12. STAY
Rindou se deslizó por la pared hasta caer en el piso. No recordaba que las fiestas fueran tan exhaustivas.
El bar era más relajado, la mayoría de veces se la pasaba sentado en la barra o en las piernas de algún hombre, pero aquella fiesta estaba repleta de gente desconocida y borracha que le agotaba la batería a una velocidad impresionante.
Un par de chicas lo habían arrastrado a bailar por casi media hora, otro chico le había dado al menos tres vasos con licores diferentes y en los últimos tres minutos había perdido a Sanzu mínimo diez veces.
Aunque no era el ambiente preferente de ninguno de los dos se la estaban pasando bien, cantando algunas canciones que ambos conocían, peleando por cosas incoherentes y de vez en cuando buscando a Takeomi para molestarlo o a Wakasa para hacer enojar a Haruchiyo .
Eran casi como dos niños en una reunión de adultos.
— Aquí estás mocoso —le dijo la ya reconocida voz, sentándose a su lado y extendiéndole un vaso— ¿Donde te metiste?
— No lo se, me di la vuelta y ya estaba del otro lado de la casa.
— Pues volvamos a bajar; hay un montón de abejitas haya abajo listas para ejemplificar mi lección de química.
— Biología, idiota.
— Si, lo que sea. Bebe eso y bajemos.
— Ya te dije que no tomó en fiestas —le recordó, regresándole el vaso.
— ¿Por qué no? Te traje el trago menos fuerte, te aseguró que no terminaremos ebrios cansándonos en Las Vegas.
— No me importa emborracharme, solo que... —suspiro, tirando la cabeza hacia atrás— es tonto, no importa.
— Seguramente si, pero la vida por sí misma es tonta. —Rindou, con la cabeza apoyada en la pared detrás de él giró a verlo, notando en su mirada que su curiosidad era verdadera y no pura cordialidad— Anda, dime, no me reiré cuando me digas que terminaste bailando sobre la mesa de alguien.
— ¡No terminé bailando sobre una mesa! —sonrió, por la tonta imagen qué pasó por su cabeza.
— ¿Entonces?
— ¿Prometes que no te reirás?
— Lo prometo —mostró su dedo meñique como señal de máxima confianza y Rindou lo entrelazó con el suyo aún sonriendo.
— Bien... —suspiro, pensando por donde comenzar. Su mirada divagaba entre el pasillo oscuro y solitario en el que se encontraban y los ojos celestes del mayor; sus dedos no se habían separado, y en lugar de sentirse incómodo o avergonzado, se sintió más motivado para contarle por fin a alguien aquel suceso que seguía sin salir de su memoria— Hace unos años, cuando mi hermano cumplió dieciocho hizo una fiesta en el departamento —comenzó, con toda la atención de Sanzu sobre el—, solo llegó ebrio con un montón de desconocidos y bebidas de todo tipo. Para la madrugada, cuando salí de mi habitación para ver cómo estaban las cosas, me quedé hablando con algunos de sus amigos; me dieron un par de tragos y me contaron un montón de historias geniales... después, uno de ellos me llevo a conocer a alguien, todo bien hasta ahí, pero cuando volví por mi vaso ni siquiera me percaté que sabía diferente; después de eso todo se sintió tan... confuso.
Haru pudo sentir como la mano que sostenía comenzaba a temblar, mientras la voz de Rindou luchaba por no romperse como la de un niño asustado.
Aunque era justo lo que era.
— Una parte de mí estaba consciente, la otra estaba perdida y casi dormida; se sentía muy mal, estaba asustado y no podía coordinar mi cuerpo para pedir ayuda. —continuó, fingiendo que los recuerdos no dolían como en verdad lo hacían— Un amigo de Ran se dio cuenta de lo que pasaba, pero estaba demasiado ebrio como para preocuparse de más. Me llevó a mi habitación, me dijo que no saliera y luego cerró la puerta y se fue... tenía mucho miedo, no me sentía bien, no quería estar solo, me sentía vulnerable y... y nadie me ayudo. ¿Que se supone que haga si eso vuelve a pasar? ¿Solo tengo que olvidarlo y pasar la pagina?
— No... —Sanzu lo miró serio. La historia detrás de Rindou Haitani jamás lo dejaba de sorprender— No se porque pensaste que me reiría de esto, Rin, pero lo que te paso no es nada tonto. Alguien intentó drogarte, te hizo daño y te dejó marcado. Es tan repugnante como suena y solo intentas sobrellevarlo a tu manera.
— No hay nada que sobrellevar. Paso hace tres años, quedó en el pasado.
— ¿Y porque te sigue doliendo como si hubiera sucedido ayer?
Rindou bajo la mirada, consiente de que Sanzu tenía razón pero su subconsciente lo negaba.
— Mira, haremos esto, si en verdad crees que no hay nada que sobrellevar, si quieres dejar eso en el pasado, primero jurarás que no volverás a guardarte nada así y siempre que algo te haga daño lo gritaras al mundo, sin importar lo mucho que duela —el menor tembló ante la idea, pero no se negó— y después, le darás un trago a ese vaso y mandarás al carajo al idiota que te hizo eso.
Rindou lo pensó, no meditando si era buena idea, sino pensando si en verdad tenía el valor de hacerlo. De cumplir su promesa y beber el alcohol de esa fiesta.
