qué le hiciste capullo de mierda? ¿Fuiste un ogro también con esa dulce mujer?

—No me toques los cojones. Para tu información, está pasando por una situación personal. — Cuando veo que va a abrir su bocota, lo interrumpo—. Y no te diré nada al respecto. Es su asunto.

No llega a protestar cuando unos golpes en la madera de la puerta captan nuestra atención. 

—Adelante.

Me recuesto en el respaldo mullido de mi asiento en el momento en que recibimos a nuestra interrupción.

La mujer en cuestión se detiene al percatarse de que no estoy solo. Pero no demora en mostrarse segura. De reojo, percibo como Edward se relame y sus ojos chocolate es derriten ante la provocativa empleada.

Esta balancea sus caderas con sensualidad, aproximándose a mí. Está enfundada en una ajustada falda y una blusa que muestra sus atributos. No son grandes, pero los sabe lucir. Su cabello rubio platinado —que dudo sea natural—, lo lleva suelto por detrás de la espalda. Sus ojos verdes refulgen al verme y sonríe con lujuria, devorándome con la mirada.

Siempre es lo mismo. Es una ilusa que cree que caeré en sus juegos. No por ello desaprovecho la vista que me otorga cada vez que inventa una excusa para presentarse en mi despacho.

Ya de pie del otro lado de mi escritorio, se estremece de placer sabiendo que dos hombres atractivos, poderosos e imponentes la están recorriendo visualmente. El inglés con más descaro que yo.

—Steve. Lo siento. No estaba Beatrice en su lugar. Ya no es la mujer eficiente de antes. Es tan difícil encontrar buenas empleadas. 

Oh, sí. Olvidé mencionar que es una víbora que vive escupiendo veneno.

—¿Qué quieres, Crystal? —pregunto con rudeza, cambiando mi actitud. No me agrada que quiera menospreciar a Beatrice.

Apoyo mis codos sobre la superficie de madera, entrelazando mis dedos.

—Sólo venía a traerte un nuevo proyecto para el programa. Cirugías estéticas...

—¡Eso suena interesante! —interrumpe Edward.

—¿Eso crees? Lo siento. Soy Crystal Rivers. Encantada...

Estira su mano para que el sanguijuela de mi amigo la tome. Este lo hace, besándole el dorso como el fingido caballero que es.

—Chadburn. Edward Chadburn.

—¿De la agencia de talentos inglesa? —Sus ojos brillan.

—El mismo, lindura. Así que... ¿un programa de cirugías estéticas? ¿Mostrarán senos?

Qué desagradable. No puedo evitar rodar mis ojos ante lo que atestiguo.

—Es lo que más nos interesa, ¿no?

—Puedes apostar que en mi caso, es una de mis prioridades. Tú lucirías fantástica con unos talles más.

—Estuve pensando en hacerlo.

No puedo creer el descaro de estos dos, que acaban de conocerse y ya hablan de esto.

—Señorita Rivers —capto la atención de ambos con mi tono frío—. Puedes llevarte tu idea. No es lo que me interesa y no va con la línea del programa.

La vergüenza se apodera de sus mejillas. Pero se recupera con osadía.

—Comprendo, Steve —dice aterciopeladamente—. Regreso a mi lugar. Si cambias de opinión, sabes dónde encontrarme —me guiña el ojo y luego sonríe con insinuación a mi amigo antes de marcharse.

—¡Uf! Se me paró —dice Edward una vez solos nuevamente. Sé que es cierto por cómo usa su mano para acomodar la erección—. Esa mujer exuda sexo por cada poro. ¿Qué tal coge? 

—Yo qué sé.

Sus ojos casi se salen de sus órbitas.

—¿No te la has tirado? Si su vibra de zorra me asegura que se abre de piernas más rápido que decir "Ábrete Sésamo".

—No me meto entre las piernas de mis empleadas. —Se ríe sin creerme—. No mezclo lo personal con lo profesional. Como dije antes. Límites.

—En resumen, donde se come, no se caga —reflexiona una vez frena su risa.

—Como siempre, tu vulgaridad no deja de sorprenderme, aunque tu referencia es acertada. Creo que te la robaré.

—Toda tuya, mi querido Steve. A cambio de que sueltes información caliente de tu empleada.

—No soy proxeneta. Si quieres algo con la señorita Rivers, ve tú a conseguírtelo.

—¿No te jode?

—No es mi puto problema lo que ambos hagan con su culo fuera de mi empresa.

—Mmmm. Tienes razón. Ese culo está para hacérselo toda la noche. Si me disculpas, tengo algo que hacer.

—¿Vas a meneártela? 

—No. Voy a menearla a ella. Aunque todavía no lo sepa. Dime dónde está su puesto.

Se pone de pie, abotonándose el saco.

—Edward —le reprendo—. Tenemos el evento en una hora. 

—No te preocupes. Sólo iré por su número de teléfono. No pienso fallarte. —Arqueo una ceja con duda—. En serio. Es por tu padre. Nunca lo decepcionaría. No a él —dice en voz queda.

Me relajo.

—Muy bien. Está en el piso treinta. Sólo, no me metas en tus mierdas, ¿me escuchaste?

