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﴾54. Shades of YoonGi II﴿




Omnisciente

—Muéstrame las manos —exigió la mujer al delgado chico pálido, quien yacía acorralado entre la cama y la pared, con las lágrimas cayendo en silencio, las rodillas raspadas y los tenis llenos de lodo.

     El niño, en un estado de shock, solo pudo retraerse ante el miedo que le generaba la figura dominante de su madre, con su voz hostil y semblante endurecido por los largos años de amargura.

— ¿Me escuchaste? No recuerdo haberte parido sordo, haz caso. ¡MUÉSTRAME LAS PUTAS MANOS, YOONGI!

     Ella, desesperada, lo estrujó con brutalidad de las muñecas hasta que sus palmas quedaron a la vista, sacando a relucir las heridas causadas por accidente mientras jugaba fútbol con sus amigos.

     Pero la verdad era que no estaba llorando por el dolor, sino por la violencia con la que su madre manejó todo el asunto. Lo arrastró de los cabellos desde el campo hasta el auto y otra vez hasta su habitación, donde lo tumbó a patadas en el rincón donde ahora se retraía de miedo.

— ¿Para esto te llevé con tus amigos? ¡Contesta, estúpido! ¿Eres mudo también? —Lo sacudió por las muñecas, pero la tensión hizo que todo su pequeño cuerpo se balanceara dolorosamente.

— ¡Fue un accidente, lo siento! Travis me puso el pie y me caí, no fue mi culpa, solo estábamos jugando —confesó entre tartamudeos y sollozos que le robaban el aire de los pulmones. Cerró fuerte sus ojos, en espera de un golpe o un jalón de cabello en cualquier momento.

—Me importa una mierda —la mujer aventó las manos del chico, permitiendo que este se encogiera en sí mismo—. Siempre lo arruinas todo, la cena de hoy es muy importante y no puedes ir en esas condiciones. ¿Qué van a decir de mí? Van a pensar que yo te hice eso y mandarás a la mierda mi trabajo.

—No quiero ir —lloriqueó con su rostro escondido tras sus rodillas.

— ¿Crees que tu opinión me importa? Eres un niño inútil y estúpido, no tienes voz ni voto aquí. Te vas a limpiar esas sucias manos y te quiero vestido en una hora. Si te preguntan por esas heridas, dirás que tropezaste y que tu mami te llevó al hospital para que te curaran. ¿Entendiste?

—Sí —respondió a regañadientes, apretando la mandíbula para forzarse a reprimir todos los gritos que quería sacar de su adolorido pecho.

     La mujer se alejó entre gruñidos y maldiciones, pero un musitar lloroso la hizo detenerse en el umbral de la habitación.

— ¿Por qué ya no me quieres?

     Ella se volteó a observarlo en silencio por unos segundos, para después soltar un suspiro seguido de una risa impregnada de sarcasmo. A él le parecía que su madre era una bruja de verdad por la forma en que se reía.

—Jamás lo he hecho, debí haberte abortado cuando tuve la oportunidad —respondió con toda la intención de herirlo y le dio la espalda, dejándolo con un terrible dolor en el pecho por el llanto contenido, que superaba con creces el de sus manos lastimadas.

     Para YoonGi, vivir con su madre era peor que estar en el infierno, porque al menos en el infierno sabía que sufriría eternamente, pero su madre era tan impredecible que no sabía cuándo debía actuar lindo para ella, o cuando debía obedecer tal o cual orden. Si YoonGi lavaba los trastes a cambio de que le dejaran salir, recibía golpes por cada huella digital que dejaba marcada en un vaso de cristal y al final terminaba por denegarle el permiso.

     Ella le decía "te odio" con la mirada, pero en el mundo exterior era otra cosa. Afuera le ofrecía a YoonGi amor incondicional de madre, apoyo para toda la vida, buena educación y cálidos abrazos que se sentían reales.

     Como publicista en ascenso, se dedicaba a lamer el culo de los jefes, asistían a cenas y fiestas pretenciosas y se esforzaba por aparentar algo que no era: una mujer de bien. Y como el racismo hacia los asiáticos estaba sumamente normalizado en esa ciudad, dedicó largos años de su vida a formar una apariencia de madre perfecta. Utilizaba a sus hijos para dar una buena impresión todo el tiempo, esa fue la única razón por la cual no los abandonó en cuanto tuvo la oportunidad.

     Especialmente con YoonGi era exigente, ya que era el más inteligente de los dos, con un coeficiente intelectual que superaba el promedio y de quien se esperaban grandes cosas para el futuro. Por ende, YeoSang se quedaba con la niñera mientras YoonGi era obligado a ponerse un traje incómodo una o dos veces por mes, para ser exhibido como una res de concurso, donde todos los adultos hablaban de las cualidades de sus hijos, compitiendo por quién era más inteligente, artístico o estéticamente perfecto.

