❄Тридцать восемь❄
Capítulo 38. Quédate.
Nunca hubiera pensado que el eco de un reloj sería más pesado de soportar que mil horas de ejercicio intenso en un gimnasio, había una sensación pesada sobre sus hombros y espalda, sus ojos igual cargaban con ello, queriendo cerrarse. La fatiga empezaba a delatarse en las facciones de su rostro.
Sus manos temblaban casi imperceptibles en un movimiento casi insensible para él, si tuviera sus guantes puestos no le pondría tan nervioso el movimiento frecuente e inconsciente de ellas.
Las personas se paseaban frente a su figura, y el sonido que producían sus pisadas quería sentirse lejano y calmado, molestandolo. Parecía que la tranquilidad del mundo no se perdía en ese momento, todo mundo parecía tan despreocupado. Todo se veía tan lejano, tan diferente y tan confuso.
¿Por qué? ¿Por qué era el único en aquella sala a punto de perder la cordura?
Era doloroso verlo con sus propios ojos, pero acaba de sentir en carne propia lo que es que se pierda una vida y que todo el sufrimiento que se vive sea tan efímero que nadie lo percibe... Saber que el mundo sigue sin ti.
Ya había pasado media hora desde que la chica había entrado a la sala de emergencia y nadie salía a dar noticias.
Era tan desesperante.
Se removía en su lugar tratando de encontrar una posición adecuada y desviar su atención del portón pasillos adelante. Rascaba cada cuanto su nuca y cabeza, a veces demasiado agresivo hasta dejar marcas rojas en su tez, estaba tan exhausto que podría dormir en cualquier momento.
Aquel cansancio empujaba con esmero sus párpados, obligándolo a cerrar sus ojos por largos segundos, haciéndolo probar la dulce entrada al sueño y sentir por efímeros momentos la necesidad y urgencia de desplomar su cuello hacia atrás y dormir en esa incómoda posición. Y esa sensación le mataba, hace días que luchaba con ése sentimiento, su cuello y espalda exigían con fervor un reposo decente, su mente igual se encontraba cansada y exhausta.
Era egoísta pensarlo, pero sentía morirse ahí mismo.
Los fantasmas de aquellas palabras seguían susurrandose en sus oídos, torturando su exhausta mente.
¿Cómo alguien... Podría prepararse para algo como eso?
Escuchó un suspiro sonoro en la sala pero no le prestó mucha atención, podría ser otra enfermera que venía a brindar ayuda por la apariencia de sus ropas.
Esperaba que una vez más se acercaran pero no fue así.
Sintió algo caer sobre sus hombros y de inmediato una calidez invadió su espalda, levantó su mirada azulada, encontrándose con Mila, quien le trataba de dar una sonrisa. Las comisuras de sus labios temblaban, seguramente la vista que daba no era nada reconfortante para ella.
— Ella estará bien, es joven, estará bien. — la mano que había depositado el abrigo sobre él se deslizó sobre su espalda, tratando de calmar lo nervioso que se veía. — Mira quién decidió acompañarnos.
La chica apartó su cuerpo, permitiéndole a Viktor mirar más allá de ella. Y ahí estaba, a unos pasos de distancia y con una expresión seria en su rostro, se hallaba cruzado de brazos y su mirada intensa se enfocaba en él.
— Yakov. — se levantó sorprendido y una sensación que no era agobiante llegó a él, era de alivio, un alivio que estuviera ahí, ambos le brindaban la calma que no podía encontrar en su soledad.
— ¿Cómo se encuentra? — preguntó acercándose dónde el chico.
— Ella, entró a urgencias, venía perdiendo mucha sangre y por eso no podía llegar hasta el hospital general. — pronunció calmado. — Fue apuñalada y la herida está en estado crítico, sólo me pidieron que... — ahí estaba otra vez, aquel nudo en su garganta. — Sólo podemos esperar.
El mayor asintió con la cabeza y Mila tomó asiento a su lado. Yakov dijo que traería unas mantas para esperar pues clima había empeorado y las temperaturas descenderán aún más.
Y el tic tac del reloj volvió a reinar en esa habitación.
