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Nuestro luto (Parte 2).

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Dolía más de lo que podría definir
y más de lo que pudo soportar.❞
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Había estado en un funeral antes, cuando apenas y tenía conciencia de sí mismo, en lo que hacía y lo que sucedía a su alrededor.

    Había sido de su madre.

    Aquella maravillosa mujer que le había enseñado lo mucho que una persona puede amar, lo mucho que la gente era capaz de querer. Y lo muy fuerte que podía ser una persona cuando todo se vino abajo o jugó en su contra.

    Qi Rong apenas y tiene recuerdos del imbécil que sólo era su padre por sangre, pero que jamás le demostró una pizca de cariño; ese tipo sólo le había demostrado lo muy horribles que también podía ser la gente, le había enseñado lo mucho que podía temer y odiar a alguien a la vez, así como lo capaz que era de odiar algo de sí mismo simplemente porque era una particular característica que sólo afirmaba el parentesco.

    Sus ojos verdes, tan vívidos como la esmeralda pero tan juguetones como un niño podía tenerlos.

    Hasta que su madre los llevó lejos de ese monstruo, Qi Rong conoció la paz que podía brindar una familia.

    Cuando conoció a su primo, recuerda vagamente lo maravillado que estaba de ser su familiar, de estar unido a ese niño y lo muy cercanos que podían ser sólo por ser familia.

    Los siguientes días son cosas que apenas y recuerda, incluso el funeral de su madre. Puede recordar una o dos cosas, como lo turbulento que había sido el ambiente por el escándalo que formó en todo el reino su partida, en especial por correrse el rumor de su amorío y haber dejado un niño detrás. Pero son tan alejados de su conocimiento que realmente ya dio por perdida esa parte de su vida.

    Sin embargo, sabe que a temprana edad conoció lo que era perder a su madre, quedando solo y a merced de sus tíos y primo, quienes eran su familia ahora y todo lo que le quedaba.

    Como compensación, su tía le había mimado a más no poder, concediéndole sus caprichos por más ostentosos que fuesen. Por supuesto que a veces hubo intentos de disciplinarlo, pero eso sólo desencadenaba en él otro episodio de berrinches que incluso él detestaba hacer.

    Desde que había comenzado a sentirse solo, siendo rechazado no sólo por los niños de las ciudades o pueblos cercanos a la capital, sino que incluso por su propio primo, había buscado diversas formas de conseguir la atención que quería. Quería enorgullecer a sus tíos tanto como ellos lo estaban de su increíble e incomparable hijo, pero simplemente no tenía todas las capacidades para ello, o incluso, para mantenerlo durante tanto tiempo.

    Fue educado casi igual que su primo, exceptuando el camino de cultivación, tal vez no destacándose en su generación en todas las artes o campos disciplinarios, pero sabía defenderse bien. Pero ni una buena nota hacía que sus tíos lo felicitaran genuinamente, casi todo hacia él parecía soso, a veces burdo y otras veces seco, casi como si fuera un deber felicitar sus logros.

    Pero la diferencia era notable cuando su primo era quien lo hacía. Por más mínimo que fuera, sus tíos lo felicitaban y lo celebraban casi a lo grande.

    Fue por ello que su inútil actitud engreída, o los múltiples berrinches que solía hacer y las exigencias que pedía con respecto a sus tratos y las cosas que creía se merecía, fueron su método para recibir esa atención.

    Y a pesar de recibir lo que quería, jamás se sintió a gusto con ello. Fuera como fuese, su vida cambiaría en el preciso momento en el que dejara XianLe para formar oficialmente parte de YongAn.

    «Ahora es el problema de alguien más». Había consolado su tío a su esposa, justo en el día de su boda.

    Habiendo sido regalado a YongAn, comprometido y casado con su próximo rey, con el gran y honorable príncipe Lang QianQiu, Qi Rong lo definiría como el inicio de su nueva vida.

    Habiendo sido un cambio más que inesperado y en un inicio indeseado, ambos eran jóvenes, más pronto que tarde —y demasiado pronto, si se le permitía decirlo—, pudieron congeniar de cierta manera. Con algunos gustos compartidos, perspectivas de ciertos temas, tan similares y tan variados a la vez; su juventud les hizo las cosas "fáciles". Aunque en un inicio Qi Rong no tuvo más que un encaprichamiento por Lang QianQiu, fue cuestión de tiempo para que entre ambos surgiera esa llama, esa flama que alumbraría su camino a un nuevo horizonte. Y tan esperanzador como sonaba, pronto terminaron enamorándose.

    Con Lang QianQiu había sentido lo que muchos describían como mariposas en el estómago, tan atontado y casi torpe al punto en el que se encontraba a sí mismo pensando en ese peculiar príncipe, incluso en días donde el contrario no se encontraba. Y no era hasta que regresaba que una ola de alegría y ánimo inundaban a Qi Rong, casi como si le aliviara volver a verlo.

    Y a pesar de algunos problemas que tuvieron, principalmente por falta de comunicación y debido a sus personalidades tan opuestas, Qi Rong sabía que quien había caído rendido primero, había sido su esposo.

    Lo supo cuando, después de un largo viaje, Qi Rong había salido para un pequeño paseo por el pueblo más próximo a su palacio. Disfrutó de la atención que le dieron y el reconocimiento de la gente sobre él como el consorte del heredero de YongAn; se permitió mezclarse con el ambiente y, por primera vez había disfrutado de ser tratado con genuino respeto y en algunas ocasiones, admiración. Y para cuando empezó a oscurecer, regresó al palacio y fue directamente a su habitación —la cual compartía con su marido—. Y ahí, recostado en el amplio sillón, Lang QianQiu lo había mirado con sorpresa y un anhelo tan evidente que Qi Rong se sintió casi estremecer.

    —¿En dónde estuviste? —le había preguntado con suavidad, levantándose de su lugar y encaminándose rápidamente hacia él.

    Qi Rong, casi embelesado por el apuesto hombre que se mostraba en sus prendas interiores, no pudo reaccionar y sólo permitió que lo examinara como le diera la gana.

    Aunque tuviesen sus placenteras sesiones conyugales y casi no hubiese partes del cuerpo del más alto que no conociese, tener este tipo de escenario íntimo con ropa de por medio, daba un vuelco interesante al asunto, aunque sorprendente y aterrador.

    —Fui a dar un paseo a Delhia —contestó después de aclararse la garganta, llevando sus manos hasta sostener las del más alto—. Quería un cambio de ambiente, así que salí un rato.

    Lang QianQiu, más que querer reprender a su pequeño esposo, realmente estaba más aliviado de saber que se encontraba bien.

    Había llegado después de un corto viaje a las costas, aprendiendo junto a sus padres los deberes que ejecutaría en cuando ascendiera al trono; pero a pesar del cansancio, lo consoló un poco al pensar en que podría llegar a su hogar y abrazar a su esposo, reconfortándose con el contrario y compartiendo tiempo de calidad con él. Sin embargo, se sorprendió un poco para mal cuando, al llegar y preguntar por el mayor, fue informado que había salido hacia varias horas y sin compañía.

    De inmediato, la preocupación se había apoderado de él, y aunque su madre lo consoló diciéndole que Qi Rong era un muchacho fuerte y capaz, él mismo estuvo a nada de mandar a gente a buscarlo.

    No fue hasta que lo tuvo de frente que esa preocupación menguó muy considerablemente, siendo suplantado por el alivio. Alivio que lo hizo estrecharlo entre sus brazos y mantenerlo ahí durante largos minutos.

    Por supuesto, de esto Qi Rong se enteró meses después. Sirviéndole para atar cabos y comprender que desde ese momento su esposo había sido dominado por el cariño, o el amor, en todo caso.

    Y por esto no se sorprendió cuando fue él quien dijo primero las tan estremecedoras palabras: te amo.

    Y eso había sido una sorpresa total para Qi Rong. Según sus memorias, desde su madre, esa había sido la primera vez que alguien lo quería genuinamente, diciéndoselo sin parecer una obligación, sin muecas de por medio y falso cariño. Al contrario, la mirada llena de estrellas del menor, o su suave sonrisa y el sonrojo que invadió sus mejillas, contrastando con su bronceada piel, hicieron que Qi Rong se estremeciera y casi se erizara por completo.

    Sin embargo, ese fue apenas el inicio a su mejorada vida, un nuevo intento de conocer a gente que de verdad se preocupara por él, que no lo reprendiera por banalidades e incluso atendiese sus más mínimas necesidades.

    Sus propias exigencias disminuyeron y poco a poco comenzó a apreciar la sencillez de la vida.

    Todo cambiaría para mejor en el preciso instante en que se le diese una noticia más que sorprendente y fascinante. En el que la posibilidad de formar él su propia familia llegó con una oleada de nuevas emociones y sensaciones.

    Qi Rong finalmente se sintió entera y eternamente conectado a alguien. Por fin hubo un ser que sería suyo por completo y, a pesar de su casi negación al inicio del hecho, lo aceptó, recibiendo con gusto el nuevo cambio.

    A lo largo de su embarazo había planeado tantas cosas para su pequeño, desde su aspecto hasta las primeras lecciones que le daría. Pero por sobre todas las cosas que pensó en profundidad, había hecho una promesa no sólo a sí mismo, sino a su esposo y a su hijo: no vivirás ni pasarás por las mismas penurias que yo en mi niñez.

