35
Stella
Abro la puerta de la casa de mis padres y encuentro su rostro, otra vez, con heridas.
Su pelo rubio está desordenado.
Tiene ojeras y parece que no está durmiendo nada.
Una brisa de aire aparece y huelo un gran olor a tabaco tanto en su piel como en su ropa.
Controlo mis ganas de llorar al verlo así de destrozado.
Controlo mis ganas de llorar porque sé que ya no está conmigo.
De su bolsillo trasero saca un sobre doblado a la mitad.
Me lo entrega.
—¿No quieres pasar a verla? —le pregunto sosteniendo el sobre con dinero para nuestra hija que tiene ya dos años.
—¿Por qué debería, Stella? —me pregunta antes de encender un cigarro delante de mí—. ¿Estás segura de que me quiere ver o son ilusiones tuyas?
Muerdo mi labio inferior controlando mis lágrimas.
—Nos vemos, Thomas.
—Adiós.
Cierro la puerta una vez que he entrado y veo como camina sin rumbo alguno gracias a la mirilla de la puerta.
Suspiro y dejo que varias lágrimas se deslicen por mis mejillas.
Por lo menos Felice no me puede ver porque está jugando con mis padres.
Pestañeo y escondo mi rostro entre mis manos.
Lloro en silencio recordando lo que ha pasado en estos últimos meses.
Le han roto la nariz a Thomas y ha estado varios días hospitalizado después de la paliza que ha sido grabada por las cámaras de seguridad de aquel establecimiento.
Siguió trabajando en ese local después de recuperarse, pero ya no era el Thomas del que me enamoré.
Ha cambiado desde que le pegaron.
Se ha convertido en una persona negativa que odia a la vida. Con esto me refiero a que no se interesa por mí ni por nuestra hija, la cual es la más importante aquí.
No ha querido verla estos meses.
Ni ha acudido al cumpleaños de la pequeña.
Gracias a los regalos y la fiesta, mi familia, mis amigos y yo pudimos animar a Felice.
Sé que no estaba bien.
La niña es muy lista.
Supo que su querido padre no estaba en su fiesta de cumpleaños número dos.
Recuerdo como se echó a llorar después de que acabásemos de cantar el cumpleaños feliz.
No sopló la vela número 2. No aplaudió feliz.
Sabía que su querido Thomas no estaba presente y esto le hacía daño a su pequeño corazón.
Thomas se encarga de darme dinero para mantener a nuestra hija.
Sabe que es suya y que el dinero es necesario.
Además, se ha quedado con nuestra casa porque me he mudado a la casa de mis padres con Felice.
Quise alejarla de su padre, el cual fuma mucho, bebe y toma unas cuantas drogas.
Tenía miedo de que Thomas se descuidara y dejara a la niña sola cerca de todas estas sustancias.
Tenía miedo de que no la cuidara y siguiera consumiendo en otra parte de la casa, dejando a nuestra hija sola.
Thomas solo me habla para darme el dinero que es para Felice.
No me ha pedido perdón por su comportamiento tan imbécil cuando intentaba hablar con él pocas semanas después de la paliza.
Me gritó diciendo que estaba harto de que me preocupara por él diciéndome que nadie en este mundo debe preocuparse por ello.
Ese día me enfadó mucho al ver su comportamiento, pero también me enfadé por su poca vergüenza de gritarme teniendo a nuestra hija delante.
Tengo miedo de que Felice piense que nos odiamos solo por el simple hecho de que escuche nuestros gritos.
Escucho los pasitos de mi hija y, rápidamente, seco mis lágrimas con la manga de mi chaqueta.
—Mamá —dice con una sonrisa y sus bracitos se colocan alrededor de mi pierna.
—Hola, mi vida —digo y cojo a mi pequeña después de meter el sobre con dinero en el bolsillo de mi chaqueta.
—Hambre hambre —repite y mueve un poco sus piernas.
Sonrío y le doy un beso en la frente.
Thomas
Tiro la caja de la pizza que acabo de comer y suspiro al ver la gran basura que hay cerca del cubo de la basura.
Mejor dicho, solo veo muchas cajas de pizza amontonadas.