Yakov tenía razón, el ambiente se había enfriado con el paso del tiempo y aquellos temblores se debían a que la temperatura lo comía lentamente dentro de esas frías paredes, la humedad de la sangre en su ropa empeoraba su situación.
Su corazón ya no palpitaba acelerado, había logrado calmarse ahora con la presencia de ambos.
Es como si el tiempo igual se viera afectado por el clima y se congelara lentamente, avanzando desesperante, era una gran comparación a los sucesos de hace horas.
En el vacío del silencio después de lo que pareció un largo tiempo, otro eco se hizo presente en el lugar.
Y era el sonido que sus oídos esperaban escuchar.
La puerta de la sala de urgencias se había abierto.
— Señor Nikiforov. — un hombre con bata y gorra salió de ahí con documentos en mano, suponía que era el reporte, y que la pesadilla estaba a punto de terminar. Él se levantó tan rápido como sus rodillas congelandas le permitieron, era el momento de la verdad. — Logramos intervenir a tiempo, la hemorragia fue un problema pero ahora se encuentra estable, la operación fue excelente.
Quería sentirse aliviado pues su corazón ya no podía dar más carreras desesperadas, pero algo no se sentía bien, el rostro del doctor no se encontraba satisfecho.
— Pero, tenemos varias complicaciones. — exclamó él, afirmando su corazonada.
— ¿Complicaciones?
— Tiene que ser fuerte para lo que diré, señor. — con eso, el nudo se apretó más, tanto en su abdomen como en su garganta. —Su sistema inmune se encuentra en un estado deplorable, pudo sobrevivir a la operación por varias transfusiones pero los siguientes momentos serán críticos.
— ¿Qué quiere decir?
— Presenta demasiadas heridas, varios órganos aún están dañados por el incidente de hace días por lo que presenta un nivel bajo de plaquetas, pero las suficientes para que pudiéramos intervenir. La paciente ha perdido mucha sangre, se encuentra muy débil. La herida más profunda llegó a perforar órganos vitales y los hematomas presentes en su pecho sugieren una rutura en las costillas, en las próximas horas podrían haber paros respiratorios. — el hombre recitaba mientras veía el reporte en sus manos. La última mirada que le dio terminó de destruir la poco esperanza que albergaba. — Además hay otra cosa.
— ¿Más? — Viktor empezaba a perder el aliento, nuevamente el miedo empezaba a apoderarse de él.
— Se llegó a dañar el órgano reproductor y tardamos más para restaurar lo que pudimos, pero...
— ¿Qué es lo que le sucede? — interrumpió Viktor, aunque el doctor trataba de simplificar la información, seguía siendo demasiado.
— El filo del objeto rasgó las paredes y un poco más adentro de la matriz, el daño es irremediable. Tardará en cicatrizar pero tengo que informarle que la paciente será incapaz de quedar embarazada. La tasa de riesgo es demasiado elevada.
Su cuerpo dejó de temblar y su corazón dejó de palpitar un momento.
— La herida dejó en mal estado su matriz. — le miró serio. — Podría haber hemorragias internas en aquel lugar también.
Las palabras abandonaron la batalla en su garganta, sólo un suspiro fue lo único que abandonó de ahí. Aquellas esperanzas en que toda esta pesadilla terminara fueron pisoteadas por la única realidad.
Mila se encontraba atrás de él, había escuchado la mitad de la conversación y se encontraba en shock en su lugar, temblando no por el frío y lágrimas desbordando de sus ojos.
— Eso quiere decir que... ¿No podrá patinar nunca más? — logró apenas balbucear la pelirroja y debido a la soledad de la sala el hombre con bata pudo escucharle.
— Las heridas tardarán en sanar al igual que huesos rotos, la mantendremos en hospital por unos cuatro meses para seguir un tratamiento adecuado además de la rehabilitación necesaria. Sin embargo, no podrá ser capaz de regresar a su condición anterior, será demasiada carga para el deterioro que lleva. — replicó. — Pero primero tendremos que sujetarnos a un hecho y es que ella aún está en estado de peligro, las próximas horas lo decidirán todo. Si existe una complicación nosotros asistiremos en todo lo posible, pero dependerá de ella el seguir luchando o no.
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Jamás hubiera pensado que su mejor aliado en una noche cómo esa sería el pitido de una máquina.
