Quédate con nosotros
Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer.
Era de noche en las mojadas calles de Paris cuando pasó. Otro día común para alguien como yo que trabajaba en un bar de mala muerte. Evocó bien que el reloj marcaba las cuatro y cuarto, así que como es de suponerse, no había muchas personas que me acompañaran en mi desvela de esa noche.
No llevaba paraguas, había tenido un mal día de propinas y como si fuera poco, no había enganchado a esa mujerzuela que quería para que me consolara por mis más absurdas penas. Por todo ello, maldecía entre las enlodadas piedras del largo atajo que me indicaba el camino de siempre… aquel que yacía acompañado a veces de peleas bordas y borrachos tercos por más cerveza gualda.
Así que la realidad era, que en ese momento, tenía un humor de perros. No quería toparme ni moler a golpes a nadie. Ansiaba dormir y quitarme al fin ese oloroso uniforme de cantinero que había sido mojado por incontables bebidas mal preparadas. Tenía sueño y estaba bastante molesto por mi mala suerte. Recuerdo que me culpaba de no haber estudiado la universidad. «Si hubiese hecho caso a mi madre», pensé incluso.
¿Pero qué podía hacer ahora? Solo era un pobre bastardo que luchaba otra día más y nada que hiciera podía cambiarlo. Solté un suspiro ahogado antes de hacer oídos sordos al mundo y aludo que caminé aprisa por la oscura humedad y la tosca neblina que había acaparado a la ciudad desde hacía ya una semana.
Todo perfecto hasta ahí.
El camino era silencioso la mayoría de los días. Algunas veces se escuchaban vidrios romperse o pandilleros maldiciendo como lo hacía yo todos los días; pero esa noche… esa noche era todo silencio. Extraño en realidad pero tranquilizador de cierta forma.
Recuerdo que habían pasado unos treinta minutos desde que había salido de la taberna de Bill cuando escuché un sonido seco que provenía de uno de los muchos callejones por donde acostumbraba tramitar. Aquel ajado y susurrante ruido había sido muy diferente a los que avezaba escuchar pero, sin detenerme por la narcosis y sobredosis del cansancio, seguí arrastrando los pies hacia adelante con un sentimiento de recelo en mi espalda.
El sonido siguió escuchándose cada vez de una manera más larga y prepotente. ¿Sería que estaban cogiendo en el callejón?
—¡Váyanse a un puto hotel! —Recuerdo que grité molesto. No era agradable saber que alguien se complacía con lo que yo no pude obtener antes.
Más no respondieron y el silencio calló. Todo se envolvió de nuevo en una inquietante paz que me hizo enfurecer de pronto. ¡El imbécil de allá realmente estaba cogiendo y yo no! Di media vuelta, dispuesto a seguir con mi camino para buscar alguna puta barata o satisfacerme con mis propias manos pero, con tan solo dar un paso hacia mi humilde hogar, el sonido volvió, esta vez, de una manera algo incontinua… como si alguien se ahogara y tratase de respirar sin éxito.
¿Qué estaba pasando ahí? Recuerdo que pensé en correr, en salir disparado del lugar pero un escalofrió me recorrió la espalda e insisto que me quedé ahí un par de segundos congelado, sin saber qué hacer ya que bueno… cuando alguien tenía sexo con otro, ese sonido no se debía escuchar.
Respiré con fuerza sabiendo que esto no estaba bien. ¿Sería una violación? ¿Un robo? Pensé en la muerte de mi madre de pronto y tras el peor error que pude cometer, me armé de valentía para ingresar al callejón apagado con nada más que mi puño como arma. ¡Ese hijo de puta debía soltarla!
Pero lo que vi ahí aún sigue persiguiéndome en sueños.
Justo al final del lugar, en la suciedad del suelo y el moho de las paredes, pude verlo. A ese hombre alto, robusto y encapuchado que había estrangulado a la puta que había intentado ligarme en el bar.
Ahogué un grito que hizo que voltease a verme con aquella mascara contenta que había visto una vez en los teatros y no pude evitar plasmarme en el suelo, aterrorizado con la imagen que se proyectaba ante mis ojos.
—Quédate —le escuché decirme con una voz burlona, divertida—. Quédate con nosotros.
Caí directo al suelo al intentar moverme, manchándome mis pantalones con algo más que agua de lluvia. El sujeto se había levantado del piso dejando a la pobre chica muerta en el suelo y, acomodando sus guantes de hule, caminó sin prisa hacia mí.
Su terrible y despacio andar me hizo temblar por mi vida, arrastrarme por el suelo para intentar recobrarme y correr hacia la avenida por donde al menos había faroles que alumbraban débilmente el camino. Sin embargo, cuando volteé de nuevo para encarar lo que me había hecho mearme encima, la rancia máscara había cambiado de cara. La sonrisa se le había desfigurado por completo y ahora mostraba una horrorizada tristeza que reflejaba un tipo de pena hacia mí. Mis ojos vibraron al entender que se había cambiado la máscara y que, la que exhibía aquella burla en su mirada, yacía enlodada a pies de quien ansiaba matarme.
Me arrastré por las piedras sabiendo que el miedo había paralizado mis piernas pero no mis ganas de vivir. ¡No había hecho nada para que me sucediera algo tan horrible como esto!
De mi garganta se escapó un sesgado grito que lo absorbió el silencio de una manera incontinua y sosegada. Recuerdo que maldije en mil y un lenguas por dentro mío más en el aire no se escuchó ni un solo pio de mí.
Tan solo pude seguir remolcándome lentamente a pesar de tener en frente aquella máscara triste que seguía acercándose y esos grandes guantes de hule queriéndose venir hacia mí. El infinito silencio me aterró la piel; sentí mi corazón estar a punto de detenerse.
—¡ALÉJATE DE MÍ! —grité con las últimas fuerzas que me quedaban más aquel hombre no se detuvo.
—Quédate con nosotros —le escuché decirme esta vez triste, taciturno y melancólico.
Mi corazón se detuvo por un instante al saberle cerca, muy cerca de mí.
Los débiles rayos de luz que se filtraron por la entrada del callejón me dejaron ver unos oscuros ojos sin alma que no quisieron salir a la avenida. El encapuchado hombre no puso un pie en la luz y eso me dio tiempo a mí para acarrear la fuerza necesaria para levantarme del suelo y correr sin voltear atrás.
Recuerdo que ese día no dormí, que me encerré en mi baño y que nunca más volví ni a la taberna ni a ese callejón del que los periódicos nunca mencionaron por la mañana ni la semana siguiente.
Es fecha que aún nadie creé mi relato, que me despierto a las cuatro y cuarto de la mañana con el miedo de escuchar esa seca voz a mi lado y que obviamente, no puedo ver a las máscaras de teatro sin recordar esos negros ojos queriendo estrangularme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro