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❪ veintitrés : pasión ardiente ❫

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✾ XXIII. BURNING PASSION ✾
Eva & Ted & Elvis

"Espero encontrar el amor que me vino a inquietar y me trajo la inspiración, y me hizo vivir y soñar y cantar."
— Bambi
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1967

Como la dirección del viento, la vida de Eva había cambiado por fin a mejor.

Ese último día en que fue a la tumba de Jack y lloró en los brazos de Bobby la cambió para siempre. Ese había sido su último adiós a su hermoso hermano mayor cuya sonrisa coincidía con la suya. Durante años, se había sentido culpable por no haber protegido a Jack en aquella limusina, por no haber recibido todas las balas en su cuerpo. Debería haber sido yo.

Sin embargo, el tiempo de duelo había terminado.

Las palabras de Jackie cuando la había encontrado con Marilyn en aquel bar habían estado resonando dentro de su cabeza durante mucho tiempo, impulsándola a dejar de lado la culpa y a ser mejor. Esas palabras la aplastaron con una intensidad inigualable y Eva se dio cuenta de que sus hijos necesitaban a su madre y su marido necesitaba a su esposa de vuelta, no sólo el fantasma de lo que solía ser.

Y sus nuevos atuendos reflejaban lo que era y lo que sentía ahora.

Cuando era joven y nueva en el mundo de la política, solía llevar un rojo vibrante para mostrar su pasión por lo que hacía, luego lo cambió por el azul cuando nacieron sus hijos, desprendiendo un aura suave y llena de paz. Pero desde la muerte de Jack, sus atuendos consistían mayoritariamente en el negro, porque en su tristeza no había podido soportar llevar ningún otro color.

Luego, poco a poco, Eva había empezado a llevar una saludable mezcla de rojo y negro. El traje de lana negro que llevaba ahora tenía hilos de bordado de color rojo oscuro a través de él, a juego con alfileres dorados en el pecho mientras atravesaba una de las puertas de madera de roble del Senado para ver a los candidatos que querían fervientemente ser sus nuevos guardaespaldas.

Inicialmente, Eva había querido que Erin fuera su guardaespaldas.

Sin embargo, el idiota de su amigo había seguido adelante y se había metido en una red de dramas inútiles a los que ella y Elvis habían puesto los ojos en blanco cuando se habían enterado. Al final, Erin había cumplido su deseo y se había casado con Jackie con toda la ostentación y la pompa que le caracterizaban, lo que se rumoreaba que acabaría con Jackie excomulgada de la iglesia católica por casarse con un divorciado.

Obviamente, Jackie no había sido excomulgada.

Pero lo que en realidad ocurrió fue que Priscilla había llegado a Hollywood llorando un tiempo después de la boda, lo cual no había sorprendido a Eva, pero lo que sí la sorprendió fue el hecho evidente de que su amiga más joven había estado muy embarazada.

Eva había pensado que Jackie se habría enfadado por ello, pero la mujer de ojos verdes se había limitado a encogerse de hombros y a besar a Erin en la mejilla mientras discutían qué harían al respecto. Eva no había entendido cuál era el razonamiento de Jackie y le había preguntado por qué en los siete infiernos estaba tan tranquila, a lo que la viuda de su hermano había respondido con un "mejor Erin que Onassis".

Al final, Priscilla había dado a luz a una niña sana y linda a la que había llamado Catalina en honor a la madre muerta de Erin. Y para Eva, ese pequeño detalle revelaba que su amiga más joven seguía amando a Erin con una devoción y una pasión dignas de las estrellas; Priscilla amaba a Erin más ferozmente de lo que jamás lo haría Jackie. Pero esta última era la que merecía al rubio. El corazón de Jackie era más puro, menos contaminado. Priscilla era hermosa de una manera impresionante, pero no había comprendido el peso de la muerte de Jack en la conciencia de Erin. Jackie sí.

Todo aquel enrevesado cúmulo de dramas y, por supuesto, el hecho de que Erin estuviese ahora casado con una mujer que ya tenía dos hijos y él mismo tenía otro, era un gran inconveniente para el negocio de ser guardaespaldas. En su lugar, el rubio se había empezado a contactar con gente de todo el mundo con la esperanza de encontrar al adecuado para ayudar a Elvis a salir del negocio del cine y volver a la industria musical.

De vuelta a la música que hacía feliz a Elvis.

