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❪ veintiséis : amor contaminado ❫

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✾ XXVI. TAINTED LOVE ✾
Eva & Elvis

"Soñar es desear."
Cenicienta
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La raíz de los males es el deseo, reflexionó Elvis mientras besaba suavemente el cuello de Eva y la parte superior de sus hombros. Besos suaves, intercalados con algún pellizco ocasional; rozando con sus dientes la curva de su pálido cuello hasta que ella se estremeció. La mano de él, que se entretenía con sus pechos, se retiró lentamente para enredarse en el pelo castaño de su nuca, atrayendo su cabeza hacia atrás hasta que su garganta quedó desnuda en señal de sumisión.

Se echó hacia atrás para estudiarla, con sus ojos azul cobalto brillando, antes de bajar la cabeza y empezar a morderla suavemente. Eva se retorcía y se retorcía aún más en su poder mientras jadeaba y se aferraba a la tela de su camisa.

El cerebro de Elvis estaba en un punto de sobrecarga. Apenas podía formar un pensamiento completo mientras sentía los dedos de su mujer jugando cerca de su miembro. Eva. Eva. Eva. Por favor. Sí. Por favor.

Su propio pulgar se deslizó a través de su excitación, rozando la carne sensible e hinchada mientras trazaba la línea de su sexo. Otra vez. Y otra vez. Ella arqueó las caderas para aumentar el contacto, pero los dedos de él se apartaron. Ella gimió de frustración y él rió contra su garganta.

—Te he echado de menos —dijo roncamente mientras sus dedos se hundían en ella.

El sonido que salió de la garganta de Eva fue casi animal; un gemido gutural, mientras sus paredes internas se aferraban a él y ella se agitaba con fuerza contra su mano. Elvis sujetó el cabello de ella con más fuerza y levantó la cabeza de su garganta, mirándola a los ojos mientras sus dedos se retiraban ligeramente y luego volvían a hundirse dentro de ella.

Los ojos de Elvis eran casi completamente negros, rodeados de azul. Su expresión era feroz y posesiva. Eva podía sentir su miembro presionado contra su muslo, tratando de aliviar su propia excitación mientras seguía follándola con los dedos. Eva jadeaba mientras se encontraba con sus ojos, estudiándolo. Era como estar bañada en fuego. El calor de su mirada era como las llamas que mordían su piel.

Cuando el calor de ella se apoderó de sus dedos, él siseó entre los dientes. La lengua rosada de Eva subió impulsivamente y rozó los labios de Elvis, amando lo suaves y afelpados que eran. Él la besó con fuerza y metió sus largos dedos más adentro.

No era suficiente.

Ella quería suplicar. En algún lugar salvaje de su mente, sintió el impulso de suplicar. Si abría las piernas todo lo que podía, las retenía y le mostraba lo mojada y excitada que la ponía, él la follaría.

El pulgar de él rozó su clítoris y se le escapó un sollozo. Sus dedos dentro de ella presionaron hacia su pelvis mientras buscaba un punto específico. Cuando lo encontró, presionó contra él, y ella gimió contra sus labios mientras todo su cuerpo se estremecía. Sólo tuvo que provocarla un par de veces antes de que se corriera con un grito estrangulado.

Él la ahogó con sus labios.

Eva se desplomó contra él y él retiró sus dedos y los llevó a su boca. Entonces Elvis bajó la cabeza, presionando unos cuantos besos a lo largo del otro lado de su cuello y luego se ocupó de pasar sus manos posesivamente por cada centímetro de ella.

El olor de él a su alrededor la drogaba. Se dejó llevar por Elvis y se acercó a su pecho con la cara. Podía sentir los rápidos latidos de su corazón y la tensión que lo recorría.

Después de varios minutos, levantó la cabeza y le miró a la cara.

Elvis, por favor.

—Muñeco —comenzó tímidamente.

—¿Mhmm?

La castaña se mordió el labio y su mano se deslizó hacia abajo. Encontró su miembro, que se tensaba contra la tela del pantalón. Recorrió el contorno con los dedos y lo agarró a través de la ropa.

En el momento en que lo tocó, él emitió un leve jadeo y todo su cuerpo se quedó inmóvil, como si ella lo hubiera petrificado. Ella recorrió su mano a lo largo del mismo.

Se sintió... deseosa.

Le costaba pensar con claridad mientras seguía acariciándolo. —Fóllame, Elvis.

Una de las manos de Elvis subió y se enredó firmemente en su pelo de nuevo, inclinando su cabeza hacia atrás hasta que su garganta quedó totalmente descubierta. La besó, profundamente, hasta que ella volvió a jadear sus labios.

—Por favor —gimió Eva cuando él rompió el beso.

—Sólo porque lo pides tan amablemente—dijo él, mirándola fijamente a los ojos como si estuviera buscando algo. Entonces sintió que él introducía la mano entre sus cuerpos para abrirse los pantalones y levantarle la falda, que le quedó abultada en la cintura. Un momento después, la piel satinada de su miembro rozó su muslo.

Sintió que la piel se le erizaba de anticipación y se liberó del agarre de Elvis para mirar hacia abajo. Él tenía la mano alrededor de su miembro y lo acariciaba con firmeza.

—No tienes ni idea de lo que me haces —le gruñó el azabache al oído.

Eva lo agarró de la camisa y lo acercó, abriendo más las piernas para que la cabeza de su miembro rozara su sexo. Ella gimió. —Muñeco, Elvis, tómame—susurró.

—Lo haré —gimió él suavemente.

Ella ya estaba en equilibrio sobre el mismo borde del mueble de madera en el que inició este embrollo. Él se movió ligeramente para alinearse en el vértice de las piernas de ella. Entonces ambos miraron hacia abajo y vieron cómo él la pinchaba con la punta de su miembro, separando sus pliegues. Deslizó su miembro a lo largo de su sexo, rozando su clítoris y cubriendo su longitud con la excitación de ella antes de retirarse y empujar lentamente. Sus manos tomaron sus caderas, inclinando su pelvis mientras él se hundía en ella.

