III - "Os infravaloráis vos mismo"
El frío de la mañana la hizo despertar, ya no estaba en Desembarco, donde el clima siempre era cálido. Vio a Jaime cerrar rápido los ojos, haciéndose el dormido. Le pareció divertido a la vez que extraño.
—¡Jaime! Os he visto, levantad—. Se apresuró a decir May divertida. Podía estar prisionera, pero el hecho de que la hubieran dejado estar con su padre le parecía un gesto noble por parte del norteño.
—Parecéis muy vulnerable durmiendo. Muy dulce y en paz—. Mayleen puso los ojos en blanco, aunque sonrió.
—¿Por eso os habéis hecho el dormido? ¿Para que no pueda ver que tenéis un lado paternal?
—Sólo he estado un día aquí encerrado contigo y han merecido más la pena que muchos años en la capital.
El momento era perfecto, pero llegó un soldado que dio un fortísimo golpe contra las rejas para hacer llamar la atención de los dos prisioneros, los cuales, sobresaltados, miraron en su dirección. Llevaba dos platos pequeños de madera.
—¡Matarreyes! ¡Dad gracias a que esta sobrina vuestra esté aquí! Tomad—. De mala gana dejó caer algo de comida. Unas migas de pan con sobras de carne de cerdo. No conseguían saber si se trataba de parte de casquería o solo de los despojos que el ejército del Stark no habían comido.
Ambos estaban hambrientos, May no comía nada desde que la raptaron y… a saber desde cuando no lo hacía Jaime.
Cogieron con ansias lo que les dieron y comenzaron a comer. Jaime vio el hambre que estaba pasando su hija y quiso ofrecerle parte de lo suyo.
—Toma. Lo necesitas más que yo—. Dijo Jaime tendiéndole la comida que tenía para él, a lo que su hija le miró negando.
—Nadie puede vivir sin comer. Es vuestro y no…—. Mayleen dejó de hablar, su padre había cambiado la dirección de sus ojos. En esos momentos otra cosa le llamaba más la atención. Ante aquello, Mayleen se dio la vuelta y vio a Robb acercándose a ellos. Vestía unas pieles de oso quizás y otras prendas de cuero para protegerse de la fría mañana. Iba solo, ni siquiera su huargo le acompañaba. May notó como Jaime se ponía tenso, así que le miró y agarró de la mano.
—Todo irá bien.
—Tú no estás bien, hija. Sé que te ha ocurrido y no dejaré eso impune —miró hacia arriba. Robb estaba en la puerta de la jaula, que estaba abierta—. ¡He de confesar que hace mucho tiempo que no venís a verme! Pensaba que me íbais a dejar en alguna mazmorra, pudriéndome en la humedad, pero continuais arrastrándome de campamento en campamento. ¿Me habéis cogido cariño, Stark?
—Sois más valioso vivo que enviándoos con mis banderizos con vuestro padre. Les prometerá oro y poder, si no, amenazará con destruir sus casas hasta los cimientos—. Mayleen escuchaba atenta la discusión entre ambos hombres. De vez en cuando Robb cambiaba la dirección de sus ojos a ella. Seguía teniendo un asunto pendiente.
—¿No confiáis en vuestros banderizos?
—Les confiaría mi vida, no la vuestra—. El Lannister dejó ver su dentadura blanca y respondió.
—Chico listo —las facciones de Robb se endurecieron claramente—, ¿qué os ocurre? ¿No os gusta que os llamen “chico”? ¿Os infravalora?
—Al contrario, os infravaloráis vos mismo. Habéis sido atrapado por un chico, —los gruñidos de su lobo se empezaron a oír de fondo— os mantiene prisionero un chico y quizás, os mate un chico.
—No haréis tal cosa—. Intervino Mayleen hosca, defendiendo a Jaime.
—¿Acaso vos lo impediréis?
—No, pero vuestro propio juicio lo hará. Sabéis que en esta guerra un Lannister vivo vale más que muerto. Sobre todo en casos como los nuestros—. Ahora su padre la miraba sorprendido y atento.
—Es por él quien empezó todo esto —centró nuevamente su atención en el adulto—, Joffrey no es ni el verdadero rey ni un verdadero Baratheon. Es uno de vuestros bastardos, al igual que ella y el resto de vuestros hijos.
—Decidme, ¿tenéis pruebas? O son solo cotilleos divulgados por charlatanes.