Y aquí estaba Eva mientras tanto, entrando en la habitación y viendo un montón de hombres alineados a la pared blanca. Todos tenían la cara seria y los músculos ondulaban por debajo de sus camisas, bueno, todos menos uno. Era una criatura extraña, lo supo Eva al instante. Para empezar, no era un hombre, era un muchacho, apenas y cumplía con la mayoría de edad.

Y era guapo de una manera aterradora.

Por un momento Eva no pudo hablar mientras miraba fijamente su hermoso rostro. La naturaleza había sido derrochadora con este hombre, otorgándole unos rasgos audaces y principescos y unos ojos tan azules e intensos como el corazón de la medianoche. El cinismo de aquellos ojos contrastaba de forma fascinante con el toque de humor que acechaba en las comisuras de su ancha boca. Parecía tener unos veinte años, el momento de la vida de un muchacho en el que abandona los últimos vestigios de la falta de educación y alcanza plenamente su madurez. Sin duda, las mujeres de todas las edades quedaban instantáneamente cautivadas por él.

Pero incluso entonces, ella estrechó con firmeza las manos de todos por igual, mostrándoles una sonrisa reconfortante.

Y después, se acercó al extraño muchacho cuando la fila se disolvió, los hombres hablaban a su alrededor y esperaban que ella decidiera cuál sería el elegido para proteger su vida.

—¿Y cómo te llamas, jovencito? —Eva se puso delante del chico, mirándole directamente a los ojos.

El ojiazul no se inmutó pero dudó un poco en su respuesta. —Soy Ted, señora.

—Bueno, te voy a hacer una pregunta y quiero que me digas la verdad —pidió Eva, resoplando un poco y relamiéndose los labios rojos como sangre. —¿Por qué un jovencito como tú querría ser guardaespaldas? Y lo que es más importante... —hizo una pausa a propósito, tratando de asustarlo con la esperanza de que desistiera en su cometido. —¿Por qué debería elegirte a ti, eh?

—Estás tratando de intimidarme — se burló el llamado Ted, mirando con desprecio el rostro sonrojado de Eva al haber sido atrapada en el acto. —Pero sé que me elegirá, señorita Presley. No porque no haya otro como yo y definitivamente no por mi cara bonita. —Sus ojos azules brillaron con alegría ante su mirada aturdida. —Lo harás porque puedes sentir que soy diferente, ¿no? Puedes olerlo.

—¿Cómo puedes protegerme? —La pregunta de Eva le hizo sonreír, sonreírle de verdad.

—No puedo —murmuró Ted con fría profesionalidad. —Al menos no en el sentido tradicional. —Pasó la lengua por la almohadilla seca de su labio inferior. —No soy un cualquiera. Yo soy especial.

—Entonces, ¿estás preparado para servir a tu país? —Inquirió la castaña con una ceja perfectamente arqueada. Este momento le trajo recuerdos de cuando eligió a Erin como su guardaespaldas, pero a diferencia de su amigo rubio, este joven no tenía ningún aire de inocencia. —¿Estás preparado para ser leal a mí y sólo a mí?

Algo oscuro brilló detrás de los ojos azules grisáceos de Ted. Algo extraño.

—Di la palabra y mataré por ti.

Ella se rió de eso, pero él no estaba bromeando.

Enamorarse es convertirse en un monstruo.

¿Cómo, si no, se puede amar con tanta hambre, con tanta rudeza, con tanta devoción... hasta desmoronarse?

Ted quería matarla.

Por supuesto que quería matarla.

Ella... Él no había pensado que ella valiera la pena.

¿Por qué iba a valerla? Nadie la valió antes. Nadie podría ser digno.

Pero él estaba equivocado.

Dios, estaba tan equivocado.

Las cosas que Eva decía, las cosas que pensaba hicieron que Ted reevaluara su valor. Estaba enamorado de su mente. El asesinato y la tortura eran limpios para él, pero el amor, el amor siempre sería un misterio.

Una grave enfermedad mental.

¿Cómo podía una palabra, una frase, hacer que todo se volviera en retrospectiva? ¿Qué otra cosa podría decir ella que pusiera su visión al revés?

Era un tipo inteligente. No tenía problemas con las drogas, no cometía delitos. Lo que sí tenía era una completa falta de empatía. Pero él consideraba eso una ventaja, la mayor parte del tiempo. ¿Sabía la diferencia entre el bien y el mal y por eso trataba de hacer el bien? No. Un mundo pacífico y ordenado era un mundo más cómodo para él. Entonces, ¿evitaba infringir la ley porque era "correcto"? No, evitaba infringir la ley porque tenía sentido hacerlo.

Así que el joven tomó ese día una decisión que cambió el resultado de la historia. La dejó vivir, sólo un poco más, para escuchar qué más se le ocurriría a su hermosa, complicada y rota mente.

Sólo en ese segundo cambió todo lo que estaba destinado a suceder, fragmentó la realidad en la que vivían. Desafió a las estrellas, al cielo y al infierno. El chico de ojos azules gruñó a las leyes del universo que decían que Eva moriría en una fría habitación de Las Vegas mientras se inyectaba morfina. No, con esta decisión sería él quien le diera el soplo de vida cuando sus pulmones dejaran de llevar aire a su cuerpo.

No.

Eva Kennedy no moriría bajo su cuidado.

🫐🫐🫐

Cuando Elvis regresó del largo día de rodaje se encontró con una situación muy extraña. Su único hijo varón se estaba llevando una mano a la frente, que tenía un corte y sangraba de un color rojo intenso. Elvis frunció el ceño y luego lo frunció un poco más cuando escuchó a John reírse y lo vio esconderse detrás de uno de los estantes.

—¿Qué te ha pasado? —Se atrevió finalmente a preguntar, arqueando una ceja cuando su hijo se estremeció.

La cara de John se sonrojó y su pelo cobrizo cayó frente a sus ojos. —Me he caído de un árbol y ahora me estoy escondiendo de mamá.

—¿Cómo te sientes? —Elvis se inclinó hacia delante, preocupado.

—¡Bien! Sólo estoy cansado. Mi cabeza se siente... perfectamente bien —terminó su hijo, sin mucha convicción. Elvis decidió que era mejor no discutir con él.

—Aun así, es mejor no esconderse de mamá, ¿no? —Dijo el mayor, razonablemente.

—¡John Elvis Presley! —una voz imperiosa llamó a través de la puerta del remolque. —¿Dónde te has metido?

John encorvó los hombros y no se levantó del suelo, sino que frunció el ceño hacia su padre, que estaba frente a él. Había una caja de comida para llevar abandonada frente a él, que hurgó, con mal humor.

—Te das cuenta de que no es un trailer muy grande, ¿verdad? —preguntó Elvis, reprimiendo una risa.

—No tengo que ponerle las cosas fáciles.

—¡Satnin, estamos aquí! —gritó Elvis; John le dirigió una mirada acusadora y se encorvó aún más. Un segundo después, la formidable mujer en persona apareció en la puerta del trailer, con un anticuado maletín en las manos —parecía un kit de costura, aunque Elvis adivinó que estaba lleno de medicamentos—y con Lois pisándole los talones, sosteniendo una serie de grandes frascos y viales de cosas que parecían muy ominosas.

—Así que aquí es donde te has estado escondiendo —dijo Eva, recorriendo el trailer con una sola mirada despectiva.

—No me he estado escondiendo —la contradijo John, sentándose erguido, tratando de reunir algo de dignidad.

—Levántate —le ordenó ella, con brusquedad, caminando enérgicamente hacia él. —Tengo que ver esas heridas.

John la miró y le dirigió una mirada desafiante —Elvis tenía la impresión de que rechazaría cualquier orden directa por principio—. Eva se limitó a entrecerrar los ojos, a susurrarle algo a Lois y a sonreír cuando su hija lo levantó y luego lo dejó caer de nuevo. John soltó un grito de sorpresa, cayendo con fuerza sobre su trasero en el suelo.

—¡Ay! —gritó, frotándose el trasero con pesar y mirando a su hermana. —¿Por qué ha sido eso?

—Tienes que ser curado ahora y eres un necio —le informó Lois, con los ojos brillando con humor. —La próxima vez será mamá quien te levante.

Lentamente, John se levantó del suelo —aún mirando con desprecio a su hermana— y se quitó el polvo, sin mirar a su padre.

—Ahora... —Eva miró de nuevo la habitación, sonriendo un poco a Elvis. —John, si tengo que pedírtelo otra vez...

—Bien, bien. —Su hijo levantó las manos en un gesto de rendición. —Ya voy, mamá.

John dio unos pasos cautelosos hacia su madre, todavía mirándola y con profunda sospecha. Eva observó su aproximación con algo parecido a un disgusto. Cuando todavía estaba a unos metros de distancia, la mano de Eva salió disparada y lo agarró por el brazo y lo arrastró hacia ella.

