❪ veintisiete : visiones de guerra ❫
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✾ XXVII. VISIONS OF WAR ✾
Erin & Ted & Eva
"La veo, la siento. Su pelo negro tiene sol, me quema y así pierdo la razón."
— El Jorobado de Notre Dame
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1969
Ver a Elvis en el escenario siempre había sido algo maravilloso, pero llegar a ver todo el proceso que hacía ahora con las Sweet Inspirations y la banda era mágico para todos, incluso para un escéptico como Erin al que le gustaba levantar las cejas y poner los ojos en blanco cuando las chicas jóvenes y las mujeres en general se desmayaban con Elvis cuando cantaba y movía las caderas en el aire.
Las pequeñas excentricidades que hacía su amigo eran fantásticas.
Pero aun así, la idea de tenerlos a todos juntos en el Hotel Internacional no era la más brillante. Para sí mismo, Erin suspiraba a menudo ante la perspectiva de enfrentarse a una Priscilla tensa cada día que pasaban juntos como grupo. Le reconfortaba saber que Elvis sólo estaría tocando seis semanas en el Hotel y luego, partirían en una gira internacional por múltiples países que sus ojos ni siquiera habían soñado ver.
Por si fuera poco, la propia inquietud de Eva no hacía más que aumentar la suya.
El rubio sabía que a la mujer Kennedy le desagradaba el Hotel Internacional en conjunto. Todo se debía a que estar allí había sido idea del Coronel y Erin tenía que estar de acuerdo con ella de todo corazón. Elvis había mencionado una o dos veces que le encantaría salir de los Estados Unidos y ver el mundo porque después de la luna de miel que pasó con Eva y su servicio en Alemania, nunca había salido al exterior. Sólo podía ir a Hawái.
Y esa era la tragedia, ¿no?
Sin embargo, ver a Elvis moviéndose en el escenario casi compensaba la ausencia de Jackie y Eva. Porque mientras Elvis hacía seductores movimientos con sus largas piernas vestidas de negro y sus extravagantes camisas rojas, Eva y Jackie estaban haciendo cosas secretas en Washington. Se trataba de algo relacionado con el FBI; en una bodega a 20 metros bajo tierra en una de las oficinas centrales en Quantico, se estaba creando la Unidad de Análisis del Comportamiento, un sector dedicado a estudiar y perfilar criminales.
Dos de los miembros más prolíficos de la unidad eran John E. Douglas y el guardaespaldas de Eva, Ted. Ellos dos eran los primeros mindhunters, los encargados de cazar a los cazadores... los encargados de atrapar a los que en un futuro denominarían "asesinos seriales".
Erin no sabía qué rayos estaba haciendo Jackie o incluso Eva allí, pero se decidió en contra de soltar la sopa con Elvis, siendo muy consciente de que el pelinegro trataría de evitar que su propia esposa acudiera y estuviera en contacto cercano con asesinos, lo cual en sí mismo era una ridiculez.
Sería estúpido preocuparse cuando sabía que el guardaespaldas de Eva era un hombre joven, fuerte y prolífico. Y también un monstruo. En su compañía, Eva no saldría perjudicada de ninguna manera por nadie externo, sin importar las circunstancias.
Su hilo de pensamiento se interrumpió en el momento en que un borrón de plata y negro chocó contra él. Su cuerpo se detuvo sólo cuando tropezó hacia atrás, enviando una sacudida a través de sus piernas. Apenas tuvo tiempo de emitir un gruñido de sorpresa antes de que el rayo de plata comenzara a disculparse profusamente. Era Priscilla con su hija, Catalina, en brazos.
Erin trató de enderezarse, sólo para que Priscilla se le echara encima de nuevo. Esta vez la mujer de ojos azules lo abrazó a ella con todas sus fuerzas.
—¿Dónde has estado? —Priscilla suspiró.
Erin estaba demasiado agotado por la velocidad del interrogatorio de su ex esposa como para procesar todo de inmediato. —Yo... ¿qué?
—¿Dónde has estado toda la mañana? Necesito consultar algo contigo —dijo la mujer por encima de sus hombros mientras le daba espacio para respirar.