Eva jadeó y se olvidó de respirar al verle desaparecer dentro de ella. La sensación era perfecta.

Sí. Elvis. Por favor.

Ella podía sentir sus ojos agrandarse mientras miraba y él seguía presionando más. Entonces ella dio un gemido desgarrado y dejó caer la cabeza hacia atrás. Apenas se sostenía sobre el mueble. Podía sentir cómo él la estiraba, cómo sus paredes se aferraban a él, cómo se agitaban débilmente a su alrededor.

—Joder... —suspiró Elvis.

Seguía hundiéndose más y más. Parecía casi anatómicamente imposible que ella pudiera acomodarse a él; excepto que ella sabía que podía; que lo había hecho. Jadeó mientras quería que su cuerpo se relajara, arqueando profundamente la espalda para aceptarlo.

Él bajó la cabeza y le besó los pechos; ella jadeó y se apretó alrededor de su miembro.

La penetración fue... fue como si él llenara todo su ser. Como si estuvieran sentados en el centro del universo y todo, excepto él dentro de ella, fuera meramente periférico.

Era como si Elvis tratara de consumirla de adentro hacia afuera. Como si quisiera cada parte de ella al mismo tiempo. Su bello rostro pasaba de una emoción a otra —cólera posesiva al pensar que ella estaba en el Senado coqueteando con otros hombres, inseguridad infantil al pensar que ella se iba a ir, lujuria apasionada y miedo desenfrenado— Eva no podía seguir el ritmo. Sólo estaba acompañándolo en el glorioso viaje.

Se suponía que nada debía sentirse tan bien. Ni siquiera sabía cómo pensar en ello de forma coherente, todo lo que podía pensar era "Sí, sí, te quiero".

Eva murmuró las palabras una y otra vez como un mantra.

Cuando estuvo enterrado en ella hasta el fondo, se aquietó con un jadeo y dejó caer la cabeza sobre su hombro. Sus manos en las caderas la agarraban con tanta fuerza que Eva sospechó que tendría moratones. Todo su cuerpo temblaba débilmente, como si estuviera en los límites más extremos del control que había estado ejerciendo hasta el exceso.

Respiró agudamente varias veces entre los dientes.

El lado racional de Eva le recomendó quedarse quieta y esperar a que Elvis se estabilizara. Pero el lado instintivo —el más cercano a la superficie de su mente— se estremeció al borde.

No quería que se estabilizara. Lo quería posesivo. Quería sentir su ardor.

Así que giró las caderas, arrastró la lengua sobre el punto del pulso en su cuello y luego le dio un fuerte mordisco en la piel.

Él emitió un gruñido desgarrado y sus manos la agarraron con más fuerza mientras se retiraba y se abalanzaba sobre ella.

Mía. Eres mía, Eva Kennedy.

Sus manos se deslizaron posesivamente por su cuerpo mientras la penetraba de nuevo. La rodeó con sus brazos hasta que se sintió envuelta en su abrazo. La aplastó contra su cuerpo y ella lo disfrutó.

—Mía —decía cada vez que la penetraba. —Tú eres mía. No hay nadie más. Dilo —gruñía mientras movía sus caderas. Con fuerza.

Era como el fuego. Su calor quemaba el mundo entero. Él era su punto focal. Era un infierno a su alrededor en el que podía perderse.

—Tuya. Soy tuya —prometió ella. Enredó la mano en su sedoso pelo negro y le levantó la cara para poder estudiar su expresión con avidez.

La forma en que la miraba la hacía sentir como si fuera el centro del universo. La intensidad posesiva de su mirada, como si fuera su dueño. Como si la adorara.

Cuando sus ojos se encontraron, fue como si sus almas se tocaran. Eva jadeó y le besó, envolviéndole mientras él la penetraba profundamente.

—Eres tan perfecta —jadeó él contra sus labios. —Voy a cuidar de ti. Siempre te cuidaré. Te amo.

Eva no podía saciarse de él, aunque ya la estaba llenando. Sus pequeñas manos recorrían su cuerpo, su cara, su pelo, cualquier cosa que la mantuviera con los pies en la tierra y presente con él, porque de lo contrario se sentía como si fuera a desaparecer de la faz de la tierra.

Observó atentamente las reacciones de Elvis, admirando cómo se agarraba con más fuerza a ella cuando le agarraba el trasero redondo o los siseos que emitía cuando le arañaba la espalda. Cómo la acercaba cuando ella gemía su nombre, cómo brillaban las estrellitas en sus ojos cuando la miraba.

Entonces, Elvis tiró de sus caderas, adoptando otro ángulo sobre el mueble con sus grandes manos extendidas sobre la superficie de madera, manteniéndolos a ambos en alto y doblándola ligeramente a su antojo. Eva apretó sus piernas alrededor de la estrecha cintura de Elvis, siendo masilla en sus manos por lo demás.

—Mira, Satnin —Elvis llamó la atención de Eva por encima de su hombro derecho. Ella vio a los dos reflejados en el gran espejo sobre el tocador del cuarto, ambos jadeando y sonrojados, unidos de la manera más íntima. La sorprendió un poco lo innegablemente excitante que era aquello.

—Más rápido, Elvis —suspiró la castaña, cerrando sus ojos grises.

Elvis gruñó, arenoso y profundo, mientras la doblegaba y se zambullía en su cuerpo. Esta vez, Eva movió sus caderas para encontrarse con él. Elvis tenía un aspecto salvaje por encima de ella, con su pelo negro goteando y sus ojos feroces. Tan diferente a cuando ella lo montaba y, sin embargo, tan excitante. Nunca lo había visto así y eso le produjo escalofríos. Le recorrieron la columna vertebral, los brazos, las piernas, los dedos de las manos y de los pies, enroscándose en torno al calor incesante que se acumulaba en su bajo vientre, envolviéndolo dentro de ella.