—¡Ay! —exclamó John, intentando zafarse de su agarre, que no hizo más que aumentar. —Suéltame.

Ella no le hizo caso, sino que miró la herida abierta en su frente, que ahora burbujeaba siniestramente. John miró impotente a su padre, que le ofreció una sonrisa reconfortante y comprensiva.

Eva soltó el brazo derecho de su hijo y le agarró bruscamente la barbilla, tirando de la cara de John hacia ella para poder examinar mejor el feo corte. El gesto tenía una intimidad familiar: la cara de John se había vuelto hacia ella por reflejo, pero al cabo de un segundo él se empujó contra ella, tratando de zafarse de su agarre, con poco éxito.

—Quédate quieto —le ordenó Eva, con una voz tranquila pero mortal. Él dejó de moverse y ella acercó tanto su cara a la de él que no tuvo más remedio que mirar a su madre. Elvis no creía haberlos visto nunca más parecidos. El parecido familiar entre ellos era especialmente pronunciado con sus rostros tan juntos; aunque él se parecía más a Elvis, John también tenía los mismos ojos grises característicos de Eva, que ahora examinaban intensamente el corte en su frente.

Su esposa era hermosa, pensó Elvis, de una manera severa e intimidante.

Tras un largo momento de escrutinio silencioso, los ojos de Eva se entrecerraron y suspiró. La mujer de ojos grises le soltó la barbilla y retrocedió junto a su marido, dirigiéndole una mirada significativa.

—Nos vemos luego.

Elvis sabía que no era gracioso, no realmente, pero deseó, en ese momento, que Erin o Priscilla estuvieran allí para compartir con él la expresión de mortificación pura y abyecta en la cara de John.

🫐🫐🫐

Cuando Eva volvió de vendar la frente de John, su cara estaba un poco arrugada por el estrés. Elvis se volvió hacia ella completamente, sonriéndole con sus brillantes y blancos dientes.

—Puedo hacerte un baño, si quieres —le ofreció, con su instinto de velar por su comodidad. Él siempre disfrutaba de un buen baño después del rodaje, así que era lógico que ella también lo hiciera.

Eva le dedicó una sonrisa sorprendentemente pícara. —¿Planeas hacer de mi criada y atenderme?

La cara de Elvis se sonrojó de un color escarlata brillante. Simplemente intentaba ponerla cómoda y en cambio parecía que quería que se desnudara... no es que no quisiera intentarlo más tarde. —No había considerado...

—Creo que un baño nos vendría bien a los dos para calmar los nervios. Ha sido una tarde bastante tensa.

Nunca se le había dado bien ocultar su excitación, y ésta no era una excepción. Su invitación a unirse a ella, en lugar de quedarse al margen, estimuló sus sentidos.

Elvis ayudó a Eva a quitarse la ropa, disfrutando del momento en silencio, pero su atención se centró en la relajación, más que en algo sexual. Era un buen cambio de ritmo para él.

Después de que ella se acomodara en el agua, hundiéndose en la bañera con un agradable suspiro, le indicó que se uniera a ella. Se desnudó y se metió en la bañera, con ella a su espalda para poder inclinar su cuerpo hacia ella mientras ella lo envolvía en su abrazo. La mano de Elvis se dedicó inmediatamente a acariciar su cabello suavemente, sus dedos jugueteando con las hebras castañas. Era la forma que más le gustaba.

Era un hábito que tenía el efecto de tranquilizar a ambos, y calmar los nervios. Combinado con el calor del agua y el aroma del aceite de baño de lavanda, resultaba francamente relajante.

Se remojaron en silencio, y todo se sentía diferente a como habían sido las cosas entre ellos durante los últimos años y similar a como eran las cosas cuando empezaron a salir.

Ella tendría que hacer lo correcto por él. Eva tendría que ser mejor. Todo era mejor ahora. No podía defraudarle ni estropear esto. No podía seguir repitiendo los errores del pasado, y la mejor manera que se le ocurrió para evitarlo fue decir algo. Cualquier cosa. Elvis había dado ese ejemplo. Desde el principio, Elvis había sido capaz de ser abierto, vocal, honesto... si ella podía hacer eso también...

—¿Elvis? —Ella comenzó tentativamente.

—¿Hmm? —Murmuró él, su profunda voz sonaba perezosa, el suave trazo de sus dedos aún en su cabello castaño.

