07. STAY
— Lindo.
— ¿Eh?
— Tu suéter, es lindo.
— Ah, si, gracias...
Rindou miró su propio suéter, mientras esquivaba personas que corrían apresuradas a sus trabajos por las calles de Japón.
No podía creer que en verdad estaba por ir con Haruchiyo Akashi al Blinding Hotel vestido con un suéter de Plaza Sésamo, sin contar que todos los que estaban en ese lugar seguramente vestirían estúpidamente elegantes y formales.
— ¿Te gusta Plaza Sésamo?
— Cuando era niño era mi obsesión; mi hermano mayor me regaló este suéter hace dos años en mi cumpleaños, supongo que recuerda que de pequeño era lo único que veía.
— Aveces no sé si tu hermano es una mierda o solo tiene mala fama.
— Tal vez un poco de ambas.
— Bueno, al menos lo admites; ¿por qué tu relación con él es tan rara?
— No esperes que comience a hablar de mis traumas a mitad de la calle.
— ¿Por qué? Los traumas son geniales, te hacen ver al mundo como la mierda que es desde un principio, sin darte oportunidad de ilusionarte y luego decepcionarte.
— Esa es una forma muy positiva de ver las cosas.
— ¿Lo vez? ¡Todo gracias a los traumas!
— ¿Qué clase de trauma pudieras tener tu?
— ¿En verdad quieres saberlo?
Rindou lo miró directamente, notando que a pesar de no tener un tono sombrío en su voz, Sanzu hablaba muy en serio.
— No, preferiría enterarme luego.
— Gran elección. Ahora dime, ¿por qué nunca llevas lentes cuando vas al hotel?
— Porqué no es algo que le guste siempre a los hombres; además, son fácil de romper o de perder, no quiero molestar a mi hermano pidiéndole unos nuevos.
— ¿Y no se los puedes pedir a tu sugar?
— ¡Ya te dije que no tengo Sugar Daddy!
— Pues desperdicias tu potencial.
— Hijo de-
— ¿Y tu ropa? ¿Por qué luces como dos personas distintas fuera del hotel?
— Hablas mucho. No pensé que te gustara tanto hablar.
— No me gusta estar callado —se encogió de hombros— Es tu culpa por ser tan raro.
— ¿Te recuerdo quien es el acosador aquí?
— ¡Fue un mal entendido!
— ¡Me acusaste de prostitución!
— Por Dios ratón, deja el pasado atrás, ¿nunca viste El Rey León? ¡Hakuna Matata!
— ¿Hakuna Matata?
— Si, mira, tu eres el pequeño Simba traumado y el "Hakuna Matata" es una señal del destino para que empieces una vida hippie con un grupo de desconocidos fuera de tu pasado criminal.
— Hijo de puta, me acabas de recordar porque fumo —dijo con fastidio, apretando el puente de su nariz entre sus dedos. Definitivamente debería de estar ebrio para soportar una plática normal con Sanzu.
— No me culpes de tus adicciones; de hecho, traerte a desayunar es una forma de evitar que te fumes una cajetilla por día.
— Igual lo haré —se encogió de hombros— pero gracias por el esfuerzo.
— Al menos no pueden decir que no lo intente —caminaron tan solo unos pasos más y se encontraron frente a frente con la entrada del hotel. Al entrar fueron saludados por el guardia de seguridad y una empleada que acompañaba a un par de huéspedes a la salida— ¿Desde hace cuanto fumas?
— Casi dos años, creo.
— ¿Alguna razón es específico?
— ¿Morirme, tal vez?
Sanzu lo miró asustado y Rindou rodó los ojos.
— Bromeaba. Ya te dije que no pienso quitarme la vida.
— A veces suena como lo contrario, mocoso.
— No soy tan idiota. La vida apesta y no tengo razones para vivir, pero tampoco las tengo para morir.
— ¿Y tu hermano? Aún sigo sin entender que mierda de papel pinta en tu vida, pero por todo lo que hablas de él supongo que es el factor decisivo para que tomes una decisión.