     Para el mundo, YoonGi era el chico más educado del mundo, cuidaba de su hermanito y le daba mucho amor, tenía excelentes calificaciones, se sabía las capitales de todos los países del mundo y los elementos de la tabla periódica, era experto en matemáticas y su inglés era perfecto. Era el niño más amado sobre la tierra, el que será un gran abogado o médico cuando crezca, en quien ella depositaba todas sus esperanzas, su orgullo y su amor.

     Pero en casa, YoonGi era el culpable de que su madre terminara viviendo con alguien que llegó a odiar, era el bastardo que le arruinó su juventud y su hermoso cuerpo, el que se instaló en esa pared uterina hace doce años, siendo malévolo y ruin con ella con tan solo crecer, crecer y crecer hasta que la fuente se rompió, para después seguir creciendo y hacer más grande la miseria de su madre. Ella solo quería tener sexo y divertirse, pero terminó embaucada en una familia que odiaba.

     YeoSang fue el intento de reparación para ese matrimonio infeliz, pero solo resultó en otro error que lamentaba cada día. Sin embargo, a ella le agradaba más que YoonGi. Si bien, el pequeño había aprendido la rebeldía y el mal carácter de su hermano mayor, lograba amoldarse a lo que su madre esperaba de él, con tal de no recibir reprimendas. Pero a pesar de eso, no era apto para ser exhibido porque no había demostrado algún talento especial, por lo que era prácticamente invisible para el mundo.

     Sin embargo, mimetizarse no lo liberaba de la violencia de su madre. La diferencia radicaba en que YoonGi siempre se anteponía como su escudo, recibiendo las palizas y los gritos, todo con tal de protegerlo de ese monstruo. Aunque YoonGi tenía muchos problemas para expresar sus emociones y se guardaba todo el dolor para sí mismo, YeoSang era su prioridad. La prueba máxima del amor que le tenía, era siempre asegurarse de que sufriera el menor daño posible, ese fue su objetivo desde que se mudaron con ella al otro lado del mundo.

     Pero no vio venir que esa sería la semilla del dolor que germinó en una asfixiante enredadera de ansiedad, lo apuñalaba por dentro pero no podía expresarlo, hasta que la olla a presión que era su mente manifestó sus primeras fugas a través de pequeños ataques de pánico en la escuela, terrores nocturnos, aislamiento que se convirtió en ansiedad social y un nivel de autoexigencia que lo mantenía alerta a todas horas.

     YoonGi, desde sus tiernos ocho años, cargaba con responsabilidades que no le correspondían y cada día temía y odiaba más a su madre. Le aterraba limpiar o no limpiar su cuarto, dormir cinco minutos más o despertarse cinco minutos antes, era para él una tortura decidir si debía o no hacerle un desayuno amoroso a su madre. Porque la dinámica con ella era así: cualquier intento de YoonGi por acercarse, recibía una mala respuesta, pero si no se esforzaba, de igual manera era castigado.

     Él recuerda que no siempre fue así, pues al principio de la mudanza todo parecía ir bien. Sin embargo, ella no estaba preparada para cubrir las necesidades de dos niños en pleno crecimiento, por lo que las muestras de afecto se tornaron cada vez más escasas. Los lastimaba y luego se disculpaba con premios y afecto, pero a medida que el tiempo pasó, el amor materno quedó reservado solo para las reuniones sociales del trabajo.

     Todo el último año fue así, yendo y viniendo en gritos inesperados, golpes y exigencias cada vez más violentas.

     Por eso, YoonGi se levantó del suelo efectuando la rutina que adoptó para evitar desbordarse. Así como el consejero escolar le enseñó, respiró profundo tres veces, contó del diez hasta el uno muy lentamente y se obligó a continuar.

     Sin embargo, su rutina para tranquilizarse no parecía surtir efecto en esta ocasión, pues cuando estuvo a solas en el baño, lavando sus manos, no pudo reprimir más el llanto. Procuró hacerlo en silencio, porque era incontrolable.

     Incluso cuando se estaba duchando, las lágrimas no dejaban de salir, como si sus ojos estuvieran sacando todo lo reprimido por años sin pedirle permiso. Hubo un momento en que se resignó y dejó que su llanto fluyera.

     Al salir de la ducha, tuvo que sollozar fuerte contra una toalla, incluso se permitió gritar porque lo necesitaba. Descubrió que eso surtió más efecto que la tonta rutina que su consejero le había enseñado, no necesitaba respirar, le urgía gritar.

     Por primera vez en esos cuatro años viviendo en el extranjero, se sintió liberado y tranquilo. Nunca se permitió expresar sus emociones con esa intensidad, por lo que hacerlo ahora le daba a su corazón esa paz que tanto necesitaba.