—Realmente creo que necesito disculparme adecuadamente. —Eva respiró profundamente. —Lo siento... por cómo han sido las cosas en los últimos años, por cómo me he comportado —aclaró. —No... fue bueno. No estaba en un buen momento, y lo pagué contigo. No debería haber hecho eso. Sé que fue un error. Y sé que una razón no es una excusa. Es que... no sé... no sabía cómo seguir adelante. Actué, y ni una sola vez consideré cómo te afectaría.

La mano de Elvis se detuvo, con los dedos aún enredados en el cabello de Eva, y ella deseó poder verle la cara, pero la dinámica de la bañera lo hacía casi imposible, por no decir incómodo.

—Te comunicas principalmente a través de acciones —dijo Elvis después de un momento. —Al menos cuando se trata de algo cercano a tu corazón. Nunca has sido particularmente vocal con tus pensamientos, o tus sentimientos, es como si a veces no confiaras en tus palabras.

—No sé cómo cambiar eso.

—Ahora estás empezando a hacerlo, y eso es lo que cuenta. —Los dedos de Elvis empezaron a moverse de nuevo, su tacto era más ligero en su pelo. —Siempre vamos a tener nuestro pasado, tú y yo, no podemos borrar eso. Pero tampoco estamos definidos por él, ni somos nuestros seres pasados. Tú eres tú.

Las palabras de Elvis la llenaron de una sensación de alivio. No eran las expectativas de Elvis en ella las que habían cambiado, sino las suyas propias. De alguna manera, eso marcaba la diferencia. Puso las preocupaciones de Eva en perspectiva. —Siempre sabes qué decir.

—Tú, la de hace unos meses, nunca habrías dicho eso en voz alta. —Él le tocó el hombro. —Vamos, salgamos, ya me he cansado de estar aquí.

Después de secarse con la toalla, Eva se sentó en su sillón de lectura, sin más ropa que una de las batas de seda de Elvis, mientras compartían unos sándwiches fríos de las sobras que Erin les habían enviado. Comieron en relativo silencio, Elvis todavía tratando de hacerse a la idea de que Eva estaba aquí y era de nuevo la mujer de la que se enamoró. Que no se trataba de un delirio de borracho o de una alucinación inducida por la adormidera.

Cuando terminó de lavarse los dientes y volvió a sentarse un rato después, Eva se levantó de la silla y la bata de él se deslizó por sus hombros hasta el suelo. De pie ante él, como una ninfa etérea, se dirigió directamente a su cama y se extendió en medio de su edredón arrugado. Su cuerpo desnudo parecía más que tentador, exhibido cómodamente como si estuviera en casa entre sus cosas. Elvis se sobresaltó por un momento porque parecía que ella pertenecía a ese lugar, como si siempre hubiera estado allí.

Se tragó el duro nudo en la garganta que le produjo ese pensamiento y la miró fijamente, acurrucada entre sus sábanas, sus almohadas, en su cama, esperándole. Su intención no podía ser más clara. Lo quería y, sin embargo, no hizo ningún movimiento para conseguirlo. Debería haber arrancado su propia bata y haber saltado a su cama con ella, aceptando su silenciosa invitación, pero se quedó allí, sintiéndose de nuevo incómodo e inseguro.

Por primera vez en mucho tiempo, no había restricciones ni tristeza que superar.

—¿Estás bien? —le preguntó ella, y él se dio cuenta de que había estado demasiado quieto mirándola en la cama.

—Sí —contestó con sinceridad, sintiéndose mal por el malestar que crecía rápidamente en su interior. —Todo está bien de nuevo.

Ella le sonrió. —¿Qué quieres entonces, muñeco?

—Lo que quiero —reflexionó él, tratando de encontrar las palabras adecuadas mientras se arrodillaba en el borde del colchón ante ella —es enterrar mi cara entre tus muslos y follarte con mi lengua mientras enhebras tus dedos en mi pelo. Quiero saborear tu clímax en mis labios ante todo. Quiero que te corras en mi cara antes que en cualquier otra parte. Te quiero debajo de mí mientras te tomo, larga y lentamente, porque no quiero soltarte antes de lo necesario. Te quiero en mis brazos. Quiero que tus uñas me lastimen la espalda mientras te beso el cuello y te marco como mía una y otra vez. Quiero clavarme en ti profundamente hasta que llores en octavas que todo Hollywood pueda oír, porque quiero que todos sepan que eres sólo mía.