Después, se dio cuenta que su vida ya era suficientemente mala como para dejar que un idiota desconocido la arruinase más y que ahora mismo, sentando en el piso de una casa ajena con una fiesta en la planta de abajo y su dedo meñique entrelazado con el de Haru, el pronóstico no se veía para nada mal.
— Lo prometo —dijo por fin, preguntándose cuando su voz se había roto.
— Debes cumplirlo, ratón.
— Si, lo haré...
— Bien —le extendió el vaso que desde un principio le había llevado— Ahora el segundo paso.
Rindou lo tomó con las manos temblorosas, sintiendo náuseas de tan solo pensar en que aquel suceso se repetiría.
— Podemos saltarnos ese paso, si quieres; ya habrá otra oportunidad.
— Lo haré, solo... solo dame un minuto.
— No debes hacerlo si no quieres.
— Si quiero.
Sanzu sonrió por su infantil determinación, pero aún así no siguió insistiendo y dejó que el menor se preparara para dar el primer paso para alejarse de ese mal recuerdo.
— ¿Tu serviste el vaso...?
— Si, yo mismo.
— ¿Nadie más?
— No, solo yo. Confía en mi, Rin, nunca te haría algo así.
Rindou lo miró a los ojos, sin dudar ni un minuto en sus palabras.
Suspirando y dejando salir un poco sus nervios llevo el vaso a sus labios, dándole el primer trago de la noche y frunciendo el ceño ante su sabor.
— Es solo soda...
— Si, pero lo hiciste muy bien, mocoso.
El menor sintió sus nervios desaparecer y una extraña felicidad invadirlo, aunque se suponía que debería de estar furioso por la jugada del mayor. Sin poder evitarlo comenzó a reír, incapaz de explicar la calidez que lo abrazaba.
— Idiota embustero.
— Mocoso traumado.
— ¿Me repites como terminé cargándote? —pregunto Sanzu con Rindou sobre su espalda jugando con su cabello
— Perdiste en piedra, papel o tijera
— Ah ya recuerdo —bufó— Además, yo no perdí, tu hiciste trampa.
— No, yo puse papel y tu pusiste una cosa rara.
— Era un perrito.
— ¿Por qué pusiste un perrito cuando la única opción era piedra, papel o tijera? ¡Lo dice en el nombre!
— No lo sé, pero el perro le ganaría a los tres.
— ¿Que haría contra unas tijeras?
— ¿Se las comería?
— ¡Moriría!
— Son sacrificios, pequeño Rin.
El menor rodó los ojos con diversión y siguió con su trabajo de trenzar pequeños mechones del cabello rosado. Le causaba nostalgia recordar las veces que de niño peinaba a Ran porque al mayor le daba pereza hacerlo.
— ¿Qué quieres hacer ahora?
— No lo se ¿que propones? —preguntó sin mucho interés. Hace casi una hora habían salido de la fiesta con la excusa de tomar aire, pero al final habían decidido hacer retos absurdos y terminar caminando sin ningún rumbo por las calles nocturnas.
— A dos cuadras de aquí hay un sacerdote que se parece a Elvis Presley, podemos casarnos, si quieres.
— Buena idea, ¿tienes una sortija?
— No —suspiró, girando a ver a su alrededor mientras Rindou comenzaba a tararear una canción pop sobre su oído. No estaba borracho, ni siquiera tenía la mitad de alcohol que Sanzu tenía en su sistema, pero la felicidad en su corazón lo hacían sentir como si estuviera ahogado en licor.
— Ahí hay una tienda, ¿quieres un Ring pop?
— ¿Nos casaremos con un Ring pop?
— Es lo mejor que tenemos
Ambos se quedaron en silencio, ni siquiera pensándolo, solo callándose después de escuchar que el otro lo hacía.
Se sentía bien ser estupidos juntos.
— ¿Entonces vamos?
— Si, ¿por qué no?
Caminaron hacia la tienda, con Rindou aún sobre su espalda y la pegadiza canción siendo tarareada sobre su oído.
— Buenas noches —saludaron al entrar, recibiendo el mismo saludo monótono de la cajera.
Pasaron directo al área de dulces, buscando su objetivo y decepcionándose al no encontrarlo.
— Lastima, tendremos que casarnos otra noche.
— ¿Elvis Presley nos esperará?
— Tal vez.
Rindou se bajo por fin de la espalda del mayor, tambaleando un poco pero estabilizándose de inmediato.
Tomó un par de bolsas de gomitas, un paquete de bombones cubiertos y dos sodas del refrigerador, para luego ir a pagar mientras Sanzu lo veía confundido.
— Me dio hambre —contesto, sin realmente recibir la pregunta.
Haruchiyo se encogió de hombros, sacó un bote de pastillas de su chaqueta y tomó un par antes de seguir a Rindou a la salida.
Se sentaron afuera de la solitaria tienda, comiendo chucherías como dos niños pequeños y viendo las estrellas brillar en el cielo.
— Haru...
— ¿Hm?
— Gracias... por ser un idiota embustero.
Sanzu rió, entendiendo la intención pero preguntándose si en verdad aquello sonó bien en la cabecita desquiciada del menor.
— No agradezcas, pequeño Simba. Ibas a superarlo tarde o temprano, con o sin mi ayuda.
— Si, pero lo prefiero así... aún cuando no sepas declarar impuestos.
— ¡Ya supéralo!
— ¡Jamás!
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