Erin se encogió de hombros, haciendo una señal a Elvis con su mano derecha.
Sin embargo, Priscilla no se inmutó lo más mínimo. —Tenemos que investigar al Coronel —exigió, sus ojos azules brillaban con un desagrado desquiciado como nunca había visto Erin. —¿Me entiendes?
—¿Te ha enviado Eva en esta encrucijada? —preguntó Erin con sencillez.
—Por supuesto que sí—espetó Priscilla, tratando de mantenerse erguida e intimidante a pesar de llevar a una niña pequeña en sus pálidos y delgados brazos. —¿Por qué si no iba a irse a Washington sin ponerle pelea a Elvis por este trato con el Hotel Internacional?
—¿Qué trata de ocultar?
Priscilla parecía aprensiva al responder. Aunque algo en el encorvamiento de sus hombros no parecía que fuera por el bien emocional de su ex marido, sino más bien por dejar que Erin se involucrara en lo que fuera. Con un tono serio, finalmente explicó: —Eva ha ido a Washington para obtener información del Coronel.
A Erin le falló el cerebro. Eva estaba realmente iniciando una investigación sobre el Coronel. La neblina de su shock no le permitía procesar eso. Simplemente quedaba colgado en su mente, sin tener ningún sentido por mucho tiempo que le diera vueltas. Eva estaba comenzando una guerra metafórica con el gerente de Elvis.
Eva iba a presentar oposición.
Erin escuchó su propia voz en sus oídos, retumbando. —Ella en serio quiere hundirlo, ¿no es así?
—El Coronel está embaucando a Elvis y todo el mundo lo sabe —dijo Priscilla, con la mirada revoloteando entre él y Catalina. —Este hotel está pagando grandes sumas de dinero por Elvis. No lo dejarán ir tan fácilmente. Al menos no por voluntad propia.
Eso tenía más sentido, pero incluso entonces, Erin sintió como si su cerebro estuviera siendo revuelto por la electricidad de nuevo, haciéndolo incapaz de entender nada de lo que estaba pasando.
—Eva- Eva se equivoca—tartamudeó el hombre de ojos verdes. —El Coronel no se atrevería... no ahora.
Priscilla se limitó a encogerse de hombros. Su rostro reveló brevemente la misma sensación de desconcierto que él sentía. —Tenemos que intentarlo, Erin.
¿Por qué? ¿Qué? ¿Pensaba Priscilla que ambos podrían obtener información por su cuenta?
Su ex esposa se volvió hacia él. — ¿Qué dices? ¿Sabes por dónde empezar?
A Erin no se le había ocurrido hasta entonces que ese proceso les llevaría mucho tiempo, incluso años. Era un pensamiento totalmente plausible, dado el hecho de que estaban solos como civiles mientras Jackie y Eva hacían lo propio en los círculos superiores. Y era una razón más para entrar en pánico.
Se apartó de los ojos esperanzados de Priscilla, lleno de una necesidad urgente de escapar, de correr, de encontrar a Jackie y no mirar atrás. Sabía que no podía, no mientras trabajara para el matrimonio Presley, y menos cuando los ojos de Priscilla le suplicaban que la ayudara. No obstante, se sintió palidecer.
—No lo sé —respondió en voz baja, ocultando sus ojos como si se avergonzara de no saberlo. En cierto modo, lo estaba.
—¿Quieres decir que no sabes nada? —presionó Priscilla con escepticismo.
—¡Nunca he investigado a nadie antes! —siseó Erin, dejando entrever su impaciencia. —Eva sólo quería que la protegiera, nada más.
Priscilla respiró con fuerza, irradiando una sensación de temor que sólo sirvió para alimentar la agitación de Erin. Cuando los ojos de su ex mujer volvieron a posarse en él, se ensombrecieron con un sombrío saber. —¿Por dónde empezaría a buscar Ted?
La pregunta hizo que la piel de bronce de Erin se erizara. No sólo porque la respuesta requería recordar todo el penoso proceso de renuncia a su puesto de guardaespaldas, sino porque también le hizo recordar lo que ya le aterraba. Que Ted obtuviera resultados más rápidos gracias a que era despiadado y encantador de una manera espeluznante. La idea de que Eva y Ted conspiraran como cómplices, siendo rotos y retorcidos, era horripilante por sí misma, pero seguía teniendo en cuenta que si había que detener a alguien en esos momentos era al Coronel, no al guardaespaldas de Eva.
—Iré a buscar información—anunció él, con un tono absoluto. —No me importa si...
Priscilla se le echó encima en cuanto se movió, agarrando su brazo con más fuerza de la que Erin hubiera creído necesaria. —No vas a ir a ninguna parte sin mí —dijo con firmeza—hasta que sepamos con seguridad si nuestra teoría sobre el Coronel es correcta.
—Esa teoría es correcta —argumentó el ojiverde con un gesto de confusión.
—No podemos arriesgarnos —devolvió Priscilla.
—¿Importa? —exigió Erin con impaciencia.
Cuando el rubio intentó liberarse del agarre de Priscilla, la mujer frunció el ceño. —No vas a ir a ningún sitio solo. No sin un plan-
—¡Tengo un plan!
—¡Correr a ciegas dentro de esto no es un plan! —insistió ella.
Ante eso, Erin retrocedió, frotando una mala sensación en su pecho. Confiando ahora en que era más sensato, Priscilla suspiró y rebotó a Catalina en sus brazos.
Erin cedió y habló en voz baja, para que sólo los dos oyeran. —Tendremos cuidado y no diremos nada hasta que descubramos la verdad.
Evidentemente, eso era lo que su ex mujer había querido oír, porque le sonrió alegremente.
Erin sabía que Eva no aprobaría que él no fuera discreto con este asunto, por muy malvado que pareciera el Coronel.
Y para Elvis, lo sería. Con la rabia por Elvis, la rabia por lo que ya había hecho Tom Parker y la rabia por lo que había hecho pasar a su amigo, todo ello le impulsaría, sería el arma que querían. Volvería a ser el Erin de antes si eso significaba exponer a Parker y quemar la jaula de oro donde se mantenía a Elvis hasta los cimientos. Luchar para salvar lo único que valía la pena salvar allí.
Ya voy, mis queridos amigos. Ya vamos.
🫐🫐🫐
Elvis se había convertido en una máquina de practicar en el escenario. Ensayaba en la tarde antes de comer y hasta altas horas de la noche. Se había convertido en parte de la rutina, tanto que a veces podía escucharse mientras las demás personas en el hotel deambulaban por sus instalaciones.
Sin embargo, la verdadera sorpresa ocurrió en el día que Elvis daría su primer concierto. Por fin, algo diferente en tanto tiempo.
—¡Eva, niños, vinieron! —exclamó Elvis sin poder creerlo.
El azabache corrió a abrazarlos a todos ellos antes de que pudieran poner sus maletas marrones en el piso.
—No iba a perderme tu gran momento —respondió Eva mientras devolvía el abrazo a su esposo con un brazo y con el otro sostenía a Jessie.
—Se ve increíble —exclamó John, apresurándose a saludar a su papá y luego le siguió Lois.
Priscilla observaba sonriente a los cinco Presley reunidos de nuevo.
—Quise guardarte la sorpresa hasta el final —confesó Eva a Elvis.
—Ni siquiera me contó a mí—declaró Erin con las manos en los bolsillos.
—Porque cuando te emocionas eres un boquiflojo.
Todo fue risas y alegría, parecían una familia casi normal, sin nada que ocultar o una interrupción del Coronel Parker. A pesar de los dramas no resueltos entre Eva y Elvis, el regreso de la castaña con los niños siempre era motivo de celebración.
Si bien, Eva no solía tener el tiempo para apoyar siempre el interés musical de Elvis, estaba haciendo su mayor esfuerzo para apoyarlo en su primer concierto en vivo después de años en Las Vegas. Era como si ella quisiera compensarlo por todas las veces que ella no había estado en sus ensayos. Elvis estaba muy feliz de tener a su familia ahí, pero todavía más lo estaba por el hecho de que ellos lo podrían ver desempeñarse frente al público. Las personas más importantes de su vida estarían ahí para verlo.
