V - Disculpas
Aquella respuesta era de las cosas que menos se esperaba escuchar. Era cierto que ella era la única persona que sabía los hechos concretos de la escapada de Jaime. Casi que era cómplice, ya que alentó al adulto a largarse de allí.
—¿Estáis confiando en mí?
—Dijísteis que queríais ayudar. Pues hacedlo ahora—. A decir verdad, los modales que estaba utilizando con la joven no eran los más adecuados. Robb estaba siendo algo brusco, cuando May no había hecho nada como para que la trataran así.
—Fue vuestra madre —respondió tajante—, llegó en plena noche junto con la dama… Brienne de Tarth se llamaba. Enviar a casa al león extraviado a cambio de vuestras hermanas. Jaime incluso se opuso a irse.
—¿Decís que le llevó en contra de su voluntad?
—Dejadme acabar. —El joven rey la penetró con la mirada, airado.— No quería dejarme sola ante los hombres que… le convencí de irse. Que estaría bien aquí siempre que vos —le señaló con la cabeza— estuviérais presente.
—¿Cómo estáis tan segura de que no os ocurrirá nada aunque yo permanezca cerca?
—Porque queréis ser como vuestro padre. Lord Eddard era un hombre justo y vos se lo debéis como primogénito —hubo un silencio en el que ambos echaron un vistazo al pasado: Robb recordaba al hombre que fue su padre. El que le enseñó todo lo que sabía, mientras que Mayleen vio a quien la cambió a ser mejor persona. Más humana, más real—. Si volvemos al tema, vuestra madre no sabe que, como mucho, le devolverán una hija: a Sansa. Nadie tiene ni idea del paradero de Arya desde… la muerte de vuestro padre.
—Eso debísteis comunicarlo mucho antes de llegar a este punto, lady Mayleen—. El norteño comenzaba a alejarse cuando la prisionera alzó la voz para hacerse valer.
—Dejé marchar a la única persona en la que confiaba en este lugar para salvarla. Para intentar que Sansa vuelva con vos —Robb paró en seco al oír el nombre de su hermana—. Sansa sabe quien soy. Ella era mi amiga y no quiero que sufra más.
—Si hubiera sido vuestra amiga, no la habríais dejado en la capital. No habríais huido sola.
Se quedó helada. El Stark estaba mucho más que enfadado, el sentimiento que tenía hacia Mayleen era peor. Notaba como irradiaba odio. La rubia sintió un dolor al escuchar esas palabras no merecidas. Quiso esconderlo, pero era demasiado, no tenía fuerzas para seguir luchando contra todo lo que se le venía encima. Su cara perdió la luz y sonrisa hasta sumirse en un silencio. Al no obtener respuesta, Robb se volteó a verla.
—Dejad de juzgarme con la mirada. Parad de pretender que yo soy la culpable de todo lo que ocurre alrededor de mi familia —Mayleen comenzó a gritar desde el suelo. Estaba cansada de ser educada— ¿Qué os he hecho yo? Decidme, ¿acaso fue mi ejército el que cargó contra vosotros en la batalla? ¿Fue mi mano la que empuñó el arma que cortó la cabeza de Eddard? Podéis estar resentido con mi familia o por lo que son, lo entiendo e incluso os apoyo, pero, por favor —dijo en una casi súplica— mantened a mi persona al margen del conflicto Lannister–Stark. Parad de atribuirme actos que no me corresponden a mí... Yo sólo...
El Rey en el Norte pareció conmocionado ante las palabras de la chica y de lo verdaderas que sonaban. Tenía razón, el problema estaba en los que rodeaban a Mayleen. Por muy bastarda que fuera o soberbia, era una persona sin voz en esa guerra. Robb lo sabía y acababa de ser testigo de una parte nueva que florecía en el interior de May.
—Os debo una disculpa, lady Mayleen. No ha sido apropiado por mi parte—. La aludida hizo un gesto con la cabeza en forma de cordialidad. De aceptación, el otro la imitó y se dispuso a marcharse.
—¡Alteza! —gritó Mayleen llamando sus atención de nuevo. Lo más sorprendente resultó ser que no parecía en tono de burla. Lo sentía— Perdonadme también. Todo, desde que os conocí.
Recordó los momentos en Invernalia, cuando no era capaz de regalar ni una sola palabra de afecto o de respeto por otros. Lo estúpida que sonó la primera vez que habló con Robb entrando al salón de Invernalia. Sentía vergüenza de sí misma. El Stark, asimismo pensó en aquellos días donde la primera vez que vio a la princesa pensó lo hermosa que era, pero como con el tiempo, la sensación desaparecía y se transformaba en repudio. Había pasado algo más de un año y ambos estaban cambiados: May continuaba siendo hermosa, aunque estaba más adulta, más consciente. Tomó un carácter que forjó gracias a la antigua Mano del Rey y su trabajo. Robb maduró mucho más rápido; los problemas del Sur obligaron a un chico a convertirse en un general, en un soldado. En un rey.
—Mañana nos moveremos a Aguasdulces. Tened buena noche.
Aquellas fueron las últimas palabras. Él se alejó y May pasaría otra noche sola en esa apestosa prisión de madera.
Fue insoportable, el viento no dio tregua a nadie. Por mucho que intentara enrrollarse sobre su capa, continuaba tiritando. Los escalofríos no cesaban y llegó a pensar que, si se dormía, no despertaría.
No sentía sus manos, las cuales quería mover para dejar que la sangre fluyera a través de los dedos, pero estos no colaboraban y se mantenían rígidos. Cuando Jaime estaba con ella la apretaba tanto que ambos eran capaces de mantener un mínimo de calor.
—¡Levantad! —era la voz del Gran Jon. No era enfadada, ni una orden. Era más bien efusivo, deseoso de ver la reacción de la prisionera al ver qué tenía para ella. Mayleen consiguió dormirse durante un par de horas, pero no descansó. Sólo cerró los ojos, por lo que despertar le supuso incluso una sorpresa para ella misma. Tenía la cara congestionada y ojeras—, traigo algo para vos.
—¿Para… mí? ¿Sigo soñando?—. El hombre no dio señales de decir nada más. May vio que sostenía unas riendas en su mano izquierda y al alzar la vista lanzó un pequeño grito de alegría. Era Chase, ¡su caballo estaba allí! Sano y limpio.
—El Rey me encomendó que viajárais en este preciso animal. —el Umber la cogió en volandas y la subió a la silla de forma rápida. Cuando notó el impacto en su trasero sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo entero. Se apoyó sobre los estribos y se levantó un poco en el aire.
—¿Sois amable porque queréis o también os lo ha ordenado?
—No sois prisionera de guerra —dijo subiendo en su corcel negro—, sois una Baratheon/Lannister de valor, pero no tengo derecho a trataros mal. Ahora seguidme y no intentéis huir.
—No podría ni aunque quisiera… —las palabras que salían de su boca eran más suaves a cada cual— … no me encuentro… bien.
Jon Umber comenzó a hacer gestos para avisar a las enfermeras. Talisa fue la primera en acercarse, conocía mejor que todos aquellos a la herida, por lo que con tan solo observarla supo que se trataba de deshidratación, sumado a la condición de haber pasado horas expuesta al frío de la noche.
Tras recuperarse siguieron un rumbo a buen paso. Mayleen iba seguida a todas horas de un guardia, bien para vigilar su estado de salud, bien para evitar una huída.
La joven casi no enviaba señales de vida a su montura, sólo se dejaba guiar a lo largo de una larguísima hilera de caballos, carros y soldados. Poco más delante de ella se encontraba Talisa sobre una yegua color crema. Era inconfundible saber que se trataba de la bella enfermera, con su oscuro cabello recogido en una trenza y su vestido azulado. Robb merodeaba siempre cerca de ella y, esto era algo que la Lannister llevaba vigilando un tiempo. Por lo que tenía entendido, cruzar el puente en Los Gemelos le costó su matrimonio con una chica Frey a su elección, sin embargo, ¡allí estaba él! Entregándole su corazón a una extranjera de Volantis.
Hola criaturitas bellas!! Me queda un solo día de prácticas y estoy totalmente molida, llevo despertándome desde el lunes 9 de noviembre despertándome a las 6 de la mañana y no puedo masss!!!
Bueno, espero que hayáis disfrutado estas felices disculpas de Robb y May. Muchos besoos
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