XI
Su mirada recorre el tablero con desesperación, buscando otra luz apagada, otro nombre sin color. Pero no hay nada. Todas las luces, a excepción de sólo cinco, están encendidas. Todo respectivo nombre con toda respectiva luz. Y se siente aliviado de que han podido, no sólo ganar la misión, sino sobrevivir a ella.
El primero en lanzarse a él para abrazarlo es Ray, y lo recibe gustoso porque la felicidad es lo único que logra invadirlo sabiendo que ambos han sobrevivido a una jodida pesadilla nuevamente. Después de él viene Danger, y gira para encontrarse con que el resto también está celebrando el que han llegado vivos a ese lugar.
Incluso recibe un abrazo de Billie y de Tré. No le sorprende de Tré, realmente. Lo ha pillado bromeando junto a Kellin y Vic, otras veces junto a Danger, y hasta Lindsey. Pero de Billie de hecho le sorprende porque se nota que es un tipo que no va con rodeos. Le dice que ha hecho un buen trabajo y de alguna manera siente que debe agradecer, ¿qué otra cosa más se supone que debe hacer? Al fin se siente algo más que un ladrón de mierda. Se siente parte de un equipo. Que está haciendo algo bien por primera vez en sus veintidós años de vida. Definitivamente hay algo.
Tal cual siempre, Brendon y Matt se mantienen apartados, pero no les quita el brindarles una mueca semejante a una sonrisa y hasta un apretón. Frances intenta animarse, poco después ve que no lo logra. Danger le dice que la comprende, así que, si Danger lo dice, entonces supone que así es.
Si lo piensa profundamente, no tiene ningún sentido el celebrar. Pero la sonrisa de Danger lo vale, la emoción de Ray lo vale. Y de repente, el ver detalladamente lo diminutos dientes de Gerard relucir entre sus delgados labios también hace valerlo. Tampoco hay mucho sentido en seguirlo viendo, pero no despega su mirada de él hasta que el desteñido siente el peso de ésta y decide enfrentarlo. El contacto visual persiste hasta que siente a Danger engancharse a su espalda, rodeando su cintura con sus piernas y su cuello con sus brazos, sorprendiéndose genuinamente cuando recibe un beso en la mejilla por parte de la castaña.
Quizás sí hay algún sentido en celebrar, y prefiere no indagar en ello. A su alrededor por primera vez todo parece importante, todo parece... normal. Ellos nunca han sido "normales". Ser parte de eso lo hace sentir tranquilo, pero también culpable, porque no sabe si alguno es merecedor de la felicidad que emerge el vivir otro día más.
Decide que sí lo son.
*
Fuerte gime en su boca, acallándose cuando recuerda que cualquiera en la parte de las habitaciones puede oírlos. Pero Gerard parece no prestarle atención, porque sigue dando fuertes embestidas y húmedas lamidas a su cuello con exquisitez. Frank se aferra a su espalda, pasando sus brazos por encima de sus hombros. Da leves gemidos que debe obligarse a convertir en jadeos, todo por no hacer eco en las paredes del solitario baño.
Con esfuerzo las manos del desteñido toman sus glúteos, jugando por no resbalarse en las cerámicas del suelo con el jabón que minutos antes Frank se proporcionó a sí mismo. En algún punto, la corriente de agua se había cerrado, dejándoles una extraña sequedad entre sus cuerpos húmedos. Sus cabellos seguían goteando agua fría y los vellos del tatuado se erizaban con la cerámica abastecedoramente igual de fría que se pegaba a la piel de su espalda siempre que Gerard penetraba con fuerza.
Su lengua arremete contra la del pelirrojo, que lo suelta bruscamente haciendo que sus pies acalambrados toquen el piso mojado. Le da la vuelta, por instinto las manos tatuadas van a apoyarse contra la pared, aun sintiendo el cálido aliento del ojiverde en su nuca. Abre brevemente el grifo, permitiendo que el agua remueva la sequedad entre ambos y facilitándole la tarea a Gerard. Frank humedece su rostro y pasa su mano por su cabello que a duras penas ha crecido, mientras que el desteñido hace su largo cabello hacia atrás y vacilante enjabona sus manos.
El tatuado se estremece sintiendo las caricias que Gerard proporciona a su espalda, enjabonando con simpleza para pasar al área de su pecho y abdomen. Jadea sintiendo su glande rozar con la fría cerámica, mientras los dedos del pelirrojo atienden a sus pezones y su erección roza con la línea que separa sus nalgas. La lengua traviesa de su acompañante no le sirve de mucha ayuda, traza guturalmente el escorpión en su cuello. No puede evitar presionarse contra él, yendo a incrustar sus dedos tintados a una de sus nalgas. Gerard sonríe.