Eva notó cómo los ojos azules de Elvis se desviaban hacia el espejo antes de volver a mirarla directamente, aquí y allá, aquí y allá. Él no se cansaba de ella, no se cansaba de verse a sí mismo no cansarse de ella, y Eva descubrió que a él le gustaba mirar.

Eso la llevó al límite.

Su orgasmo la golpeó tan fuerte que ni siquiera pudo decir algo, sólo pudo gritar de éxtasis y apretarse a su alrededor.

Elvis gimió ante la sensación, sin estar preparado para la forma en que su cuerpo se agitaba bajo él. Jadeó, tratando de contenerse, pero no pudo. Sus caderas tartamudeaban contra las de Eva con un último y profundo empujón. Su mandíbula se apretó, luego se aflojó cuando su boca dejó escapar un hermoso y suave gemido de placer.

—Eres tan bonito para mí, muñeco—murmuró Eva, con su propio acento bostoniano, con los ojos abiertos y observando atentamente cada pequeña reacción de Elvis, al contrario que su marido, que tenía los ojos azules cerrados.

Unos segundos después, finalmente, Elvis volvió a entrar en sí mismo, abriendo los ojos soñadoramente, mirando a Eva, completamente satisfecho. Lentamente, se deslizó fuera de ella y la llevó a la cama, donde ambos se tumbaron durante algunos minutos, sin dejar de mirarse. El edredón azul era mullido bajo ellos y sus cabezas estaban giradas para poder mirarse directamente a los ojos, tratando de obtener una lectura del otro.

Había un agujero de bala metafórico en la boca de Eva y una flor podrida en la de Elvis.

Él era todo caderas y oro y palabras dulces y risas. Y ella era todo sangre y carne y dolor y poder. Pero de lo que ninguno de los dos se dio cuenta fue de que Elvis había estado cortando lentamente a Eva durante años, mientras ella gritaba en éxtasis. Y demostró que ella era la de las flores podridas y los latidos descompuestos y este hombre, dios, Aquiles, rey, era el de los agujeros de bala que se arropaba contra el pecho y guardaba para más adelante. Porque, ¿acaso no lo sabía Eva? La belleza siempre había sido más mortífera que el campo de batalla al que llamaba hogar.

El gris contra el azul.

La guerra contra el amor.

Ares contra Afrodita.

Eva y Elvis.

Los sonidos de risas los sacaron de su estupor porque inmediatamente después se levantaron y abrieron la puerta de su dormitorio. La mano derecha de Elvis se entrelazó con la izquierda de Eva mientras caminaban por el pasillo y bajaban juntos las escaleras de Graceland por primera vez en unas semanas.

Los negocios del Senado habían mantenido a Eva ocupada como nunca antes y esa era la razón por la que Elvis había organizado una fiesta —más bien una barbacoa, en realidad— en su honor, para darle la bienvenida a casa con los brazos abiertos y amorosos. Y por supuesto, eso también explicaba por qué había estado tan desesperado por ella como para encerrarlos a ambos en su dormitorio para tener sexo rápido y duro mientras todos los demás estaban abajo.

Cuando por fin llegaron al final de la escalera, John corrió hacia Eva, con los brazos extendidos hacia el cielo y los ojos grises centelleantes, suplicando que le tomara en brazos su madre. La gente se arremolinaba alrededor de la casa y el jardín, picoteando el conjunto de manjares traídos para el día más especial.

En todas las mesas había pasteles de limón y leche con miel, los favoritos de Eva, así como carne asada. El cálido sol brillaba fuera y el cielo era de un hermoso y suave color azul.

Unos pasos más atrás, Lois tiró de la manga de Erin, rebotando a su lado con su hermana pequeña, Jessie, en sus larguiruchos brazos y Erin lo tomó como una señal para tomarlas a las dos en brazos y correr en dirección a Eva.

Eva, por su parte, se arrodilló y abrazó a su hijo, besando sus redondeadas mejillas sonrojadas, y entonces, Erin eligió ese momento para venir irrumpiendo desde el otro lado del jardín, con los brazos cargados de Lois y Jessie.

—¡Bienvenida, mamá! —gritó Lois, lo suficientemente alto como para que Jessie apartara la mirada del trozo de pelo dorado de Erin que estaba masticando para ver a qué se debía la conmoción.

—¿Qué escondes ahí, cariño? —preguntó Eva con una sonrisa curiosa al ver algo escondido en las manos de su hija.

Lois empujó una caja delante de Elvis, sonriéndoles ampliamente.
—¡Un regalo! —Abrió la tapa y Elvis fue golpeado en la cara por un torrente de confeti.  —¡Bienvenida, mamá!

Era un montón de dibujos de su familia adornados con purpurina.

—¡Vaya! —alabó Elvis, riendo mientras se quitaba el confeti de encima. —¡Es un gran regalo, Lou!

Lois sonrió más ampliamente, le dio a Eva su hermana pequeña y el dibujo y luego, se contoneó emocionada antes de alejarse de sus padres con las manos de John y Erin entre las suyas, arrastrándolos con ella cerca de las flores blancas y rojas del jardín.

Eva miró a Lois con asombro y se acercó bailando a Elvis, con Jessie haciendo girar mechones de su pelo entre sus dedos.

Entonces Elvis bailó. Bailó con Eva y su hija menor en el jardín de Graceland. Él bailó en el sol, al ritmo de (Marie's The Name) His Latest Flame y los pájaros trinando alrededor de ellos. Bailó como si fueran a vivir eternamente, como si el hecho de que el Coronel le ocultara cosas no le preocupara o como si no hubiera echado tanto de menos a Eva que pensó que estaba a punto de morir.

Esos eran problemas para más adelante. Ahora mismo, no había ningún problema. Sólo estaba Graceland vibrando con el rock and roll, y él y Eva y sus hijos y amigos.

Así que bailó.