— Mi hermano es lo único que tengo, ya te lo había dicho.
— ¿Ningún amigo, novio o sugar con el que pasar el rato?
Rindou lo fulminó con la mirada por la última sugerencia, mientras Sanzu sonreía burlón y ambos tomaban asiento en una de las mesas del restaurante del hotel.
— No. Nadie más.
— Eso es deprimente.
— Lo se.
— Y dime, ¿si solo tienes a tu hermano y te la pasas evitándolo... qué haces cuando no estas ebrio con algún hombre?
— Pensar en embriagarme y buscar un hombre.
— Gran vida la tuya.
— Lo se —repitió, mientras el mayor pedía dos desayunos clásicos a una mesera sin detener demasiado su conversación.
— ¿No sientes que te estás auto saboteando a ti mismo? Ya sabes, con todo esto del alcohol, la diversa compañía y el cigarro.
— ¿No crees que esto se convirtió en un interrogatorio hacia mi?
— ¿Acaso quieres saber algo de mi? —preguntó con una ceja enarcada, admitiendo que el nivel de información entre los dos estaba muy desigual.
— No se que preguntarte —confesó— Honestamente pareces un libro abierto con las letras borrosas. Parece que cualquier sabe todo de ti pero al mismo tiempo eres un misterio.
— A eso se le llama miopía, mocoso, y se evitaría si llevaras los lentes todo el tiempo.
— Idiota, trato de llevar una conversación seria contigo y te comportas como un niño. —se cruzó de brazos y desvió la mirada a otro lado del restaurante mientras Sanzu reía delante de él.
— Vamos ratón, solo bromeó... bueno, en realidad lo de la miopía si es serio, deberías de ir al doctor.
— Hijo de-
Corto su propio insulto cuando la confundida mesera llegó con su orden, posicionando los platos frente a ellos y ganándose la sonrisa triunfante de Haruchiyo; al parecer, el idiota se estaba divirtiendo mucho con eso.
— ¿Donde está Takeomi?
— ¿Te invitó a desayunar y solo preguntas por mi hermano? Eso no es muy lindo de tu parte.
— Tonto, solo me dio curiosidad, siempre esta por aquí vigilando todo.
— Fue a visitar a sus amigos; dos de ellos se casarán próximamente y será el padrino. —lo miró divertido— ¿Me convertirás en tu padrino cuando te cases con tu sugar?
— ¿Seguirás jodiendo con eso del sugar?
— Si, hasta que admitas que tienes uno... o hasta que te consigas uno, lo que sea que suceda primero.
— ¿Podrías recordarme por qué quite los cargos contra ti y no estás en la cárcel, por favor?
— ¡Porque somos amigos, mocoso! Y los amigos no meten a sus amigos a la cárcel.
— ¿Uh, amigos?
— Si, ratón miope, ni tu vida social ni la mía son envidiables, así que seamos amigos y evitemos meterme a la cárcel ¿si?... ¡lo que me recuerda! —lo apunto con su tenedor— me debes la historia de como es que terminaste dos veces en prisión.
— ¿En verdad importa?
— No, pero será divertido escucharlo.
Rindou rodó los ojos y jugó un poco con la comida en su plato. Nunca le había contado eso a nadie, no porque lo estuviera evitando, sino porque realmente no había a nadie a quien contárselo, pero tampoco sabía como comenzar con la historia.
— La segunda vez fue algo tonto —admitió, sin mucho interés—. Solo me detuvieron por conducir sin licencia y un hombre que había conocido la noche anterior pago mi fianza.
— Tu sugar.
— No, idiota.
— Bueno, ¿y la primera vez?
— Si... la primera vez sí fue algo serio —confesó—, ¿recuerdas la época cuando las pandillas comenzaban a tomar mucha importancia y los territorios estaban en disputa?
