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33. STAY

— ¿Y ese loco que está corriendo, quién es?

— Oh, ratón, estás por conocer al grandísimo Han Solo.

Rindou ladeó la cabeza confundido, prestando atención a la película pero escuchando como la puerta de la habitación de Sanzu se abría detrás de ellos.

Star Wars no parecía tan malo como creía, mucho menos con su peluche de Yoda sobre sus piernas, un tazón gigante de palomitas y la compañía de Haruchiyo Akashi y su gato a su lado; esa combinación podía hacer hasta la peor película una obra maestra.

— ¿Siguen aquí? —preguntó Takeomi.

— ¿Dónde más estaríamos?

— No lo se, haciendo cualquier otra cosa que no sea ver monitos espáciales peleando con varitas de luz.

— Respeta a los maestros Jedi, inculto.

— ¿Y ese gato que hace aquí? Te dije que tenías que llevártelo a tu casa, Haruchiyo.

— Pensándolo mejor quiero ir a McDonalds —sugirió Haruchiyo, cambiando el tema, pausando el filme y volteando a ver a Rin— escuche que su cajita feliz tiene dinosaurios de juguete.

— Yo quiero nuggets.

— Podemos-

— ¡Hagan algo más divertido, carajo! sus planes se limitan a ser dos niños con licencia de conducir y mucho dinero.

— ¿Te recuerdo que tu hermano me acusó de prostitución y yo lo metí a prisión por una noche?

— Bien, escuchen, deben encontrar un balance entre diversión adulta y cero cargos legales; vayan a una fiesta, salgan a un bar, busquen algún club ¡Y llévate a ese gato, Haruchiyo!

Ambos, como niños pequeños se quejaron, deslizándose por el sofá para demostrar su inconformidad ante esa idea.

— Vamos, largo de aquí, vayan a embriagarse y grafitear paredes.

—  Pero Chewbacca está por aparecer.

— Haruchiyo...

— Bien, ya nos vamos —apago el televisor y tomo la mano de Rin para salir juntos de la habitación, no sin antes mostrarle la lengua a Takeomi como el mayor insulto que conocían.

— Estos niños...

— Esto no salió bien...

— Absolutamente no.

Sanzu miró con horror el millón de manchas que cubrían la cocina, esparcidas desde las paredes hasta el techo.

Rindou Haitani debería de estar verdaderamente maldito por el Dios de los panqueques, porque no había forma de que un simple intento de cocinar su comida favorita terminara con media cocina destruida,

— Tuvimos que ir al bar como dijo Takeomi.

— Lo habríamos hecho, si el señorito quiero comer panqueques, no nos hubiera cambiado los planes.

— Yo nunca te dije que viniéramos a tu casa a hacerlos.

— ¿Crees que en los bares venden panqueques?

— Deberían...

Sanzu suspiro, analizando todo lo que deberían limpiar antes de retomar su camino original al bar favorito del menor; sin embargo, no podía soltar ni una réplica al aire porque su corazón se ablandaba al voltear y ver al mocoso a su lado lleno de mezcla pegajosa y chispas de colores que se le habían pegado al intentar arreglar su desastre.

— Yo me encargo de esto, tú ve a ducharte o terminarás con el cabello echo un desastre.

— ¡Te ayudó!

— No, tu ve a la ducha, intenta limpiar el caos que traes encima y usa algo de mi ropa, ya veremos como conseguimos algo de tu talla.

— ¿No estas enojado... cierto?

Haruchiyo suspiro, —por supuesto que no, ratón; solo creo que esta es una prueba muy realista de lo que pasará cuando vivamos juntos.

Rindou se sonrojo. Vivir con Sanzu en la misma casa con una relación formal sonaba terriblemente lejano y pesado para alguien tan pequeño e inseguro como él, pero extrañamente, también lucia justo como un sueño que quería conquistar antes de morir, como un viaje que quisiera completar en su vida y una realidad que quisiera ver cumplida.