—Elvis —jadeó ella, mirándolo con los ojos más brillantes, bebiéndolo. Su espalda se arqueó ligeramente en la cama mientras se retorcía. —¿Intentas deshacerme sólo con palabras? —Ella separó completamente las piernas, abriéndose para él, esperando.

Él se desnudó y avanzó hacia ella, arrastrándose entre sus muslos, seguro de sí mismo y de hacia dónde se dirigían finalmente. Encontrando confianza en decirlo todo en voz alta y que ella aceptara. —Te quiero tanto que me duele.

A Eva nunca le había parecido más hermoso. Nunca. No había un solo momento en el que Eva pudiera pensar en que Elvis se viera tan bien. Oh, claro, definitivamente hubo momentos en que su apariencia física la hizo mojarse en segundos, pero esto era diferente. Más profundo. El deseo inundó su cuerpo y sus sentidos sin previo aviso. Sus palabras habían despertado algo dentro de ella, un anhelo en su alma finalmente encontrado y correspondido.

Que las palabras pudieran ponerla tan caliente, tan rápido...

No...

No sus palabras.

Su honestidad.

Casi grita en voz alta. Su cuerpo ardía. Eso fue todo. La emoción la abruma, las lágrimas amenazan con caer. Parpadeó, con una risa nerviosa en los labios.

Por fin tenía algo que era completamente suyo.

Y era hermoso. La vida que siempre había soñado.

—¿Estás preparada para mí, Satnin? —le preguntó Elvis, deslizando los brazos por debajo de los muslos de ella para que sus manos pudieran agarrar firmemente sus caderas.

—Sí —susurró ella. Siempre había estado preparada para él; sólo que les había costado un poco llegar hasta aquí.

La respuesta de él llegó con sus acciones, haciéndola gritar por lo inesperado mientras tiraba de su cuerpo hacia abajo en la cama hacia él. La áspera urgencia de su tacto la excitó aún más. Sólo con Elvis se había sentido como la criatura más encantadora de la tierra. Como si se volviera loco en segundos si no la tuviera. Con él, ella era especial. Apreciada y deseada.

Ella sintió el calor de su aliento, caliente en su parte íntima mientras él los acomodaba a ambos para un acto que había prometido hace mucho. No perdió tiempo en cumplirlo; sus labios se posaron rápidamente en el interior de los muslos de ella, plantando besos suaves y provocadores a lo largo de su carne sensible, provocando pequeños gemidos de aprobación en su garganta.

El placer la envolvió en el momento en que su lengua lamió delicadamente su clítoris, el calor de su boca abrasando sus delicados pliegues mientras su lengua tanteaba suavemente su entrada. Se retorció bajo su contacto ilícito. Estaba completamente cautivada por la sensación de ser besada tan íntimamente.

—¡Oh! ¡Oh, Dios! —jadeó cuando él hundió su lengua en ella. Rápido y profundo, y luego volviendo a sacar la punta para hacerla girar sobre sus pliegues, para finalmente centrar su atención en su clítoris. Alternó la penetración lingual con lamidos, volviéndola loca.

Sus pequeñas manos se dirigieron al cuero cabelludo de él, aferrándose a su cabello oscuro, necesitando algo a lo que aferrarse mientras el placer que él había creado comenzaba a aumentar, su excitación crecía con cada movimiento de su lengua y cada beso de sus labios.

Necesitando mantener su rosada boca allí mismo, lo agarró ferozmente mientras empezaba a mover las caderas al ritmo de su enloquecida lengua.

—¡Sí! —sollozó ella cuando él gimió profundamente aún con su cara pegada a esa parte de su anatomía. El sonido de su garganta, ronco y crudo, vibraba en su lengua mientras el calor inundaba sus sentidos. El sonido de su deseo casi la hace caer.

Consciente de que cada nervio de su cuerpo cantaba sus alabanzas, Eva aceptó todo lo que él le daba, sin restricciones y sin disculparse. Esto era para ella. La mejor carta de amor jamás escrita. Y Dios mío, ella amaba a este hombre.

Su clímax la sacudió de una manera que era a partes iguales agotadora y vigorizante. La pasión se desató con un abandono temerario. Su cuerpo se quedó sin huesos y se puso sensible cuando las olas de placer empezaron a remitir. Elvis, que seguía acurrucado entre sus muslos, le dejaba besos susurrantes, haciéndola estremecerse mientras su orgasmo disminuía hasta quedar satisfecha.

Y ella lo necesitaba. Lo necesitaba inmediatamente dentro de ella después de semejante actuación, semejante expresión de amor. Necesitaba que él terminara lo que había empezado.