Probablemente, el meterse en su ducha queriendo "cobrar venganza", no fue una buena idea. Frank lo recibió casi enseguida. Primero actuó sorprendido de ver al desteñido colarse voluntariamente a su ducha nocturna, luciendo despreocupado y absolutamente ajeno. Claramente fue él quien dio el primer paso, besando sus labios sin previo aviso. El desteñido no tuvo problemas, en comparación a su último encuentro en las duchas. El avance fue enorme, y Frank sonrió para sí mismo, siendo que Gerard lo seguía buscando para saciarse.
Quizás se estaba dejando caer en un gigante vacío con el simple objetivo de llevarle la contraria. Se está enamorando. Se está obsesionando con su tacto, con su mirar, con su sonreír, con su besar. Se está dejando llevar por el color de sus ojos, y el cómo gime en su oído cuando lo está haciendo suyo. Si eso es ser manipulado, entonces qué bien se siente.
La mano izquierda del pelirrojo cierra el grifo, y así regresa para acariciar su estómago y su cintura también tatuada, mientras que la derecha se deja hacer hasta tomar su erecto pene. Comienza a masturbar con lentitud que hace a Frank echar su cabeza hacia atrás y presionarse más contra su erección. El pene del desteñido se abre paso a su entrada, pero su glande no hace más que rozarlo.
Bendita tortura.
Con unos cuantos movimientos bruscos es suficiente para que se corra, manchando la bonita cerámica del baño, que parece el único lugar decente en ese sitio donde han sido secuestrados hace quién-sabe-cuánto-tiempo.
La lengua del ojiverde acalla cualquier sonido que no sea el de la gotera al fondo de la habitación. Muerde el labio del avellana seductoramente al separarse, teniendo su mandíbula sujetada entre sus largos dedos. El mismo Frank se gira en sus talones para quedar de frente a él, e iniciar una nueva sesión de besos. Sus brazos van a abrazar la cintura de Gerard, apegándolo a su cuerpo e incluso haciendo que sus miembros rocen. Frank sonríe laxo, pero Gerard sigue rogando silenciosamente el tener un orgasmo. Tuvo que haberse metido a su ducha por una razón, ¿cierto? Él aún no se ha corrido, mientras que Frank ya ha llegado quizás dos o tres veces para ese entonces.
—No pusiste pretextos —murmura el pelirrojo sobre sus labios, llevando sus palmas a la pared a espaldas de Frank. Se rehúsa a posar sus manos sobre él en un gesto cariñoso tal como abrazarlo.
Frank le sonríe, mirándolo.
—Es porque esta vez no fue violación.
—Nunca fue violación, Frank. Basta.
El tatuado lo besa castamente, sin dejar que la mueca burlona se borre de su rostro.
—... Lo sé —susurra luego de un rato. Sus dedos de la mano derecha pasan a acariciar su rostro, dejando que su dedo índice quede trazando su mejilla y luego sus labios. Mira con fijeza a sus orbes oliva. Gerard entrecierra sus ojos.
—No me mires así.
— ¿Así cómo?
Con su mano, lentamente remueve la tatuada, todo sin eliminar el contacto visual. Frank sonríe de lado, luciendo risueño. Y jamás se había sentido tan patético consigo mismo. Pero poco vale, teniendo ciertas cosas que valen mucho más.
—Como si estuvieses enamorado. Tú no estás enamorado.
Como quisiera desmentir aquello. Decirle que no es cierto. Que puede ir más allá de un simple enamoramiento. Pero es una burla, un chiste más. Personas que han tenido toda una vida en las calles, conformándose con todo lo que alguien más, superior a ellos, esté dispuesto a ofrecerles. Una cama barata, para cientos de millones de dólares en poder. Toda una vida teniendo que depender de otros, para nunca aprender a valerse por sí mismos de una buena forma. Nunca han sido buenos, tampoco lo serían. Son personas que no conocen de sentimientos, que nunca han amado, que apenas si han querido, o demostrado afecto.
¿Qué pueden saber ellos de amor? ¿Qué puede saber Frank de enamorarse? ¿O qué puede saber Gerard de amar? Dos personas con un mismo estilo de vida, hundiéndose en miseria desde que tienen memoria, y que han sido secuestrados y puestos en un lugar en donde, así como todo puede ser felicidad, como esa noche de celebración; todo también puede ser un infierno, una pesadilla, una realidad engañosa, que no hace más que jugar con sus mentes.
Pero de repente sus ojos se pierden en los contrarios, y sonríe. Sonríe sintiéndose bien. Por primera vez en mucho tiempo, está sintiéndose bien. Así no sea correspondido. No lo puede haber todo. No se puede tener todo. Eso lo sabe. Pero por un momento le gustaría cerrar un poco su mente entorno a ese tétrico pensamiento; degustando del hecho de verlo y sentirse pleno. Pleno en un lugar que nunca tendría plenitud. Pleno con alguien que nunca pensó, o imaginó.
