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-- ¿Esperan a alguien? -- inquirió la pelinegra, pues todos estaban preparando la mesa.

-- A Lisa -- respondió su madre contenta.

Manobal, era una chica de la granja vecina, ubicada no muy lejos de la suya.
Había ganado una beca para el extranjero, por lo que no se veían desde la secundaria.
Seguro creció bastante con los años.

El repentino ruido de un motor, se hizo presente a lo lejos, interrumpiendo así todo pensamiento alguno de la mayor.
Quién, confiada de ser su amiga, fue a recibirla tranquila mientras los demás seguían en lo suyo.

Desde la ventana en la cocina, frente a los girasoles, pudo notar al gran vehículo de color negro y llantas grises.

No sintió asombro pero si impresión, aquellos autos solo se veían en la ciudad y cruzarlo de nuevo, le traía recuerdos.

Ya a pocos metros, de la puerta del copiloto bajó un hombre alto y con barba.
Este, no era padre de su amiga ni mucho menos, algún familiar.

Aparte del chófer, dentro del auto había alguien más, pues su sombra lo delataba.
Aunque, no podía asegurar si era hombre o mujer, por culpa del vidrio polarizado.

-- Buenas Tardes, soy el señor Park -- dijo el mayor de traje.

Su mano derecha estaba extendida, esperando paciente el saludo.

-- ¿Que se le ofrece? -- preguntó Jennie, cruzando los brazos.

Cuando algo no le gustaba, era directa, justo como ahora.

-- Comprar su granja -- explicó firme el último, tras sonreír.

Kim bufó, entendiendo por completo la situación.
Pues en la ciudad, había visto que la mayoría de ricos, compraban las tierras del campo para construir y demás.

Aquellas granjas que pasaron de generación en generación, veían su tradición amenazada y a veces extinta, por personas como está.
"Seres humanos" que solo querían dinero.

-- No está a la venta -- respondió la pelinegra.
Su frente en alto y sus brazos aún cruzados, dejaban más en claro su pensamiento.

El hombre, lleno de aire sus pulmones y sonrió ladino.
De su bolsillo, sacó una lapicera y un papel, tal parecía, un cheque.

-- ¿No me entendió? -- atajó Jennie, ahora sin paciencia y con la sangre hirviendo.

El mayor de semblante serio y pupilas ya dilatadas, vio a los ojos ajenos por unos minutos y luego se marchó tras subir.

La joven, sabía que no terminó pero al menos, dejó las cartas sobre la mesa.

Miró al cielo despejado y suspiro.
Literalmente, no había pasado una semana de su llegada y ya empezaron los problemas.

-- ¿De que me perdí? -- exclamó curiosa Lisa, llegando al fin en su bicicleta.

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