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❪ veinticinco : corazón sangrante ❫

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✾ XXV. BLEEDING HEART ✾
Steve & Elvis & Eva & Lois

"Ya déjame en paz, no vas a triunfar. No debes pensar que me vas a domar."
Spirit
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Steve encendió su cigarrillo con dedos hábiles y lo colocó a una buena distancia de su boca, para poder darle caladas siempre que quisiera. Inmediatamente después de hacer aquello, su atención fue atraída hacia la puerta del estudio, por donde estaba entrando el manager de Elvis en conjunto con un montón de hombres de aspecto importante.

Todos ellos estaban hablando de las supuestas canciones de Navidad que Elvis cantaría, sin embargo, él y la esposa del cantante —quien estaba justo a su lado con una sonrisa disimulada— sabían que esas canciones navideñas nunca llegarían.

Eva entonces suspiró audiblemente y Steve se giró para observarla con las cejas arqueadas.

Ella tenía su cabello castaño ligeramente elevado en un peinado clásico de beehive y portaba un vestido negro que ocultaba parcialmente su embarazo. Sus brazos estaban cruzados frente a su pecho y sus ojos grises estaban observando fijamente hacia abajo, fuera del cristal.

Steve siguió su mirada y vio a los hijos de la castaña sentados a los pies de Erin, Jackie y Priscilla. Ésta última traía el cabello teñido de negro y tenía en brazos a una niña de ojos azules y cabello rubio claro que indudablemente era la hija del hombre ojiverde que estaba sentado a su lado. Sin embargo, el pequeño análisis de Binder quedó incompleto cuando el Coronel se dirigió a él.

— Empezaremos con Here Comes Santa Claus, ¿cierto, señor Binder? — preguntó el hombre, casi hablando en el oído del rubio.

Steve le dio otra calada a su cigarro.

— Los villancicos vienen después. — Se volvió ligeramente hacia uno de los trabajadores y ordenó: — Sube el 2.

En la planta baja, Howe estaba dándole instrucciones básicas al público reunido en torno al pequeño escenario en donde se presentaría Elvis, señalando los letreros, sus funciones y cómo debían de actuar en las grabaciones. Poco después de eso, por una de las puertas del set salió el afamado cantante, el cual se detuvo en su camino para besar la mejilla de su hija. Sin embargo, prácticamente todos pudieron sentir en sus venas una corriente electrificada en cuanto él entró, avisándoles que el show estaba por dar inicio.

— Damas y caballeros, con ustedes... ¡Elvis Presley!

El hombre del momento saludó al público mientras subía al escenario con su atrevido atuendo de cuero color negro. Éste último envolvía cada parte de su anatomía a la perfección, resaltando su estrecha cintura y su trasero. Su rostro ya era otro asunto. Un asunto deslumbrante para cualquiera que lo viera, bronceado, varonil y con un aire salvaje que erizaba los vellos de todos. Su cabello azabache no estaba tan engominado como de costumbre y estaba lacio y sedoso, con pequeños mechones negros cayendo sobre su frente.

Elvis sonrió y tomó su guitarra roja, acomodándola contra su pecho.

El mundo quedó en completo silencio, con los ojos de todos pegados a aquel evento histórico.

Los dedos del azabache rozaron ligeramente las cuerdas de la guitarra y tomó aire antes de soltar un profundo: — Well, since my baby left me... Well, I found a new place to dwell.

Steve sonrió y codeó a Eva, quien inmediatamente le devolvió el gesto.

— Gracias por esto — le agradeció la castaña en voz baja mientras veían el show. — Él lo necesitaba.

— Este es su momento — asintió Steve, manejando los controles y tomando pequeños tragos de Pepsi.

Tras ellos, la bola de hombres de la gran esfera comenzaron a quejarse con el Coronel acerca de que no parecía ser un especial de Navidad y Steve casi se carcajeó, a sabiendas de que ese momento nunca llegaría. Incluso tuvo que morderse el labio inferior cuando uno de ellos comentó que Elvis ni siquiera estaba usando el suéter navideño.

