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XXXVIII


             El fuerte hedor de cadáver en descomposición en la habitación trasera cada vez es más insoportable, pero no es distracción para Frank o para ningún otro, ni siquiera a la hora de comer. Es irónico cómo los Pasamontañas no tardaron en llevarse los cuerpos de los demás, como en el caso de Danger, pero el cuerpo de Will ha estado atado a esa silla en la sala de entrenamiento por aproximadamente semana y media, y ciertamente ya están pensando en tirarlo por ellos mismos, aunque sería una imagen poco amigable, no tendrían de otra. Cuando esos imbéciles tienen que hacer algo bien, o lo hacen mal, o simplemente no lo hacen. Es jodidamente molesto.

Ninguno prefiere actuar como si nada hubiese pasado, pero después de tanto pareciera que es lo único que pueden hacer. Frank observa detenidamente a la puerta de metal frente a sí, siempre con ese bendito punto rojo y su característico sonido que indica que nuevamente han ingresado un código erróneo.

La pantalla que los primeros meses avisaba a Billie reuniones con los Pasamontañas dejó de funcionar hace mucho, luego de que Billie abandonara su liderazgo, empezando a formar parte de ellos como grupo. Frank y hasta el mismo Billie sabían que al final terminaría siendo así, no saben a quién coño se le ocurrió ponerlo a dirigir a un jodido grupo cuando a duras y hartas penas se podía dirigir a sí mismo, pero sin embargo, le alegró el pensar que quizás él no estaba siendo un mal líder. Es triste que el encanto no le haya durado mucho.

Iero toma un fuerte respiro, arrugando su nariz inconscientemente después. Definitivamente tendrían que tirar el cuerpo por su cuenta si aquella gente no se hacía cargo. Aunque, ¿deberían? Ellos lo mataron, es su culpa. Pero qué mierda, no tienen que responsabilizarse por un cadáver, este es su maldito lugar, los Pasamontañas que busquen qué hacer.

Un carraspeo llama su atención, haciéndolo girar para encontrarse con Lindsey que está aparentemente avergonzada por haberlo sacado de sus pensamientos.

—Estuve tan metida en esto, que ni siquiera me fijé en el que Frances tampoco está acá —suspira la pelinegra, soltando una risita—. ¿Sabes cómo... desapareció?

Frank suspira.

—Se cayó del tren. No... no pude sostenerla. Literalmente se me fue de las manos —hace una mueca, encogiéndose de hombros—. Lo siento.

—No, no —ella sacude su cabeza, queriendo lucir amable ante el tatuado, pues algo de integridad puede que aun preserve—, está bien. Ella..., ella no era Hayley, ¿sabes? Era... —exhala sonoramente—, sí, no era importante.

Frank sólo le asiente, regalándole una mueca y queriendo responderle de la misma forma despreocupada, como si no fuese realmente la gran cosa. Es la gran cosa, ¿pero quién es él para hacerle pensar a la pelinegra lo contrario? No le incumbe.
Desde no hace mucho, ambos comenzaron a tratarse inconscientemente. Pasaron de no compartir palabras en absoluto a Lindsey siendo consolada por Frank, incluso si la mujer siente que debería ser al revés teniendo en cuenta que el tatuado ha perdido más que ella estando metidos ahí. Recuerda a Frank tratándola con brusquedad o de mala forma, incluso, pero eso ya no parece tener relevancia. La vulnerabilidad puede mover muchas cosas, a personas más que todo.

Frank encara la puerta nuevamente, de brazos cruzados. Mientras, Lindsey se muta, caminando hacia él hasta quedar recostada en la mesa a su lado. El avellana frunce el ceño cuando la ve tenderle algo.

—Estaba haciendo algo de limpieza, para distraerme —dice ella en otro suspiro, casi temerosa—. La encontré tirada en el suelo de su habitación.

Frank toma cuidadosamente la prenda para entonces extenderla, y su piel se eriza al ver la palabra Danger abrirse paso entre ellos. No evita sonreír, sintiéndose repentinamente nostálgico.

—Gracias —susurra, aferrando sus dedos a la tela. Con su puño remueve el par de lágrimas que se le escapan y absorbe por la nariz, escuchando a Lindsey murmurar "no es nada" de vuelta.

Nunca creyó que sería lo único que le quedaría de esa niña. Frank se siente tan desorientado. ¿Hace cuánto no se sentía tan solo? Parece absurdo, pero Ray siempre fue su compañero, el que Danger apareciera luego junto a las malas actitudes de Gerard fue sólo coincidencia. Fue coincidencia, ¿cierto? Mierda... Frank tiene la leve impresión de que en cualquier momento su poca cordura se esfumará y comenzará a hablarle a las paredes u objetos como si estos fuesen Danger o Ray y también besaría sus manos y se tocaría a sí mismo con los ojos cerrados, imaginando que son las manos de Gerard las que recorren todo su cuerpo. Realmente no desea llegar a esos extremos, pero la última vez que se sintió así de ansioso tenía dieciséis y había escapado de la loca de su madre para refugiarse en las calles junto a su amigo, el cual muy pocas veces presenció esos escenarios.

Se obliga a tomar un fuerte y desagradable respiro mientras abraza con sus manos la sucia prenda.

—Tú fuiste un asombroso amigo y pareja para ellos, Frank —murmura Lindsey luego de un largo silencio, en un torpe intento de querer reconfortar—. Danger te amaba, y estoy segura de que tanto Ray como Gerard también lo hacían. Pero no sé..., no sé por que siento que es necesario el decirte que todo pasa por una razón, realmente. Acá... Acá la vida es muy mierda, ellos no merecen una vida así. Danger, mucho menos. Pero sé que sientes que es tu culpa y quisiera que supieras que no es así.

— ¿Cómo se supone que debo sentirme entonces, Lindsey? —ladea la cabeza, la pelinegra no se está dando a expresar como quiere, eso le hace chasquear con la lengua— ¿Quieres que esté feliz porque ya no vivirán una vida de mierda? No tengo ningún-

—Estás siendo egoísta, ¿por qué?

—Porque no soy nada sin ellos, ¿está bien? —jadea, balbuceando luego— Yo... Encontré todo lo que no sabía que necesitaba en éste mugroso lugar, con ellos, Linds, sabes... ¿Sabes lo que es eso?

—Por supuesto que sé lo que es eso, yo encontré una familia acá también y me jode tanto como a ti, pero no puedo hacer nada para traerlos a todos de vuelta y que las cosas vuelvan a ser como en un principio —casi chilla, sonando desesperada porque el menor comprenda lo que quiere decir—. Allá fuera nada es seguro, y tú tienes que dejar ir si no quieres condenarte a este lugar, ¿comprendes?

Frank desea que Lindsey no se lance a llorar frente a él en cualquier momento, porque si hay algo que ya en verdad no tolera es verla llorar. A nadie, en realidad. En lugar, quisiera saber cuándo fue que se volvió tan rico pero tan miserable de la noche a la mañana, porque es así como Gerard y Danger lo hicieron y hacen sentir. Ya no lo oculta, está cansado de ocultarse cosas a sí mismo creyendo que eso lo haría más débil, pero no es cierto. Ray ya era parte de su vida antes de que Gerard y Danger aparecieran, y el que se los arrebataran a los tres de tal forma dejó su mundo en completa ruina. Llegó el momento que temió por mucho; tendría que plantearse una vida sin ellos, aun cuando todos los planes giraban en su entorno.

» ¿Piensas seguir intentándolo? —Lindsey se calmó y ahora le pregunta eso con un dejo de diversión, aunque Frank no está seguro. Las mujeres en serio son extrañas, ¿le gustará otro hombre además de Gerard, aprovechando el que realizó eso?

Probablemente no.

— ¿No debería? —ironiza. Lindsey vuelve a descender la vista tras cruzarse de brazos, nuevamente avergonzada.

—No creo que ellos nos dejen aquí por siempre, pero ya hicimos justicia por Danger, no hay nada más allá afuera. Estaríamos vagando por las calles al igual que al principio, Frankie, es lo que quiero dejarte ver. Estoy... Tengo miedo —se estremece—. No sé por qué siento que deberías pensarlo mejor.

Frank baja la cabeza también cuando Lindsey calla. Ella tiene un punto, salir de ahí sería empezar sus vidas callejeras desde cero, y no tendrían cómo defenderse puesto a que al principio lo que hacían era robar. Era su manera de sustentarse. Al salir de ahí mediante esa puerta, estarían libres de cargos, pero sus vidas se van desestablecer de nuevo y es lo más seguro, pues los Pasamontañas nunca les dieron a entender lo contrario.

El tatuado sólo asiente, tomando el control de la mesa sin dejar de lado la camisa de Danger, y se sumen en un incómodo silencio que Frank decide ignorar mientras observa los botones con falso desinterés.