Vivir con Sanzu sonaba bien... lejano, caótico y difícil, pero bien.

— Digo, no es que ahora esté pensando en eso... bueno, a lo que me refiero... ¿sabes, por qué no mejor-?

El rubio no dejó a su novio terminar su tropiezo verbal; beso castamente sus labios y se fue felizmente a la ducha.

— ¡Pido la cama de arriba!

— ¡Así no funciona, se supone que durmamos en la misma cama!

— ¡Lo se!

Rindou entró sonriente a la habitación, con una motivación nueva en su vida y las energías renovadas.

La habitación de Haruchiyo siempre le había parecido grande y fría, organizada, muy elegante para su gusto y con colores oscuros; un escenario muy distinto al hombre que odiaba la letra H y tenía como súper héroe favorito a Ladybug.

— Te vendría bien un póster de Cat noir por algún lugar —le dijo cuando apareció para entregarle un par de toallas.

— Estoy pensando poner uno a lado del cartón de Harty Stiles.

— ¿Sigues teniendo esa cosa?

— No quisiste llevártelo a casa.

— En serio me gustaría tenerlo en mi habitación, pero creo que los vecinos tendrían muchas dudas si me ven saliendo con eso del ascensor.

Haruchiyo se rió y le ayudó a limpiarse la masa de panqueques con toallitas húmedas y pañuelos para que la ducha fuera menos caótica de lo que ya sería.

— Tus vecinos me caen mal, otra razón para que te mudes conmigo.

— Haría unos cambios por aquí.

— ¿Cómo poner un póster de Cat noir?

— Si y tal vez conseguir algo más de iluminación, este lugar luce demasiado apagado... ¿que te parecerían unas paredes rosa? ¡Oh, también debemos de conseguirte una vajilla decente! No puedes recibir a tus invitados con platos de Sonic.

Sanzu volvió a reír y quitó una buena porción de masa de su cabello; Rindou se sonrojo al recordar que seguramente estaba hecho un desastre de pies a cabeza por su batalla en la cocina.

Tal vez nunca le importo demasiado su apariencia, fuera de sus aventuras nocturnas, siempre fue vistiendo ropa grande y holgada y refugiándose detrás de sus lentes para estar cómodo y sentir —de alguna forma— que después de todas esas manos que lo habían recorrido durante distintas noches, todavía conservaba un poco de dominio en su cuerpo y sus decisiones que solo le pertenecía a él y a nadie más.

Pero ahora...

Ahora una jodida sensación difícil de entender —como todo lo que le hacía sentir Haruchiyo— quemaba en su pecho; era como si de repente le importara verse bien, obligar al hombre a salir de su propia habitación y dejarlo entrar de nuevo solo cuando estuviera duchado y cambiado y definitivamente sin un hot cake a medio hacer en el cabello desordenado, pero de la misma forma sentía que no debía mover un solo dedo ni intentar ocultar todo aquello que lo acomplejaba porque estaban hablando de Haruchiyo Akashi, él mismo que lo veía con los ojos resplandeciendo cual estrellas al verlo con el velo de Wakasa, como al verlo desalineado y completamente manchado.

Su mirada nunca cambiaba, como si Rindou fuera la misma obra de arte en cualquier jodida ocasión.

Y tal vez lo era... aunque él aún no lo entendiera; porque después de todo, un cuadro seguía siendo el mismo aunque lo cambiaran de museo.

— ¿Se te acabaron las pilas, ratón? —le preguntó en burla con voz suave al darse cuenta de  que Rindou se había quedado callado divagando entre sus pensamientos.

— ¿Eh?... Oh, no, no, solo... solo pensaba un poco.

— ¿En que?

— En nosotros

— ¿Qué hay con nosotros?

— Somos raros.

— ¿Y apenas lo notas? ¡Me metiste a la cárcel!

— ¡Y tú me acusaste de prostitución!

— Bien, ambos nos equivocamos, pero definitivamente no le contarás esa historia a nuestros hijos cuando pregunten cómo se conocieron sus papás. Las criaturas no tiene la culpa.

Rindou sonrió, — ¿Nuestros hijos?

— Uhm... ¿Hijas?... ¿Hijes?

— Entonces... —sonrió, porque parecía que era lo único que podía hacer en ese momento. Sonreír y ser feliz— ¿usted, señor Haruchiyo Akashi, ya piensa en tener hijos conmigo?

— ¿Te has visto en el espejo, mocoso? No dejar descendencia tuya en este desgraciado mundo es un pecado que debo impedir.

— Oh, ¿así que lo haces por simple benevolencia?

— Pues claro, ¿acaso crees que soy algún tipo de pervertido?

— No, pero lo que creo, es que te estas tardando en venir a besarme.

Sanzu sonrió y no tardo en acatar la petición, terminando con la distancia entre ellos, rodeando la delgada cintura con sus manos y robándole el aire al rubio que apenas y podía mantenerse en las puntas de su pies para nivelar la estatura.

Sus bocas se unían en movimientos ansiosos y lentos, sin necesidad de apresurar las cosas para que funcionaran, tal como toda su relación lo hacía.

Rindou llevó sus manos a la nuca del mayor y enrolló entre sus dedos mechones rosados, suspirando por lo íntimo que se sentía todo aquello; no solo por lo que posiblemente pasaría, sino por la conexión que ambos sentían.

— ¿Dejarás tus manos ahí? —preguntó en un susurró, cuando se separaron para tomar aire y notó que a diferencia de sus manos que ahora viajaban por los hombros anchos del hombre frente a él, las de Sanzu seguían enganchadas a su cintura.

— En cinco minutos, cariño, no tendrás ni cabeza para pensar en donde tengo las manos.

Y debe de admitir que eso lo hizo temblar, porque era una promesa que no dudaba que el mayor pudiera cumplir.

Y lo que siguió después se volvió un poco confuso. Rindou primero estaba de pie y luego sentado sobre su novio y luego acostado sobre el colchón, y debe ser sincero consigo mismo y confesar que ninguna de las tres posiciones le molesto, porque en todas ellas, los labios de Haruchiyo lo devoraban sin piedad.

Y eso era todo lo que Rindou necesitaba.

Que Sanzu mandara al carajo la piedad y marcada sus dedos en su piel y sus besos en su cuello.

Porque Sanzu parecía ser el único que entendía que los humanos se rompían con el tacto pero que soportaban la fuerza brusca cuando llegaba en forma de besos y caricias.

Y estaba seguro de que si alguien sabía llegar a ese punto intermedio, era Haruchiyo.

El punto perfecto, cuando el tacto no duele pero quema, cuando llora pero gime, cuando murmura su nombre con la voz quebrada por diferentes razones; cuando lo busca, en la oscuridad de la habitación, con los ojos húmedos y la piel vibrante y lo encuentra con tan solo extender los dedos a pocos centímetros de distancia.

Pero eso solo estaba pasando en la cabeza de Rindou mientras buscaba algo a lo que aferrarse mientras su amante lo devoraba, porque Sanzu, lo primero que notó y de lo que llenó sus pensamientos era de lo bien que encajaban sus manos en la cintura del menor, como se acoplaban perfectamente a las curvaturas ocultas bajo la ropa holgada y como Rindou se deshacía entre sus dedos cuando apretaba y tiraba hacia el. Posesivo, rudo, gentil y cuidadoso a la vez, procurando no lastimarlo pero si dejarle una marca que lo hiciera sonrojar a la mañana siguiente.

Porque quería estar la mañana siguiente, y la siguiente a esa y la que siguiera a esa. Todas las mañanas siguientes, si se pudiera.

Que Rindou lo encontrara dormido a su lado al despertar u oculto en un borrón rojizo en su piel al quitarse la camisa; en la cocina preparando el desayuno o en las mordidas en sus muslos; en la sala terminando el papeleo del trabajo o en las marcas de su cuello y sus brazos.

Quería que Rindou lo encontrara a su lado tanto como quería encontrarlo a él todos los días siguientes a ese.

Quería quedarse y que Ridnou también se quedara. No una noche, sino una vida.

— ¿Estas nervioso? —le preguntó al notar que las manos del rubio titubeaban en el borde de su camisa.

— Un poco, creo —confesó, colando por fin las manos bajo la prenda y arañando suavemente la piel de su abdomen— Pero que eso no te suba el ego, ¿quieres?

Sanzu sonrió, mordiendo su lóbulo como castigo por aquel descaro.

— ¿Me dirás que es tu primera vez? —bromeó, sin intención de ofenderlo o reclamarle nada, solo para amenizar el momento.

— No... pero es la primer vez que lo hago con alguien que me gusta.

— Mierda Rin, no puedes decir eso y esperar que no me enamore más de ti.

Y después rodaron un poco sobre la cama y rieron sobre sus bocas y las prendas comenzaron a desaparecer.

No tenían prisa por llegar a esa parte de la noche, sabían que de igual forma, tarde o temprano, lo disfrutarían; en cambio, en ese momento les interesaba más disfrutar de ese juego previo, coquetear como adolescentes y conocerse mejor tocando y besando todo lo que la ropa ocultaba normalmente.

Rindou —de alguna forma— logro posicionarse sobre el mayor y recorrer con ánimo el cuerpo que hasta ese entonces no sabía cuánto ansiaba conocer; sintió los dedos de Haruchiyo quemarle en la cintura cuando la fricción entre sus cuerpos se sintió deliciosa y escuchó un gruñido viajar por toda la habitación cuando mordió un punto que definitivamente registraría en su memoria como información confidencial y valiosa.

Beso las cicatrices en los costados de su boca, entrelazó sus manos y jugueteó con sus dedos; rasguño débilmente su abdomen y mordió su labio inferior cuando intento quejarse, sin dejar de mover en ningún momento su cuerpo contra el suyo.

— ¿Dónde están las cosas? —preguntó, y Sanzu tuvo que tomarse un segundo para despejar de la neblina mental a su cerebro y digerir las palabras.

¿Cómo quería ese mocoso que le contestara siquiera un "2x2" cuando lucia tan bonito y agitado sobre el?

Con los labios y las mejillas rojas, el cabello echo un desastre y las pupilas dilatadas.

¡Sobre él!

— ¿Las cosas? —repitió, saliendo por fin de su trance— ¡Oh, si! Casi lo olvido; en realidad soy un cristiano muy conservador que no planea cometer pecados en contra de la palabra del señor antes del matrimonio.

— ¿En serio planeas bromear justo ahora?

— ¿Prefieres que bromee mañana en misa? Aunque no lo creas, los chicos de la iglesia tiene un gran sentido del humor.

Rindou sonrió y rodó los ojos, más divertido de lo que debería de estar en esa situación.

— ¿Tienes condones o no, Haruchiyo?

— Carajo Rin, ¿con esa boquita besas a tu-?

— Soy huérfano.

— Correcto, gracias por recordarlo, cambiare la oración —se aclaró la garganta— ¿Con esa boquita me besaste hace un momento? Dios, jamás lo hubiera permitido si supiera las barbaridades que sueltas; bien me dijo mi hermano que no me metiera con un libra.

— Oh, ¿ahora esto se trata de mi signo zodiacal?

— Bueno, eres libra y yo cancer ¿eso debe significar algo, no? Tal vez nuestras lunas no estén alineadas o nuestros signos no son compatibles... ¿estas seguro de que naciste en octubre?