Cuando la euforia disminuyó un poco, Ted, Eva y Erin fueron a dejar todo el equipaje a la habitación que el International les había asignado. Sin perder un minuto, Elvis regresó a su sitio en el escenario, ocultándose tras las cortinas rojas para esperar a que el espectáculo comenzara en un rato y el público inmediatamente comenzó a entrar por las puertas. Lois y John estaban juntos en uno de los sillones grandes que formaban parte de la zona VIP. John recostado a todo lo largo, con un tazón de palomitas sobre su vientre y los pies subidos en el regazo de su hermana mayor.
Cuando Ted y Eva se sentaron junto a ellos, la última con la cara de Jessie enterrada en su cuello, todo quedó tal como Elvis lo había deseado (y exigido). Todos los integrantes de la familia, incluido Vernon, se acomodaron en el mismo sillón rojo casi hasta adelante.
Cuando las cortinas se abrieron, el auditorio se puso de pie y una atronadora serie de aplausos llenó el lugar. Elvis hizo una pequeña reverencia sin abandonar nunca su carisma y personalidad divertida. Tratándose de su música, el azabache era un maravilloso maestro de ceremonias. Ted lo comparó con la entrega de Eva hacia la política. En cambio él, no podía pensar en nada que lo apasionara de la misma manera. Quizá la psicología, pero ¿a ese nivel?
Cualquiera fuera el caso, las luces azules bañaron el escenario, dándole un toque especial al traje blanco del cantante. Dicho traje tenía detalles redondos plateados y tenía una abertura "V" en el pecho; era una probada de cielo que todas las mujeres presentes apreciaron a gritos.
La familiar melodía de That's Alright resonó con fuerza en todo el lugar, haciendo vibrar los cuerpos de todos los presentes. Las ondas de sonido literalmente los atravesaron y los hicieron aclamar a Elvis más que nada de la emoción que les producía. Incluso se podría decir que los únicos que parecían todavía tener una cabeza pensante sobre sus hombros eran los integrantes de la mesa de Eva, los de la mesa de Erin y Priscilla y finalmente, pero no por eso menos importante, el círculo de directivos del hotel que charlaban con el Coronel en una mesa ligeramente más apartada.
— Hoy quiero presentarles a unas personas — anunció inmediatamente Elvis en cuanto hubo una pausa —. Unas de ellas son mi esposa Eva y mis hijos, Lois, John y Jessie. ¿Puedes ponerte de pie, mi amor? — Los aplausos atronadores que provinieron de todas las direcciones cuando Eva se puso de pie fugazmente parecieron complacer a Elvis porque el pelinegro sonrió con fuerza. — También a ese hombre de ahí — señaló al Coronel — porque sin él no estaría aquí. Es mi representante de hace años, el Coronel Sanders. Ah, digo, el Coronel Parker.
Las risas no tardaron en llegar y cuando el público logró serenarse, Elvis anunció: — Hoy, les traigo una nueva canción. Se llama "Suspicious Minds".
A lado de Ted, Eva aplaudió con todas sus fuerzas, cerrando los ojos en una muestra breve de alegría. Tenía una sonrisa de fuego. Las esquinas de sus ojos se arrugaron lo suficiente como para contener toda una vida de alegría y eso es algo significativo para alguien como ella. Un encantador tono de rosa adornaba sus mejillas mientras besaba la nariz de Jessie y, de alguna manera, eso la hacía ver aún mejor.
Una hora y dos copas de caro champán después, el espectáculo terminó con un estruendoso aplauso que duró minutos. Los labios de Eva aún estaban curvados cuando Ted finalmente le habló por primera vez en la noche.
—He empezado a buscar lo que me pediste —le susurró el ojiazul. Ambos inclinaron sus cabezas para acercarse a hablar mientras los niños Presley se unían a los aplausos para su padre.
