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ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 13

Al finalizar la junta, cada quien se dirigió hacia su lado. Analizando la delicada situación, en donde algunos se decaían ante las recientes informaciones que habían descubierto. Entre ellos, Mirio y Midoriya.

La joven permanecía pensativa mientras estaba sentada en un lugar no tan lleno de gente, tomando distancia de sus compañeros.

Deberían hacer un operativo importante y el haberse involucrado en aquella pelea con esa desconocida mujer, como también el ser integrante de la agencia del maníaco que tenía como tutor, había tenido la oportunidad de asistir.

Observó como Aizawa se acercó a Midoriya, permaneciendo unos minutos probablemente advirtiéndole algo. Pero al separarse, el mayor fue dirigiéndose a ella.

—Sabes bien por qué vengo contigo —dijo serio sentándose a su lado—. Si tu padre se entera de esto, no te permitirá ir. Además, tampoco estoy de acuerdo en que vayas.

—¿Por qué lo dices? —preguntó algo molesta— soy totalmente capaz de ir y ayudar en la misión.

—No dudo de tus habilidades, sino de tu estabilidad —respondió mirando al frente—. Sé que aún no has recuperado de lo que sucedió. Tu padre también.

Al oírlo, mordió su labio inferior bajando la mirada frustrada. Todo lo que hizo hasta ahora no sirvió de nada. Sin embargo, decidió estar en calma por lo que aspiró un poco de aire.

—Aún así, ya estoy informada sobre esto. No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que una niña está sufriendo de esa manera.

Intentó mantenerse firme cuando la penetrante mirada de su maestro se posó en ella, intentando analizar con frialdad cada una de sus palabras y gestos. Aún dudaba de que si sería una buena idea el dejarla ir, pero al igual que el de ojos verdes, ella saltaría en medio de todo por más que la encierren.

—De acuerdo… —suspiró mirando hacia sus pies— pero, si veo que algo no va bien, te sacaré de ahí de inmediato ¿oíste?

—Gracias por confiar en mí —agradeció realizando una pequeña reverencia.

Así vio como su maestro se iba alejando para hablar con otros héroes.

Sacó todo el aire que acumuló en sus pulmones, dirigiendo su mirada a sus manos que jugaban nerviosas entre sí.

—Lo que dije es verdad… —susurró a lo bajo—  quiero salvar a esa niña… Y, encontrarlo a él… Yakusoku Ryuu.

Por alguna razón, las autoridades de la UA nos permitieron salir con nuestras familias. Ir con ellos para visitarlos aún cuando falta varios meses para ello.

Era gracioso, porque de todas formas a ella no le quedaría de otra que, o quedarse en la UA o ir en el apartamento en donde Toshinori vivía.

Prefería lo primero.

Aún no se sentía segura con él, a veces, se quedaba pensando en todas las cosas que este intenta hacer para llevarse bien con ella. Es cierto, él no lo sabía. Y debió de ser complicado asimilar que tenía una hija pérdida con ahora, problemas de estabilidad emocional.

Dejó todos sus pensamientos a un lado al oír como la puerta se había golpeado. Se levantó con pereza hacia ella, queriendo saber de que se trataba.

—Oh… Hola.

—Siento molestarte, hija —dijo algo nervioso mientras miraba al suelo—Eh… Bueno, solo quería hablar un poco contigo…

Se mantuvo en silencio unos segundos, mirando fijamente al hombre frente a ella. Quien parecía estar sufriendo por cada segundo en silencio sin una respuesta.

—Sí, entiendo… Creo que debes estar ocupada —rio algo agitado para darse la vuelta—. ¡Siento molestar, hija! Si quieres hablarme estaré cerca~.

—Espera…

El hombre frenó en seco al oír aquello, girando para ver a la joven quien miraba a un costado sin dar alguna expresión.

—Hablemos…

De inmediato asintió ante las palabras de la menor y de forma algo torpe, entró en el cuarto de esta mirando un poco de como era.

Nunca había entrado, por lo que poco y nada sabía de ella. Había investigado un poco, dándose cuenta de lo especial que había sido esa mujer para su hija. Quien permaneció abandonada en un orfanato, sin nada, sin nadie quien pueda abrazarla, protegerla y hacerla sentir parte de una familia.

Por eso y mucho más, agradecía todo aquello que esa mujer le otorgó a la menor. Por lo que nunca nada alcanzaría a pagar lo que hizo por ella.

Algo que notó, fue lo oscuro de la habitación. La única luz que alumbraba era la de la mesita de dormir. También fijándose en una fotografía.

A pesar de la poca iluminación, pudo apreciar la imagen de aquella mujer siendo abrazada por su hija. En ella, se la podía notar feliz, sonriente y llena de vida. Algo, bastante diferente de lo que era hoy en día.

Cerró sus ojos frustrado, sintiendo su corazón arder ante toda aquella impotencia. Tantas vidas ha salvado el símbolo de la paz, pero no era capaz de salvar a su propia hija.

—Siento el desorden —dijo prendiendo la luz de la habitación—. Puedes sentarte en la cama.

—S-Sí, siento las molestias —respondió rápidamente sentándose.