Rindou lo miró ofendido e intento quitarse de encima; sin embargo, antes de poder moverse por completo ya se encontraba otra vez acostado en el colchón con su novio sobre el.

— Por otro lado... —sonrió, con los ojos fieros y la sonrisa burlona de alguien que definitivamente no iba a ir mañana a misa a bromear con los chicos de la iglesia— podemos comprobar que tan compartibles somos en otros aspectos.

— ¿Ya te cansaste de jugar? —le pregunto, viendo cómo se estiraba sobre su cuerpo y tomaba lo necesario del mueble más cercano a la cama.

— Soy misericordioso. No puedo hacerte esperar demasiado.

— Que considerado —dijo con sarcasmo, aunque tembló un poco al escuchar la tapa del lubricante abrirse y una gota fugitiva caer sobre su abdomen desnudó.

Sin embargo, no dejó que los nervios arruinaran el momento y se enfocó en distraerse con los besos de su novio sobre su cuello y clavícula y la discusión infantil que llevaban hace unos segundos.

— Ya sabes, cuando tienes un novio malcriado al que complacer, tienes que poner a prueba tu propia fe.

Y Rindou también puso a prueba su propia fe y cordura cuando escuchó el líquido espeso caer de la tapa hacia sus dedos mientras Sanzu lo expandía y preparaba para que no estuviera frío y lo incomodara al momento de la preparación.

— ¿Está bien si empiezo? —le preguntó; más considerado que cualquier otro hombre con el que hubiera estado.

Rindou asintió y escuchó un pequeño "bien, dime si algo te duele" antes de sentir un beso en su coronilla mientras el primer dedo se deslizaba dentro de él y su pierna buscaba de manera casi instintiva la cadera ajena para engancharse a ella.

No estaba acostumbrado a eso. La preparación lenta, los besos dulces, la conversación tonta, la falta de alcohol y de hormona desesperadas; no estaba acostumbrado a la forma en que Sanzu seguía murmurándole pequeñas tonterías sobre signos zodiacales mientras besaba su mejilla y lo distraía de la irrupción del segundo dígito, ni la forma en que interrumpía su propio parloteo para gruñir sobre lo bonita que sonaba su voz temblando por un par de dedos, ni la forma en que curveaba los dedos a propósito para hacerlo subir el volumen.

Pero se podía acostumbrar.

Acostumbrarse a no saber en donde carajos estaban esas manos (como le había advertido Haruchiyo momentos atrás), acostumbrarse a la paciencia y el cuidado y acostumbrarse a amar a la persona más allá del momento.

Amar a su compañero y no solo el sexo. Amar después de una noche. Quedarse después de una noche.

Acostumbrarse a Haruchiyo y pedirle a la galaxia que Haruchiyo se acostumbrara a él.

Que lo eligiera a él.

— Por favor, dime que estás llorando por uno de esos pensamientos melancólicos y reflexivos que tienes de repente y no porque te estoy lastimando.

Rindou rió y sintió el pulgar de su novio limpiar la lágrima que resbalaba por su mejilla derecha.

— Descuida, no es tu culpa, solo es mi estupida luna que está ascendente en acuario.

— Oh, ¿así que ahora usas la astrología contra mi, mocoso malcriado? — preguntó, tocando algún punto que hizo a Rindou cubrirse la boca casi desesperado por no soltar un sonido demasiado vergonzoso y enterrar las uñas en la almohada más cercana.

— ¿Pensaste que estaba llorando por ti? —preguntó burlón, intentando en verdad que su voz no sonara tan destrozada como estaba, porque carajo lo bien que Haruchiyo sabía usar las manos.

— Pensaba que había pasado algo malo —confesó—, aunque ahora sólo pienso que eres un ratón malcriado que intenta ganarme en mi propio juego.

Rindou tembló cuando su novio se separó y terminó la preparación solo para usar las dos manos para rasgar el paquete del preservativo.