Tom Parker salió del cuarto y Steve vio de reojo cómo la figura de Eva se relajaba por fin en su asiento, como si la presencia del Coronel la pusiera en un nivel de máxima alerta. El rubio se alegró internamente de que la mujer pudiera darse un respiro y suspiró aliviado él mismo cuando vio la forma en la que los ojos grises de la política se iluminaban como fuegos artificiales mientras veía a Elvis cantar canción tras canción.

Si a Eva Kennedy le gustaba el especial, entonces a todos los demás también.

— Ha pasado mucho tiempo, bebé. Mucho tiempo.— comentó finalmente Elvis mientras se ponía cómodo en la única silla del escenario. Howe le puso un micrófono en frente y comenzó a hablar del rock and roll para después mirar en la dirección de Steve con una pequeña sonrisa traviesa —. Algo que tiene este especial de televisión es que me dejan hacer lo que quiera. Cantar la música que quiera — se maravilló con los ojos estrellados —. La música que amo. La música que me hace feliz.

Después de eso, los días se transformaron en semanas y las semanas en un mes e incluso Steve podía admitir que ver a Elvis en el escenario era como ver a un dios generoso extender sus manos hacia los pobres mortales del mundo. La forma en la que cantaba en su clásico acento sureño y voz profunda hipnotizaba a todos y era un gran tipo también, haciendo reír a carcajadas a los que lo oían en el set con sus ocurrencias: "I'm out of breath, wait a minute", "Man, I just work here!, "God, my lip!".

— Binder... — inició el Coronel uno de aquellos días de grabación.

— Haz el número de gospel, ahora — ordenó Steve a Elvis a través del micrófono, ignorando completamente lo que el panzón le estaba diciendo.

La canción comenzó y todos comenzaron a moverse al ritmo de la música, siendo seguidos de cerca por las cámaras que habían colocado previamente en su lugar. Y Bones y Steve se reclinaron en sus asientos, completamente cómodos y a sus anchas en sus terrenos. Este proyecto iba a ser una bomba.

¿Cómo lo sabían?

Gente importante se paseaba por el set todo el tiempo.

Gente como Jackie Kennedy y Marilyn Monroe.

Sin embargo, lo que más adelante en la historia sería recordado como el comienzo de una eterna rivalidad entre Steve Binder y Tom Parker dio inicio con un par de palabras cargadas de electricidad. La voz de la rebelión contra la de la codicia.

— Nada de esto va a estar en el especial — indicó el Coronel al equipo de directores y productores.

Todos lo miraron confundidos y luego miraron a Binder en busca de ayuda.

En ese momento, Steve volvió su cabeza hacia la de Bones y dijo: — ¿Puedes anotar que esto estará en el especial?

La mirada fulminante que Tom Parker le dirigió al rubio sólo lo hizo sonreír de oreja a oreja.

Steve era muy consciente de que estaba picando a propósito al viejo, pero no le importaba. En su opinión personal — y profesional —, el Coronel era una sanguijuela vil y asquerosa que se aprovechaba de Elvis Presley. Eso era algo que todos sabían, pero por alguna razón que el rubio ojiazul no entendía, nadie hacía nada al respecto.

Elvis no luchaba contra el agarre en el que lo tenía el hombre.

Eva estaba muy ocupada en la campaña presidencial de su hermano como para hacer algo al respecto.

Priscilla parecía ser muy tímida como para alzar la voz.

Erin era el niñero del grupo.

Y al final del día, los únicos que activamente hablaban en contra del Coronel eran Jackie Kennedy y el propio Steve. Oh, la querida Jackie con sus inquisitivos ojos avellana y elegancia siempre cuestionaba los métodos del manager de Elvis y Steve cada día trataba de molestar al Coronel con el kung fu en las escenas y ni hablar de los bailes de burdel.

Era una dinámica divertida e interesante la que se mantenía en el set de grabación, sin embargo, todas las cosas buenas se acaban tarde o temprano.

El día que lo cambió todo empezó como todos los anteriores: rieron, rodaron las tomas y rehicieron algunas escenas. Sin embargo, el destino no estaba de su lado (ni lo había estado nunca). En aquel momento, Steve no podía físicamente decir las palabras a Elvis. No así, y no después de escuchar la noticia en la radio.

Steve se había dado cuenta de que Eva lo significaba todo para Elvis. Esto rompería todo lo que todos ellos conocían.