🫐🫐🫐

Lento pero seguro, el tiempo pasó y el primer paso al infierno ocurrió en el invierno de 1968, cuando Elvis empujó la puerta doble de su dormitorio compartido, la luz de la luna bañó a Eva de forma cegadora. Toda la pared frente a ella estaba formada por una ventana gigantesca, que se extendía desde el suelo hasta el techo.

Al acercarse a la ventana, Eva se sorprendió de lo terriblemente hermoso que era el invierno por la noche. La nieve fresca caía en cascada sobre el patio abierto; era lo suficientemente pesada como para cubrir la mitad del mirador. El viento aullante agitaba los árboles llenos de nieve, haciéndolos gotear nieve derretida. El mundo se había vuelto tan blanco; éste era el invierno más duro que Memphis había visto jamás.

Mirando por encima del hombro, Eva buscó a Elvis. Él había cerrado las puertas y estaba apoyado en ellas, observándola con mil preguntas que pasaban por sus ojos. Una tenue lámpara que colgaba de la pared junto a él resaltaba sus rasgos para ella, pero el resto de él se perdía en la oscuridad.

Volviendo su mirada gris hacia la ventana, Eva soltó un suave suspiro mientras pintaba mentalmente el paisaje que tenía delante, tratando de captar todos los pequeños detalles posibles.

—¿Qué tiene de especial una ventana, Eva?

—En la primera excursión que hiciste con Hank Snow, mirabas demasiado al cielo—comenzó Eva, dejando que ese recuerdo de él se filtrara en su mente. —Me pareció extraño, pensé que sólo tenías una fijación fascinante. Dijiste que solías mirar las estrellas y pensar en todo y en nada.

—¿Tu punto?

—¿Aún lo haces?

Emitió una risa baja. —Ahora tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo.

—Por supuesto que sí—murmuró ella, hipnotizada por las luces centelleantes que se aferraban al cielo. A pesar de todo el caos desatado en el país en los últimos meses, las estrellas parecían tan pacíficas, tan silenciosas. Eva podía fingir que el mundo no era un lugar tan cruel después de todo, aunque sólo fuera por unos segundos.

La respiración se le atascó en la garganta cuando unos fuertes brazos la rodearon por la mitad y la sostuvieron sonrojada contra un duro pecho. No le oyó moverse hacia ella. Apoyando la barbilla en su hombro, la suave mejilla de Elvis rozó la suya. Si tan solo Eva poseyera la mente correcta para apartarlo, para no fomentar este tipo de intimidad, pero hizo exactamente lo contrario. Se fundió con él, se dejó ahogar por su fascinante aroma y su calor. Apoyándose en él, sus brazos se estrecharon en un abrazo seguro. Quién iba a pensar que alguna vez encontraría consuelo en los brazos de un cantante salvaje, un hombre del que se había esforzado tanto por separarse. Eva podía quedarse así toda la noche y estar perfectamente contenta.

En silencio, miraron juntos por la ventana y una infinidad de estrellas parpadeantes les devolvieron el saludo. A Eva le gustaría pensar que se acordaban de ellos, y eso le arrancó una pequeña sonrisa.

—¿Por qué estamos aquí, Eva? —Susurró Elvis, con la voz extrañamente agotada.

—Quiero que hablemos de todo y de nada.

Su risa retumbó en ella, haciendo vibrar sus huesos mientras la apretaba. —¿Es eso cierto?

—Entiendo lo calmante que debe haber sido, acostarse y trazar todas esas estrellas allá arriba y simplemente estar a solas con tus pensamientos. Dijiste que valorabas esos momentos. Sí que presto atención —dijo Eva, inclinando la barbilla para captar su mirada.

Elvis sonrió perezosamente. El cansancio en sus ojos era ahora evidente, y no intentaba disimularlo en absoluto. Sin dejar de sostenerla con un brazo alrededor de la cintura, levantó una mano suave para trazar la curva de la mejilla de Eva. Sus ojos se dirigieron a la boca de ella, observando descaradamente cómo se humedecía el labio inferior.

—Soy todo oídos, querida.

—Entonces, siéntate conmigo—dijo ella, encogiéndose de hombros para librarse de su agarre.

Él la soltó de mala gana y observó cómo se dejaba caer en el suelo enmoquetado de cara a la ventana. Cruzando las piernas, Eva le dio una palmadita al lugar que estaba a su lado y Elvis se sentó con un gruñido, imitando su posición sentada. Se veía raro sentado en el suelo así, normal, despojado de todas sus defensas. Cuando él le lanzó una mirada expectante, ella se distrajo al ver el aspecto de cansancio que tenía a cada minuto que pasaba.

—Dime algo que no sepa —dijo Eva finalmente.

Elvis se apoyó en las palmas de las manos y levantó las cejas. —¿No estás cansada de escucharme hablar después de todo este tiempo?

Eva negó con la cabeza.

No. En absoluto.

Elvis se acarició la mejilla pensativamente. —¿Qué quieres que te diga?

—Algo que nadie sabe. Un secreto.

Se rió ligeramente. —Eres astuta, Eva. Muy astuta. Jugaré a tu juego si aceptas proporcionarme también algunos secretos tuyos. Es justo, ¿no? Si me parece que falta, me deberás otra.

Eva puso los ojos en blanco. —Acepto tu condición de pagarte con mis propios secretos.

Asintió sutilmente, dejando que sus ojos recorrieran las estrellas que les devolvían la mirada como si las conocieran. Una extraña expresión recorrió sus rasgos. Su barbilla se arrugó mientras fruncía los labios. Estaba pensando demasiado.

—Lo prometo —dijo Elvis de repente, con un aspecto absurdamente solemne y sonando ridículamente honesto. —No voy a mentir. Pinkie promise.

Cuando le tendió el meñique, Eva soltó una risita. Ella, se rió. ¿A qué venía este mundo? Se mordió las mejillas para reprimirse mientras enganchaba su meñique alrededor del de él y lo sacudía con fuerza. Cuando lo soltó, él se acomodó en esa sonrisa cariñosa que hizo que el corazón de Eva se resintiera.

