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00. STAY

Rindou despertó, con la cabeza dándole vueltas y la lluvia golpeando el ventanal de esa desconocida habitación.

Nunca había salido de un hotel en una mañana lluviosa, la mayoría eran mañanas soleadas o en su defecto nubladas, nunca con nubes llorando sobre Japón.

Tomó su celular de la alfombra en el piso y miró la hora. "9:49", a esas alturas Ran ya debería de haber salido de casa para volver hasta la madrugada.

Su rutina era así, escapar cuando volvía a casa temprano y volver cuando ya no estuviera. Era más fácil dormir con personas desconocidas en hoteles estúpidamente lindos que enfrentarse a la incomodidad de ser ignorado por la persona que más le importaba en la vida.

Si alguien le hubiera dicho en el pasado que en cinco años su hermano mayor lo trataría como un completo desconocido, ni siquiera le hubiera prestado atención por estar siguiendo a Ran y escuchando todo su parloteo.

Porque antes eran así, inseparables como sombras. No había forma de que lo separaran de su hermano mayor y Ran tampoco lo intentaba, porque sabía que junto a Rindou las cosas eran más divertidas.

Pero ahora parecían extraños, dos mejores amigos que alguna vez se juraron lealtad pero que ahora se desconocían estando frente a frente.

— Al menos tengo salud —se burló de sí mismo frente al espejo, intentando arreglar su cabello para no lucir tan patético al salir.

Tomó su cartera y llaves del mueble donde las había dejado, le robó a aquel hombre dormido su abrigo porque hacía mucho frío y la lluvia no era su amiga, y después, incapaz de evitarlo, le echo una mirada al desconocido, suspirando de alivio cuando noto que su cara no le era para nada familiar y que al menos estaba en un rango de edad respetable.

Por fin elegiste a alguien que no te dobla la edad, pensó, saliendo de la habitación silenciosamente y sin prisa alguna.

Hasta que se encontró con ese bastardo.

— ¿Otra vez escapando, pequeño ratón?

— Fuera de mi camino.

— Oye, ¿en serio eres mayor de edad? Porque creo que ya te vi pasar por todas las habitaciones de este lugar —se burló, ignorando su amenaza y llevando otra pastilla a su boca.

— Me falta la Suite presidencial, pero de eso me encargo la siguiente noche; ahora, quítate y déjame pasar.

El hombre rió y miró la puerta de la que Rindou había salido, retándolo claramente con los ojos mientras él Haitani le regresaba la mirada amenazante.

— Ni se te ocurra.

— Pero es tan descortés de tu parte irte sin despedirte, ¿tus padres no te enseñaron modales? Oh, no, perdón, ¿tus sugar no te enseñó modales?

— Idiota.

Estaba por esquivar al hombre cuando el bastardo toco sonoramente la puerta de la habitación, despertando indudablemente al desconocido adentro.

— ¡Perdón por la molestia, estimado cliente, pero hay un escurridizo ratón por aquí afuera, tal vez le gustaría saberlo!

— ¡Eres insufrible! —le gritó el rubio, empujándolo para pasar y correr al elevador antes de que la puerta de la habitación se abriera. La risa del hombre sonó detrás de él y Rindou le mostró el dedo medio antes de perderse detrás de las puertas metálicas.

Haruchiyo Akashi, o mejor conocido como Sanzu, era el hermano menor del dueño de ese hotel y la pesadilla de cada mañana de Rindou. Se habían conocido por casualidad en una noche donde el menor vagaba por el hotel incapaz de dormir o volver con su acompañante a la habitación, y aunque al principio Haruchiyo fue una buena compañía, después de un tiempo descubrió lo mucho que le gustaba joder a los demás.

No eran amigos ni enemigos, ni siquiera conocían mucho del otro, pero siempre jugaban ese extraño juego de encontrar a Rindou en una de las habitaciones con su nueva víctima y luego molestarlo durante su huida. Era extraño pero divertido... más para uno que para otro, claro.

— ¿Quieres un paraguas? Creo que tenemos algunos en la bodega. —le ofreció Takeomi, al verlo indeciso en la salida del hotel.

— Quiero que un avión le caiga a tu hermano.

— Si, ya somos dos —apretó el puente de su nariz con el pulgar y el índice, suspirando seguramente cansando de todas las quejas que había recibido del teñido— ¿Ahora que hizo?

— Nacer.

— Me lo imaginaba. ¿Quieres que te lleve a tu casa?

— ¿Este es el trato especial por ser cliente frecuente?

— Este es el trato especial por ser un mocoso de dieciocho años que se la pasa más en mi hotel que en su casa.

— Debería recibir mi propia habitación, ¿no crees?

— No, pero te imprimiré un certificado de constancia.

— Que lindo, gracias. —sin pensarlo más cruzó la salida y comenzó a mojarse con la lluvia, despidiéndose con un gesto vago de mano y caminando hacia su hogar— ¡Nos vemos mañana... o esta noche si me aburro!

— ¡Ten cuidado mocoso!

— ¡Lo intentaré!

Sin muchas ganas, pero con la motivación de llegar a su casa para cambiarse de ropa, se dirigió a su hogar, sabiendo que su departamento vacío lo recibiría y podría dormir lo que restaba del día o hacer cualquier otra estupidez.

Odiaba el frío, nunca le había gustado, ni siquiera cuando era niño y Ran lo acompañaba a armar muñecos de nieve en invierno. El noticiero había anunciado que en los siguientes meses habría lluvias inesperadas, pero Rindou no le había tomado mucha importancia antes de elegir un atuendo bonito y un poco revelador para salir la noche anterior, ahora se arrepentía, pues el abrigo que le robó a su víctima lo cubría lo suficiente del frío pero no evitaba que la brisa se colara por el escote de su camisa.

Malditas malas decisiones de adolescente, pensó, terminando de caminar la calle que le faltaba para llegar a su edificio.

— ¡Estoy en casa! —aviso, más por costumbre que por esperar una respuesta.

Ran siempre se iba a las ocho de la mañana y volvía hasta tarde por la noche, la mayoría de veces por la madrugada. Rindou no sabía que era lo que hacía todo ese tiempo fuera, después de que salieran del reclusorio Ran lo había alejado, seguramente para evitar que se siguiera metiendo en toda esa mierda de ser un criminal, pero después de intentar gobernar Ruppongi cada uno por su parte descubrieron que era imposible y Ran terminó por encargarse de todo y excluirlo por completo. Ahora vivían así, sin saber que pasaba en la vida del otro y recordando con nostalgia los buenos momentos donde se prometieron gobernar el mundo.

— Vaya mierda —murmuró, prendiendo un cigarro y fumando en el balcón. Los últimos años habían sido una verdadera mierda.

¿Pero quien era él para quejarse?

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