05. STAY
— Debes estar bromeando... —murmuró, con la bolsa de hielo sobre su mejilla y el ceño fruncido de Rindou frente a él.
— Te lo ganaste.
— ¿En serio, ratón?
— Bueno, tal vez me excedí un poco... —admitió, desviando la mirada.
Sanzu lo miro con una ceja enarcada. "Un poco" no definía exactamente el puñetazo que le soltó hace apenas cinco minutos.
Aquella mañana había ido al departamento del rubio a pedirle disculpas como había sugerido (exigido) Takeomi, pero para su infortunio se encontró con Rindou saliendo de su hogar. Al parecer el mocoso no esperaba visitas, así que se asustó con su presencia y le asentó un puñetazo en la mejilla.
Y no es que considerará al menor como alguien débil, pero mierda lo bien que golpeaba ese malcriado.
— Tu me asustaste, no me culpes.
— Solo estaba parado atrás de ti.
— Si, y eso me dio miedo, ¿no has visto las películas de terror?
— Okay, me diste un puñetazo ayer y otro hoy, estamos a mano —se levantó del sofá para dirigirse a la puerta—. Se lo haré saber a Takeomi.
Sabía que su hermano no estaría muy feliz de que hubiera ignorado su orden de ser el psicólogo personal de Rindou Haitani, pero al menos sonreiría un poco al enterarse que él rubio tuvo la oportunidad de darle un puñetazo en la cara.
Sanzu había salido del departamento pensando en el discurso que le daría a Takeomi para que lo dejara de molestar con el tema, pero cuando se subió al elevador se dio cuenta que detrás de él iba el causante de todos sus problemas.
— ¿Por qué me sigues?
— No te estoy siguiendo, idiota —entró al ascensor y pico el botón de la planta baja—. Si no recuerdas, antes de que te aparecieras yo iba de salida.
— Ah, si, antes de que me atacaras.
— Antes de que me asustaras —corrigió, dando la conversación por terminada y guardando silencio mientras las puertas metálicas se cerraban y el elevador comenzaba a bajar.
Haruchiyo estaba convencido de ignorarlo todo el camino; dejar que el menor se fuera por su camino y luego fingir que nunca había nacido ningún tipo de preocupación por el mocoso. Seguirlo molestando en el hotel e ignorarlo el resto del día parecía ser buena opción; sin embargo, su maldita mala costumbre de meterse en lo que no le importaba no se lo dejaba tan fácil.
— ¿Por qué tiemblas? —preguntó, sin siquiera voltearlo a ver pero viendo de reojo como la mano del rubio temblaba a pesar de que este la sujetaba por la muñeca.
— ¿Te importa?
— Me pone los nervios de punta.
— ¿Te pone nervioso? Oh, qué curioso, porque ¡tu no estas encerrado con tu acosador en un elevador!
— ¡No soy un acosador!
— No lo parece.
— Piensa lo que quieras, pero por el amor de Dios deja de temblar, en verdad me haces pensar que esta cosa se va a caer o que te dará un ataque en cualquier momento.
— Lo siento, pero no lo puedo controlar, se llama falta de nicotina; no he fumado desde ayer.
— ¿No eres demasiado joven para ser un adicto?
— ¿No soy demasiado joven para ser un prostituto?
— Okay, mi error. Lo siento, nunca tuve que acusarte de algo así.
— Al menos lo admites...
— Si, ahora, por favor, ¡deja de putas temblar!
— ¡Que no puedo controlarlo!
Por fortuna de los dos, el ascensor se detuvo y pudieron salir sin ningún accidente de por medio. Unos minutos más atrapados ahí y alguien terminaría muerto.
— Debe ser una broma... —gruñó Rindou, al ver que ambos se dirigían a la misma dirección.
— Toma otro camino, mocoso, yo voy por aquí.
— No, acosador, yo voy por aquí. La tienda queda en esta dirección.
— Y el camino de regreso al hotel también.
Ambos se miraron amenazante pero ninguno cedió, gruñendo por lo bajo y caminando a la par por la misma calle.
No se dirigieron la palabra y tampoco se miraron, simplemente se limitaron a caminar y a soltar insultos en voz baja cuando alguna persona apresurada los empujaba y hacía sus hombros chocar. Pronto Rindou se detuvo en una tienda a comprar -seguramente- su cajetilla de cigarros, mientras Sanzu seguía su camino para regresar al hotel; sin embargo, el destino parecía estar en contra de sus planes, pues apenas estaba por pasar la tienda en la que el Haitani se había quedado, una multitud de gente le cortó el paso y un verdadero alboroto comenzó en media calle.
El maldito destino debería de estar queriendo en verdad que el plan de Takeomi se cumpliera a la perfección.