—Algo horrible sucedió —admitió finalmente, su voz apenas más que un susurro. Se acercó a Elvis, dudando antes de alcanzar sus hombros con sus manos. —Ven conmigo, tienes que ver — suplicó.

La brillante sonrisa de Elvis se atenuó antes de preguntar: —¿Qué ha pasado?

Steve no sabía lo que debía decir, así que dijo la verdad. —Le han disparado a Kennedy.

El silencio de Elvis fue desconcertante. Aplastante. No sólo porque no se compartiera nada más verbalmente entre ellos, sino porque ninguno podía sentir el ruido blanco de los pensamientos del otro en su mente. Steve prácticamente podía escuchar la superficie de la cabeza de Elvis palpitando con el conflicto, igual que con cualquier otra persona, pero no se sentía bien al sentir tan poco viniendo de él. No se sentía bien que se quedara tan inseguro de lo que quería decir, o de lo que pretendía hacer. Nada de esto se sentía bien.

Ambos empezaron a correr cuando escucharon gritos horrorizados provenientes de la sala de televisión.

Los niños.

Cuando Steve entró en la habitación, era tal y como había temido. Los ojos grises de Lois y John estaban pegados a la pantalla que tenían delante y de sus bocas rubí se escapaban pequeños hipidos. El canal de las noticias estaba encendido y las luces iluminaban con un brillo horrible las caras de los niños Presley mientras lloraban con la voz del reportero de fondo.

Han disparado a Bobby Kennedy.

Han disparado a Bobby Kennedy.

Han disparado a Bobby Kennedy.

Steve cruzó la habitación a zancadas y cubrió los ojos de Lois y John con sus manos, impidiéndoles ver más de la noticia y protegiéndolos de la crudeza del mundo en el que vivían. Ese día, Steve Binder los protegió de la cruda verdad porque Erin y Jackie no estaban en el set y tampoco Priscilla.

Steve cerró los ojos mientras sostenía a los niños. Su corazón latía con fuerza cuando se movió alrededor de sus pequeñas figuras, el órgano latía rápido y fuerte con el suspenso. De miedo, incluso, porque el hecho de que Eva Kennedy no estuviera en el set con ellos llorando a mares sólo significaba una cosa: había estado con su hermano en el momento del tiroteo.

El rubio giró ligeramente la cabeza hacia la derecha para vislumbrar el rostro de Elvis y allí estaba.

Un sollozo brotó de los labios rosados de Elvis y cuando las lágrimas de cristal cayeron de sus ojos azules, Dios lloró al unísono.

Así lo supo Steve.

Eva había estado allí.

🫐🫐🫐

El momento en el que se desató el hechizo y se rompió la fachada de calma de Elvis fue cuando en la pantalla pasó una grabación de vídeo de lo ocurrido en el tiroteo. Y ahí estaba: Ted, el nuevo guardaespaldas de Eva, se aferraba con fuerza al cuerpo de la ojigris mientras ésta intentaba zafarse de sus brazos al oír las balas que volaban por el aire. Eva intentaba claramente correr hacia Bobby mientras gritaba, el sonido era áspero y penetrante y estaba lleno de miedo.

Era tan diferente del silencioso jadeo de Eva en el momento en que le dispararon junto con Jack cinco años atrás, pero no era menos inquietante, hacía que el corazón de Elvis tartamudeara de miedo mientras miraba, paralizado, lleno del mismo miedo que lo golpeó en Hollywood tantos años atrás mientras lloraba en los brazos de Priscilla con hijos aferrados a él porque no entendían lo que había pasado.

En el televisor, Ted no dudó en arrastrar a Eva con fuerza fuera de la escena, y fue casi como a cámara lenta como Eva se desplomó en sus brazos y todo lo que Elvis pudo hacer fue gritar y pensar "otra vez no" antes de caer de rodillas directamente al suelo.

La conmoción lo desgarró, atravesando su rosado corazón, pero Elvis mantuvo sus ojos azules fijos en su esposa, la expresión de Eva aterrorizada, el cabello castaño azotando su rostro, gritando y chillando con todas sus fuerzas. Esta vez, él sabía que tenía que hacer algo cuando ella volviera.

No podía cometer el mismo error que la última vez.