     Tomó valor para seguir. Vistió ese bello traje negro, hecho a su medida, con una corbata azul. Se peinó con su frente descubierta, porque sabía que ese aspecto era lo que su madre deseaba ver en él.

     Para su sorpresa, ella apareció tras él y le dio un abrazo, besó su mejilla y halagó su aspecto. La actuación había comenzado.

     Dejaron a YeoSang con la niñera y se dirigieron en su viejo auto hacia el hotel donde se llevaría a cabo la cena que, con suerte, le daría a su madre la llave a una mejor vida.

     El lugar tenía aspecto de palacio antiguo, adornado con imitaciones de arte barroco. El suelo estaba cubierto por una elegante alfombra roja y las enormes lámparas dejaban caer gotas de luz sobre todos los presentes, quienes eran personas que, para YoonGi, lucían patéticamente falsas con esas copas de vino, corbatas feas y bigotes demasiado arreglados. Era un circo ante sus ojos, pero estaba obligado a actuar como ellos si no quería sufrir las consecuencias.

     Pero, esta vez, actuar recatado le estaba costando porque su mente estaba en otro lado. En específico, se transportaba a ese momento en el baño donde gritó y lloró hasta desahogarse. Su garganta sufría con un nudo que le pedía ser liberado otra vez, pero se obligó a mantener la compostura, a pesar de que sus manos temblaban y tenía miedo de ser interrogado por los amigos de su madre.

     Se acercaron a una mesa redonda, donde había de por lo menos diez personas, hombres viejos y mujeres demasiado maquilladas como para adivinarles la edad. Todos, sin excepción, advirtieron su llegada y los recibieron con sonrisas y halagos superficiales.

—Min JiYeon y su hijo prodigio —dijo un hombre rubio de aspecto imponente y robusto que estaba sentado al otro extremo de la mesa.

—Buenas noches, jefe —respondió sonriente y dio palmaditas en el hombro de su hijo—. Saluda, Yoon.

     El chico, así como un perro amaestrado, realizó una reverencia para todos y sonrió, saludándolos esta vez con su voz más baja de lo habitual, cosa que JiYeon notó de inmediato.

—Qué niño tan adorable —dijo una mujer con vestido rojo muy escotado, era la esposa del jefe.

     YoonGi se sentó en silencio y sonriendo mientras analizaba a todas las personas en la mesa. Nunca había visto a esas personas, pues cada mes la compañía era diferente y debía aceptar que siempre le harían las mismas preguntas, para las cuales ya tenía ensayada una fría respuesta disfrazada de amabilidad y tranquilidad. Aprendió a actuar igual que su madre, pero más para su propia protección que para otra cosa. Y si algo salía mal...

     Para distraerse de la tensión que le generaba estar con personas nuevas cada vez, le gustaba jugar a que cada uno era un súper villano y les asignaba poderes especiales de acuerdo a sus apariencias y actitudes. Pero esta vez, parecía que su técnica estaba fallando, porque apenas sintió las miradas de todos sobre él, su mente quedó en blanco.

     Intentó idear una historia entre estos villanos, donde el hombre rubio imponente atacaba una ciudad entera al lado de su mujer de vestido rojo, matando a todas las personas con billetes en llamas y risas malévolas. Intentó imaginar al grandísimo Roger Waters vestido de Godzilla preparado para vencer a ese millonario con cara de malo, pero no pudo siquiera imaginar un simple rostro.

     Algo era diferente en esa cena, además de que obviamente la gente era distinta. Antes bastaba con asentir y responder respetuosamente cada pregunta lo más breve posible, pero ahora se sentía más observado que de costumbre. Respondió de la manera habitual cada una de las preguntas, pero luego fue abordado por una mujer de aspecto mayor que estaba a su lado.

—Me gustas para mi hija. ¿Te gustaría conocerla? —Sonrió amplio con esos labios pintados de rojo intenso.

     Pero para esa pregunta no había respuesta ensayada en la lista mental de YoonGi, pues generalmente eran preguntas sobre la escuela, amigos, su hermano, calificaciones y esas cosas totalmente objetivas que estaban dentro de su control. Pero para ese entonces, él ni siquiera estaba seguro de que le gustaran las chicas, mucho menos de que le gustaran las personas en general.

— ¡Qué cosas dices, Sarah! Obviamente YoonGi es para mi Marceline, búscale a tu hija otro chino si tanto quieres diversificar a tu descendencia —se exaltó otra mujer que iba vestida de negro y tenía los dientes más horribles que YoonGi vio en su vida.

—Ni hablar —interrumpió el jefe—. YoonGi será para mi pequeña July, así que ahórrense la pelea.