Dentro de aquellas cuatro paredes habían tres sonidos presentes: el más audible era el continuo pitido de la máquina que indicaba los signos vitales de _______, el otro eran los ronquidos de la otra paciente que compartía el cuarto y por último era la respiración de Viktor.
Los destellos verdosos en la pantalla del monitor era como su nueva ancla mental. Lo salvaban de padecer un ataque de pánico en cualquier instante, pero no para más. Después del reporte del cirujano a cargo podía sentir aquel hilo delgado que sostenía su razón y valor.
Todo lo que lo mantenía de pie y sereno pendía de un hilo extremadamente delgado. Aquel hilo se sujetaba al simple sonido de la máquina.
Le gustaría apreciar a la chica reposando en aquella camilla, pero era demasiado abrumador para él. Era doloroso, tan doloroso que el nudo en su garganta no tardaría en asfixiarlo y en cada tanto lágrimas salían de sus ojos agotados. Demasiadas emociones le invadían con sólo mirar los moretones destacables en el rostro de ella, viendo con intranquilidad como descansaba totalmente inmóvil, su pecho no se movía para dar señales de respiración. Si no fuera por la máquina, cualquiera podría sospechar que la chica estuviese muerta.
Por eso era su ancla mental, era lo único que podía darle paz en esos momentos.
El frío aún acariciaba su piel y agradecía ello pues le mantenía despierto con más efectividad. El par de mantas que le ofreció Yakov fueron el paraíso mientras esperaba sentado al cambio de habitación de la chica y el informe de la policía. Pero aquellas mantas le harían más falta a ________, y con el permiso de la enfermera ahora se encontraban sobre su cuerpo, manteniéndola cálida.
Él decidió quedarse el resto de la madrugada en guardia, también por si se necesitaba firmar más documentos y esperar las declaraciones de los agentes con el caso. Insistió tanto a Mila como a Yakov ir a descansar, traer ropa más abrigada y cuidar el resto de la noche a Makkachin, con la condición que al mediodía cuando regresaran de San Petersburgo, ellos se harían cargo mientras él regresaba a su departamento para descansar y cambiarse de ropas.
Como era de esperarse la noche sólo pudo más que ponerse pesada con el paso del tiempo.
Una hora después de haber entrado a la clínica y minutos después de haber escuchado el reporte del doctor, por las puertas del edificio un cúmulo de reporteros pedía a gritos ingresar al lugar por respuestas y después de ser visto ahí dentro, de igual manera pedían su presencia para ser entrevistado.
Las palabras que gritaban no hacían más que alejar las ganas de siquiera asomarse a las puertas. Era repugnante escuchar como la prensa sin trabas en la lengua acusaban a su novia de todo éste problema, aún no puede recordar que era lo que le daba aquella paciencia divina para no tomar justicia propia.
"— ¿Es cierto que ella se fue en aventura con alguien más? ¿Es verdad que su amante de ella quería vengarse? ¿Usted sabía que le engañaba? ¿Qué fue lo pensó cuando su novia escapó con alguien más y encontrarla aquí en un hospital?"
Era una suerte que la seguridad que habían ordenado haya llegado a tiempo, porque si no, Nikiforov hubiera mandado al diablo los modales y la imagen pública.
Sólo pedía respeto. Respeto por ella, quién se encontraba debatiéndose entre la vida y la muerte.
Después del incidente y decidir quién se quedaría esa noche, le permitieron entrar a la habitación por unos momentos. Después de todo eran las cuatro de la madrugada y el turno de la noche se apiadó de él y su aspecto preocupado, sólo sería un momento.
Era todo lo que necesitaba.
No necesitaba un sillón cómodo o una cama lujosa, lo que necesitaba era saber que _______ estuviera bien, verlo con sus propios ojos.
Lo que daría en esos momentos por ser el príncipe Philip y despertar a la chica durmiente en la camilla con un tierno beso.
Sin embargo, la mascarilla de oxígeno le impedía contemplar bien sus labios, tampoco querría lastimar su rostro tratando de besarle.
Pero la vida no era un cuento de hadas y él no era un príncipe encantador.
Una sonrisa de amargura se presentó en su rostro.