— ¿Aún no te has ido? —preguntó Rindou, llegando a su lado ya con un cigarrillo prendido entre sus labios.
— Oh, perdón, déjame volar sobre toda esta bola de inútiles.
— ¿Que sucedió?
— No lo se, creo que alguien se desmayo, todos estaban llamando a una ambulancia.
— Aburrido...
— Bueno, es más divertido que tu desayuno, ¿en serio tu desayuno consta de un rollo de nicotina?
— ¿No te estabas quejando de que no dejaba de temblar hace dos minuto?
— No era una invitación para que te fumaras una cajetilla.
— ¡Es imposible tenerte contento!
Una señora que se mantenía atenta al accidente enfrente los miró con el ceño fruncido, como si estuvieran siendo imprudentes al conversar y no prestar absoluta atención a la desgracia humana.
Sanzu rodó los ojos y empujó levemente al rubio con el hombro, haciéndole una seña con la cabeza hacia el otro lado de la calle, donde una cafetería abría sus puertas.
— Ven, te invito a desayunar algo decente.
— ¿Por qué eres repentinamente amable?
— No lo soy, solo quiero evitarme el regaño de Takeomi y disculparme adecuadamente por lo de ayer.
—... ¿Pondrás veneno en mi comida?
— Posiblemente. Vamos, no te pienso rogar.
Rindou dudo un poco, pero al final su vacío estómago lo convenció y siguió al mayor hasta la cafetería, apagando su cigarro en la entrada del local y tomando una mesa cerca de la ventana para tener algo que ver cuando no pudiera mantenerle la mirada al bastardo acosador.
No podía explicar exactamente cómo era que había planeado salir a comprar una cajetilla de cigarros esa mañana y había terminado golpeando a un sujeto en la puerta de su departamento y luego desayunando con su misma víctima... pero tampoco se podía quejar demasiado.
— ¿Cómo te fue en la cárcel anoche?
— Genial, conocí a un sujeto que podía meter su puño en la boca, gracias por preguntar. ¿Y tu, como estuvo tu noche fuera de la cárcel?
— Genial... cene cereal.
— Wow, vives al límite, pequeño ratón.
— Perdón, pero prometí no volver a pisar una celda.
— Espera... ¿"volver a pisar"? ¿Eso significa que ya has estado en al cárcel?
— No es algo que te importe...
— ¡Es lo único que me importa! Anda, cuenta.
— Por supuesto que no.
— Vamos, no me hagas adivinar.
Rindou rodó los ojos, picando los panqueque que había traído la mesera apenas minutos atrás y pensando si sería buena idea iniciar con esa conversación. A decir verdad, nunca le había contado eso a nadie, no porque no quisiera, sino porque no era algo que los hombres con los que terminaba las noches quisieran escuchar.
— No fue nada grave... la segunda vez.
— Mierda, ¿estuviste más de una?
— No te sorprendas, no es para tanto.
— ¿Y que hiciste? ¿Pateaste un abuelita?
— Idiota.
— Vamos, no creo que-
El sonido de su teléfono lo interrumpió; Sanzu hizo una mueca y Rindou le murmuró que contestara, porque sentía que Haruchiyo era justo el tipo de personas que le gustaba ignorar las llamadas.
Al terminar la breve conversación, la mueca del mayor solo se acentuó más, sacando su billetera y guardando el celular.
— Hay un problema en el hotel y Takeomi no está cerca, debo ir. Termina con tu desayuno, yo pago.
— No hace falta.
— No, descuida. —llamó a una mesera y le entregó su tarjeta, pidiéndole que cobrara la cuenta completa—. Me debes una historia, mocoso, así que hagamos algo. Tu me dirás cómo terminaste dos veces en prisión, y yo me aseguraré que no desayunes una cajetillla de cigarros cada mañana. Ve mañana a esta hora al hotel y terminemos esta reunión.
— Otra vez estás siendo repentinamente amable.
— Si, tienes razón... —hizo una mueca y puso su mejilla sobre la palma de su mano derecha y los dedos de su mano izquierda comenzaron a dar pequeños golpecitos sobre la mesa, como si te viera buscando algo entre sus pensamientos— ¡Lo tengo!
Tomó la cereza de la punta de su malteada y la metió en el suéter del menor, ocasionando que el rubio se retorciera bajo la fría y extraña sensación y buscará desesperadamente que el intruso saliera de debajo de su ropa.
Haruchiyo sonrió triunfante, tomó la tarjeta de las manos de la confundida mesera y se paró de la mesa.
— ¡Nos vemos mañana, ratón!
— Hijo de puta.
— ¡Adiós, pequeño criminal!
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