El pequeño Brandon se encontraba llorando en el bosque sin importarle si alguien lo veía u oía. Entre su manos, tenía al pequeño gorrión que tanto tiempo había estado cuidado. Justo en aquel bosque fue donde lo encontró, y justo sería donde lo enterraría. Depositó el pequeño cuerpo del ave sobre las hojas caídas de los árboles y, con su manos, comenzó a cavar un hoyo haciendo que las uñas de sus manos quedaran sucias y negras. Tomó al pequeño gorrión con cautela y lo observó unos últimos instantes.

-Adiós, Gorrión - sollozó, pronunciando el nombre que le había puesto en cuanto lo obtuvo sin complicaciones.

Dejó el pájaro dentro del hoyo y, sin prisas, fue tapándolo con la tierra hasta que esta quedara bien plana, como si no hubiera anda ni encima ni debajo de ella.

-Brandon - escuchó la voz de su madre.

Brandon se giró rápidamente encontrando a Catelyn sentándose junto a él y dándole un abrazo.

-He enterrado a Gorrión - musitó.

-Lo sé...

-Era un buen amigo...

Catelyn, cuando veía a su hijo, veía ternura. Una ternura y comprensibilidad que poca gente tenía. Y sabía que esas cualidades poco a poco se endurecerían, como todo el mundo cuando crece, y no sintió otra cosa que tener que decirle algo importante a su hijo.

-Óyeme, Brandon... - comenzó seriamente - Eres un niño bondadoso y cariñoso, y espero que lo sigas siendo incluso cuando seas mayor y crezcas hasta tener hijos. Pero escucha... Esas cualidades, debes guardarlas para cuando seas un líder, al que todos sigan y respeten. Cuando tengas tú el control de Invernalia, cuando tú conduzcas a la victoria a tu pueblo... No llores por las aves que espían, no llores por los leones que rugen, no llores por las criaturas acuáticas que se esconden... Llora por los lobos que te protegerán siempre.