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La mañana había sido como de costumbre; Eloise había tomado sus clases con Luke, ocasionalmente con Tracey, pero nada como su clase favorita: pociones.
La castaña no tenía la clase con Tracey ni con Luke, por lo que solo quedaba Hermione en ella, pero realmente dudaba estar cerca de su hermana, si bien se habían acercado un poco más en el transcurso de la misión asignada por Dumbledore, pero aún se sentía aquella peculiar tensión.
Ese tipo de tensión que no te dejaba ni siquiera respirar de forma agradable, pues ninguno emitía sonidos por un largo rato, no había de que hablar, pues la incomodidad era notoria.
Aquella tensión que no desearías tener con nadie.
Si, Hermione y Eloise eran mellizas, eran hermanas, la misma sangre, pero... conforme avanzaba el tiempo sus peleas dejaban de comenzar por cosas tontas y los motivos por los que ellas peleaban cada vez se hacían más graves.
Peleas. Gritos. Llanto.
Esa sería la forma más corta de resumir la forma en la que Eloise y Hermione peleaban siempre.
Jamás se golpearían llenas de furia, claro, ellas lo hicieron en ocasiones cuando eran pequeñas, pero jamás eran golpes llenos de rencor y odio de una a la otra, siempre eran golpes... golpes de hermanas.
Aquella pelea que tuviste con tu hermano por la tarde cuando no quiso ceder a hacer algo que tú querías; una pelea casual donde te encontrabas molesto por alguna otra razón, tu hermano apareció para contarte alguna de sus aventuras y tú le gritaste que saliera de tu habitación.
En el fondo, muy en el fondo, Eloise deseaba que los motivos de las peleas con su hermana fueran aquellas.
Peleas tontas.
Peleas sin sentido.
Extrañaba pelear con su hermana, gritarse que ya no eran más hermanas y salir de la habitación con un portazo, para que luego, mientras cenaban, platicaran de cualquier tontería o como les fue en el día.
Eso pasaba cuando realmente eran pequeñas, pero ¿ahora?... ellas eran un par de adolescentes, las cuales se encontraban siendo forzadas a crecer y madurar antes de tiempo.
No por la escuela, sino por aquella situación en la que se encontraban.
Cuando Harry -en el cuarto año- anunció el regreso de Voldemort, Eloise supo que las cosas iban a cambiar, pues la cara de horror de Harry no parecía mentir en las palabras que salían de su boca, como decían los demás.
Ella y Hermione tenían catorce años, solo catorce, cuando Remus se acercó junto a Sirius y comenzaron a hablar de lo peligroso que todo se pondrían, más para ellas... por ser consideradas unas sangre sucia a los ojos del que no debe ser nombrado.
El dolor había inundado el pobre corazón de Eloise, en aquel momento donde ella se acostó y miró el techo oscuro, con lágrimas en sus ojos, ella le rogó a aquella entidad superior que sabía que existía, no le ocurriera nada malo a sus padres o a su hermana.
Hermione siempre intentó ser fuerte frente a Eloise, fingir que no sentía miedo, pero sabía que solo era una simple y mediocre fachada, pues olvidaba que Eloise era su melliza; la conocía como a la palma de su mano, sabía que sus palabras eran cortantes, pero sus ojos derramaban puro terror.
Otra tarde Molly las había sentado en el comedor de la madriguera, intentó hablarles... les dejó en claro que tendrían que ser fuertes y mantenerse unidas.
"Nadie en este mundo te amara más que tu hermana".
De alguna forma Hermione no pareció captar esa frase, pues tiempo después armó un ejercito y no llamó a su hermana, su compañera de toda la vida, para que pudiera formar parte de aquella orden... pues es una slytherin y no confiaba en ella.
Y, Eloise recordó entonces otra conversación con su padre, podía recordar que estaban en algún restaurante muggle, cuando Hermione se molestó por alguna razón tonta, su padre... aquel muggle que las había criado a base de amor y buenos tratos, aquel hombre que no tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando allá afuera, en el mundo al cual sus dos hijas ahora pertenecían y él quizás jamás podría pertenecer.
Un hombre el cual había sido criado de una forma distinta a ellas, lleno de golpes y violencia. Él no había crecido con amor como Hermione y Eloise, su padre había crecido a base de miedo.
Cualquiera pensaría que un ser humano que creció de esa forma repetiría patrones. Patrones los cuales hacían daño, pero no. Aquel hombre, el padre de Eloise y Hermione, era un hombre lleno de amor, empatía y respeto a los demás, sin importar quien fuera.
Estaba tan lleno de aquel amor, pero mucho más importante el amor que le tenía a su familia, la forma tan preciosa en que buscaba siempre protegerlos de todo, de darles todo lo que necesitaban y hacerlos sentir a salvo con él.
Trabajando horas extras en aquel trabajo, no le importaría parecer un esclavo y no dormir bien durante semanas para darle todo lo que necesitan a sus dos hijas y su amada esposa.
Un hombre el cual fue educado con violencia y malos tratos. Hombre el cual seguro recibía golpes cada día de su existencia y seguro no había disfrutado ni siquiera de su niñez como era debido por los bajos recursos en los que se encontraba su familia.
Si, aquel hombre las señaló a ambas y había dicho una frase que Eloise estaba segura que jamás olvidaría.
"Esa persona sentada junto a ti, es la única con la que vas a contar el día que tus padres mueran".
Y esa frase se quedo marcada en el corazón de ambas, ¿cómo sabía eso ella? pues... Eloise estaba casi segura que Hermione estaría para ella si se encontraba en aprietos y Eloise podría jurar por su vida que siempre estaría ahí para su hermana, sin importar el día, la hora, la fecha, el lugar donde estén... ella recorrería distancias, detendría el tiempo, secaría mares o comenzaría lluvias, para estar ahí con ella. Solo para escucharla y apoyarla, brindarle su ayuda como era debido.
Porque así era ella.
Por más cruel que Hermione fuese con ella durante tantos años, alejándola y rompiendo aquella amistad que consideraba indestructible, eran hermanas.
Eran hermanas y se querían.
Eran hermanas y Eloise la querían.
Se amaban solo por el simple hecho de ser hermanas.
Eran, son y siempre serán hermanas, y eso sería algo que nunca nadie podría cambiar.
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