    Tal vez no tuvo un buen ejemplo de crianza, ni mucho menos el cariño apropiado a tan corta edad, pero haría todo lo que estuviera en sus manos para darle una vida más que digna y cómoda a su descendencia.

    Y en cuanto nació, oh, lo mucho que juró y perjuró amarlo y protegerlo.

    «Eres mío, mi A-Jian». Había pensado cuando tuvo a esa criaturita entre sus brazos.

    Había sido un intercambio de emociones recíprocas y justas. Su hijo seguiría siendo suyo, sin importar las circunstancias futuras, así como él siempre sería su padre. Absolutamente ninguna fuerza podría cambiar ese hecho, nada ni nadie podría negarla tampoco.

    Sin embargo, a pesar de sentir que se elevaba con fragante orgullo, como una lámpara de papel, en algún punto terminó por caer.

    Casi como si la vida o el destino quisieran ponerlo a prueba y darle una verdadera razón para luchar, o ver cuánto soportaba una nueva tortura, su hijo cayó enfermo.

    Su pequeña creación, su orgullo, su bebé, su niño y su ser más preciado, había perecido progresivamente, desvaneciéndose ante sus ojos como los últimos vestigios de llama de una vela. La mecha apagándose demasiado pronto que fue algo que no pudo procesar como era debido.

    Todas sus promesas y juramentos se hicieron añicos delante de él, sin permitirle rescatarlos o siquiera resguardar una parte.

    Su alegría y su nueva razón de existencia había sido arrebatado de sus brazos.

    Ni siquiera supo lo que sucedió después. Su consciencia casi apagándose y dejándolo a merced de cualquiera, volviéndose un blanco fácil. Pero no le importó, realmente no lo hizo. No cuando el ser a quien más había jurado amar, ahora estaba muerto.

    No supo con certeza cuándo fue que su hijo fue arrancado de sus brazos, o cómo había llegado a la alcoba en la que todos estos días se habían refugiado, o incluso cuándo había sido que lo recostaron en la cama, ni mucho menos cuando amaneció y apenas y pudo pegar un ojo en toda la noche.

    Pareció como si sus sentidos hubiesen decidido apagarse, desvanecerse y dejarlo solo, completamente incapacitado de hacer algo por conciencia propia.

    Qi Rong tiene muy vagos recuerdos de haber sido otra persona quien lo aseaba, otras quienes lo vestían y apenas y reparó en voces que se dirigían a él. Cada parte de él se sentía desligada, demasiado distantes entre sí que era abrumante, lo hacían sentirse perdido, pero sin la suficiente energía para oponerse a ello; realmente se dejó arrastrar a donde sea que sus nublados sentidos quisieran llevarlo.

    Apenas y puede recordar a la gente a su alrededor, gente que se mueve de un lado a otro con aspecto cansino, o los murmullos a su alrededor y el ambiente tan denso, desanimado y silencioso.

    «Mi más sincero pésame». Escuchó un día de aquellos. La voz tan cargada de pena y compasión que casi hizo a Qi Rong querer regresar en sí.

    Pero no lo hizo. No fue suficiente.

    Ni siquiera el día que fue elegido para llevarse a cabo el proceso funerario.

    Recuerda haberse vestido sin ayuda, apenas preocupándose por colocar sus túnicas o sus complementos a juego como correspondía.

    Incluso su marido, quien desde aquel momento hizo su mayor esfuerzo por ser el más estable en ambos, lo tomó de las manos con suavidad, como si temiera romperlo con el simple contacto. Sus dedos ásperos pero cálidos acariciaron los suyos, creando un contraste que Qi Rong nota sin ánimo, sólo un detalle más que le dió igual.

    Lo que sí recuerda con vivacidad fue que ese calor jamás lo abandonó el resto del día.

    No lo hizo cuando se dirigieron al salón en el que todos los esperaban, con las múltiples miradas de sorpresa, lástima y dolor.

    No lo hizo cuando la gente se aproximaba a ellos para ofrecerles palabras que recalcaban la situación y buenos deseos al pequeño.

    No lo hizo cuando gente los abrazó, ofreciéndoles momentáneo consuelo. Consuelo al cual Qi Rong no se inmutó, mucho menos por los pésames o la lástima que varios les dirigían.

    Él no pudo reaccionar a nada de eso. Atrapado detrás de una jaula, aislado de su alrededor, de la gente, las emociones, los sentimientos y del mundo, Qi Rong no mostró nada que indicase su dolor o su pena.

    Tan silencioso como era inusual en él, solamente miró a su alrededor, no reparando en nadie, ni molestándose por corresponder miradas. Su esposo no se separó de él en ningún momento, siempre acompañándolo o llevándolo por la habitación.