Sí, salir de ahí es empezar de cero, sin embargo, Frank ya lo tenía en cuenta cuando hizo sus planes junto a Gerard. Sabe que tendrá que joderse demasiado si quiere lograr algo, pero tampoco piensa dejar de lado a Bandit luego de la cantidad de promesas que le hizo a su padre. Pensar en eso hace que el pecho de Frank se contraiga; Bandit es su última esperanza, su motor, y si Lindsey no está dispuesta a enfrentar el mundo allá afuera, entonces él lo haría por sí solo. Y Iero no tiene la menor idea de qué es lo que puede llegar a hacer por un plato de comida, pero también seguía siendo lo de menos. No quiere pensarlo demasiado porque sino podría escuchar a la pelinegra y toda esa escasa motivación que le queda se esfumaría. No es lo que necesita ahora.

El reloj marca las doce con veinte del medio día y todos bajan a almorzar, con las miradas de ambos tatuados girándose a ellos. Cuando Lindsey se percata de la hora se aproxima con cuidadoso paso lento a ayudar a Andy con la comida, Billie le dice que vaya a sentarse porque su pierna sigue luciendo muy adolorida y Lindsey obedece tal cual Danger lo haría. Billie toma su puesto y los miembros se mueven de un lado a otro alrededor de la mesa, mientras que Frank mantiene su postura apoyado en el borde de esta.

La mente de Frank regresa a la tela en sus manos, pero en lugar de Danger, es Gerard quien surge en sus recuerdos. Un momento en específico llega a él, tomando en cuenta la pregunta de Lindsey sobre seguir intentándolo.

Frank observa la puerta. Ese pedazo de metal le ha costado la puta cabeza, noches en vela, rabietas internas innecesarias y absolutamente nada de eso le ha sido recompensado, pues tampoco ha obtenido ningún buen resultado además de todos los intentos fallidos. Seguir intentándolo es patético, comprende el punto de Lindsey ahora que lo piensa. Le distrae, que es diferente. Probablemente es por ello que sigue intentándolo. Pero de la nada un torpe arranque de adrenalina le invade, llevándolo a presionar otros tantos botones y repasando en su cabeza los papeles con las monstruosas cantidades de posibles códigos y combinaciones que Billie le entregó para tenerlo como guía, y Frank pensó que sería pan comido; hasta que intentó uno por uno de cualquier forma y ninguno dio resultado.

Por supuesto, vuelve a fallar, pero en lugar de quedarse parado ahí, decide seguir su corazonada. Tiene el presentimiento de que puede estar cerca de descifrar algo, eso le ansía. Dejando caer el control sobre la mesa, corre escaleras arriba, confundiendo a sus compañeros que lo siguen con la mirada. Frank llega a su habitación buscando entre su ropa con desesperación, va directo a los bolsillos de sus pantalones y al dar con dos papelitos doblados en cuatro, suspira.  Uno es la dirección del centro de adopción en el que se encuentra Bandit, pero el otro... Frank ha comenzado a temblar. Suspira de nuevo y tranquilamente vuelve a bajar, regresando a su lugar frente a la puerta. Las miradas siempre confundidas y ahora un tanto curiosas también regresan a Frank, quien no presta atención y que, aun sintiéndose tembloroso, recoge el control que tiró sobre la mesa y lo coloca en su lugar sobre la puerta, encajándolo con un sonoro click antes de dar un paso atrás.


<< —Frank —da un paso al frente, viéndolo detenerse bajo el umbral de la entrada—... Ten esto —sus dedos se cuelan por el interior del bolsillo donde dejó el papel donde escribió la última cifra que intentó deducir. El tatuado tiende la mano, arrugando el entrecejo cuando no comprende qué es. Gerard suspira—. Es uno de los códigos que no he intentado, me llegó... de repente, no lo sé.

— ¿Y qué quieres que haga con él? —ladea el menor— ¿Por qué no lo pusiste tú?

—Venía para acá —se encoje de hombros—. Igual debe estar erróneo también. Inténtalo luego, ahora que lo pienso puede ya lo intenté y tampoco funcionó. Prueba con... otros y luego con ese. No es de importancia.  >>          


No es de importancia...

Frank estuvo tan sumido en su ruptura por la muerte de Ray que nunca reparó en el hecho de que, efectivamente, Gerard tomó su lugar frente a la puerta y repasó las cantidades de códigos, intentando hacer su trabajo sabiendo de antemano lo jodido que sería.

<<... Inténtalo luego, ahora que lo pienso ya lo intenté y tampoco funcionó. Prueba con... otros y luego con ese... >>

Eso haría. Frank dejaría el futuro del reducido grupo y de sí mismo en manos de su difunta pareja.

Sus dedos acarician los botones, vacilando en comenzar a presionarlos. Ha esperado por ese momento desde hace un buen tiempo, ¿por qué se está tardando tanto entonces?

— ¿Frank? —pregunta Lindsey— ¿Qué haces?