—¿Por quién me tomas? Jamás haría algo que dañara tu buen nombre.

—Mejor, no acoto sobre eso. Ahora, vete de mi vista. Tienes una hora. Sé puntual por una vez en tu jodida existencia.

Lleva su cabeza hacia atrás cuando ríe.

Aprovecho mi soledad, para hacer que Andrew me traiga el documento que necesito estudiar para la gala.

***

Con los años, a raíz de la enfermedad degenerativa de mi padre —producto de la explosión que acabó con la vida de mamá—, me he ido adentrando en el enrevesado mundo de la genética. Ya no me resulta un idioma tan extraño, aunque sé que apenas vislumbro su alcance.

Eso me hace pensar brevemente en mi antiguo compañero de universidad, David Eastman.

No lo vi más desde el día que quiso disculparse conmigo. El mismo día que recibía las cenizas de la única mujer que me ha importado.

Regreso mi atención a la parlanchina científica que escucho con fingido interés en esta fiesta de beneficencia que ha reunido millonarios y científicos de todo el mundo.

La doctora ha estado vomitando una verborragia de conceptos sobre la ingeniería genética interespecies y no sé qué otra cantidad de locuras.

Aunque es una mujer peculiar, de buen cuerpo, no es de mi interés en el plano carnal. Menuda, extravagante con sus cabellos de dos colores, vestida en un simple vestido largo y que gira alrededor de mi edad. Pero no es un ligue que pretendo esta noche. Para nada. La he investigado a fondo debido a que es la única —que vive—, que ha publicado sobre investigaciones al respecto de teorías que rayan con la ciencia ficción. Y espero no errar cuando creo que ella puede ayudarme a cambiar el destino de mi padre.

Decido que pronto me contactaré por ella de manera anónima para solicitar sus servicios por un exorbitante precio. Sé que lo aceptará, porque no ha dejado de hablar que desearía tener presupuesto para proseguir con sus investigaciones, lamentando que la empresa para la que trabaja sea algo obcecada en ese aspecto. Al parecer, sus colegas piensan que delira.

Ya veremos. Yo sólo quiero que use su cerebro para evitar que mi padre se siga consumiendo.

Andrew se acerca a mí y me susurra al oído que mi otro objetivo está presente, por lo que detengo el monólogo de la dama.

—Muy interesante. Es increíble el alcance de la ingeniería genética. Ojalá pueda avanzar más en ello.

—Muchas gracias —tartamudea cuando la corto. La sonrisa que me entrega es tímida. 

Me pregunto si tendrá experiencia con el sexo opuesto. Quito esa idea de mi mente.

—Si me disculpa, debo atender unos asuntos. Buenas noches, doctora Kane.

—Buenas noches, señor Sharpe.


Voy hacia mi segundo punto de interés de la noche.

El Dr. Johann Meyer. Dueño de los Laboratorios Quirón y un visionario de la genética. Me impongo ante él, haciéndolo ver hacia arriba, debido a mi enorme porte. 

—Dr. Meyer. Un gusto conocerlo. Mi nombre es Steve Sharpe. 

Noto que sus ojos se abren con sorpresa y algo más... ¿temor? Enseguida recupera el temple cuando proyecto con seguridad mi mano hacia él.

—¿Steve Sharpe? ¿De Sharpe Media?

Noto su mano temblar al momento de estrecharla.

—Así, es doctor. 

—¿Qué lo trae a este evento? —carraspea. Se lo nota algo incómodo. Pero no me altera. Suelo ocasionar ese efecto—. No estaba al tanto de sus intereses en estas galas de beneficencia. 

—En realidad, me interesaría más ofrecerle fondos para investigaciones sobre enfermedades degenerativas, para que usted guíe a nuevos científicos con seminarios y capacitaciones.

—¿Alguna razón en particular que lo haya llevado a esta línea? —tantea.

—Verá... mi padre sufrió un accidente hace muchos años atrás. Uno que lo llevó a que su cuerpo poco a poco se fuera apagando justamente por este tipo de enfermedades. 

—¿Y su padre...? 

No me pasa desapercibido que un evidente recelo acaba de aparecer en sus gestos faciales otra vez.

—Ya no está. —Decirlo genera que un nudo en mi garganta se forme. No es verdad, pero no está lejos de serlo, si no logro dar con la cura—. Sin embargo, su padecimiento me motiva a querer contribuir como pueda. Pensaba efectuar anualmente una gala benefactora en mi mansión.

—Entiendo. ¿Y cuándo quisiera hacerla?

—El cuatro de agosto. Dentro de un mes.

Esboza una sonrisa que denota su ambición. No me importa, siempre y cuando haga su parte.


************************************************

N/A:

No será un capítulo con mucha emoción, pero era necesario escribirlo, de manera de presentar individuos que tendrán roles importantes tanto en la primera como en la segunda entrega de esta saga.

Hasta acá, llegamos con los extras del joven Steve Sharpe. El próximo -y último-, ya nos conecta con el hombre que conocemos en Demonio Blanco - Lágrimas de Oro.

No te olvides de votar.

Gracias por leer, Mis Demonios! 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro