16. STAY
Sanzu supuso que no estaba siendo precisamente el mejor día de la semana para Rindou cuando guardo silencio todo el camino e ignoró las canciones que se reproducían en la radio.
Incluso pensó en poner algún tipo de rap católico para llamar su atención, pero al final descartó la idea porque estaba seguro que si no era interpretado por One Direction, sería completamente ignorado.
— Llegamos —anunció, estacionando su auto frente al Blinding Hotel.
El rubio ni siquiera le preguntó que hacían ahí; aún inmerso en sus pensamientos y su niebla mental bajo del auto, siguiéndolo sin cuestionarle nada.
Saludaron a la recepcionista, entraron al ascensor y subieron a los pisos superiores, mientras Sanzu buscaba algo en sus bolsillos.
— Deja de actuar como zombie, das miedo, siento que te arrojarás hacia mi para comerte mi cerebro.
— Para comerte el cerebro, primero tendrías que tener uno.
— Mocoso grosero.
Salieron del elevador, caminaron por el pasillo y Haruchiyo abrió la puerta de una habitación. Cuando Rindou entró, no la reconoció como ninguna en la que hubiera estado antes... y eso que había recorrido al menos quince habitaciones de ese hotel.
— Anda, ratón zombie, pasa.
— ¿Es tu habitación?
— Si, bueno, la que uso cuando hay mucho trabajo y me quedo a dormir aquí— se acerco a un mueble cercano con un tetrapak abierto y sirvió dos vasos de jugo de arándano para después extenderle uno— la de Takeomi esta justo a lado.
— Es linda... no hay ningún Woody clavado a la pared.
— Los de limpieza se lo llevaron.
— Que mal. —le dio un trago a su bebida e hizo una mueca— ¿No tienes algo más fuerte?
— ¿Te quieres embriagar?
— A decir verdad, si.
— El mini bar está por allá —señaló, sentándose en el sofá y dejando el vaso a un lado— no hay mucho pero seguro encontrarás algo que te llame la atención; pero te advierto que no dejaré que te emborraches, aún eres un niño.
— Tengo dieciocho.
— Díselo a Santa.
Rindou rodó los ojos y caminó hacia donde Sanzu le había indicado; sin embargo, lo que llamó su atención no fue la colección de botellas de licor, sino una fila de cuadros sobre uno de los muebles cercanos.
— ¿Está es tu hermana? —preguntó, tomando uno donde una pequeña niña sonreía hacia la cámara con la cara manchada de pastel.
— Si, la loca pandillera con ideas suicidas. Vendrá para la boda de Waka, tal vez te gustaría conocerla.
— Me gustaría, quiero preguntarle cómo te soporto toda su infancia.
— ¡Yo la soporte a ella!
Rindou sonrió divertido y regresó la fotografía, para luego tomar otra donde los dos hermanos posaban frente un árbol de navidad.
No pudo evitar sorprenderse al notar que las cicatrices al costado de la boca de Sanzu no estaban, pues todo el tiempo se había imaginado que se debían a alguna operación que le habían realizado como parte de un procedimiento médico para corregir alguna malformación de nacimiento; nunca pensó que habían sido producto de un mal recuerdo.
— Aún no sucedía —le dijo, como si pudiera leerle la mente—. Esa foto fue de la última navidad que pase sin la cara marcada.
— Lo siento, yo no...
— Descuida, no me importa hablar de eso —caminó hacia el bar y tomó una de las botellas para comenzar a servir dos vasos— Ya te lo había dicho antes, ¿no? Es parte de los traumas que te hacen enfrentarte al mundo sin máscara, tan cruel y crudo como es.
— Si, el Hakuna Matata.
— Exacto... Hakuna Matata —repitió, alzando su vaso en un brindis silencioso.
Vio como tomó todo el líquido de un solo trago, como si el que necesitara embriagarse ahora fuera el, para luego dejar el vaso de lado y hacerle una seña con la mano para que se acercara con la foto.
— Hagamos un trato.
— ¿Por que repentinamente quiero regresar a mi casa?
Sanzu sonrió, —Yo te contaré como me hicieron esto, si tu me enseñas tu tatuaje.
— ¿Mi tatuaje?
— Si, siempre me ha dado curiosidad; nunca logró imaginar que forman todas esas líneas.
Rindou miró su propio brazo derecho, viendo la tinta cruzar por el. Aquel trato no parecía beneficiar ni afectar a ninguno, solo exponerse un poco más frente al otro, lo que no significaba nada después de todo lo que Haruchiyo ya sabía de él.
— Está bien —se encogió de hombros, aceptando.
— Bien —esta vez bebió un gran trago directamente de la botella de licor, cerrando los ojos fuertemente cuando el alcohol terminó de ingresar a su sistema, pero sin arrepentirse realmente—. Mi demente madre tuvo un mal día en el trabajo y me rajo la cara como castigo de un accidente, eso paso; te toca a ti.
El rubio parpadeo un par de veces, por lo fuerte y fugaz de aquella confesión. No esperaba una historia linda pero tampoco... aquello.
— ¿Mucho para tu pequeño cerebro, ratón?
— ¡No puedes soltar algo así a la ligera!
— Lo acabó de hacer.
— Pero ¿cómo...? Es que...
— Tranquilo, te saldrá humo de la cabeza —se burló—. Realmente no hay mucho que explicar, la mujer estaba loca, terminó en prisión y se suicido en su celda. Cuando tenía siete años estaba jugando con Senju en la casa, ella entró a su habitación, chocó con un mueble y tiró su perfume; era muy pequeña y estaba muy asustada porque sabía lo agresiva que se pondría, así que yo me culpe por ella... obviamente ninguno de los dos esperábamos lo que sucedió.
Escuchar la anécdota no fue más reconfortante que oír la versión corta; pensar en que Haruchiyo lo relataba tranquilamente como si el recuerdo ya no doliera era como verse a sí mismo en el espejo cuando hablaba sobre algo que le oprimía el corazón.
Al final de cuentas, no eran tan diferentes como creyeron.
— Pero nada de eso importa ya —volvió a beber del licor— Las cicatrices nos se irán, Senju esta a salvo en un internado al otro lado del mundo y ella enterrada en alguna fosa común. No cambiará nada estarlo pensando.
— ¿No te ayudará a soltarlo?
— No hay nada que soltar, pequeño Rin.
Dio el último trago y se levantó del banco del mini bar.
— Como sea, cumplí mi parte y ahora te toca a ti. Apuesto que tienes tatuado un dinosaurio.
— ¿Por qué me tatuaría un dinosaurio?
— No lo se, dímelo tú.
Rindou rodó los ojos, dejó la fotografía que aún llevaba en sus manos y dudo un poco antes de quitarse la camisa.
— Ningún tipo de comentario, Haruchiyo.
— ¡Lo prometo!
Se quitó por fin la prenda e intentó adivinar qué significaba la expresión del mayor. A decir verdad, se estaba arrepintiendo de no hacer eso ebrio; por alguna extraña razón, estar bajo la mirada de Sanzu le ponía nervioso.
— Solo es la mitad —murmuro, siguiendo las líneas con los ojos, para luego percatarse de que había más — ¿son dos?
— Si.
Haruchiyo vio la serpiente tatuada en la espalda del rubio, sin poder evitar pensar lo bien que representaba aquel dibujo al mocoso que lo portaba con orgullo. Una serpiente hermosa con la boca abierta y los colmillos a la vista, lista para atacar y demostrar su poder a pesar de su apariencia casi majestuosa; tal como ese niño.
Por la parte de adelante, cubriendo mitad de su toso y en líneas curvas y perfectamente planeadas, se plasmaba lo que parecía ser una araña combinada con una calavera, tan mortal e hipnótico a la vez que le hizo preguntarse seriamente si podría existir otra persona en todo el mundo que pudiera llevar ese mismo diseño tan bien como el.
Entonces, sin poder evitarlo, soltó la pregunta que todo el mundo debería de hacer.
— ¿Puedo tocarlo?
Rindou contestó que sí sin problema alguno y Sanzu se enfocó en las serpientes floreciendo en su espalda, porque no quería ceder a la curiosidad de descubrir hasta donde llegaban las lineas que surcaban el pecho y bajaban por el delgado hueso de la cadera y posiblemente hasta la pierna. Aun había limites que se negaba a cruzar.
Recorrió con las yemas de los dedos los colmillos del reptil, luego todo las líneas curvas y cortadas y al final la pequeña flor tatuada de bajo del omóplato, sonriendo por lo bonita que quedaba en ese lugar.
Campanilla, pensó, relacionándola inmediatamente con el nombre del mocoso y convenciéndose por fin que Rindou Haitani había nacido para llevar ese tatuaje.
Siguió inspeccionando el dibujo, maravillado por todos los pequeños detalles que formaban algo grande y preguntándose mentalmente si la otra mitad sería igual de hipnotizante.
Por su parte, Rindou se obligó a mantener la calma, evitando suspirar con cada caricia sobre la tinta. Los hombre solían tratar su cuerpo con brusquedad, rasguñando y marcando su tatuaje, como si pintar color entre las líneas fuera un fetiche que solo pudieran cumplir con el; pero el toque de Sanzu era completamente lo opuesto, como si fuera consiente que los humanos podían romperse con el tacto.
Sintió los dedos del mayor sostener el costado de su cintura mientras se acercaba para ver como los trazos del tatuaje de la araña surcaba su hombro, casi como si estuviera estudiando una obra de arte y no un simple tatuaje.
— Que lindo es... —murmuró el mayor, aún perdido en sus descubrimientos.
Entonces, como una alarma, el cerebro de Rindou le advirtió que debía parar, porque de manera inconsciente se están derritiendo en los brazos de Sanzu; estaba buscando más cercanía, más calor, más caricias y más halagos.
Estaba buscando acercarse a Haru y nunca más alejarse.
Y no se podía permitir eso.
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