—Como es tradición, las damas primero. Dime algo que no sepa, Eva.

Eva volvió a mirar por la ventana y admiró la forma en que la nieve revoloteaba como diminutas bolas de algodón. —Siempre te has referido a mí como una verdadera política, pero no lo soy. —Sintió los ojos de Elvis sobre ella intensamente mientras consumía cada palabra que decía. —Crecí en Boston y fui muy ingenua en mi juventud con Bobby y Jack.

—¿Tus padres te dejaron sólo con ellos?

Eva sonrió mansamente. —Jack fue más bien un padre para mí, creo. Era mayor que yo por catorce años y nos cuidó bien a Bobby y a mí.

—¿Odias a tus padres?

—¡Claro que no! —Soltó la castaña, lanzándole una mirada feroz. —Los quiero con todo mi corazón y los visito siempre que puedo, sólo que nunca me siento en casa allí.

Elvis tarareó para sí mismo, frunciendo los labios mientras pensaba. —Es curioso —reflexionó en voz baja. —Quiero viajar por el mundo.

—Pues hazlo.

Elvis soltó una carcajada. —Ya hemos hablado de esto, Eva. No puedo ir sin la aprobación del Coronel.

—Estoy trabajando en ello para que puedas ir —refunfuñó Eva. —Te toca a ti. Paga.

Con su sonrisa divertida aún intacta, Elvis giró la cabeza hacia atrás para mirar la ventana. Eva esperó pacientemente a que se le ocurriera algo que decir, mientras grababa mentalmente esa imagen de él en su memoria. Nunca quiso olvidar el aspecto que tenía sentado así, sonriendo suavemente mientras la luz de la luna le bañaba en plata. Era una obra de arte corrompida, una ilusión perfecta de fuego y hielo, y nunca antes había sentido tanto asombro y admiración por una obra maestra como ésta.

—Mi madre y yo solíamos hablar mucho de un Lugar de Ninguna Parte cuando era un niño. Soñábamos con coger un día un tren y viajar a un Lugar de Ninguna Parte en medio de la noche. Un lugar sólo para nosotros. —Elvis sacudió la cabeza, riendo brevemente. —Si hubiera sido un adolescente normal, creo que me habría aferrado a ese sueño.

Eva no sabía qué esperaba que dijera, pero esto la sorprendió.

—¿Dónde está un Lugar de Ninguna Parte?

Elvis se burló. —Quién sabe. En algún lugar al otro lado del mar, tal vez, o sobre el horizonte. En algún lugar muy, muy lejos de aquí. ¿Ves esa estrella de ahí arriba? ¿Esa grande?

Eva siguió la punta de su dedo y asintió, fijando sus ojos grises en una peculiar estrella que brillaba más que el resto.

—No es una estrella en absoluto. Es Júpiter, pero yo no lo sabía en ese momento. Para mí, era la única estrella constante que me guiñaba noche tras noche como si me tentara. Quería seguirla —dijo, riendo suavemente. —Pensaba que mi madre y yo acabaríamos en un Lugar de Ninguna Parte si la seguíamos. La luz de las estrellas, el brillo de las estrellas. La primera estrella que veo...

Sin siquiera pensarlo, Eva deslizó su mano por la fina alfombra para encontrar la de él. Sus ojos azules bajaron hasta donde su mano se apoyaba tímidamente contra la suya en lo que Eva esperó que fuera un acto de consuelo. Luego, Elvis levantó la vista hacia ella y la estudió estrictamente. Apartó la mano de ella y el rechazo dejó un fuerte escozor en las tripas de Eva.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no sientas pena por mí, Eva? Me pediste un secreto y eso es lo que tienes.

Vacilante, ella retiró la mano. —Tu representante es un auténtico gilipollas. El más grande, de hecho.

La diversión se enroscó en la boca de Elvis. —¿Oh? ¿Tan segura?

Eva asintió.

Un estruendo resonó profundamente en su interior y envolvió los huesos de Eva. Ella dio un salto cuando él se acercó de repente para tirar de su mano. Había poco más de cinco pulgadas entre ellos, pero él llenó ese espacio con sus manos. Entrelazando sus dedos con los de ella, él sonrió cuando su agarre se hizo más fuerte. Al mirarle a los ojos, Eva vio que en ellos nadaba un claro carácter lúdico.

—Qué vergüenza—dijo él—por intentar negarte tus pequeños actos de afecto.

—Un Lugar de Ninguna Parte—soltó ella, con la mente acelerada. La diversión detrás de los ojos de Elvis se disipó sin dejar rastro, y de repente tenía un aspecto absurdamente serio. —Si quieres irte, te arreglaré un boleto de ida a cualquier lugar de la nada que quieras. A cualquier lugar del mundo. Podrás vivir la vida que nunca has tenido, experimentar un mundo que no sea Estados Unidos. Ser libre.

Elvis apenas se inmutó. Ni siquiera resopló para hacerle saber lo ridículo que sonaba. Ni siquiera le envió una mirada seca para decirle lo poco impresionado que estaba. Volvió a mirar al cielo, observó aquel planeta engañoso mientras le saludaba como a un viejo amigo, una promesa olvidada que se había perdido en algún lugar entre ellos.

—Demasiado tarde—murmuró. —Es demasiado tarde para un nuevo comienzo, Eva.

Eva se sintió como si la hubieran golpeado.

Un montón de emociones que chocaban entre sí asaltaron su cabeza. Furia, frustración, confusión y dolor. No fue tanto su negativa a aceptar su oferta lo que la desencadenó, sino el mensaje subyacente que le revolvía el estómago. Era algo que él ya había insinuado, pero ella no había querido ni siquiera considerarlo y ahora él no le daba opción.

Elvis se volvió hacia ella, con el rostro completamente impasible, como si no admitiera casualmente la renuncia a su libertad, como si no pudiera llegar a nada más de lo que era ahora.

A Eva le dolía.

Le dolía cuando respiraba.

Le dolía cuando parpadeaba las lágrimas.