    Ni siquiera reparó en la ausencia de Xie Lian o alguno de sus tontos subordinados.

    Oh, pero cuando vio a su pequeño, con su piel pálida, sus ojitos cerrados y sus labios, ahora pálidos, apenas y levantándose hacia arriba, Qi Rong apretó la mano de su esposo. Aunque el nudo afloró en su garganta, o las lágrimas se acumularon en sus ojos, impidiéndole mirar apropiadamente, sólo lloró en silencio, sin emitir sonido, sin emitir expresión alguna y, algo que conmocionó a muchos, apenas y saliendo de su bruma.

    No demostró más después de ello, ni siquiera cuando llevaron a su bebé a la carroza que los conduciría al cementerio, al lugar que YongAn había asignado para dar una sepultura adecuada a sus fallecidos. Derramó más lágrimas, por supuesto, pero ni siquiera un rastro de dolor, pesar o tristeza afloró en su semblante.

    Estoico, duro e insensible. Algunos lo describieron.

    Un monstruo que no quería a su hijo. Otros lo criticaron.

    Sólo Lang QianQiu supo que realmente había sido una fachada. Tanto como él, su pequeño esposo estaba destrozado, demasiado perdido dentro de sí como para reaccionar debidamente y tan presionados por miles de ojos, pares que podían juzgarlos si así les diese la gana y que los orillaba a actuar como rocas insensibles, sólo un par de estatuas a quienes no se les permitía lamentarse en público, ni siquiera mostrar el más mínimo indicio de sensibilidad.

    Para ambos había sido una tortura ver a su hijo desvanecerse en el fondo del enorme hoyo en el suelo, o la forma en la que cada cúmulo de tierra era arrojado al mismo. Qi Rong los describiría como puñaladas en el corazón.

    Cuando finalmente el trabajo había sido terminado, con la lápida en el exterior que indicaba a quién le pertenecía esta tumba, todos se retiraron, excepto ellos.

    Qi Rong miró la tierra acumulada en el exterior, el desorden que era y la forma tan cínica y cruel que le recordaba la razón de su venida aquí. No sintió que nadie lo detuviera cuando, sin importarle si se ensuciaba o no, se dejó caer, quedando más cerca el cúmulo de tierra.

    Cuando sus manos tomaron un puñado de la misma, una fuerte y dolorosa oleada se abalanzó hacia él, trayéndolo momentáneamente a la vida real, haciéndole reparar en quién estaba ahí debajo. Incluso si quisiera cavar, remover cada parte que se interponía entre él y su bebé, sabía que sería inútil. Nada serviría, no cuando ya era demasiado tarde y no se podía retroceder en el tiempo aún si así lo deseaba.

    Teniendo eso en mente, como filosas y dolorosas cuchillas que se perforaban en su corazón, lloró. Lloró como si su vida dependiera de ello, gritó y enfrentó su nueva realidad con temor, sintiéndose tan traicionado por la vida y tan solo, incapaz de aceptar lo que había pasado. Revivir cada parte en su memoria sólo lo hizo llorar con más fuerza, incluso recordar la sonrisa de su pequeño bebé, o pensar en su nombre, lo hicieron desmoronarse.

    Ni siquiera cuando su esposo se dejó caer a su lado, o sus brazos que lo rodearon y las palabras de consolación que murmuró contra su oído, Qi Rong se vio tan atrapado en el dolor, en la pérdida y la desolación que nada pudo hacer el menor por ayudarlo.

    No hubo calor, ni palabras suaves que lo reconfortaran.

    Su único deseo, lo único que le podía traer ese alivio, era imposible. No había forma alguna que su pequeño volviese a él, no ahora y no nunca.

    Su hijo jamás volvería a él.

   Ese fue el golpe que acabó con una parte de él, como un pedazo que se marchitó y lo abandonó, incapaz de sanar y tan nuevo que era doloroso.

    No había nada que pudiera hacer ahora y eso dolía, dolía como el infierno. Como estar ardiendo vivo con la diferencia de sentirse frío, tan helado que dolía incluso más que ser comido vivo por las llamas.

    Dolía más de lo que podría definir y más de lo que pudo soportar.

──── ∗ ⋅🌑⋅ ∗ ────

No supo con exactitud cómo o cuándo fue que habían regresado. Pero Qi Rong supo que fue el inicio de su duelo.

    Hay días que ya no recuerda, días que fueron tan monótonos que, aunque parecía que nada en su vida había cambiado, ya ha olvidado.

    No le preocupó nada fuera de sí mismo.

    Si se le preguntaba algo, contestaría con monosílabos o daría una respuesta tajante, demasiado fría y directa que cualquiera que le hablase ya dudaba en hacerlo.