Jadeando, se acercó a él, con su sexo palpitando, deseando tomar su miembro, necesitando que él llevara esta euforia aún más lejos. Necesitaba que él se corriera con ella y que sintiera todo lo que ella sentía también. La sensación de pura felicidad necesitaba ser compartida, necesitaba ser uno con él.

Pero Elvis se resistió.

Eva le miró fijamente con sus ojos grises totalmente dilatados, deseando que su marido le soltara los muslos para poder tomarle por fin. Sin embargo, Elvis la miraba con tanto desafío que ella no estaba segura de conocerlo en ese momento. ¿Dónde diablos se había metido su hermoso e inocente muñeco?

—¿Cuándo te has vuelto tan... rebelde? —Preguntó sin aliento, tirando suavemente de él.

Ahora, Eva empezaba a echar de menos al antiguo Elvis, el que había conocido en el Hayride de Luisiana y que luego había corrompido felizmente en todos los sentidos. Ella extrañó ver sus miradas asombradas y reverentes toques. En aquel entonces, Elvis había sido inocente en los asuntos de placeres carnales con sus bonitos ojos azules y mejillas rosadas llenas de vergüenza mientras gemía bellamente en la boca de Eva.

Sin embargo, el suave "¿Puedo hacer esto, Satnin?" de Elvis tardó unos tres años en convertirse en sonrisas pecaminosas, murmurando "Ven aquí, mama". E incluso tan pronto, Eva había sabido que algo puro había muerto dentro de él, sabía que ella había hundido sus garras en su rosado corazón.

Sin embargo, la vena posesiva de Eva siempre brillaba a través de sus máscaras de compostura, cuando Elvis hacía en la cama todo lo que ella le había enseñado. Nada menos y nada más; nadie más se había atrevido a tocar su cremosa piel.

—Hazme llorar, Eva. Hazme gritar —le espetó Elvis con una leve mueca, tratando de provocarla para que actuara.

La mujer casi puso los ojos en blanco. ¿Realmente quería Elvis que fuera brusca? Había crecido, supuso Eva, y sus apetitos habían ido in crescendo con él. Momentos antes había pensado que había desaparecido el chico de dulces sonrisas al que había enseñado a pecar. Pero, aunque ahora tenía ante sí a un hombre de pelo negro como la noche con ojos azules posesivos y una oscura sonrisa en el rostro, Eva aún pudo ver al dulce muchacho que Elvis había sido en otro tiempo.

Podía ver a ese dulce muchacho en la forma en que Elvis intentaba provocarla, en la forma en que se mordía los labios rosados y carnosos.

Entonces, Eva le sonrió, afilada y con un borde oscuro que encendió algo en el vientre de Elvis. —Entonces gánatelo, malcriado.

Y Elvis respondió a su desesperación con la suya propia, perdiendo poco tiempo para recogerla entre sus brazos, el calor de sus grandes manos deslizándose por su espalda haciendo que su cuerpo se arquease hacia él. Un ajuste perfecto.

Parecía estar en todas partes a la vez. Sus labios rosados estaban en su cuello, besando y mordiendo vigorosamente; el agudo dolor de un rápido mordisco la hacía temblar de placer y gritar. Le chupó la piel con fuerza, sabiendo que le dejaría moratones a lo largo del cuello y la clavícula. Ella se aferró a Elvis, con las uñas clavadas en su espalda, lastimando con sus dedos todo lo que podía alcanzar.

Elvis recorrió el paisaje de su cuerpo con las manos mientras ella rodeaba sus caderas con los muslos, restregándose contra su miembro endurecido, encontrándolo resbaladizo, y deslizándolo por su húmeda entrada hasta que la provocación fue excesiva y él dejó escapar un gruñido profundo. Desenganchando sus piernas de la cintura de él, la empujó hacia la cama y le abrió los muslos de par en par, dispuesto a tomarla.

Se movió con cuidado, guiando su miembro. Primero la punta, y Eva miró hacia abajo para ver cómo esa hermosa parte de él entraba en ella. La visión de su miembro rígido desapareciendo en su empapada entrada era casi tan excitante como el propio tacto de él. Ella observó con una mirada embriagadora, relamiéndose los labios cuando el resto no tardó en seguir, estirándola placenteramente mientras ella se adaptaba a su circunferencia. Sus paredes se cerraron en torno a él, envolviéndolo en su calor.