—¿Has encontrado algo? —La mujer Kennedy parecía de repente cansada. Su vestido dorado de satén parecía pesado sobre su figura. Las ojeras pintaban un fuerte contraste contra el blanco cegador de las luces del concierto.
—Nadie quiere hablar por alguna razón. Pero creo que pronto probaré un método... más duro.
Eva dejó escapar un suspiro que no sabía que había retenido. Lentamente, su mundo roto y desgarrado volvió a coserse. Esta vez encontró fácilmente su voz.
—¿Crees que esconde algo grande?
—Sí. —El joven castaño sonrió, tenso. Aun así, fue un rayo de esperanza para Eva al que se aferró. —Pero hay un problema — murmuró entre dientes.
—¿Cuál es?
—Puede que tenga que recurrir a... bueno, a silenciar a algunas personas si se da el caso.
—Tienes mi permiso para hacerlo si lo requieres —dijo Eva inmediatamente y se relajó contra su cómodo asiento. —¿El Coronel sabrá que lo estamos investigando? —La mujer de ojos grises se mordió el labio en un hábito nervioso.
—No creo que él... —Ted se cortó de repente, con los ojos azules muy abiertos clavados en la parte delantera del lugar. Eva siguió su mirada y se encontró con un espectáculo espeluznante justo frente a sus narices.
Elvis estaba bajando el escenario y en su camino, estaba besando a una gran fila de chicas y mujeres por igual. Las estaba besando. Las estaba besando a todas en la boca.
La mente de Eva se puso en blanco. Sólo podía sentir furia hacia Elvis. Nunca le había parecido tan ingenuo y de mal gusto como en aquel momento.
¿Cómo se atrevía a arruinar la noche?
Para empeorarlo todo, Ted se mantuvo callado como una piedra. Sin embargo, antes de que la castaña pudiera procesarlo, el ojiazul había sacado un par de dólares y se los había entregado a unos muy emocionados Lois y John.
—¿Qué estás haciendo? — preguntó ella, tragándose momentáneamente su enojo.
El ojiazul le hizo una seña para que esperara y Eva lo miró con confusión hasta que él abrió la boca:
— Chicos, vayan a comprar un algodón de azúcar para su papá afuera y también un ramo de rosas. ¡Rápido! — ordenó el guardaespaldas en un tono firme antes de empujar suavemente a los niños para que se pusieran en marcha. Ted se giró hacia Eva. —Estoy salvándolos de ver esta escena de mal gusto —dijo, señalando sutilmente con la cabeza a Elvis, quien seguía avanzando por la fila de mujeres ansiosas por recibir una probada de su boca. —Algunos dirían que les estoy ahorrando traumas.
Mientras escuchaba las palabras del ojiazul, Eva se mordió la lengua.
La mujer Kennedy se sentó recta como una vara en el cómodo sofá de la zona VIP, ligeramente ebria de champán y adrenalina y dispuesta a pillar algo. El aire era espeso y apestaba a perfume. Había demasiadas mujeres apiñadas en la parte delantera; no sólo mujeres adultas, sino también jóvenes.
Había más gente hablando. Erin. Priscilla. Todo el mundo. Pero las voces eran borrosas. El cúmulo de información que compartían entre sí no era nada nuevo para Eva; había oído y visto todo lo que había sobre los conciertos de Elvis.
Ahogó un gruñido que amenazaba con brotar de su boca.
—¿Por qué tratas de ayudarlo? —preguntó Ted desde su lado de la mesa, chasqueando su bolígrafo contra el cuaderno que tenía delante.
Es mío. No de ellas.
Eva se erizó en su silla, arañando con las uñas el duro plástico de los reposabrazos. Quiso arremeter, pero se detuvo.
Sí, se recordó Eva, es mi marido. Le ayudaré porque le amo.
Se mordió el interior de la mejilla hasta que le supo a cobre, pero no dijo nada.
—Hoy... ha cruzado una línea. Ambos teníamos razón; necesita contención. —Erin se unió a ellos con Priscilla y pasó la longitud de su índice sobre la botella de agua que tenía delante, tocando una melodía. Un hábito que compartía con Elvis, notó Eva. Probablemente algo que su amigo rubio había aprendido de las clases de piano que le había impartido Elvis.
