01. STAY
Debería buscar trabajo. No porque necesitará el dinero, sino porque se aburría muy fácil.
Ran le dejaba cada lunes una buena cantidad de dinero sobre la mesa del comedor para su uso exclusivo, aunque a veces decidía usar cierta parte para las compras de la comida cuando su hermano se olvidaba de hacerlas; además, cada seis meses aparecían en su habitación bolsas repletas de ropa nueva de sus tallas y marcas favoritas; sin contar que no debía pagar ni un peso de sus salidas nocturnas porque sus víctimas se encargaban de todos los gastos, desde sus tragos hasta la habitación en el Blinding Hotel.
Realmente Ran no era un hermano que lo dejara desamparado -económicamente hablando-, pero tampoco podía llenar el vacío que causaba su desprecio con el dinero que le daba para subsistir. De hecho, preferiría que no le dieran ni un solo centavo a cambio de que lo regresaran a la época donde dormían juntos porque a Rindou le daba miedo la oscuridad.
— ¿Y si trabajo aquí? —le pregunto al bartender del mismo bar de siempre. El hombre lo miró con una ceja enarcada y soltó una risita divertida.
— ¿De que trabajarías?
— No lo se, tal vez te podría quitar tu puesto.
— ¿Sabes preparar tragos?
— Una vez hice limonada.
El hombre volvió a reír antes de servirle un Wisky a otro cliente y volver a su conversación.
— Vienes aquí al menos cuatro veces a la semana, haces que los clientes paguen dos veces más de lo que consumen normalmente y luego los haces regresar al otro día para ver si te vuelven a encontrar; ya deberías cobrarle una comisión al bar.
— Ya lo se, lo mismo le digo a Takeomi pero él bastardo no me quiere dar mi propia habitación. ¡Soy su mejor cliente! Debería darme una placa o algo así.
— Bueno, si sigues a este ritmo, definitivamente obtendrás tu placa en este bar; te he visto aquí toda la semana Rindou, deberías descansar un poco.
— Me aburrí fácil, para eso es el empleo.
— ¿No has pensado en una cafetería o una tienda de mascotas?
— Eso suena aún más aburrido.
— Pero-
— ¡Kakucho! —un par de hombres llamaron al empleado, con los vasos en alto y la típica sonrisa de ebriedad.
— Voy con ellos, no hagas nada tonto mientras no pueda verte.
— Si, claro.
El bartender se fue y Rindou regresó a su lugar original en la barra, notando que había seguido a Kakucho por un par de lugares más allá para poder hablar sin que la música del lugar los interrumpiera.
Miró nuevamente su trago abandonado y suspiro. Tal vez buscar trabajo en una tienda de mascotas no era tan mala idea.
— Además, los gatos son lindos... cuando no están planeando asesinarte silenciosamente —murmuro para sí mismo, tomando su vaso para terminar con su trago.
— No tomes eso —le dijo una voz a su izquierda, tapando la boca de su vaso con su mano.
Rindou giró a ver al responsable con el ceño fruncido. A su lado, un hombre alto de traje y cabello castaño, con algunas canas destacando, le regresó la mirada con un ceja enarcada.
Era atractivo, pero definitivamente más grande que el.
— No puedes ser tan descuidado, niño; te podría pasar algo malo.
— ¿Disculpe?
— ¿Cuantos años tienes?
— ¿Eso importa?
— Un poco —tomó el vaso y lo levantó para que quedara a contra luz—. Hay un montón de idiotas que buscan aprovecharse de personas de tu edad. Deberías tener más cuidado.
— El trago me lo compré yo, nadie busca emborracharme.
— Pero si drogarte.
Un escalofrío recorrió la columna del rubio. Un mal recuerdo vino a su mente y por un minuto quizo llamar a Ran. Llamarlo como cuando era niño y estaba asustado.
— Mira aquí —apuntó el hombre—. La mayoría de las drogas son en polvo y dejan sedimentos. En el borde de tu vaso aún queda resto de lo que le echaron, y el color del licor está diferente; si lo tomas perderás la noción de lo qué pasa en poco tiempo y serás presa fácil para cualquier idiota que se acerque. Jamás debes descuidar tu trago.
Rindou parpadeo perplejo, viendo más de cerca el vaso y observando con detalle todo lo que el hombre señalaba. Era casi como si un extraño le estuviera dando clase de química a la una de la madrugada en un bar.
— ¿Eres mayor de edad?
— Si.
— ¿Y tus padres nunca te enseñaron a prevenir estas cosas?
Por un instante Rindou tuvo el impulso de golpearlo, pero al parecer ese hombre le había salvado algo así como la vida y debía de ser respetuoso. Ademas, no se veía como un mal sujeto.
— No, pero siempre se aprenden cosas nuevas. —sonrió, posicionando su brazo sobre la barra y recargando su mejilla en la palma de su mano— ¿Me darás una clase de química o me invitaras un trago? Aceptó ambas.
El hombre sonrió y levantó la mano para llamar al bartender.
Al parecer, aquel rubio se entretenía tan fácil como se aburría.
— Algo le pasa.
— ¿Hm?
— Al ratón que se escurre de su habitación cada mañana, algo le pasa.
— ¿A Rindou? —preguntó Takeomi, separando la vista de los papeles que antes leía y mirando fijamente su hermano— ¿Que le podría estar pasando? Salió esta mañana como cualquier otra.
— Exacto, cada vez pasa más tiempo aquí; siempre con un hombre diferente y borracho hasta la médula. Deberías enviarlo a casa.
— Aunque me gustaría encerrar a Rindou en su casa por su propio bien no puedo hacer nada. Es mayor de edad y no puedo negarle el uso a una habitación porque son los hombres que lo acompañan los que pagan.
— Cuando lo conocimos apenas si se pasaba por aquí un par de veces a la semana, ahora no hay noche que no venga. Se está destruyendo a sí mismo.
— Lo se, ¿pero crees que escuchará algo de lo que le diga?
— Al menos debería intentarlo.
— ¿Y porque no lo haces tú? Eres dos años mayor que el, no hay tanta diferencia de edad entre ustedes y será menos incómodo si le hablas de como luce como un desastre emocional cada mañana que escapa del hotel.
— No somos amigos.
— Perfecto, porque a veces no necesitamos amigos, solo personas que estén dispuestas a escucharnos.
— ¿Y crees que ese ratón va a querer decirme algo? ¡No sabemos nada de su vida!
— Porque nunca hemos preguntado, ¿por qué no empiezas por ahí?
— No, yo solo vine a informarte sobre lo raro que luce tu cliente favorito, no a qué me mandaras a hacerla de psicólogo personal.
— Bueno, eres tú el interesado en él.
— ¡Claro que no!
— ¿Seguro?
— ¿Sabes que? ¡Olvida todo lo que dije! Esta conversación nunca sucedió.
— Sanzu, si en verdad nació una pizca de preocupación en ti por Rindou, intenta al menos hablarle decentemente la próxima vez que venga.
— ¿Y con que fin? ¿Compartir nuestros traumas personales?
— No lo se —se encogió de hombros—. Si eso quieres, hazlo.
— Nunca tuve que venir a hablar contigo.
— Vamos, Sanzu, dale una oportunidad, tal vez conocer a Rindou Haitani cambie tu vida.
Haruchiyo chasqueó la lengua, caminando a la salida de la oficina de su hermano y rodando los ojos por el comentario.
— No lo creo, ¿Que puede haber de interesante en ese mocoso?
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