—Deja que el niño decida, Erick —dijo la nombrada Sarah.

—Mi hija es más bonita —dijo otra—. Solo tiene catorce años y ya sabe cocinar muy bien.

     Las mujeres en la mesa continuaron resaltando los atributos de sus hijas, lo cual tornaba esa cena en la peor de todas. YoonGi podía soportar ser comparado con otros niños en cuanto a habilidades e inteligencia, pero que le buscaran una pareja sin su consentimiento lo ponía el doble de nervioso.

     Su falsa sonrisa fue reemplazada por un semblante de miedo, comenzó a sudar sin control y la respiración se le dificultaba. Lo estaban saturando.

—YoonGi, responde —pidió su madre con voz suave, conservando la sonrisa.

—No sé cómo, mamá, además no somos chinos, somos coreanos —tartamudeó con la mirada perdida en el blanco mantel.

—Déjate de estupideces y responde —le susurró directo al oído con una voz severa, seguido por un apretón fuerte en el muslo de YoonGi por debajo de la mesa.

—Te haremos una cita con cada una y después tú eliges —dijo Sarah, pavoneándose con seguridad.

—Es una gran idea, a él le encantará conocerlas a todas. ¿Verdad, YoonGi? —Y apretó nuevamente la pierna del niño.

     Para ese momento, YoonGi ya estaba resignado al castigo que le esperaría en casa. Ese apretón en su pierna era solo un pequeño adelanto de los moretones que llevaría en su piel por semanas. No tenía escapatoria y esta vez sería peor, pues la severidad de aquella mirada era peor que las de antes.

— ¿Me permiten levantarme? —Intentó mantener estable el hilo de su voz—. Tengo que ir al baño.

— ¿Seguro que tienes que ir ya? —Su madre habló entre dientes, enterrando con más fuerza sus uñas. Esta vez, YoonGi no se sentía tan capaz de aguantar el llanto.

     Demasiada atención, demasiado dolor, ya no podía más.

—Tengo que orinar —casi rogaba con su voz, estaba haciendo un esfuerzo colosal por no llorar, pero sus ojos se pusieron vidriosos al instante.

—Déjalo ir, Min, no seas tan dura con el niño —le ordenó el jefe.

—Te quiero aquí en dos minutos —liberó su pierna, pero ya era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho.

—Disculpen —se levantó e hizo una pequeña reverencia, alejándose a pasos temblorosos por el comedor, el cual se sentía cada vez más pequeño, como si las paredes trataran de asfixiarlo.

     Preguntó a un mesero por el baño y fue dirigido amablemente por este hacia una puerta al final de un pasillo poco iluminado. Para su suerte, el baño estaba vacío. Solo necesitaba desahogarse y todo estaría bien, quizá solo un grito breve para recuperar la compostura.

     Se apoyó con sus temblorosas manos en el lavabo e intentó ver su rostro en el espejo, pero desvió su mirada porque no le gustaba lo que veía: debilidad y pánico.

     Entonces, reconoció en su cuerpo las señales de lo inevitable. Sus manos hormigueaban, estaba acalorado y nauseabundo al punto en el que su vista se tornó borrosa y la sudoración era imparable. Su respiración se entrecortaba mientras más intentaba tomar aire para detener las náuseas, pero los intentos fueron en vano, ni siquiera podía forzarse a gritar.

     Después, el miedo se apoderó de él. Sentía que iba a morir en cualquier momento, miles de pensamientos y escenarios caóticos se desataron en su mente al mismo tiempo, como si reviviera en un solo segundo toda la violencia de los últimos cuatro años.

—Ayuda —su voz apenas salió, débil y quebrada.

     Se dio la vuelta para buscar ayuda, pero nadie parecía entrar al baño. Con su marcha indecisa, se dirigió a la puerta del baño apoyando su espalda en las paredes, pero su cuerpo dejó de responderle y cayó abruptamente al suelo.

     Quedó inconsciente, laxo, absorbido por la oscuridad de su mente.





— ¿Y dónde está el padre del niño, Min? —Preguntó su jefe.

—Lejos de aquí, gracias al cielo —respondió orgullosa.

— ¿Con ninguna posibilidad de devolverte a tu remedo de país?

—En absoluto, jefe —asintió sonriente.

—Sabes que no me gusta hablar de trabajo en estas reuniones, pero me has sorprendido estos años y creo que puedo considerarte como mi asistente. Necesito a alguien con tu persistencia para los proyectos a futuro, además si tu hijo quiere, podríamos becarlo y darle un lugar en la empresa.

     La mujer no pudo contener su emoción, por lo que bailó sus pies bajo la mesa y mantuvo su sonrisa plástica a la vista de todos.