No podía quedarse paralizado.

Tenía que hacer algo diferente.

(Las cosas cayendo alrededor de Eva, su pelo volando alrededor de su cara, los ojos grises brillantes, y sus propios gritos mientras intentaba consolarla, desesperado por alcanzarla, intentando atraparla en su dolor, tan lento y a la vez tan rápido).

(El momento en que los ojos grises de Eva se cerraron, una aceptación silenciosa, justo antes de que él la abrazara, pero no antes de que su hermoso corazón chocara con el duro y frío suelo).

(Los gritos de rabia que salieron de la boca de su esposa, resonando por toda la caravana de Hollywood, mucho más fuertes por las paredes, un sonido que perseguiría a Elvis para siempre, tanto en sus momentos de vigilia como en las pesadillas en las que no consigue calmarla y se aferra a su cuerpo, como si acunarla tan estrechamente contra él le devolviera a la antigua Eva, como si su calor se transfiriera a ella, como si el latido de su corazón volviera a poner en marcha el suyo).

Elvis sabía que Bobby siempre había odiado ser siempre el Lancelot de la Ginebra de Eva. Había querido ser Arturo, Aquiles y Ulises, todo en uno. No ser un segundón, ni un frío consuelo. En cambio, era uno de los hermanos que aún no habían muerto.

Por eso, cada vez que Bobby estaba de mal humor, cada vez que Eva le llamaba con lágrimas en la boca, él le devolvía la canción de Camelot.

—...simplemente no hay un lugar más agradable... que aquí en Camelot...

Bobby consiguió su deseo finalmente. Se convirtió en Arturo. Hizo el viaje sin retorno. Le dispararon antes de tiempo. Eva tendría que enterrarlo también.

Nunca pudo quedarse con él, con ninguno de ellos.

En ese momento, en Elvis despertó el deseo de hacer lo correcto, de ser una persona buena y con sentido, de ser, tan simple como sonaba y tan imposible como era en realidad, feliz. Y en el transcurso de las horas que pasaron, su corazón bajó del pecho al estómago. Por la tarde le invadió la sensación de que nada estaba bien, o nada estaba bien para él, y el deseo de estar solo. Al anochecer se sintió realizado: solo en la magnitud de su pena, solo en su culpa sin rumbo, solo incluso en su soledad. No estoy triste, se repetía una y otra vez, no estoy triste. Como si algún día pudiera convencerse a sí mismo. O engañarse a sí mismo. O convencer a los demás: lo único peor que estar triste es que los demás sepan que lo estás. No estoy triste. No estoy triste. Porque su vida tenía un potencial ilimitado de felicidad, en la medida en que era una habitación blanca y vacía. Y a media tarde le invadió de nuevo el deseo de estar en otro lugar, ser otra persona, en otra parte. No estoy triste.

La suave respiración de Lois en su cuello fue lo que hizo que Elvis saliera de su asombro y notó que la mano aún pequeña de John se entrelazaba con la suya. Su hija estaba metida en su regazo y su hijo tenía la cabeza apoyada en su hombro.

—Papá —susurró Lois, con la voz ligeramente quebrada por las lágrimas que habían brotado de sus hermosos ojos grises unas horas antes. —Te quiero, por favor, no me dejes. Nunca.

Elvis la miró. —Yo también te quiero, Lou —murmuró. —Y siempre estaré aquí para ti.

—Quiero que mamá vuelva —lloriqueó la niña suavemente.

El brillo rosado de los labios de Lois, el gris febril de sus ojos lo estremecieron. No había ni una línea en ninguna parte de su cara, nada arrugado o encanecido; todo nítido. Lois era invierno, llena de plata y nieve. La muerte envidiosa bebería la sangre de su dulce hija y volvería a ser joven.

Lois lo miraba, con sus ojos profundos como la tierra.

—¿Vendrá pronto mamá a casa? —Preguntó.

El dolor interminable del amor y la pena. Tal vez en alguna otra vida Elvis podría haber mentido, podría haberse arrancado el pelo oscuro y haber gritado, y haber apagado el televisor delante de los dos mientras Eva subía al escenario. Pero no en esta.

—No lo sé —susurró. —Vamos a escuchar lo que dirá en su discurso.