Le dolía cuando su olor llenaba sus pulmones.

Le dolía cuando un dedo tierno le colocaba un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.

—Te quiero—le susurró Elvis, como un secreto que sólo ella debía escuchar. —Eso es todo lo que importa, ¿recuerdas?

Joder. Eva estaba sufriendo.

Deseaba que todo terminara.

Deseaba que él fuera diferente.

Deseaba que fuera cruel con ella.

Deseó poder odiarlo.

Él se inclinó hacia ella y Eva contuvo la respiración, sus músculos se endurecieron cuando su rostro se acercó. Su boca rozó su mejilla en un suave beso, un silencioso estímulo. Luego, sus labios se dirigieron a su oreja, donde le acarició brevemente el pelo, como siempre hacía. Esto hizo que el estómago de Eva se revolviera; los dedos de sus pies se curvaron dolorosamente mientras reprimía el impulso de lanzarse sobre él.

—Dime algo que no sepa, querida Eva. —La forma en que su nombre salió de su lengua la rompió en mil pedazos. Eva no estaba segura de lo que se apoderó de ella, pero se giró para rodearlo con sus brazos de forma tan inesperada que ni siquiera ella sabía qué demonios estaba haciendo. Tirando de él hacia ella, Eva enterró su cara en el pecho de Elvis y lo abrazó tan desesperadamente como si su propia vida dependiera de ello.

Elvis respiró suavemente, abrazando su espalda. Ella no se apartó. Eva lo abrazó con todas sus fuerzas, ahogándose en su olor, sintiendo su calor, oyendo los latidos de su corazón golpear constantemente su oído. Con los ojos cerrados, no existía nada más a su alrededor. Ni esta casa, ni este invierno, ni siquiera el mundo. Sólo oía su respiración superficial y los latidos del corazón de él. Eva le escuchaba, la forma en que su corazón se aceleraba cuanto más lo apretaba, la forma en que su pecho subía y bajaba como si fuera completa y totalmente humano.

—No quiero que te mueras nunca —dijo Eva con una voz apagada contra su caro suéter, emocionada y apenas coherente incluso para sus oídos. —No sé por qué me siento así, sólo lo hago y tengo mucho miedo. No quiero dejarte ir. Nunca.

Los brazos la rodearon por la mitad y la estrecharon más. Su cabeza se inclinó para acurrucarse en la curva del cuello de Eva. Durante unos cuantos latidos medidos, estuvieron envueltos en un completo silencio, y fue uno de los momentos más hermosos que ella había compartido con él. La forma en que sus brazos se flexionaban alrededor de ella, la forma en que la abrazaba tan fuertemente como ella lo abrazaba a él, la forma en que ambos parecían querer amoldarse el uno al otro y nunca estar completamente satisfechos... Eva podría quedarse así para siempre, congelada en el tiempo, reviviendo nada más que este momento una y otra vez.

—He dicho que me digas algo que no sepa. —La voz de Elvis era inusualmente gruesa y apagada contra su cuello. ¿Cómo se las arreglaba para formar un chiste en cualquier momento? Eva, por supuesto, no era menos culpable, porque le recompensó con una ligera risa que alivió el peso de su pecho. Sus brazos se apretaron alrededor de Eva.

—Cuidado, Elvis. Tu ego está hablando.

—Hmm. Mucho mejor para burlarme de ti, Satnin.

Joder, Eva se estaba riendo de nuevo, sólo que esta vez las lágrimas en construcción finalmente rodaron por sus pálidas mejillas y empaparon la parte delantera del suéter de Elvis. Estaba cansada de llorar, pero estaba más cansada de reprimir las ganas de hacerlo. Este hombre que la agravaba constantemente, pero al que había llegado a admirar profundamente, había aceptado su vida perdida con el Coronel. En el fondo, Eva sabía que no podría hacerle cambiar de opinión al respecto, por mucho que lo intentara. Ni siquiera se planteaba la posibilidad de una vida diferente, pero estaba dispuesto a ser feliz. Por ella. Sólo por ella. Como siempre, estaba siendo justo con ella. Le daría a Eva lo que quería, y todo lo que ella tenía que hacer era devolverle el favor de alguna manera.

Una vez que esa comprensión resonó en ella, soltó un largo suspiro. Los dedos de Elvis rozaron ociosamente la longitud de su cabello mientras la dejaba abrazarlo un poco más, sin apartarla. De vez en cuando, sus dedos se encontraban con una borla de pelo enredado, y su pecho vibraba contra el de Eva mientras se reía. Liberando sus dedos, reanudó su pausado peinado. La cara de Eva se calentaba cuanto más se enredaban sus dedos en el desorden de su pelo, pero él no dijo nada, dándole tiempo para apartarse cuando finalmente recuperó el control de sí misma.

Con los brazos todavía alrededor de los hombros de él, Eva se apartó para contemplar esos ojos azules tan cariñosos que le devolvían la mirada con tanta intensidad. Su boca estaba grabada en una melosa sonrisa. Sin siquiera pensarlo, se puso de puntillas para darle un casto y prolongado beso en su boca rosada y afelpada. Elvis volvió a ponerse rígido, pero se recuperó rápidamente y se inclinó hacia ella. Acariciando la parte posterior de su cabeza, le devolvió el suave beso con un sonoro zumbido, haciéndola volar.

No duró mucho. Eva se retiró pronto, y Elvis apoyó brevemente su frente contra la de ella. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos en una leve duda mientras su pecho se agitaba.

—¿Quieres saber una locura? —dijo Eva, con voz airosa. —Siento que te conozco de toda la vida, pero sólo hemos pasado trece inviernos juntos. —Arrugando las cejas, se echó hacia atrás para contemplar toda la expresión dócil de Elvis. —Te amo, cada pequeña cosa. Cómo tus ojos brillan como estrellas, cómo eres gentil y paciente aunque a veces tengas un temperamento terrible.