    Y su esposo, oh, su tonto esposo; había preferido largarse con sus padres a más viajes, viajes a los que él le suplicó su compañía, pero Qi Rong se negó rotundamente en cada ocasión. Negaciones que dieron lugar a una discusión de la que sólo supo que fragmentó su relación.

Qi Rong no estaba dispuesto a salir bajo ninguna circunstancia. Se sentía seguro y el hecho de pensar en salir al jardín, incluso cuando antes le emocionaba la idea, no quería ni verlo. Poner un pie afuera era una sentencia, eso ambos lo sabían y, aunque su tonto marido, ese idiota del culo, haya decidido sentenciarse, él no prefirió ir por ese camino.

    En su lugar, prefirió encerrarse en la habitación que estaba destinada a su hijo. La cuna y la enorme y ostentosa cama estaban en el mismo lugar de siempre, así como los múltiples peluches y juguetes para distintas edades, algunos ordenados y otros esparcidos en la mesa o incluso en el suelo.

    Cada paso que dio al entrar, había sido una especie de consuelo. Este lugar estaba cargada de una energía demasiado suave, cálida y reconfortante que, por un momento, lo hicieron olvidar, pasar de largo de su pena para permitirse un poco de paz.

    El tacto de la madera con la que se había hecho la cuna, la suavidad y el lustre bajo sus dedos, lo hicieron sonreír débilmente. Su blanquecino color, tan pulcro, tan impoluto e inocente, reconfortaron una parte de su corazón, incluso la cortina que poseía, que aunque hecha con el único fin de adornar y hacer mucho más bella dicha cuna, le dieron una calma y una especie de sentido de protección.

    Y cuando vio cierto peluche en el fondo, del tamaño apropiado para un niño, color anaranjado, atigrado y con la forma de un felino silvestre, Qi Rong no dudó en estirar su mano y sostener dicho peluche.

    El aspecto de dicho objeto no tenía nada novedoso, no había algo en éste que gritara lo reciente que era ni mucho menos algo llamativo; pero sin duda contaba con una historia. El tigre de peluche contaba con años de experiencia, con la sensibilidad, simpatía y calidez producto de haber vivido ya una vida al lado de alguien, alguien que le dio batalla, pero que lo trajo hasta aquí.

    Sus ojos, negros como el carbón, brillaron hacia Qi Rong, junto a la leve sonrisa en su boca semi-cosida. Y el peso en su mano se volvió más notorio con los vagos recuerdos de su infancia, en la cual sostenía a este mismo peluche, lo abrazaba cada vez que sus padres peleaban, o lo reconfortaban y le daban esperanza cuando su estúpido e inepto padre le dio un nuevo discurso para menospreciarlo y aborrecer su existencia.

    Pero tan apagado como se encontraba, ni siquiera pudo mostrar descontento total al recordar esa parte de su vida.

    Qi Rong simplemente acercó al peluche a su pecho, llevándolo consigo por el resto de la habitación.

    Cada parte que tocó, que miró y le dio la bienvenida en silencio, fueron como un arrullo para su magullado corazón. Incluso los buenos recuerdos que le trajo, antes y después, de su hijo.

    Y tan a gusto lo hizo sentir que, desde ese día, Qi Rong prefirió empezar a dormir en la habitación de su niño, abrazando el mismo peluche que desde hacía tantos años ya no tocaba, pero que tenía el mismo efecto alentador en él.

    Se volvió su lugar seguro, su refugio en medio del ahora desolado palacio y para su vida sinsentido.

    Qi Rong puede recordar esos días como buenos, pero perjudiciales y que no le hicieron avanzar en absoluto.

    Sí, amaba esa habitación más que cualquier otro lugar del palacio —al que poco a poco dejaba de sentirse como un hogar—. Ahí podía sonreír, tal vez reír y hablar suavemente a la nada sobre anécdotas con su pequeño o incluso de otras trivialidades.

    Y si bien se sentía bien, cada vez que salía de dicho lugar, su neutro semblante, sus apagados y afilados ojos esmeraldas, acompañado siempre de su silenciosa y fría presencia, volvía a él como su armadura. Dicha protección le sirvió para mantener a los sirvientes alejados, incluso a los más leales y con quienes antes tenía buena relación.

    Quería estar solo. Nadie podía permitirse ver al ser en el que se transformaba una vez entraba, incluso si sus pláticas en voz alta eran llamativas y nada discretas.

    Por supuesto, no pudo mantenerse en su santuario para siempre y sin ser descubierto.

    Hubo una ocasión, en la que una pequeña chiquilla imprudente, seguramente nueva en el servicio y demasiado entrometida para su bienestar, entró sin su permiso en la habitación para "limpiarla". Limpieza que parecía más una invasión a su lugar seguro, ya que cada juguete y peluche con los que Qi Rong había convivido esos días, había vuelto a su lugar, borrando todo rastro de su esencia.

    Él aún recuerda la forma tan inhumana en la que la reprendió, incluso atreviéndose a maldecirla hasta el último de sus días; también no perdió tiempo en empujarla fuera de la habitación, pidiendo que fuese castigada y después despedida por su ineptitud para el trabajo.

    No le importó en absoluto si ella trabajaba para una familia, si tenía necesidades o a quién afectaría con ello, Qi Rong no permitirá una falta de respeto hacia él y su hijo. Incluso recuerda haberse alegrado en caso de haberle jodido la vida a esa chica, entre más lo pagara mucho mejor.

    Aún se estremece de sólo recordar lo cruel que se había vuelto.

    Había sido con ese incidente que él tomaría una nueva fama y título en el reino.

    «Cuidado con ese repugnante duende verde. Su humor ahora es tan agrio como sus ropas». Algunos dijeron a sus espaldas.

    «Antes de verdad pensaba que él sería bueno, un alma muy parecida a su primo, pero que lástima que no sea más que una perdida de tiempo. Y lástima del príncipe Lang, haberse unido de por vida con esa mierdecilla sin valor...». Otros habían criticado incluso frente suyo.

    Cualquier título, cualquier palabrería e incluso calumnia que se produjera por y en su nombre, aunque quisiese aparentar no verse afectado por ello, realmente golpeó algo en el interior de Qi Rong.

    Aquello lo hizo refugiarse más en su pequeño santuario.

    Comenzó a salir menos, a comer menos y a descuidarse mucho más. Él se encargaba de mantenerla ordenada y aseada, procurando mantenerlo igual de pulcro que un inicio. Nadie podía entrar a esa alcoba si no era con su autorización —que nadie tenía—, ni siquiera alguien podía interrumpirlo en su estadía ahí.

    Cualquiera que se atreviera a desafiar su palabra, si tenía suerte, con lo mínimo sería despedida.

    Hasta meses después —tiempo del que ya ni siquiera estaba seguro—, que su marido y suegros regresaron, más allá del poco personal, o la forma en la que evitaban pasar siquiera por el pasillo que dirigía a la habitación del antiguo principito, Lang QianQiu notó la ausencia de su pequeño esposo.

    En el tiempo que había estado fuera, realmente había reflexionado sobre sus últimas acciones y palabras, sintiéndose culpable por someter a su esposo a un luto con el que no se sentía cómodo. Si bien había pasado ya un tiempo desde el fatal suceso que los derrumbó, haber salido, convivido con gente e incluso recibir sabios consejos sobre cómo podría afrontar algo así, el peso de culpa sobre el hecho se amenguó considerablemente y su aceptación comenzaba a llegar poco a poco.

    Pero haberse enterado por boca de su, en ese entonces, poco personal, que su marido hacia varios meses que no salía de la habitación que antes sería para su hijo, fue como un balde de agua fría que le cayó encima.

    Después de relajar a sus padres, calmar la histeria de su padre y la preocupación de su madre, no dudó en ir hasta aquella habitación.

    En cuanto tocó la puerta, realmente no esperó ser recibido con un:

    —¡¿Qué puto cabrón e imbécil de mierda se atreve a interrumpir a este príncipe en su único tiempo de tranquilidad?! —gritaron con furia y un leve deje de hastío. Movimientos indescifrables desde el otro lado llegaron—. ¡¿Acaso quieren que vuelva a azotarlos?! ¡¿No le temen a la muerte, malditos perros cabrones?!

    Las cejas de Lang QianQiu se crisparon por la impresión y, por un segundo, realmente dudó de haber tocado la puerta. Sin embargo, reafirmando su posición y las diversas razones por las cuales había venido, su imprudencia y ansias queriendo arreglar las cosas tan pronto como fuera posible, volvió a tocar la puerta.

    —Soy QianQiu, A-Rong —se anunció con suavidad, un tono bajo pero lo suficiente fuerte como para ser escuchado.

    Qi Rong realmente no supo cómo sentirse cuando escuchó aquella voz, sobre todo aquel nombre. Había pasado un tiempo desde que lo había visto y tantas cosas sucedieron en su ausencia.

    Como si eso lo trajera a la realidad, sus ojos se abrieron de par en par, hubo conmoción y después un horror que fue vilmente aplacado por ira que intentó reprimir.

    —¿Qué quieres? —preguntó con voz temblorosa, sus manos apretujando más al tigre que rara vez soltaba.

    —¿Puedo pasar? ¿O prefieres salir? —preguntó Lang QianQiu en el mismo tono suave y cuidadoso.

    Como si estuviera tratando con un maldito animal indefenso y estúpido.

    Y tal vez, sólo tal vez, sí lo estaba.

    Sus manos apretaron más al peluche, con sus largas uñas enterrándose en la felpa y su rostro escondiéndose en su cabeza.

    —Como quieras —se limitó a contestar con la voz amortiguada.

    Casi al mismo tiempo en el que la puerta era abierta, él rodó sobre la cama, dándole la espalda al imbécil que entraba.

    Aunque Lang QianQiu esperaba encontrar el lugar como un profundo desastre, ciertamente no se imaginó hallar todo casi en su lugar, apenas y unas cosas esparcidas por la habitación; además del aspecto tan limpio y el aroma tan exquisito y suave, muy lejos de la humedad que podría envolver a un lugar descuidado y abandonado.

    Pero a pesar de ello, su mirada directamente viajó hasta su esposo, un bulto pequeño en la cama, con sus extremidades encogidas, negándose a enfrentar el mundo exterior.

    Con precaución, atento a cualquier sonido y expresión que indicase que estaba siendo demasiado osado, se aproximó a la orilla de la cama, sentándose al filo y con una tensa posición.

    —A-Rong —llamó con cuidado, su mano deslizándose sobre las sábanas hasta llegar a su esposo—, por favor, hablemos.

    Aunque quisiera reaccionar, algo en Qi Rong lo había permanecido inmóvil, como una palanca que había sido activada y había mandado diversas señales a su sistema, incluido la sumisión.

    ¿Y hablar? ¿Realmente quería hablar?

    Una amargura subió por su garganta, tanto como su mirada había comenzado a nublarse y cristalizarse, una húmeda, cálida y asquerosa sensación aglomerándose en él. Y casi como si necesitara desquitarse, no ser el único con estacas en su corazón.

    —¿Sobre qué? ¿Sobre cómo te atreviste a dejarme cuando más necesitaba de ti? ¿Sobre cómo preferiste largarte con los reyes y dejarme a mi suerte? —exclamó con la voz amortiguada, una sonrisa temblorosa asomándose en sus labios— ¿Sobre qué quieres hablar, Lang QianQiu?

    El nombre salió como veneno, incluso si las preguntas no fueron suficientes como para provocar algo en el menor, la forma en la que su nombre fue pronunciado, sin duda tocó un botón correcto. Por lo cual, imprudentemente, estiró su mano para tocar el hombro de Qi Rong.

    Como un resorte, o como un animal silvestre herido, Qi Rong se alejó de ese contacto, terminando por sentarse en la cama y finalmente encarar a quien se había entrometido en su territorio, su lugar seguro y su refugio, incluso lo había tocado como si todavía tuviesen la misma confianza.

    Lang QianQiu se había vuelto un desconocido para Qi Rong, un hombre más que habitaba en ese palacio y con quien había tenido la desgracia de casarse. Pero ya no importaban títulos, ya no importaban documentos o ceremonias, no importó nada, no cuando el menor había decidido, por cuenta propia, salir de su vida.

    Por ello, cuando ambos se enfrentaron, se sorprendieron un poco con lo que tuvieron de frente.

    A los ojos de Lang QianQiu, su esposo había tomado más palidez, un tono casi enfermizo que lo hizo estremecer, así como la resequedad en algunas partes; su cabello había aumentado en longitud y, casi como la mayor parte, se veía un desastre. Pero sobre todo, la forma tan reducida de su peso, dándole un aspecto tan fantasmal; sus pómulos sobresaliendo más de lo que alguna vez lo hicieron, la forma ovalada de su mentón ahora volviéndose afilada, y aunque lo único que pudo ver fueran sus clavículas sobre saliendo de su piel como si en cualquier momento fuesen a romper la delgada y pálida piel. No fue difícil imaginarse el aspecto demacrado que ocultaban sus túnicas.

    Por primera vez, Lang QianQiu reparó en la pequeña sensación del hombro de su marido bajo su palma.

    En cambio, a los ojos de Qi Rong, el hombre frente suyo había vuelto a tomar su apuesto aspecto principesco, con su piel canela todavía teniendo ese cálido aspecto, tan vívido y cautivador a la vista; o su perfecto cabello que mantenía igual de largo como la última vez que lo había visto, atado firmemente en una coleta alta; pero, claro, no se perdió del peso que había disminuido, haciéndolo lucir lejos de ese príncipe grande y heroico de antes.. Sin embargo, aunque no lo hubiese querido, también notó su mirada, tan apagada y sin el mismo brillo de aventura y valentía que alguna vez lo había caracterizado; aunque eso último prefirió obviarlo, cegado por su propio dolor y resentimiento.