Chupo mis dedos llenos de queso y aceite.
Miro el casi inexistente cubo de basura.
Me recuerda a mí en esta mierda de vida que tengo.
Primero se va uno de mis mejores amigos y luego me dan una paliza que, aún en día, no sé como estoy vivo.
Podrían haberme matado.
Me caía por los suelos y perdía mucho el equilibrio.
Me hicieron muchas pruebas y me hospitalizaron durante unos días, o eso pensé yo, que eran unos días.
Tuvieron que operarme porque la nariz la tenía rota y torcida. Sentía mucho dolor.
Dante aprovechaba sus descansos para ir a visitarme sabiendo que aquella no era su planta.
Me traía croissants, chocolate y zumos que sabían muy bien, pero no sé de qué eran.
Todo esto lo conseguía de la cafetería del hospital, aunque también me di cuenta de que salía de este e iba a comprar a una tiendecita llena de dulces.
A veces aparecía Ethan a su lado, queriéndole contar algo.
Se iban fuera de la habitación y entrecerraban la puerta.
Yo ni me movía porque no quería hacer ningún ruido.
Tenía mucha curiosidad de saber qué pasaba.
Cuando se besaban, los besos sonaban mucho más que sus murmullos.
Recuerdo que un día, Ethan estaba muy emocionado y tuvieron que controlar los gritos.
Menos mal que se acordaron de que estaban en un hospital.
Ese día, mi mejor amigo entró en la habitación con una gran sonrisa y me contó que había encontrado un trabajo. Un trabajo presencial, pero también podía trabajar desde casa.
Me alegré mucho por él.
Estoy seguro de que se creyó la sonrisa que tenía en los labios.
Por dentro me estaba muriendo poco a poco.
Me da mucha vergüenza aún en día que ese vídeo de la paliza esté en las redes, pero también en los móviles de algunas personas.
Es muy vergonzoso que te hayan grabado y, hace dos años, eras un chico famoso que acudía a entrevistas y hacía conciertos con sus mejores amigos.
Me señalan en el trabajo, pero sigo yendo para enseñarles que soy fuerte y que nadie me puede echar abajo.
En realidad, estoy metido en un pozo porque no sé amar a nadie.
No sé amar a Stella.
Tampoco sé querer a mi hija.
Recuerdo que le pusimos Felice porque sabíamos que nos iba a dar mucha felicidad.
Y eso es verdad, pero yo me niego a darle la bienvenida a la felicidad porque me he acostumbrado a ver la vida oscura entre alcohol, tabaco y drogas.
He consumido tanto que, cuando volví al mundo, me sorprendí al darme cuenta de que estaba en una casa que no era mía.
Pero, cuando la vi, me tranquilicé.
Ahora está conmigo en casa porque, según ella, quiere cuidarme y hacerme por lo menos la comida.
Solo sé comer pizza.
—Thomas, esto es asqueroso —se queja al entrar en la cocina—. Tienes la casa llena de mierda.
Levana me ve y suspira al ver mi rostro, seguro que tengo mala cara y unas ojeras horribles.
—Deja de consumir y de hacer el idiota. Te estás destruyendo —me dice y empiezo a reírme encendiendo un cigarro dentro de casa.
Me quita el cigarro de los dedos y lo apaga ahogándolo en mi vaso de agua.
—¡Levana! —exclamo molesto.
—Estoy harta de que seas tan estúpido, Thomas. ¿No te das cuenta de que tienes una familia que te quiere y tú sigues de idiota? —exclama mucho más alto que yo.
—Pero estoy destrozado. No me entiendes —digo llorando.
Se acerca a mí y me abraza con fuerza.
—Escúchame. Vamos a limpiar la casa y te ayudaré con todo. Soy tu amiga, Thomas.
Levana me ayudó mucho y nunca se lo agradecí.
•••
****
Holaaa.
Ahora ya entendemos el comportamiento de Thomas en el libro Dante y en toda la trama.
Sabemos porqué está siendo tan odioso e idiota.
Y la pregunta es: ¿Algún día cambiará y volverá a ser el Thomas de antes?
¿Qué pensáis?
Espero que os haya gustado el capítulo de hoy.
¡Nos vemos!
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