Dios. Esa mirada en sus ojos... estaba maravillando a Eva. Si fuera posible que se derritiera bajo su mirada Eva lo haría. Si pudiera hacerlo voluntariamente, lo haría sin dudarlo.

—Eva —pronunció Elvis en voz baja. —¿Me quieres mucho o sólo un poco?

Eva sonrió. —Te lo diría, sólo que es tu turno de darme una verdad, ¿recuerdas?

—Eres una terrible tomadura de pelo.

—Mucho mejor para molestarte, querido.

Riendo con ganas, los brazos de Elvis se soltaron de su cintura mientras se alejaba de ella. Pasando una mano por su pelo negro, miró a Eva con esa expresión cariñosa que estaba completamente vacía de cualquier molestia. Para mayor sorpresa de Eva, creyó que ella también le devolvía esa misma mirada.

—Dime algo que no sepa, Elvis.

—Sabes, preferiría que siguieras hablando de lo genial que soy.

—Estoy segura de que eso sería la guinda para ti, pero no. Dime algo que no sepa.

Elvis volvió a cerrar la brecha entre ellos y le agarró la barbilla, inclinando la cabeza de Eva hacia atrás para mirarla fijamente a los ojos grises. —Me puse por las nubes cuando encontré tu cara entre el público en el Louisiana Hayride. Una pequeña parte de mí quería que te derritieras ante mi presencia, sólo para poder restregárselo a todo el mundo en la cara, sólo para saber que he ganado un juego al que nadie más jugaba, pero una parte mayor de mí estaba desesperada por quedar impresionado. Esperaba que te sorprendiera el hecho de que te besara con tanto descaro, algo para tranquilizarme, pero ¿el hecho de que me devolvieras el beso? Bueno, no estabas realmente encandilada, y desde entonces estoy prendado de ti. Nunca, nunca quiero que estés encandilada conmigo.

Eva parpadeó tontamente. Su estado encandilado era la base de sus cimientos, la razón trivial por la que lo buscó en primer lugar, por la que Elvis le pidió que se fuera de gira con él... ¿y ahora le dice que se alegra de que nunca estuviera encandilada? Por él, ella se desangraría.

Oh, si tan sólo Elvis lo supiera...

Eva frunció el ceño confundida. —¿Qué querías de mí, Elvis?

Los labios afelpados de Elvis se formaron en la sonrisa más pequeña que ella había visto jamás. —¿No es obvio ya, Eva?

El ceño de Eva se frunció más. En serio, ¿qué podía él haber querido de ella? ¿Qué podía haberle interesado tanto a Elvis como para dejar de lado su carrera y llevar a una chica a una gira después del Louisiana Hayride?

Mientras Eva se dedicaba a reflexionar, Elvis puso abiertamente los ojos en blanco.

—Eres una mujer inteligente, pero a veces puedes ser tan tonta.

Apartando la barbilla de sus dedos, Eva le lanzó una mirada fulminante. —Lo dice el hombre vago que espera que yo entienda sus vagas intenciones.

—En ese caso, permíteme un momento para ser completamente transparente contigo, querida.

Metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, Elvis se puso de pie con la cabeza inclinada mientras sus ojos examinaban abiertamente el rostro de Eva. Estaba calculando cada tic de su mandíbula, cada arco de su frente, cada movimiento de su boca. La miraba de la misma manera que un hombre miraría un enigma que no entiende. Eso hizo que a Eva le picara la piel. Hizo que sus mejillas se sonrojaran furiosamente.

—Este país sólo me ha visto bajo una luz —dijo el ojiazul, dejando de lado toda la diversión y las burlas. —No importa si son chicas o no. Me pintaron como un chico pecador, y eso es todo lo que he sido para la gente. Pero tú —dio un pequeño paso adelante y miró a Eva con ojos fascinantes. —Lo que tienes aquí—murmuró, golpeando suavemente su frente con un dedo —no se parece a nada que haya visto antes. Tienes una mente hermosa, y me has pintado de forma diferente al resto. Humano, como si un hombre como yo pudiera serlo. Y lo que tienes aquí —su dedo bajó hasta tocar el corazón acelerado de Eva. —Me canta... durante todas las noches... incluso cuando no estás cerca. Eres hermosa en la forma en que me ves, hermosa en la forma en que me hablas, y me estaba muriendo por ser visto bajo una luz hermosa por una persona hermosa.

En blanco.

Todo se congeló.

El mundo dejó de girar.

La nieve dejó de caer.

Todo se detuvo para que Eva pudiera dedicar unos segundos a mirar a ese hombre.

Este hombre.

¿Cómo podría empezar a describirlo?

¿Cómo podría siquiera racionalizar sus emociones hacia él?

Era imposible. Inimaginable.

Su corazón latía contra sus tímpanos. El estómago de Eva se retorció en un nudo apretado. Estaba sintiendo demasiado. Estaba sintiendo tanto que sintió que se estaba quemando. Sentía tanto que las lágrimas frescas le escocieron los ojos.

Elvis la miraba con tanto reconocimiento, con tanta apertura. Las murallas detrás de sus ojos se derrumbaron, y Eva vio al hombre que era, al niño que solía ser, y al hombre que nunca llegaría a ser. Eva se acercó a él y le acarició la mejilla, observando cómo se inclinaba hacia ella, inclinando la barbilla hacia su palma. Era tan cálido, y sus ojos eran tan bonitos.

Este hombre.

Este hombre delirante y loco.

Le estaba haciendo sentir demasiado, y Eva nunca se había sentido más viva.

Acariciando su otra mejilla, lo atrajo hacia ella con suavidad. Elvis no protestó. Se movió para encumbrarse sobre ella, para mirarla con los labios entreabiertos. Dios, lo que daría por poder pintarlo ahora mismo, por capturar este raro y silencioso momento en el que sus manos acariciaban sus mejillas y en el que él la miraba como si temiera que ella lo soltara en cualquier momento. Eva no soñaría con soltarlo ahora, no después de la forma en que el mundo dejó de girar para que ella prolongara este momento, no después de lo viva que él la había hecho sentir. Apremiando su cara hacia ella, Eva se apoderó de su boca en un largo y persistente beso que sacudió su mundo de nuevo.