Ella sí era como una princesa, aunque ella lo negara un millón de veces, para él, ella era la mujer perfecta. No importaban sus defectos, o que ahora su cuerpo mantendría cicatrices nada atractivas, nada de eso importaba.
Cosas que sólo pudo comprender cuando estaba apunto de perderla.
La vida era así.
Extrañaba el sonido de su voz, nada podía tranquilizarlo como lo hacía la voz de ella.
No fue inteligente, se dejó llevar por sus emociones. No se consideraba una persona impulsiva, pero logró decepcionarla a ella y a sí mismo.
— Por favor, ______. Quédate. — susurró, viendo como el vapor de su aliento se esfumaba en el aire. Su voz salió baja, su garganta permanecía en esa sensación dolorosa que le amenazaba con volverse más intensa cada vez que quería expresarse. No había respuesta de ella, le hubiera gustado uno de esos milagros de película dónde ella despertaba con su llamado. — Por favor, no te vallas. Quedate, quedate conmigo... quedate cerca de mí.
El débil respirar de la chica se podía apreciar si la mirabas con detalle, era difícil, era la situación más difícil que haya vivido.
— Si te vas, perderé lo más cercano a la felicidad que he tenido. — arrimó su asiento con cuidado de no provocar ruido, sólo para poder tocar su mano. Después de un largo tiempo, al fin pudo sentir su piel, se sentía tranquilo que se sintiera tibia. Aquel contacto fue igual de mágico como el de la primera vez. — Aunque estés en la más profunda oscuridad, seré la luz para tí. Estaré aquí para y ti. Quiero observarte mi vida entera desde el lugar más cercano a ti.
Así que... Quédate a mi lado.
La puerta de la habitación se abrió, sacándolo de sus pensamientos. Detrás de ella se encontraba la enfermera que le había recibido, y como todo momento en que se presentaba, sostenía un folder de papeles en mano.
— Señor Nikiforov su tiempo de visita ha terminado, ¿Podría firmar el traslado para el Hospital General de Moscú? Hemos recibido el permiso para que mañana ella pueda ser trasladada.
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— ¿Puedo volver a morirme? — pronunció la chica después del silencio que inundó la habitación.
La expresión que le dedicó a la enfermera era de molestia pura y alrededor de ella un aura pesada y espeluznante pero por alguna razón aquella reacción le pareció cómica y por ende soltó un par de carcajadas provocando una mueca en la contraria.
— Lamentablemente para usted ya se encuentra fuera de peligro, señorita Ledvedeva. — contestó la chica, y volvió a observar el reporte entre sus manos, para confirmar que ningún detalle se le haya ido de la mano.
Muy pocas veces veía reacciones así, aunque la de ella no fue una excepción, en cada paciente podía ver que una gran tristeza se asentaba en su ser pero no era para menos, la mayoría de las noticias eran trágicas y cada quien dentro de él mismo sabía el tamaño del problema; algunos lo hacían más profundo o algunos con una actitud magnífica lograban hacerlos más pequeños.
Aunque no podía saber con certeza de que manera lo tomó ella.
— Además tendrá que llevar una medicación obligatoria de ahora en adelante, puede que hayan desajustes hormonales. — le mencionó, aproximándose a los monitores al costado de la cama para comparar el nivel de presión con el de minutos atrás. — Y sin grasas y alcohol por un largo tiempo.
— Si tiro de éste tubo, ¿moriré? — pronunció mientras tocaba con sus dedos un tubo que administraba líquido en su brazo izquierdo con su mirada tétrica, alarmando a la pobre enfermera.
— ¡No se retire ése tubo! — gritó ella con el corazón en la garganta, viendo un brillo aterrador en los ojos de la deportista que demostraban las inmensas ganas que tenía de tirar de él. — ¡No morirá si se lo quita! — y con ello, la chica lo soltó con un aire de decepción.
«Lo que faltaba, una paciente con tendencias suicidas»
Volvió a prestar atención a la hoja de datos que tenía que llenar, anotando la leve disminución de presión arterial de la paciente, y segundos después se dirigió a checar las bolsas que administraban líquidos a la chica. Dándole la espalda.