Sólo... pleno.
—Dije que te besaría siempre que ganáramos una misión, pero ni siquiera me hizo falta el insinuarlo para obtener más que eso —sonríe acercándose a sus labios, pronto sus dedos se deslizan entre sus hebras de cabezo cada vez más opaco y su nariz roza con la contraria. La mandíbula de Gerard se marca.
—No te enamores de mí, Frank —susurra de vuelta, inconscientemente llevando una de sus manos a la cintura tatuada. El almendrado se aferra a su cuello—. Vamos a morir. Y si no lo hacemos, voy a lastimarte. De una u otra forma, voy a lastimarte.
— ¿Entonces por qué me das razones? —su sonrisa se borra, su voz tornándose ronca—. ¿Por qué sigues buscándome? Y si me lastimas, ¿qué te asegura que no me guste el masoquismo? Estoy comenzando a quererte. Sé sobre eso. He querido. Dije que no vas a poder cambiarlo. Además de que te prometí que no moriríamos. No vamos a morir, Gerard.
Cínicamente, el ojiverde sonríe. Deja su frente caer sobre la contraria.
—Eres tan terco. Un terco de mierda. Sí vamos a morir. Tú no eres un ser superior para decidir lo contrario. Te estás suicidando, firmando tu propia sentencia de muerte, ¿es que no lo entiendes? Te busco porque sólo quiero un buen polvo. Sexo. Te quiero para sexo. Frío, rústico, fuerte y desgarrador sexo, Frank. No te enamores de mí.
Y tras dejar un cálido beso sobre sus labios, tan campante como llegó, se va. Lo deja nuevamente petrificado en el vacío del baño. Hace oídos sordos a todo lo que el desteñido le ha dicho, porque para él carecen de sentido. Son unos iguales. Son unos idénticos. Él tampoco sabe lo que es amar a una persona, está falto de sentimientos, ¿pero qué es lo que siente, entonces? ¿Cuál es el jodido problema con enamorarse? ¿O por qué le advierte el que se aleje?
Enojado sale rumbo a buscar un cambio seco de ropa y se dirige a su habitación, pensando aun con el enojo a roce de pétalo. Pero no enojado con Gerard —que debería, por imbécil—, sino con él mismo. Porque, ¿qué ha hecho Gerard? Gerard sólo ha sido rotundamente sincero con él. No le metió falsas ideas a la cabeza, diciéndole que todo estaría bien o mierdas similares. Le da un punto por ello. Pero entonces quiere golpearse por comenzar a sentir algo por una persona que está fuera de su alcance, sentimentalmente hablando.
Necesita aclarar su mente, hablar con alguien acerca de ello. Pero Ray está dormido, y duda en querer molestarlo. Su amigo puede ser agresivo cuando se lo propone. ¿Quién podría saber acerca de ello?
Las rejas que dan hacia la habitación de Danger están abiertas, pero ya desde afuera puede apreciar a la bonita castaña durmiendo plácidamente sobre su cama. Suspira apoyándose contra el marco.
Danger ha brindado mucho más de lo que llegó a imaginar. Contó tres semanas desde que recogió al tipo del equipo contrario para llevarlo con ellos, y alrededor de todo ese tiempo, calladamente se ha preocupado. Todos lo han notado, pero no encuentra la manera de hacerle saber a Billie que es mejor si alguien lo atiende, pues no se sabe en qué momento vaya a despertar. Eso fue lo que ella le comentó a murmureos un par de noches atrás.
Es triste sabiendo que, cada cinco días, Tré se adentra a suministrarle un poco más de sedante mientras todos están durmiendo. Todavía no saben qué hacer con él, mientras Danger quiere darle cuidado sin saber siquiera cuál es el color de sus ojos. Quisiera saber por qué es que está tan dispuesta a brindar tanto afecto a quienes no han hecho nada por ganárselo. Llega a la conclusión de que es gracias a su inocencia. La misma inocencia que desborda cuando sonríe, bromea con el resto o simplemente sólo se preocupa.
Con sus comisuras elevadas se acerca hasta ella, y se asegura de que esté correctamente abrigada. Se lo piensa dos veces antes de dejar un beso sobre su frente, pero ella lo merece, así que lo hace.
La castaña perezosamente abre sus ojos, capturándolo cuando planea retirarse. Lo toma de la muñeca justo a tiempo, y con señas lo invita a recostarse a su lado en la espaciosa cama. Le regala una porción de su cobija y también la almohada restante que usualmente abraza por las noches. Aun adormilada besa su mejilla, y entonces le da la espalda para continuar durmiendo.
Observa su cabello castañamente rizado hasta que siente sus párpados pesar y el sueño lo vence.
Danger no lastimaría a nadie nunca, ni porque así lo quisiese. Y ojalá pudiese tener tal certeza al cuestionarse sobre sus sentimientos por Gerard.
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