—Será un honor para mí, seguro que YoonGi también estará contento por esta oportunidad —respondió y alzó su copa de champaña que el mesero les acababa de servir a todos.

—Solo asegúrate de que elija una buena esposa, el matrimonio es un negocio.

—Así será.

—Brindemos por eso.

     Pero el brindis fue interrumpido por un mesero agitado, con cara de preocupación.

— ¿Es de usted un niño asiático? Muy delgado, traje negro, corbata azul —preguntó con su voz alterada, generando disturbios de inmediato.

—Creo que es mi hijo. ¿Por qué?

—Se desmayó en el baño.

—Ese pequeño bastardo —dijo entre dientes y se levantó de inmediato de la mesa—. Una disculpa, iré por él.

— ¿Quieres que llamemos a la ambulancia? —Preguntó Sarah.

—No —respondió JiYeon—. Es común que le pase, tiene el azúcar bajo.

—Debes llevarlo al hospital, un desmayo nunca es buena señal —intervino de nuevo la mujer.

—No es necesario, sé cómo manejar esto. Una disculpa.

—Haz lo que tengas que hacer, Min —el jefe levantó su copa, sonriendo con formalidad, pero todas las mujeres en la mesa cuchicheaban al respecto, pues la reacción de JiYeon era muy extraña.

     Ella dejó la mesa para dirigirse al baño de hombres, donde encontró a YoonGi en los brazos de una mesera mayor que abanicaba su rostro. Sus ojos estaban medio abiertos, el cuerpo laxo y su piel más pálida de lo habitual.

—Déjelo, me lo llevaré a casa —exigió la madre, exaltando a la empleada que intentaba ayudar a YoonGi.

—Llévelo al hospital, parece que se golpeó la cabeza.

—Solo apártese de mi hijo —ordenó más furiosa esta vez y se agachó para tomar a YoonGi en sus brazos y cargarlo con cierta facilidad, pues era muy delgado y pequeño.

—Claro, disculpe —la empleada se alejó, extrañada por la reacción tan violenta de esa mujer. No lucía preocupada, como cualquier otra madre.

— ¿Tienen salida de emergencia?

—Por aquí —guió la amable mujer—. ¿Necesita que un empleado le ayude a cargarlo?

—No haga tanto alboroto, yo puedo sola con él. Sólo sáqueme de aquí sin que nadie me vea.

     La empleada, asustada, asintió y caminó fuera del baño con JiYeon cargando a YoonGi. Entraron por una puerta que daba a la cocina, donde muchas personas vestidas de blanco los miraron con cierto pánico al pasar, pues el chico de verdad lucía mal.

     En silencio, salieron por la puerta trasera que daba al estacionamiento. La mujer ni se molestó en dar las gracias, simplemente caminó con la adrenalina a tope hasta que dio con su auto, el cual abrió con dificultad porque YoonGi empezaba a pesar bastante.

     Sin cuidado alguno, depositó a su hijo en el asiento trasero, dejándolo incómodamente recostado. Abordó y condujo rápido a casa, motivada por la ira. ¿Cómo pudo él desmayarse y arruinarle la cena que daría un vuelco decisivo en su vida? ¿Cómo podía él, ese ser diabólico, amargarle la vida constantemente? ¿Por qué no simplemente desaparecía de la faz de la tierra y la dejaba en paz, llevándose a su hermano menor con él?

     Pensó muchas cosas de camino a casa, pero lo más recurrente fue: "ya no los quiero conmigo, solamente me traen problemas este par de bastardos".

     Al estacionarse frente a su hogar, YoonGi ya estaba despertando en el asiento trasero y balbuceaba por el atontamiento. Su cuerpo dolía terriblemente en todo el costado izquierdo debido a la caída y su cabeza estaba reventando también.

—Hasta que por fin despiertas, cielito —expresó con sarcasmo, mirando por el espejo retrovisor cómo YoonGi recobraba la consciencia.

     Apenas despertó, ella se giró para abofetearlo, provocándole el llanto al instante. Pero ahí no acabaría la tortura, ella tenía que desahogarse. Azotó su mano contra el delicado rostro de su hijo, hasta que su labio se reventó y empezó a sangrar. Paró cuando estuvo satisfecha y lo vio rendido, llorando a mares.

     Su rostro ardía horrible, pero ese dolor no era tan fuerte como el que sentía por dentro, en su corazón. Ahí donde ya no quedaba más espacio para querer a nadie que no fuera YeoSang. Ahí donde se instaló un profundo odio y resentimiento al darse cuenta de que su madre, el ser que le dio la vida y le permitió caminar por el mundo para reír, bailar y jugar, lo odiaba con toda su alma. Tanto que en lugar de llevarlo al hospital, decidió darle una última paliza antes de darle lo que tanto necesitaba: su liberación.