Un silencio incómodo se formó entre ambos al no tener un tema de conversación. El rubio estaba tan nervioso que su mente se había puesto en blanco, todo lo que había pensado decir, se había esfumado por completo. Logrando que comience a desesperarse.

—Eh… Yo…

—Gracias…

—¿Eh?

—Tú… No sabías de mi existencia… Y de repente te enteras de que tienes una hija, que ni siquiera estas seguro de cuando o si de en verdad lo soy —dijo mirando hacia algún lugar de la habitación—, pero aún así, me aceptaste como tu hija, me diste tu apellido e intentas acercarte a mí a pesar de como soy… Yo… Solo puedo decirte grac-

Sus palabras fueron calladas cuando los brazos del mayor la rodearon, abrazándola.

—Oh… _______ —soltó entre sollozos—, tu eres mi hija, nunca he dudado de ello desde que lo supe… Yo soy el quien debe darte las gracias… Por permitirme permanecer cerca de ti. Mi error fue pedirte que me aceptes de inmediato, pero nunca pensé en como te sentías.

Poco a poco, una entra presión subió a su garganta, a la vez que los latidos de su corazón parecían más lentos, doliendo cada uno de ellos.

—Iré acercándome a ti, poco a poco y… Conocerte cada vez más. Para que algún día, puedas llamarme papá… Te quiero, hija. Eres lo único que tengo.

Sus ojos comenzaron a picarle, dándose cuenta como las lágrimas lograron nublar su vista. El dolor de su pecho incrementó sintiéndose hasta cierto punto insoportable, puesto que se había desbordado.

Las lágrimas bajaron por sus mejillas, al sentir nuevamente aquella calidez que hace un tiempo ya no sentía. Logrando así deshacerse de ese dolor que la había llenado hasta llevarla a éste punto.

Con algo de timidez, llevó su mano a la espalda del mayor, correspondiendo de alguna manera al abrazo que le dio.

—Esta vez soy yo el que te consolará.

Cuando ya había llorado lo suficiente, se separó con lentitud de él. Limpiando con sus mangas las lágrimas que quedaron mojando sus mejillas. Tambiem haciendo lo mismo el mayor que tampoco se contuvo en ello.

—Por cierto, tus amigos vinieron por ti.

La joven alzó la mirada a la puerta, al notar como todos sus compañeros de clase se reunieron en ese lugar.

—¡Vamos a divertirnos! —exclamó Ochako dando pequeños brincos de alegría.

—Salir un poco te hará bien —agregó Tsuyo llevando su dedo al mentón.

—Lo pasaremos bien —le sonrió Momo algo preocupada en el fondo al verla con los ojos rojos.

—Ya vístete rápido para largarnos de aquí —bufo saliendo del fondo para dejarse ver—. Vamos, maldición. Estoy aquí a la fuerza.

—Pero Bakugō, tu fuiste el de la iniciativa —divulgó Kirishima riendo de manera burlona.

—¡Cállate, maldición!

Permaneció en silencio viendo la escena de pelea. Suspiró algo cansada por haber llorado hace unos momentos, pero aún así, sonrió levemente.

—No suena mal…

—¡Kaminari, desgraciado! —exclamó Kirishima viendo como había perdido su juego— ¡Hiciste trampa!

—¡No es trampa! —se defendió sonriendo de lado— lo llamo estrategia~

La joven permanecía tomando su jugo, sentada en un banquillo, riendo de vez en cuando por la pelea entre sus compañeros ante ese juego de acertar la pelota en el aro.

La mayoría de los jóvenes estaban repartidos en toda la sala de juegos, divirtiéndose con varios de ellos.

Por primera vez en tanto tiempo se sentía más liviana. Tal vez, esto era lo que le faltaba. Salir un poco e intentar darse un descanso de todos los sentimientos negativos que solían mantenerla en la oscuridad. Ahora, se sentía brillante.

—Son unos imbéciles —murmuró Katsuki sentándose a un lado de ella.

—Es divertido tenerlo cerca —agregó ella mirándolo mientras tomaba de su bebida.

—Son molestos —bufó desviando su mirada—. Pero da igual, supongo que tengo que aguantarlo.

Ella soltó una pequeña risa, devolviendo su atención a el acontecimiento que se daba frente a ella.

El dueño de la tienda estaba amenazándolos con una escoba.

—Oye…

—¿Hum?

—Tendrás una misión ¿cierto?

Por poco y se había atragantado con el jugo. Los latidos de su corazón aumentaron y la respiración se la hacia más pesada. Bajó su bebida para intentar calmarse.

—No sé de que hablas, no me habían dicho nada de una misión.

—No soy un imbécil, se que traen algo.

Desvío su mirada para evitar la presión que el rubio ejercía en ella, colocando su mirada clavada en la joven.

—No quiero que vayas…

—¿Qué? —preguntó tontamente volviendo a mirarlo.

—Acaso no escuchas, maldita sea… —suspiró frustrado—. No vayas. Tengo… Un puto mal presentimiento… No quiero que te involucres…

Siguió mirándolo un poco más para luego apartar su vista, en silencio. Ya había tomado una decisión y todo estaba listo.

—Yo… No sé de que estás hablando.

Nadie podría hacerla cambiar de opinión.

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