— Ah, si, Takeomi estuvo en una de esas pandillas; de hecho era muy poderosa hasta que el líder decidió desintegrarla por voluntad propia. Después, mi hermana menor Senju quizo armar la suya... entonces la mandaron a un internado al otro lado del mundo porque estaba loca y si lo hacía iba a terminar muerta.
— Gran final.
— Lo se, pero sigue con tu historia, pequeño pandillero.
El menor sonrió al notar como su apodo cambiaba tan rápido como un camaleón.
— Ran es dos años mayor que yo y siempre fue el encargado de encontrar una forma para que ambos sobreviviéramos en la basura que llevábamos como vida. En ese tiempo él comenzaba a interesarse en las pandillas y todo lo que tuviera que ver con la vida nocturna de un delincuente; después de un tiempo se interesó mucho en el territorio de Ruppongi, un lugar importante en el bajo mundo que era gobernado por una pandilla fuerte. Me convenció de ir por Ruppongi y retar a los líderes... y lo hicimos.
— ¿Hace cuánto fue eso?
— ¿Siete años?
Sanzu parpadeo un par de veces, seguramente haciendo cuentas mentales y luego abriendo los ojos cual platos al terminar con sus cálculos.
— ¿Te peleaste con el líder de una pandilla a los once años?
— En realidad yo pelee con el co-líder. Mi hermano fue el que se enfrentó al líder.
— ¡Es lo mismo! ¿Como se te ocurrió pelear con un sujeto que seguramente te doblaba la edad?
— En ese momento sonaba razonable —se encogió de hombros—. Pero al final de cuentas, aunque me doblara la edad no le sirvió de mucho, porque lo terminamos venciendo.
— ¿En serio?
— Si, después de eso Ruppongi se volvió nuestro... pero los sujetos contra los que peleamos quedaron mal heridos y tanto Ran como yo terminamos en un penal para menores —de repente los recuerdos le hicieron perder el apetito, casi como si volviera a vivir ese momento—. No habíamos matado a nadie y seguíamos siendo menores, por lo cual sólo estuvimos un año adentro antes de que nos dejaran libres y... bueno, pudiéramos seguir con nuestras vidas.
Miró por un segundo a Sanzu, separando su vista de su comida e intentando descifrar su expresión; sin embargo, el mayor parecía aún estar procesando toda la información.
— Pasar todo eso con once años...
— Aunque no lo creas, había estado en lugares peores que una prisión; a veces incluso la tranquilidad de la celda parecía un paraíso a comparación de mi antigua casa, las calles por las que vagábamos o el mismo orfanato donde nos metieron.
— ¿Nunca tuviste un hogar verdadero?
— Ahora lo tengo, supongo —se encogió de hombros—. Digo, no se siente como un hogar pero tampoco es tan horrible como esos lugares donde sobrevivir era cosa de todos los días.
— Lo siento, yo no-
Antes de que pudiera terminar la oración, Rindou le arrojó su cuchara directo a la cara, ganándose la mirada sorprendida del matrimonio que comía en la mesa vecina y del propio Haruchiyo.
— Sin lástima, Akashi. La vida es una mierda y mis traumas me hicieron darme cuenta de ello desde que tengo memoria; te atreves a mirarme como cachorro atropellado y te mostrare lo que la calle me enseñó; es como tú lo dijiste, ¿Hakuna Matata, no?
Sanzu parpadeó un par de veces desorientado por las crudas palabras y la mirada fiera y decidida detrás de las gafas redondas.
Había conocido a Rindou Haitani como un mocoso que llegaba del brazo de un hombre diferente cada noche y escapaba torpemente de su habitación cada mañana como un ratón; pero también había recibido un par de buenos golpes de parte de ese mismo mocoso y eso era suficiente para convencerlo de que aquel niño era un laberinto que pocos se atrevían a recorrer y nadie parecía conocer realmente por completo.
Y él no esperaba ser ni el primero ni el último, pero le interesaba descubrir hasta donde Rindou Haitani le permitía llegar.
— Si, es tal como lo dije... —tomó su copa de agua y la alzó como un brindis—. Hakuna Matata, pequeño Simba.
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