Todos estuvieron hablando sobre los besos y el descaro de Elvis durante cinco minutos más antes de que Eva los despidiera con las palabras: —Todos ustedes pueden tomarse el día libre. Os llamaré más tarde.
Con Elvis viniendo en su dirección, no había tiempo para que siguieran quejándose. Su marido no iba a romper su patrón de venir a besarla. Simplemente no podía romperlo. Estaba en su naturaleza.
Eva se levantó de su silla y acarició el pelo negro de Jessie con una mano. Ted se acercó desde el otro lado de la mesa, llevándose a la mujer de ojos grises con él antes de que Elvis pudiera llegar a besarla.
—¿Estás bien? —preguntó cuando ambos se alejaron, con Eva arrugando su nariz hacia Elvis, ignorándolo a propósito.
—Estoy moderadamente funcional —dijo ella, sonriendo fríamente. La rabia irradiaba de ella en pequeñas oleadas, ahogando el malestar adormecido en sus entrañas.
—Tomaré eso como un no. —Él se dio la vuelta y cogió un vaso de papel vacío con agua para llevar. Su tono era juguetón pero cansado. —¿Te vas a casa?
—Ni hablar. —Eva se conocía mejor a sí misma; no era de las que se quedaban en casa esperando. En el Senado, al menos podría trabajar en un par de cosas. Tal vez perfeccionar algunas leyes y tratar de continuar su investigación sobre el Coronel. Los errores agudizan la política, al igual que la venganza oscurece la ley.
—Traeré café. —Ted arrugó el vaso de papel en su mano, lo lanzó a uno de los contenedores cercanos, donde rebotó y luego cayó dentro. Eva le vio irse, dedicando a Elvis una falsa sonrisa de disculpa antes de seguir a su guardaespaldas de ojos azules.
Mientras ambos salían del hotel, se toparon con Lois y John. Los chicos estaban deliciosamente ajenos a lo que había ocurrido dentro del hotel y se notó cuando Lois le dio el ramo de rosas a su madre, y ella y John entregaron los globos multicolor a Ted.
Erin se acercó para tomarle fotos.
Eva se obligó a relajarse y puso una mano en el hombro de su hijo mientras Jessie balbuceaba algo en su oído. Junto a ella, su compañero de ojos azules llevaba a Lois en los hombros y todos sonrieron alegremente cuando Erin tomó la fotografía, cegándolos momentáneamente debido al flash.
Después de eso, su amigo mexicano le dedicó una sonrisa y se marchó.
Y al igual que él, Eva quiso salir del Hotel Internacional para olvidar sus problemas y sus celos. Sintió que se le revolvía el estómago al pensar en Elvis besando a otras mujeres, pero Ted se le adelantó.
—No tienes que hablar de lo que ha pasado dentro. Me iré en un minuto. —El hombre de ojos azules sonrió, todo colmillo y encanto depredador mientras tocaba su hombro. Su atención se centró en Eva. Cuando habló, sus ojos eran casi sinceros y preocupados. —Sólo quería asegurarme de que te sentías un poco mejor ahora.
—Lo estoy, gracias. —Ella pasó la mano por el cuello de su abrigo. El tenue aroma de su colonia estaba profundamente entretejido en el material, pero no podía disimular el hedor del peligro. No del todo.
El joven retiró la mano y ella extrañó al instante su cálida presencia a su alrededor. Antes de que él pudiera dar un paso atrás, ella alargó la mano y la agarró.
—Por favor, quédate. —La creciente distancia entre enfrentar la situación con él o sin él hizo que su pecho empezara a doler.
—Si eso es lo que quieres. —El ojiazul le cogió la mano y le besó los dedos uno a uno. Sus labios eran fríos. Ella asintió, lentamente. El temblor sísmico de sus manos no era nada contra el aleteo de los colibríes de su propio corazón.