—Jesús, Eva — suspiró Elvis en el pliegue de su cuello cuando ella lo tomó por completo, de principio a fin. Su aliento pesado y caliente sobre su piel hizo que sus nervios se estremecieran. Él hizo rodar sus caderas hasta una lenta molienda, y Eva vio el cielo. Eran uno. Buscó su mano con la suya, entrelazando sus dedos y haciendo que él le tomara la mano, mientras se movían juntos, completamente en sintonía con el otro después de años de práctica.

Él movió su boca desde el cuello de ella, besando a lo largo de su mandíbula antes de encontrar sus labios con los suyos, y Eva, probando el sutil sabor de su sexo en su lengua, sintió que todo dentro de ella se tensaba, anhelando la liberación. La acumulación de un segundo clímax a punto de llegar.

Eva habló entre besos furiosos, sin querer apartarse de esa boca talentosa para hablar: —Lo quiero mientras te miro a los ojos —dijo sin aliento antes de que Elvis le besara la sonrisa que sus propias palabras le provocaron y convertirla en un placer agudo.

Elvis la obligó en silencio, e inclinó su frente hacia la de ella, sus labios a un palmo de los de ella mientras le sostenía la mirada, su aliento y los sonidos de la pasión se mezclaban en el más dulce dúo mientras aumentaban su ritmo, el control se deslizaba, y hacer el amor se convertía en una intensa follada mientras ambos buscaban su placer.

—¡Oh, Dios! ¡Oh, joder! —gritó Elvis, su cara se contorsionó repentinamente en una felicidad absoluta, sus bonitos ojos azules se abrieron de par en par y se oscurecieron con el deseo mientras su cara se coloreaba con un suave tono rosado. —Voy a-¡Oh!

Con un último y profundo empujón, su columna vertebral se tensó; su exhibición hizo que el clímax de Eva entrara en órbita mientras su sexo tenía espasmos alrededor de su miembro, olas de placer desgarrándola mientras se corría junto a él con una fuerza cegadora.

Sin apartar sus ojos grises de los azules de él, la mejor manera de correrse, en realidad.

Tardaron un momento en separarse, ambos demasiado aturdidos, demasiado agotados para moverse, la habitación dando vueltas y las estrellas en los ojos de Eva. No quería moverse nunca de este lugar. No le importaba si alguna vez recuperaba el aliento.

Elvis se movió primero, retirándose, dejando un rastro de su pasión en su muslo. Ella soltó una risita y él, amablemente, buscó sobre la cama alguna prenda de vestir desechada para limpiarla. Era lo último que le quedaba de energía, y se sentó a su lado, bajando el cuerpo para poder apoyar la cabeza en su pecho y rodear su cintura con los brazos, cerrando los ojos.

Ella volvió a pasar los dedos por su pelo, manteniendo su tacto sedoso, las caricias lo arrullaron hacia lo que sería un sueño tranquilo. Ambos necesitaban dormir. El día de mañana traería nuevos retos. De alguna manera, todo el mundo de Eva había sido reformado y moldeado un montón de veces, pero Elvis se había mantenido allí a través de todo.

Sonrió para sí misma, satisfecha. Ella estaba en casa, y cerró sus ojos, queriendo ir a la deriva a dormir con ese pensamiento en mente.

—Estaba pensando —murmuró Elvis, su voz reverberando en su piel, haciendo que su cuerpo cantara —que echaba de menos tenerte así, mama.

—Usted, señor —se burló Eva—, ¡es una absoluta desgracia!

Él se rió, enterrando su cara entre sus pechos. —Por suerte para mí, tú también lo eres.

—Yo te enseñé todo lo que sabes, papi, por supuesto que soy una desgracia.

Elvis se rió de eso y luego frunció el ceño cuando notó que ella había hablado en español. —¿Quién te ha enseñado esa palabra?

—¿Quién crees?

El hombre de pelo negro gimió. —El maldito Erin.

¡Buenas!

Me voy a ir al infierno por escribir smut, pero bueno... vale la pena 😈.

Este capítulo no estuvo tan lleno de problemas como los últimos y me alegra. Por otro lado, ¡ya se viene el Comeback Special! Y también el traje negro de piel.

Anyways, por fin ya se me ocurrió el final de este fic y AAAA. No puedo contarles 😭.

¿Qué les pareció el cap. a ustedes?

Si les gustó, por favor no se olviden de dar click en la estrellita y/o dejar un comentario.

¡Besos!

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