—Siempre lo arruinas todo —gruñó, golpeando el volante—. Solo te pedí que actuaras con educación y ni siquiera eso lograste. Si pierdo mi empleo por tu culpa, juro que te mataré.

— ¡Pues mátame! —Gritó al fin—. ¡De todas formas no me quieres, nadie lo hace! ¡Te odio, eres la peor madre del mundo, desearía estar muerto!

—No seré yo quien cumpla tu deseo —soltó una risa que rayaba en el sadismo—. Vas a seguir viviendo, pero no aquí. No puedo seguir arriesgando mi trabajo por tu culpa, así que el fin de semana te regresas a Corea con tu padre, tu hermano va contigo. ¡Y si te vuelvo a ver, te mato!

     Ella salió del auto, dejando detrás el eco de un portazo que empeoró el dolor de cabeza. Por fin, a solas, se permitió llorar y gritar contra el asiento. Esta vez, el alivio llegó cando su garganta dolió, pero su cuerpo se sentía ligero a pesar del dolor.

     Decidió permanecer ahí a pesar del frío, porque en esa soledad y oscuridad encontró la tranquilidad que su cuerpo ansiaba. Y después de asimilar todo lo sucedido, logró sonreír porque al fin el infierno terminaría.

     Conocía a su madre, cumplía todo lo que prometía, por lo que no veía esto como un rechazo, sino un alivio. Regresar a los brazos de su padre ahora se veía como la meta máxima, no podía esperar para recuperar eso que perdió.

     El amor.






Es como si bailaras al son de una canción que detesto

pero eres tú,

y te imagino tormenta.

(Pero eres tú, pero soy yo. Elvira Sastre)






YoonGi

— ¿Y por qué decidió quedarse con YeoSang? —Me pregunta JiMin mientras juguetea con sus dedos sobre mi pecho desnudo.

—No fue cosa de ella, el abogado le aconsejó que se quedara con él para seguir cobrando la pensión alimenticia, pero también se lo quedó para seguir aparentando con la gente de su trabajo. De todas maneras, solo lo aguantó hasta los once años. En cuanto terminó la primaria, lo regresó con nosotros.

—Pobre YeoSang. ¿A él también le pegaba como a ti?

—No, al menos eso es lo que dice él. Cuando me fui, dejó de agredirlo físicamente, no sabemos por qué, solo dejó de hacerlo.

— ¿Y crees que ahora está a salvo con ella?

—Sí, Yeo dice que ella se excede un poco con sus buenos tratos, pero él no es feliz allá. Le está costando mucho adaptarse.

— ¿Crees que vuelva pronto?

—No lo sé, papá está haciendo todo lo que está en sus manos para recuperar la custodia, pero ahora dependemos básicamente de la suerte.

—Espero que todo salga bien, realmente me agradó mucho y también me dolió que se fuera.

—También le agradaste, pero ahora solo queda esperar —trato de cerrar mis ojos para descansar un poco, pero él insiste en hablar.

—Yoon... ¿Cómo te has sentido?

— ¿Sobre qué?

—Ya sabes, con el medicamento y... lo otro.

— ¿Qué es "lo otro"?

—Tus ataques de pánico.

—Estoy bien —suspiro, algo agotado—. Tengo más sueño que antes porque me estoy adaptando al medicamento nuevo, pero ese ataque de pánico fue uno en un millón, creí que ya habían parado.

—Ojalá me hubieras contado sobre tu ansiedad social desde el principio, pude haber prevenido lo que te pasó en mi casa.

—No te preocupes, no fue tu culpa. Sabes que me cuesta contar esas cosas. Supongo que estar en esa mesa rodeado de extraños me detonó todo lo que creía superado.

—La próxima vez, quizá solo te invite a cenar con Jin y Hobi. ¿Te sentirías mejor si son menos personas?

—No lo sé, ya los conozco un poco, así que tal vez no me vuelva a pasar en tu casa.

— ¿Y emocionalmente cómo estás?

— ¿Por qué preguntas todo eso? —Empiezo a fastidiarme un poco, pero me obligo a mantener la calma, pues me prometí no ser un imbécil con él.

—Porque te amo y quiero asegurarme de que eres feliz.

—Lo soy —aunque siento mi cuerpo pesado, me volteo para quedar de frente con él, tomo su cintura desnuda y lo atraigo hacia mí. Está calentito y... duro. ¿Tan rápido?

— ¿De verdad? —Coquetea, acariciando mi pecho a palmas abiertas y acercando su cadera a la mía.

—De verdad —me prendo de su boca en un beso urgente, casi al instante nuestros cuerpos tibios se frotan uno contra el otro.