Se apoyó en el hombro de él y apartó la vista del pálido rostro de Elvis que brillaba a través de las ventanas de cristal del Hotel.
Y Dios mío, unas horas más tarde, cuando Eva entró en su habitación, Elvis casi se abalanzó sobre ella como un depredador que intentaba someter a su presa.
Por supuesto, ambos habían tenido peleas a lo largo de todo su matrimonio, pero habían sido bastante irrelevantes. Pero esto, esto sacudió a Eva hasta el alma. Elvis prácticamente vibraba de ira. Apretó la mandíbula y se enfrentó a él con la cabeza alta, encontrándose con sus ojos de frente y notando que eran oscuros como la medianoche. El corazón de Eva casi se apretó en algo parecido al miedo cuando él la arrastró completamente al interior de su habitación compartida y cerró la puerta con un fuerte golpe.
Ella tropezó un poco con sus pies, pero logró recuperarse, volviéndose de nuevo hacia él con su cabello castaño agitándose alrededor de su cara. Elvis estaba furioso de una manera que ella nunca había visto. Sus ojos estaban casi envueltos en negro y sus puños estaban apretados a los lados.
Parecía un ángel vengativo con su traje blanco y su pelo sudado. No, no era un ángel. Era Zeus e iba a aplastarla bajo su pulgar. El pecho de Elvis se agitaba en busca de aliento y sus mejillas estaban enrojecidas en un tono ominoso.
—¿A qué estás jugando, Eva? —Siseó con una voz llena de veneno y amargura.
La propia voz de Eva adquirió una falsa nota dulce: —No estoy jugando.
—Huh, eso parece una puta mentira —dijo Elvis, avanzando hacia ella y tratando de encajonarla contra la pared. Sin embargo, Eva siendo Eva, no se echó atrás. —¿Crees que no te he visto jugar con ese chico? ¿Crees que no sé que es exactamente tu maldito tipo de hombre? ¿Crees que no sé que te gustan los hombres más jóvenes que tú? —Prácticamente le gritó, apuntando con un dedo acusador a su cara.
—¿De verdad vas a ser un jodido imbécil ahora mismo? —Preguntó Eva a través de los dientes blancos apretados.
—¡Sí, lo voy a ser! —Gritó Elvis, tirando de su pelo oscuro con ambas manos. —¿Cómo has podido hacer eso? —La rabia y la tristeza que Eva vio en sus ojos casi calmaron su celoso corazón. Palabra clave: casi.
—¡Eres un maldito hipócrita! ¡Has besado a más de veinte chicas hoy!
—Qué pena, Satnin —la atrajo hacia su cuerpo y luego, le agarró la cara para dejar claro su mensaje. —Estás atrapada conmigo. No por unos meses, ni por años. Eso lo sabías desde un inicio.
—Basta, Elvis. Justo ahora esto se siente enfermo... retorcido —Eva trató de liberarse de su agarre, pero él no la dejó. Sus ojos se fijaron en los del otro y en ese momento comenzó una nueva batalla. —Y no tiene por qué serlo —susurró suavemente con su aliento caliente, tratando de calmarlo un poco.
—Shh, shh —Elvis la acunó en sus brazos sin soltarla. — No te voy a hacer nada, no te vayas — suplicó —. Te necesito. Ninguna de esas mujeres significan algo para mí, sólo son mis fans.
—Te odio tanto por esto. —Ella sollozó tan fuerte que su cuerpo tembló contra él, sus lágrimas mojaron su pecho.
—Lo sé.
Elvis Presley era ingenioso, elegante, encantador para mirar y adorable para estar con él. También arruinaría la vida de Eva Kennedy, así que ella no podía evitar amarlo; era lo único que podía hacer.
¡Buenas!
Por fin volvió a la normalidad la cantidad de palabras. Mi alma descansa.
Pues... como pudieron ver ya todo se está yendo a la verga JAJAJA. Literalmente llegaron al International y todo valió cola.
¿Qué les pareció el cap. a ustedes?
Si les gustó, por favor no se olviden de dar click en la estrellita y/o dejar un comentario.
¡Besos!
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