Un profundo gemido surgió en la garganta de Elvis y vibró a través de Eva. Sus grandes manos se posaron en las caderas de ella y la atrajeron hacia él hasta que estuvo completamente pegada a su pecho. Agachó más la cabeza para que ella no tuviera que forzar el cuello para alcanzarlo. Eva se sintió tan ligera, como si flotara en medio de las nubes quietas. El aire que los rodeaba era tan espeso, tan embriagador, tan caliente, y Eva estaba jodidamente viva.

Hermosa, la llamó... La miró fijamente a los ojos y describió la luz con la que lo veía... y era hermosa.

Agarrando la parte delantera de su suéter, Eva comenzó a dirigirlo hacia atrás. Tambaleándose cegadoramente, él dejó que ella lo guiara hacia donde quería que fuera mientras el mundo se mareaba a su alrededor. Sus dedos se clavaron en las caderas de Eva, instándola a que se aferrara a él, a que lo siguiera, evocando en ella sensaciones capaces de hacerla desfallecer.

Cuando llegó a la cama, Eva le empujó sobre ella, haciendo que se hundiera en el mullido colchón. Elvis se levantó sobre los codos, con los ojos muy abiertos y los labios más rojos que de costumbre. Su pecho subía y bajaba con cada respiración audible que hacía. La miraba con tal... tal...

—Eva...—Sonó como una súplica, y el corazón de Eva se apretó en respuesta.

Ella todavía llevaba puesto el jersey y estaba hirviendo debajo de él. Desechándolo rápidamente, Eva se sentó a horcajadas sobre sus caderas y Elvis levantó la cabeza para atrapar su boca en un beso contundente. Se retorció debajo de ella, burlándose deliciosamente de ella. Sus manos exploraron las curvas de la cintura de Eva mientras los dedos más pequeños de ella se enterraban en su pelo negro y sedoso, haciéndole gruñir en su boca. Eva se regodeaba en él, en su propio país de las maravillas del verano.

Después de un rato, se separaron para respirar.

—Mañana terminaré mi contrato con el Coronel—murmuró Elvis.

El corazón de Eva se aceleró. Los segundos pasaron y ambos permanecieron en silencio. Los párpados se le cerraban y, maldita sea, quería seguir despierta.

Luz de las estrellas, luz de las estrellas... la primera estrella que veo esta noche —cantó Eva en voz baja, esperando que su voz fuera lo suficientemente fuerte como para llegar a él. —Ojalá pueda, ojalá pueda... tener el deseo que deseo esta noche. —Mirándole, sonrió con tristeza. —Desearía que no tuvieras que irte. Desearía que te quedaras unido a mí para siempre.

—Tú sabías la letra de esa canción todo el tiempo.

—Todo el tiempo—afirmó ella, bostezando en su mano. —La canción de guardería... todo el mundo la conoce.

—Qué graciosa —acusó él, y Eva sucumbió a una sonrisa divertida.

No le vio, pero le oyó moverse. Le cogió la mano y se arrodilló junto a su cara. La cabeza de Eva cayó a un lado, tratando desesperadamente de mantener este recuerdo con ella hasta que muriera.

Él se llevó la mano a la boca y le dio un suave beso en los nudillos.

—A las manos más cálidas que jamás hayan tocado mi piel...

Elvis se acercó más a ella y con cautela tomó el lado del cuello de Eva. Inclinándose, encontró su oreja y le dio un suave beso en la piel.

—A los oídos que han escuchado pacientemente mis interminables historias...

Él se movió de nuevo y Eva sintió que él rozaba suavemente un beso en sus pesados párpados.

—A los ojos que me miran sin juzgar...

Luego, él presionó un pequeño beso en la punta de su nariz.

—A la naricita que disfruta de mi aroma de verano en medio del frío...

Inclinando ligeramente su cabeza hacia arriba, Elvis finalmente tocó sus labios con los de ella, y ella se sintió tan... tan... ardientemente viva...

—A la boca que me sonríe con demasiada frecuencia, con demasiada amabilidad... Me despido de todos con mucho cariño, porque echaré de menos cada centímetro de ti, de la cabeza a los pies.

Eva estaba viva. Se sentía tan viva.

—Dulces sueños, Satnin—susurró Elvis. —Te mereces un descanso.

—Elvis —suspiró Eva, observando sombríamente cómo su esposo se detenía en la puerta. —Si fueras una estrella, te contemplaría junto a la ventana hasta el amanecer.

Silencio.

Él no dijo nada, y si sonrió, Eva no lo vio. No esperó una respuesta, si es que existía alguna. Había prolongado su sueño atrasado durante demasiado tiempo y finalmente dejó que sus ojos descansaran. Eva estaba muy cálida. El roble y la avellana seguían flotando alrededor de su cabeza en una nube perfumada, envolviéndola en una red protectora que no quería abandonar nunca.

El último pensamiento consciente en su mente se hizo eco de algo que creía haber escuchado más allá de un umbral de sueños en espera. Tal vez no era nada. Tal vez era sólo un producto de su imaginación, pero se sentía tan innegablemente real y la hizo sonreír mientras caía en los brazos acunadores del sueño.

Si tuviera una flor por cada vez que pienso en ti, podría pasear eternamente por mi jardín.

Su marido se llamaba Elvis Presley. Y cuando llegó el día siguiente, acudió al Coronel para poner fin a todo... pero fracasó con su tierno corazón, condenando a su familia a las sombras, por un lugar en el Hotel Internacional.

¡Buenas!

Bro, no sé qué me pasa... este capítulo tuvo 7,000 palabras y pico.

Este ahora sí es el principio del fin, bro. Literalmente el International Hotel es el hogar del pecado y el sufrimiento. ¿Tienen teorías?

¿Qué les pareció el cap. a ustedes?

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¡Besos!

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