     Él se ha vuelto un tanto voraz a la hora del sexo, siempre me toca mucho, se mueve frenéticamente y trata de explorar mi cuerpo tanto como puede. Me gusta que tome esa iniciativa porque, como ahora, tengo algo de pereza porque no hace más de media hora que tuve un orgasmo.

     Me rodea con su pierna, balanceando su cadera de modo que nuestras erecciones se rozan entre sí, logrando ponerme durísimo otra vez. Tengo que aferrarme a su espalda y concentrarme en su boca porque de otro modo, iré demasiado rápido y lo que quiero es disfrutarlo.

     Últimamente, cuando pienso en JiMin y en la intimidad que tenemos, me siento emocionado. Tiene un cuerpo hermoso y sus expresiones son de otro mundo, ni hablar de sus gemidos que simplemente me vuelan la cabeza, por lo que cada vez trato de disfrutar cada segundo, trato de alargar tanto como pueda el tiempo en la cama porque ya soy adicto a él.

     Suena cursi y estúpido, pensar así no es tanto mi estilo, pero él ha sido el único que me ha hecho sentir de esta forma, tan embobado y lleno de vida. Tan poderoso es su tacto, que fue por él que dejé los medicamentos en primer lugar, pero ahora no tengo opción y debo tomarlos.

     Pero a pesar de que me adormecen, logro reunir energías para una segunda ronda. Solo que tendrá que ser rápido porque mi padre no tarda en llegar y además JiMin y su estúpido toque de queda arruina todo.

— ¿Otra vez? —Hablo contra su cuello, justo en esa parte sensible que lo retuerce de gusto. Él reacciona apretándose contra mí, complacido.

—Sí, por favor —gime agudo cuando muerdo la delicada piel de su cuello.

—Ponte boca abajo y cierra las piernas, esto te va a gustar —le ordeno al oído y no le doy tiempo de preguntar para cuando ya estoy encima de su redondo culo, mi pecho contra su espalda fundiéndose en esa humedad que tanto me gusta sentir de él.

     Su sudor, los restos de lubricante y algo de semen... es sucio y perfecto.

     Froto mi verga entre sus nalgas y me sirvo de sus encantos por un rato, la vista es fantástica porque aprieta su trasero a propósito para darme placer, pero llega un momento en que se desespera y mueve su cadera de lado a lado, exigiéndome la penetración como si fuera una gata en celo.

     Nada me gusta más que complacer esa parte, así que abro sus nalgas y derramo en su ano una cantidad generosa de lubricante. Su reflejo natural de apretarse me pone loco, me encanta mirar, soy un maldito pervertido, tomaría fotos si no fuera tan descuidado con mi teléfono.

     Froto con mis dedos el lubricante, él se desespera porque me necesita dentro, así que lo penetro un poco con los dedos para asegurarme de que sigue dilatado. Él insiste en que me apresure, sacudiendo su culo, como un mocoso berrinchudo. Aquí voy de nuevo.

     Nunca habíamos tenido sexo dos veces en un solo día, por eso me siento un poco hipersensible cuando vuelvo a meterme en él. O tal vez sea la posición que me aprieta con más fuerza, pero él lo disfruta tanto como yo. Me hundo completamente sin dificultad alguna, sacándole un gran suspiro de gusto. Sabía que esta posición le iba a gustar.

—Muévete, amor, por favor.

     Luce tan lindo cuando ruega por estas cosas, así que me dejo ir sin pensar en nada más que partirlo en dos. Me inclino sobre su espalda y lo abrazo por detrás, afirmándome lo suficiente para empezar a moverme. Una vez que estoy listo, me dedico a lamer y besar su cuello a la vez que tomo un ritmo suave al principio.

     A pesar de que voy lento, se siente más profundidad, tanto que él ni siquiera necesitará masturbarse para tener un orgasmo. Él busca mis manos, entonces entrelazamos nuestros dedos, suficiente para darme permiso de estamparme con más fuerza.

     Sus gemidos rayan en los gritos cuando me dejo caer, una y otra vez, haciéndolo temblar por completo. Yo solo cierro mis ojos y disfruto de todo, de su calor y el espectáculo que me da, de su interior cálido que me enloquece.

     No puedo más, este chico me tiene muy mal, tanto que termino gimiendo con él, cosa que es rara en mí porque suelo ser callado. Pero el placer que me da es tan inmenso, que su voz suave y dulce con la mía, grave, se combinan llenando la habitación de una sinfonía única.

     Y cuando él tiene su orgasmo, se queda sin voz. Es feroz, me aprieta con toda su fuerza, logrando exprimirme hasta la última gota de energía. No puedo más, fue el mejor puto orgasmo que he tenido en mi vida. De esos que me dejan tambaleando, con la mente apagada y los ojos viendo estrellas.

—Tenías razón, me gustó mucho —jadea entre risitas y me regala besos flojos en el dorso de la mano.

