18. STAY
Rindou tembló por la cercanía, sin alejarse ni un centímetro pero aún así sintiendo la mirada seria y amenazadora de Sanzu sombre el hombre frente a él.
— ¿Hay algún problema? —volvió a preguntar, sin quitar su agarre o la firmeza en su voz.
— No... no ninguno, solo es un conocido.
— ¿Qué tipo de conocido?
— Sanzu, eso no importa aho-
— Un conocido de una sola noche —respondió el hombre, desafiándolo con la mirada, como si se tratara de dos depredadores peleándose por una misma presa.
— ¿De una sola noche? ¿Entonces, por qué sigue aquí?
— No se preocupe, yo ya me iba —le sonrió, con falsa amabilidad— Nos vemos luego, niño; cuídate de los idiotas, siempre están buscando caras bonitas.
El hombre besó la mejilla del menor y el agarre de Sanzu se intensificó aún más sobre su cintura, como si quisiera plantar un millón de centímetros de distancia entre el sujeto y su mocoso.
— Adiós —se despidió, dándose media vuelta y tomando el camino contrario.
Haruchiyo gruñó apenas lo vio alejarse, mordiéndose el interior de la mejilla para no soltar la lista de insultos que tenía guardaba y no meterse en problemas con su hermano.
— ¿Te estaba molestando?
— No, ya te dije que solo es alguien que conocí.
— Es un pervertido.
— ¡Sanzu!
El mayor soltó al fin el cuerpo más pequeño, caminando hacia la recepción con el rubio siguiéndolo detrás.
— Solo digo la verdad, tienes malos gustos en hombres, ratón.
— No es un mal sujeto, me ayudó la otra noche en el bar cuando alguien intentó intoxicar mi trago, y también me envió el regalo que te arroje a la cara a mi departamento.
— Hmm...
— ¿No preguntaras si es mi sugar?
— No, porque no lo es... ¿cierto?
— Cierto...
El mayor asintió silenciosamente y terminó de firmar el papeleo que estaba haciendo antes del incidente, dejando las hojas sobre la barra de la recepción y lanzándole una llave al menor.
— Sube por tu celular y vámonos.
— ¿Eh? ¿A dónde?
— A tu casa, necesitas cambiarte; tenemos un festival al que ir, ¿recuerdas?
Rindou miró la cocina impecable y ordenada, sintiéndose mal nuevamente por el incidente del día anterior y porque seguramente Ran había limpiado todo. No solo había provocado un incendio, ni lo había interrumpido en lo que sea que estuviera haciendo, ni escapado como un niño pequeño de la escena del crimen, sino que también lo había metido en problemas con el edifico y los vecinos; estaba seguro de que había recibido más de una queja sobre que su hermano menor seguía siendo un niño irresponsable e inmaduro como para pasar tanto tiempo solo en casa.
— No pienses tanto en eso, ya paso, no puedes hacer nada para cambiarlo —le dijo Sanzu, quien había ido con él para recoger su celular.
— No habría nada en que pensar si no hubiera sido tan descuidado.
— No vinimos a pelear por eso, mocoso —le recordó, tomando su celular del mueble donde lo había dejado la última vez y viendo la hora—. Vamos, ve a ponerte algo bonito, el festival es hasta la tarde pero tenemos que pasar a visitar a Waka, al parecer tiene un tipo de obsesión contigo.
— ¿En serio?
— Si, tengo sospechas de que quiere adoptarte. El año pasado intentó adoptar a Inupi pero perdió los papeles.
— Prefiero no ser adoptado por nadie en este momento, mi tiempo de orfanato ya paso —siguió la conversación, aún cuando ya había entrado a su habitación y Sanzu seguía en la sala.
— Se lo explicaré —prometió— Por cierto, ¿durante tu estadía en el orfanato nadie intentó adoptarte?
— Solo una vez, un matrimonio canadiense.
— ¿Pensaban enviarte por Amazon?
— No, idiota. Ellos vivan aquí, pero no podían tener hijos y decidieron buscar en los orfanatos locales antes de intentar en su país natal.
— ¿Y por qué jamás se completó la adopción?
— Porque solo querían un hijo.
— Y ustedes eran dos —dedujo por sí mismo, aprendiendo por experiencia que Rindou Haitani jamás sería uno solo.
— Exacto. Me intentaron dar en adopción contra mi voluntad y separarme de mi hermano, así que tuve que recurrir a medidas poco convencionales.
— ¿Mataste a alguien?
— ¡Por supuesto que no!... aunque tal vez mordí a un par de personas.
La carcajada de Sanzu se escuchó por todo el departamento, imaginando en su cabeza a un pequeño Haitani rubio mordiendo sin remordimiento a cualquier posible amenaza.
— Necesito ver que muerdas a Wakasa.
— No morderé a Waka, él me cae bien —se escucharon sus pasos volver a la sala y cuando estuvo frente a él, Sanzu sonrió.
Iba vestido de negro, camisa, jeans y converse, únicamente siendo contrastados con el suéter amarillo tres tallas más grande que él que llevaba encima y combinaba con sus hebras rubias; su cabello estaba recogido en una bolita que Rindou luchaba por atar correctamente para que no se deformara, mientras dos mechones enmarcaban su fino rostro a los costados.
— Ven, déjame ayudarte —se ofreció, tomando la liga para el cabello y ayudándolo a atar correctamente el rodete.
— Gracias...
— ¿Estas listo?
— Dame un minuto, me pondré los lentes de contacto y tomaré mi celular.
— Bien.
Lo siguió con la mirada hasta perderlo nuevamente en el pasillo, sin borrar su sonrisa embobada y casi suspirando por el perfume que dejaba a su paso.
Rindou era muy bonito.
Con sus atuendos provocativos o con esa ropa tremendamente grande para alguien tan delgado como el.
Sonrojado por el alcohol o perdido en un nuevo capítulo de Ladybug. Comiendo hamburguesas o tratando de cocinar Hot cakes. Con sus lentes de marco dorado o con sus ojos amatistas sin cristales cubriéndolos. Con sus pucheros infantiles o con sus sonrisas bonitas. De cualquier modo ese mocoso se veía jodidamente bonito.
Con la tinta negra recorriéndolo, con los malos recuerdos abrazándolo, con la soledad asfixiandolo.
Bonito, bonito, bonito.
Todo aquello que conformaba a Rindou Haitani se le hacía bonito.
— Mierda... —murmuró, cayendo en cuenta de sus propios pensamientos. No podía estar pensando así de él.
No de él.
— ¡Que bueno que llegan! —exclamó Wakasa, tomando inmediatamente a Rindou de la muñeca y arrastrándolo con él por el departamento.
— ¡Si te obliga a firmar los papeles de adopción lo muerdes! —le gritó Sanzu, riendo por la reacción de ambos.
Fue con Shinichiro a la cocina y lo saludo, avisándole que su prometido había secuestrando a su acompañante y que seguía sospechando sobre sus intenciones de adoptarlo.
— Solo está nervioso por la boda, es en tres días.
— Lo se, pero no puede estar robando a mi mocoso cada vez que lo vea.
— Quiere la opinión de todos sobre su traje, menos la mía, claro, porque el novio no importa —dijo con sarcasmo— La mitad del mundo ya le dijo que esta perfecto, pero no se le va la ansiedad.
— Si, yo también le tuve que repetir diez veces que se veía bien hasta que me dejara de amenazar con un tenedor.
— Los nervios —se excusó.
La conversación siguió entre ellos, mientras en la habitación de la pareja Wakasa le mostraba todo lo que usaría el día de su boda a un Rindou infantilmente emocionado.
El menor nunca había ido a una boda o una celebración parecida, pero se le era fácil contagiarse de la felicidad de Imaushi por aquel día tan especial, así que escuchaba todo completamente entusiasmado como un cachorro feliz.
— ¿Usaras velo?
— Tal vez —miró las cajas planas sobre la cama matrimonial— Mitsuya, el amigo del hermano de Shin, me consiguió algunos, son muy lindos.
— Ese es lindo —señaló uno blanco y largo.
— Si, me gustaba ese —confesó, tomándolo y sonriendo—, pero no se me vio tan bien como este —señaló otro cuidadosamente guardado en una caja negra— aunque...
Como un animal salvaje, o un leopardo cauteloso, Imaushi se arrojó al menor, colocándole el velo sobre el cabello rubio y asustándolo en el camino.
— ¡Ta-dah! —rió, mientras el niño trataba de digerir todo lo que sucedió en esos pocos segundos— Mierda, es injusto que a ti te quede tan bien; el que se casa soy yo, Dios.
Rindou terminó de comprender lo que pasaba y suspiro feliz; no podía estar más emocionado con todo eso. El traje, los accesorios, las tradiciones, la propia felicidad del novio, todo lo obligaban a compartir aquella euforia.
Alzó el velo de la parte delantera para poder ver bien; sin embargo, apenas se giró para preguntarle al mayor como se quitaba eso, un par de ojos celestes interceptaron los suyos desde la puerta de la habitación.
Su respiración se detuvo en su pecho y sus mejillas se tiñeron de rosa.
Haruchiyo lo miró directamente, como si de repente Rindou se hubiera convertido en el centro del universo.
De su universo.
— Que bonito te ves...
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