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capítulo uno: "tu mamá no cuenta"


Timothée detuvo sus pasos frente al enorme Mall de la ciudad. Faltaban tres días para la Navidad y él se había ofrecido para comprar los regalos y organizar la fiesta a la que asistirían la mitad de sus familiares.

¡Qué horror! Organizar una fiesta costaba más de lo que pensaba. ¿No podían conformarse con una pizza y música fuerte? ¡Eso hacía feliz a casi toda la escuela! ¿Por qué a ellos no?

Un papel arrugado se encontraba aprisionado entre sus palmas. Allí tenía la extensa lista de regalos que debía comprar, llevar a la casa y esconder. Eso sí que era una misión casi imposible. ¿Esconder veinte regalos con moños gigantes? ¿Cómo se suponía que haría eso?

A lo lejos vio la figura de su mejor amigo caminar con apuro hacia el Mall y al llegar se saludaron con su típico saludo de macho alfa.

—¿Y bien? ¿Puedes decirme qué era tan urgente? —preguntó Thom.

—Tengo que comprar veinte regalos y estoy más perdido que Oliver cuando está borracho. Timothée pasó una mano por su cabello desordenado. Ya comenzaba a estresarse.

Thom alzó una ceja.

—¿Y qué se supone que haga yo?

—Ayudarme.

—¿Me viste la cara o algo así? —Thom se adentró con Timothée en el inmenso Mall. Timothée le pasó un billete de diez dólares. Thom lo inspeccionó y sonrió — ¿Qué estás haciendo ahí parado? ¡A comprar se ha dicho! ¡Magia de Navidad, perras!

Como era de esperarse, el Mall estaba terriblemente lleno. Las mujeres corrían de aquí para allá con paquetes en sus manos con distintos estampados. Todo muy lindo, pero quería salir corriendo.

—Debo comprarle algún obsequio a mi chica —comentó Thom mientras paseaban por las distintas vidrieras del edificio.

Timothée palmeó su hombro dos veces.

—Thom, tu mamá no cuenta.

Thomas golpeó su hombro haciendo que Timothée chocara con una mujer que pasaba por allí. Luego de murmurar algunos "estos niños insolentes de hoy en día", la mujer siguió su camino.

Caminaron por tres minutos que se volvían eternos. No entendía como las chicas disfrutaban tanto pasar horas y horas encerradas aquí como topos. Él sentía que si seguía aquí por más tiempo se volvería loco.

—No sé que demonios comprarle a mi prima Holly. —Timothée gruñó. Si él fuera Santa, les regalaría comida a todos y punto final. Todos aman la comida.

—Podrías regalarle mi número —Thomas se encogió de hombros. Timothée volteó para mirarlo — O una camiseta, una camiseta estaría bien, ¿no crees?

Timothée se encogió de hombros y asintió. Se adentraron al primer local que vieron que tenía ropa de mujer. Millones de chicas habían allí dentro, de todas las edades. Y ambos se sintieron bastante incómodos allí.

Timothée tomó una camiseta blanca de encaje que sabía que a su prima le gustaría. Pero no sabía si iba a quedarle. ¡Diablos! ¡Olvidó anotar sus tallas!

Giró hacia su amigo, que lo miraba sentado en uno de los sillones redondos color crema del negocio.

—Pruébate esto —le dijo a Thom.

—¿Estás bromeando? ¡Estás loco!

—Eres delgado, Thom, si te queda a tí le quedará a Holly. ¡Por favor! Sólo será un momento.

Era verdad, Thom era muy delgado y no tenía la espalda tan ancha. Que él se probara aquella camiseta era la única salvación que tenía al alcance de la mano. Para situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

Todavía no lograba entender como logró convencer a Thom para ponerse la camiseta. Oh, sí, ya recordaba, le dio otros diez dólares y un cupón de McDonalds. Thom pasó al probador y Timothée se recargó en la puerta para esperarlo.

—¿Y bien?

—Esto es malditamente apretado. ¿Qué me has hecho hacer, tío? ¡Mi estatus de macho se ha ido por el excusado!

—¿Alguna vez lo tuviste? —Timothée soltó una carcajada silenciosa.

—En cuanto salga de aquí te daré una paliza.

—Sí, nena, claro.

Timothée se acercó a los sillones redondos y se desplomó allí. Sus pies dolían como mil infiernos, y tan solo deseaba llegar a casa y volver a ver al amor de su vida. La cama.

—¡Sal para que pueda verte!

—No saldré así ni borracho, tío.

—¡Hazlo!

La puerta del probador se abrió lentamente, y de allí salió Thom con la camiseta. Le quedaba por encima del ombligo y muy apretada. Apretó los labios conteniendo una risa.

Un jadeó colectivo de todas las mujeres presentes se escuchó, y alguna que otra risa.

—Estás di-vi-na. —Chasqueó los dedos en cada sílaba y sacó su teléfono disimuladamente para tomar una foto — Pero puedes quitártela, no es lo que buscamos.

—¡¿Estás bromeando?!

Timothée rió y se encogió de hombros, para luego caminar hacia la hilera de maniquís en busca de otra camiseta.



Primer capítulo del one shoot voy a llorar ahre. ¡Comenten y voten!

Realmente estoy emocionada con esto, es la primera historia de humor que escribo jé.

¡Besosssssss!

—Cía

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