    A los ojos de Lang QianQiu, desconoció físicamente a su marido, demasiado adyacente del aspecto que solía tener. Y a los de Qi Rong, el hombre parecía tan indiferente a lo que había sucedido, casi igual de imponente, amable y solidario como antes. Aunque sólo hasta después, se enteraría que, al igual que él, algo se había apagado en el menor.

    —A-Rong... —susurró Lang QianQiu con voz queda, casi como un soplo, una súplica ahogada.

    Qi Rong no reaccionó ni se inmutó por ello, o al menos, no se permitió hacerlo. No lo merecía ni lo valía.

    —Ve directo al punto o lárgate, Lang. —Dictó con una firme insensibilidad.

    Como si la imprudencia no hubiese sido arrebatada de Lang QianQiu, el menor lo atrajo para un abrazo, uno estrecho y del que, por más que Qi Rong luchara, se retorciera y maldijera, no pudo deshacerse.

    En cambio, sólo se rindió a los firmes brazos que lo rodearon, los que incluso lo acunaron y lo trataron con suavidad a pesar de su necedad por dejarlo ir.

    —Lo siento, A-Rong, no sabes cuánto lo siento —susurró con pesar, su voz reverberando por sus oídos y bajando por su sistema—. Sé que he sido estúpido, demasiado desconsiderado contigo, así que te pido que me perdones.

    "Como si tus disculpas ahora pudieran funcionar". Pensó en su interior con desagrado, amargura y un deje de dolorosa traición.

    Habían pasado días desde que de verdad pensó ingenuamente en que su marido iba a regresar a él, lo abrazaría y ambos pasarían por un duelo en conjunto. Como se supone que lo haría una pareja. Pero más tarde que pronto comprendió que esto no era un cuento de hadas, esto no era la vida de ensueño que su primo le prometió que viviría cuando se casara con Lang QianQiu. Nada era como se lo hicieron creer.

    Esta era la vida real.

    Y tan doloroso como era, Qi Rong comprendió por su cuenta que había de crear un caparazón, una coraza a su alrededor y, a pesar de las mierdas que le lanzaran, las calumnias de las que era víctima, había que mantenerse firme y no darles el gusto a esa gente que tanto lo había humillado.

    Justo en ese momento, comprendió que esa era la imagen que quería otorgarle a su hijo. Quería que su pequeño viese esa faceta en él y que lo admirara por ello.

    Al ya no tener a alguien a quien demostrarle eso, esa coraza formó espinas, tomando un aspecto desagradable a la vista que fue suficiente para mantener alejado a cualquier entrometido.

    Pero era su esposo. El hombre a quien en un momento había jurado amar, a quien algún día le prometió el mundo, quien había sido su refugio y había tomado esa figura protectora y ejemplar. Pero tan firme como parecía, lo había abandonado, lo había dejado solo y desamparado, haciéndolo sumirse en la pesadilla que se había vuelto su vida.

    Porque así se sentía. Una maldita pesadilla.

    Una pesadilla que arañaba su interior, que le daba golpes que lo hacían sentirse muerto en vida. Una pesadilla que lo ahogaba, que lo asfixiaba y que se negaba a soltarlo.

    Qi Rong estaba resentido, todos los últimos meses en penuria, en absoluta oscuridad y con la aplastante sensación de soledad. Lo habían dañado, lastimado, traicionado y abandonado tantas veces que, esas disculpas del menor, no le podían interesar menos.

    Con la respuesta en la punta de su lengua, apretó las ropas de su esposo y, con voz frívola, contestó:

    —No.

    Ni creas que voy a perdonarte la mierda que me hiciste pasar. El calvario que había sobrevivido hasta ahora.

    No esperes que te perdone después de haberme dejado vagando, malherido e incapaz de razonar por mi cuenta.

    No esperes que acepte tus disculpas cuando ya es muy tarde.

    Bajo ese tren de pensamiento, sólo escuchó a su marido llorar sobre él, aferrándose a su cuerpo como si su vida dependiera de ello, como si en cualquier momento fuese a desvanecerse entre sus brazos.

    Y Qi Rong no sintió el más mínimo remordimiento por ello.

Segunda y penúltima parte de esta historia. 🐍

Ahora sí, unas cositas a aclarar. Lang QianQiu y Qi Rong pasaron por diferentes tipos de luto. Puede que uno más "sano" que el otro, pero diferentes y un duelo al fin y al cabo. No quiero que los juzguen, critiquen o cosas por ese estilo, porque cada persona procesa el dolor y una pérdida de diferente manera, hay que ser empáticos con esto.

Nos vemos en la siguiente parte. Y ya, calma, ya viene la parte bonita y maybe fluff que necesitan después de tanto drama. 🌧️

Su autor, YoungMi17, les agradece mucho por haber leído esta cosa.
Nos veremos pronto. 🍂

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