—Eres muy sexy, lo digo en serio —me cuesta respirar, pero en el buen sentido, como si él fuera una ráfaga de aire puro que quiere invadir mis pulmones a toda costa. Y se lo permito.

—Qué desastre hice —se ríe con la cara hundida en la almohada, yo me salgo con cuidado de él.

     En efecto, cuando se acuesta de lado veo la mancha de semen en el cobertor, pero no me importa, es lindo que tuviera un orgasmo solo con mi verga y la presión contra la cama.

—Limpiaremos luego —me río de su vergüenza y lo atraigo hacia mí para abrazarlo. Se acomoda algo tembloroso en mis brazos, dejándome sentir su dulce calor.

—Estoy lleno de tu semen —se esconde en mi pecho, besándolo como se le ha hecho costumbre.

—Pero te encanta que te rellene —lo molesto, causando que me golpee cariñosamente.

—Eres un sucio —gruñe, pero es tierno—. ¿Sabes qué día es hoy?

—No.

—Hoy cumplimos dos meses de novios —dirige su mirada hacia mí, sonriente y adorable.

— ¿Ah sí? No tenía idea.

—Recuérdalo el próximo mes, así podremos hacer algo lindo para celebrar.

—Lo haré.

     Con esa respuesta, él queda conforme y oculta de nuevo su rostro en mi pecho, permitiéndome abrazarlo y darnos calor mutuamente. No sé por qué le da tanta importancia a eso de las fechas, para mí no tienen tanto significado.

     No mido el afecto que le tengo a una persona con base en el tiempo que tenemos de conocernos, sino en la confianza que me inspiran las personas y las cosas que hacemos juntos. Espero que eso no vaya a ser un problema a futuro porque, además, tengo pésima memoria con eso de las fechas.

     Como sea, me importa una mierda todo a partir de aquí, porque el sueño me vence al estar abrazado a su cuerpo y embriagado de él.

     No sé qué clase de brujería me hizo, pero no me arrepiento de haberlo recogido como a un perrito de la calle cuando se perdió en la ciudad. Y tampoco me arrepiento de tener esta etiqueta de novio que va en contra de mis ideales.

     Sigo sin saber cuánto tiempo durará esto y tampoco tengo idea de qué consecuencias me traerá abrirme tanto a una persona, tanto como jamás lo he hecho.

     Puedo decir, sin temor a equivocarme, que JiMin me conoce más que cualquier novio o amigo que tuve en el pasado, me atrevo a decir incluso que sabe más que BaekHyun.

     Nunca me ha entusiasmado hablar de mi madre y de toda la mierda que viví con ella, porque me avergüenza que los demás sepan que fui un niño indefenso lastimado y que crecí desconfiado de la humanidad por culpa de esa bruja.

     Sé perfectamente que debido a mis traumas, reprimí tanto mis emociones y me puse a la defensiva con el mundo entero. Por eso me cuesta abrirme, especialmente cuando se trata de tocar temas profundos, tiendo a intelectualizar todo, me refugio en los libros porque fue el único recurso que tuve para disociarme de la violencia y de la depresión.

     Mi vida ha sido una mierda desde el principio, vine al mundo en contra de mi voluntad y me crió una madre que jamás debió tener hijos. Mi relación con el mundo se fracturó terriblemente y a penas en este momento de mi vida siento que estoy recuperándome.

     Lo curioso es que una gran razón de eso es JiMin. Él me escucha y me entiende. No me juzga, al contrario, besa mis cicatrices emocionales y físicas, me mira con amor. Desde que llegó a mi vida, me ha traído tanta confusión como cuidados y cariño, cosas a las que nunca estuve acostumbrado en el pasado, por eso se siente tan raro tenerlo, como si no fuera real, pero sé que esa desconfianza mía viene de mis traumas.

     Al principio, no quería contarle sobre mi pasado tormentoso porque tenía miedo de que me mirara con lástima, siempre he odiado la compasión ajena y hacerme la víctima. Cuando estuve internado en el psiquiátrico, esa mirada era la única que recibía, todos los que me rodeaban me veían como el pobre suicida que no puede manejar su propia vida. Pero con JiMin se ha sentido diferente.

     Nunca pensé que un estúpido ataque de pánico y una tarde en el hospital me conectaría tanto con él, pero creo que me sirvió para demostrar que él se preocupa por mí y me ama de forma genuina.

     Supongo que ha valido la pena atravesar mi apatía y miedo hacia el amor, porque a través de JiMin me he dado cuenta de que no estaba tan muerto por dentro como yo pensaba. Esto va a sonar raro, pero me encantaría que esto dure y funcione por mucho tiempo.

     Gracias a él, he recuperado un poco de esperanza.



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