— Tampoco te retires la mascarilla, tampoco te matará. — a pesar de estar de espaldas y no verla, podía presentír que era exactamente lo que estaba haciendo, escuchando un suspiro de derrota de la otra chica.
La enfermera presente verificaba que los datos en las máquinas no arrojaran ninguna anomalía en la paciente.
La calidez de la mañana inundaba la larga habitación en la que se encontraba, los rayos tenues del sol no llegaban a rozar su piel pero la vista era gloriosa desde la ventana metros delante.
Su compañera de habitación se encontraba descansando plácidamente sobre la camilla, haciendo de ellas las únicas que provocaban ruido alrededor.
— Entonces es verdad, ¿Eh? — susurró la chica (c/d/p), con la mirada perdida en el resplandor del sol, viendo el cielo grisáceo común expandirse con trabajo por las cortinas entreabiertas que cubrían la ventana. — Vaya forma de terminar el año.
Y ahí estaba, esa cara de nostalgia que nunca parecía dejar aquel edificio. Sólo pudo apreciar ese gesto mirando sobre su hombro, había llegado ese momento dónde no sabía qué hacer, qué decir. Estaba consciente que no podía decir nada para consolarle, que no era su trabajo pero eso no excluía que se formara aquel sentimiento incómodo en su corazón.
Podía escuchar como diminutos sollozos y suspiros ahogados salían de su boca, era lo malo de no tener ruido alrededor, que podía escuchar todo.
— De todas maneras mi carrera estaba por acabarse... No tenía más que perseguir. — su voz se quebraba con cada palabra, y con ello podía adivinar que su cuerpo igual se encontraba tembloroso. Abrumado de emociones. — Tampoco es que... — inaudibles y delicados sollozos empezaban a escapar de su garganta y sólo entonces volteo a mirarla. Sin embargo, ya no estaba la chica fuerte que tomó la noticia con tranquilidad, ahora veía a alguien que expresaba su sufrimiento. — Tampoco es que me hiciera ilusión tener hijos.
Podía ver cómo la chica exhalaba con tal de calmarse un poco y no echar a llorar, veía como sus manos se aferraban a las mantas sobre ella hasta que sus nudillos perdían su color.
— Por cierto, seguro le alegrará bastante a su pareja verla despierta otra vez. — decidió hablar la enfermera, esperando que al mencionarlo ella pudiera animarse un poco. — Se negaba a dejar el cuarto hasta que despertara pero lograron convencerle de ir a descansar.
El pomo emitió un eco que resonó en aquellas paredes que logró atraer la mirada de ambas, la puerta se abrió mostrando a un hombre alto y de pelo platinado.
Se encontraba levemente sudando probablemente por una carrera y su rostro no expresaba más que asombro.
Desde que recibió la llamada de Yakov dónde le informaba que ______ había despertado, vino lo más rápido que le permitieron el tráfico y sus pies.
Se podía ver desde su lugar el rastro que habían dejado las lágrimas por las mejillas de la chica.
Seguramente ya le han informado.
Entró a la habitación para caminar hasta el extremo de la camilla y se arrodillo frente a ella, tomó con delicadeza sus manos tratando de no lastimarle, como si el hecho de rozar su piel la fuera a romper.
— Me alegra que hayas despertado. — llevó las manos de la chica hasta sus labios y proporcionó un delicado beso sobre la piel expuesta.
— A mí no. — la mirada fija en él aclaró sus dudas, ella aún no le perdonaba.
— ¿Podemos hablar? _______, yo... Sólo quiero decir que... Lo siento.
— ¿Sólo eso?
— ¡No! Digo, quiero decirte mucho más pero...
— Creo que lo mejor sería que te vayas. — interrumpió ella. — Necesito tiempo, para pensarlo.
— Haré lo que me digas. — sentenció él, provocando un suspiro de sorpresa en la enfermera quién se encontraba anotando sobre el papel. Entendió la situación y decidió ir al otro lado de la habitación, pasando por la cortina que dividía las dos camillas de las residentes. — ¿Qué es lo que quieres que haga? Puedo pararme de manos, un baile sensual, lo que quieras. —terminó con su mirada y sonrisa coqueta.
— Hazlo. — dijo ella aún con su rostro serio.
— ¿Qué?
— Hazme un baile sensual.
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