— ¿En serio sabes cómo jugar?

— Mmm... se una o dos cosas sobre consentir mocosos caprichosos.

— Eso lo decidiré yo.

Sanzu sonrió, se colocó el condón y volvió a su antiguo lugar sellando la condena con un beso que dejaría marca en los dos.

Y definitivamente Haruchiyo debería tener algún secreto, porque la forma en que los ojos de Rindou lagrimeaban y sus uñas arañaban la piel ajena no debería ser normal. Jamás había buscado el tacto de alguien de manera tan desesperada, rogando en murmullos rotos, suplicando por atención, abrazando los hombros anchos de su pareja para evitar que se alejara y tranquilizándose con el perfume en su piel cuando el huracán de emociones lo abrumaba.

Estaba consciente de que no era su primera vez ni la de Haruchiyo... pero mierda lo especial que se sentía eso.

Tal vez era el ambiente, o el momento o la persona o... no, por supuesto que era la persona, por supuesto que Sanzu sabía tocar todos los lugares correctos y murmurarle la combinación perfecta de palabras al oído para hacerlo vibrar de pies a cabeza; claro que Haruchiyo marcaría su piel y dejaría que Rindou marcara la suya, era claro que eso se sentía tan jodidamente bien porque las manos que lo estaban llevando al maldito infierno eran las de su novio.

Y mierda lo lindo que sonaba llamarlo así.

Aunque seguía sonando mejor "idiota acosador, fan de Ladybug"

Tal vez discutirían los apodos después.

— Carajo... —gimió, tomando la mano de Haruchiyo posada en el costado de su pecho y bajándola hasta la curva de su cintura porque le gustaba la forma en que sus dedos se enrollaban y su pulgare presionaban su abdomen mientras lo penetraba.

Sintió como Sanzu le arañaba descuidadamente el interior del muslo y volvió a gemir, presionando su tobillo contra la espalda baja del mayor para que volviera a hacerlo.

Y a Sanzu le encantaba eso. Le encantaba que Rindou conociera su cuerpo y guiara sus manos y le permitiera conocerlo como él mismo se conocía.

Amaba la confianza que le tenía para susurrar su nombre en súplicas rotas y repetirle suaves "si, si, si" cuando tocaba los puntos correctos

Amaba como curveaba la espalda y como no le importaba ser un desastre de lágrimas, rubor y mezcla de panqueques, aferrado a sus sábanas disfrutando del momento, sin espacio para las inseguridades.

Amaba pensar en el pasado y ahora mirar el presente en forma de marcas rojas y sonidos bonitos; amaba saber que Rindou era suyo tanto como él era de Rindou, y sobre todo, amaba saber que eso no sería otra aventura nocturna en el Blinding Hotel y al fin vivirían la parte de la historia que él rubio jamás se atrevió a descubrir con sus otros amantes.

La parte donde se quedaba.

Donde no se escabullía de la habitación como un ratón al salir el sol.

— Dime que te quedarás —le pidió, cuando Rindou lo detuvo porque estaba tan cerca del orgasmo y quería que eso dudaría al menos unos minutos más.

— ¿Eh? —preguntó un poco desorientado, labios y mejillas rojas y pelo desordenado— bueno... aún tenemos que acabar... ¿cierto? y tengo que ducharme.

Sanzu sonrió. Si, claro, muy tonto de su parte pensar que el mocoso se iría sin terminar ni ducharse.

— Además, también quiero ver Batman... bueno, no ahora, ahora estamos muy ocupados, tal vez después, como... ya sabes, cuando terminemos con esto.

— Está bien —aceptó, besando su mejilla sonrojada— pero quédate aún después de eso.

— Lo haré.

Y tan solo cuando se aseguró de que fuera una promesa genuina, besó su frente y se permitió continuar con la noche.

Y a la mañana siguiente, cuando despertó al lado de su ratón, no pudo arrepentirse de nada.

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