—Joffrey ordenó acabar con mi padre para no descubrir su origen bastardo. Esta guerra no tiene que ver con el trono, el Norte quiere ser independiente y lo conseguiremos—. Mayleen volvió a acordarse del día de la muerte de Eddard. Fue triste y doloroso ver en primera fila como cortaban el cuello a un amigo. El primer hombre de confianza que no hubo rehuído de ella por ser lo que era. Sólo Sansa sabía que Ned era su amigo y… tarde o temprano podría volverse a su favor para hablar con el Rey en el Norte.
—Tres victorias no os hacen un conquistador.
—Lo sé, pero tres victorias son mejor que tres derrotas y a estas alturas, vuestro padre empieza a conocerme—. Su mano se tensó sobre el lomo de Viento Gris y este saltó sobre Jaime y mostró sus grandes fauces.
Robb se desentendió de la bestia y comenzó a interrogar a la otra prisionera, la misma a la que no sabía cómo tratar.
—No sabemos qué hacer con vos. Estáis aquí por algún motivo y nadie puede explicárselo.
—No tengo bando al que unirme, pero puedo ser útil. Lo más probable es que no confiéis en alguien como yo. Una Baratheon o una Lannister ¡quién sabe! No soy bienvenida entre los norteños, de eso no cabe duda.
—¿No os habéis preguntado la razón?
—Iluminadme, mi señor—. Respondió sin parpadear y fijando su mirada en los del Stark. Este tensó la mandíbula, era como volver a lidiar con la Mayleen que conoció en Invernalia. Pensaba que algo la habría hecho cambiar, pero no fue así. Al menos, no de momento.
—A ojos de los vasallos que sirven a los Lannister no sois más que una traidora, una desertora que olvida su familia. A vista de los norteños sois una cambiacapas, lo cual hace dudar bastante de vuestro concepto de lealtad. —se hizo un silencio en el que las miradas intentaban descifrar lo que pasaba por la mente del otro.— Lo que habéis hecho ha sido todo un error para cualquiera que conozca vuestra historia.
—No sabéis ni la mitad de lo que creéis, Majestad—. Respondió cortés a la vez que con un tono peliagudo. Casi sonaba amenazante.
—¿De veras? Sois bastante conocida entre mis hombres. Cuentan historias, muchas historias sobre vos. Unas hablan de la rebelde que huyó, otras de la arrogante bastarda que anhelaba el poder de su hermano y… la última es mucho más interesante.
Robb hizo un gesto con la mano y su lobo volvió junto a él. El norteño cogió aire, infló el pecho y reveló una sorpresa inesperada. Sin embargo, el tono sereno, profundo y mordaz hicieron que May se hiciera valiente.
—… la de la noble Lannister que se hizo amiga de Eddard Stark.
—Decidme, ¿cuál es la que vos ansiais creer? —La tensión se cortaba entre los presentes. El Joven Lobo pretendía mantener la calma, pero Mayleen era capaz de acabar con esta. Tal vez por desconfianza, puede que por su gélida mirada o porque le resultaba inquierante que tras saber lo que le ocurrió, actuara de una forma tan normal.
—Como os dije, son historias y toda historia mezcla la realidad con la ficción, lady Mayleen.
Ninguno volvió a responder y ante el silencio, Robb cerró de nuevo la salida de la improvisada prisión. Tuvo que llamar en un par de ocasiones a su lobo que no quitaba el ojo de encima de la rubia. Finalmente, sin mostrar mucha intención, se largó a paso lento entre la oscuridad seguido del Rey.
Mayleen le siguió con la mirada hasta que notó que estaba siendo observada, y es que Jaime estaba analizándola muy profundamente.
—¿Qué?—. Respondió autoritaria la chica.
—¿Qué ha sido eso?
—No sé de qué me habláis—. Dijo su hija quitando la mirada para no sentirse culpable.
—Sabéis bien lo que hacéis, lo sé —el Lannister utilizaba una voz bromista, aunque estaba sorprendido por el gran parecido con Cersei, la mujer que amaba, que empezaba a ver en su primera hija. Podía ser por todas las veces que la Reina le había hablado de las armas de una mujer…
—¿Qué estoy haciendo según vos?
—Intentáis seducir al chico norteño, ¿me equivoco?—. Mayleen rodó los ojos y puso una mueca, aunque acabó abriendo un poco más su corazón.
—He hecho cosas horribles en Desembarco del Rey para obtener información —miró dolorida los intensos ojos verdes de Jaime. En ese instante parecían hundidos y cansados, pero estaba claro que podría hacer lo que fuera por ella—. Errores que no quiero volver a cometer.
May May May, ¿dónde te estás metiendo?
Nuestra Mayleen tiene demasiados frentes abiertos, demasiadas promesas que cumplir y... ¿por qué seguir probando nuevos horizontes?
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