Frank balbucea.

—L-los códigos, él- él dijo- éste... —ahora parecía que hiperventilaba, pero todos tienen sus vistas puestas sobre el papel en la mano tatuada, dejando de lado sus almuerzos.

Propinando un sonoro suspiro, Frank presiona el primer botón que es un siete. Observa los números que introduce unirse a los que ganaron en misiones pasadas y siempre han estado ahí, y copia lo que está en ese papel. Una vez todos los números están en la puerta, posa el pulgar en el botón para introducir el código y cierra los ojos al pulsar, esperando escuchar un sonido diferente  al de siempre.

Pero no pasa nada.

Frank abre los ojos, presionando el botón nuevamente; nada. Un vacío vuelve a superar su pecho, no obstante, decide intentarlo de nuevo, y cuando la jodida luz permanece en rojo la desesperación toma lugar en él.

Frank grita roncamente lleno de rabia, empuñando las manos para golpear con fuerza el metal de la puerta y creando un estruendo en la habitación como si estuviesen arrastrando muchas sillas. Golpea hasta que sus puños duelen y están rojos, y es Lindsey la que se aproxima a calmarlo, pues el tatuado se halla hecho un desastre en el suelo. Esconde su rostro en el hueco que hacen sus rodillas contra su pecho y llora, con fuerza y sin vergüenza, hasta que la sangre suba a su rostro y las venas de su cuello y frente se marquen.

Porque está harto, porque ya no lo soporta. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo fallaría? ¿Hasta cuándo se sentiría tan malditamente miserable? ¿Hasta cuándo lo intentaría para conseguir absolutamente nada? Está harto, harto de creer que lo tiene todo y que no le falta nada para que al siguiente segundo se lo quiten, harto de perder, de ya tener esperanzas, buscarlas donde no las hay. Está harto, ¡harto!

— ¡Frank, Frank! —grita Lindsey sacudiéndolo de los hombros, pero Frank no le presta atención— Frank, tienes que intentarlo de nuevo.

—No vas a lograr nada, Lindsey —murmura Matt con fastidio, bebiendo tranquilamente de su taza sin mutarse ante la escena de Frank teniendo una crisis a pocos metros de él. Todo eso para él es pura película, esos idiotas no van a ganar nada haciendo un drama innecesario. Lo que hace es sacudir la cabeza, diciéndose a sí mismo que no tiene caso seguir perturbándose por aquello, así que se preocupa por terminar su comida.

—Tú cállate —espeta la pelinegra, Matt rueda los ojos. Ella regresa su atención al avellana—. Frankie, vuelve a intentarlo, ¿sí? Yo sé que tú puedes. Mira..., no puedes rendirte ahora, no sé qué es lo que hay afuera que estás tan desesperado por salir de aquí, pero tú eres el único al que le queda algo de esperanza y no permitiré que la pierdas, ¿bien?

Iero la miró asustado y acabado por todo ese rato que Lindsey estuvo dándole palabras de aliento mientras que las atenciones de los demás se encontraban parcialmente sobre ellos. Ya cuando Frank toma la fuerza necesaria para continuar, todos han finalizado con sus platos y ahora observan expectantes sus toscos movimientos frente a la puerta.

El que todo pueda acabar —torpemente— les ilusiona. Incluso a Matt. Dice que es una ridiculez, y es una ridiculez, pero quiere ver qué es lo que sucede, es por eso que aun después de acabar con su almuerzo se queda sentado en la mesa con su vista en el menor.

Nos acostumbramos a estar aquí —piensa Andy—, pero eso no significa que queramos seguir aquí.

A diferencia de Lindsey, a ellos tampoco les importa mucho qué pueda depararles el futuro.

—Que sea lo que Dios quiera —musita Vic para sí cuando los dedos tatuados se mueven sobre los botones, habiendo empezado esta vez con un dos. Y para hacer peso en sus palabras, el trigueño de cabello largo va a apoyar los codos de la mesa y entrelaza sus manos, dejando caer su frente en éstas mientras cierra los ojos.

Las pupilas de Frank se dilatan al posar su pulgar en el botón de nuevo, y ésta vez no cierra los ojos al pulsarlo. Con un sonido eléctrico, la puerta pierde peso tras otro sonido que indica que el seguro ha sido abierto. El punto rojo se torna verde, el reducido grupo de personas jadea y Frank se deja caer de rodillas frente a la puerta ahora abierta, sintiendo luego unos brazos rodearle con furor desde la espalda entre el privado festejo de los miembros.

De Gerard estar ahí, tendría muchas explicaciones que darle, pero mientras tanto, debe enfrentarse al mundo desde el inicio.


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