El alivio apareció en el rostro de Lois y se acercó a Elvis. El hombre de ojos azules dejó que su querida hija lo abrazara, dejó que los apretara a lo largo tan cerca que nada, excepto John, cabía entre ellos.

En la pantalla, Eva cerró la distancia entre el micrófono y ella, mirando directamente a las cámaras que estaban frente a ella. Sorprendentemente, su vestido no era negro como Elvis había esperado, sino que era de un rojo escarlata intenso que cubría parcialmente su abdomen hinchado por el embarazo. Sin embargo, en su brazo había un trozo de tela negra, que probablemente simbolizaba la muerte de su hermano. Pronto, su boca se abrió y comenzó a hablar.

—Quiero decirles a todos los estadounidenses que estoy viva. Que estoy aquí, en California, donde mi hermano fue tiroteado hace unas horas. Su asesino anda suelto, pero lo encontraremos. —La conmoción que probablemente había sentido empezó a dar paso a la furia. —Quiero decirle a la gente que si piensa por un segundo que algo no está mal en nuestro país, se está engañando. Porque hay gente que quiere matarnos. —Sus manos salieron automáticamente, como para indicar todo el horror que la rodeaba. —¡Esto es lo que hacen y debemos defendernos!

—Hay gente buena que lucha y muere por ello. Estoy aquí hoy para deciros que vuestras esperanzas y sueños no murieron con Bobby. Mi mensaje para ustedes es este: Ya he vivido una vida sin esperanza, en el barro, en las sombras, en una habitación, en un vestido de seda. Nunca más me someteré. Nunca dejaré de luchar por lo que mis hermanos quisieron crear. —El bello rostro de Eva estaba marcado por la rabia y el dolor. —Pensamos que podíamos ser personas normales en una época indecente. Pero nos equivocamos. El mundo es cruel, y la única moral en un mundo cruel es el azar. —Levantó una moneda y la lanzó al aire. —Sin prejuicios. Justo. —Eva gritaba ahora, decidida. —¡Me presentaré a las elecciones en el senado para Nevada y nos curaremos juntos! ¡Juntos siempre!

Steve apagó la televisión antes de que culminara el discurso, por fin atreviéndose a entrar a aquella recámara de nuevo. Elvis susurró un "Dios mío" mientras abrazaba a su hija y miraba al joven muchacho rubio al que había llegado a considerar amigo. La realidad lo golpeó como una cachetada por segunda vez en todo el día mientras su corazón se apretaba en su pecho.

Eva acaba de declarar la guerra.

Eva no tiene miedo.

Eva podría morir si sigue por ese camino.

— Escucha... — comenzó Steve, encarándolo directamente por primera vez en horas. — Quiero decir que ésta nación está herida, está perdida, ¿entiendes? Necesita una voz para ayudarla a sanar. Tenemos que decir algo — declaró con una firmeza juvenil que le recordó con mucha claridad a Elvis que el muchacho rubio tenía tan sólo 21 años de edad. — Tú... tienes que decir unas palabras, E.P.

Elvis bajó la cabeza con un suspiro.

— El señor Presley no hace declaraciones — intervino el Coronel, quien también había estado esperando en la puerta a que terminaran de charlar, pero no pudo resistirse a detener ese tren del pensamiento. — Él canta Here Comes Santa Claus y le desea a todos feliz navidad y buenas noches.

Steve se puso rojo de la rabia, pero no dijo nada. Sus ojos azules miraron a Elvis una vez más antes de salir de la recámara con John en sus hombros como si se tratara de un saco de papas y la pequeña mano pálida de Lois entrelazada con la suya en una búsqueda inútil de comfort mutua. Eso dejó a Elvis a solas con su manager.

— Pobre Eva — se lamentó Parker —. Qué tragedia. Es trágico. — Acomodó algunos utensilios en los estantes y jugó ligeramente con su bastón dorado. — Pero no tiene nada que ver con nosotros.

Elvis frunció el ceño y dejó lo que estaba haciendo de lado, abriendo las cortinas rojas y volviendo su cuerpo completo para encarar al Coronel. Su cabello negro caía libremente sobre su frente y sus ojos azules cerúleos prácticamente flameaban lenguas de fuego ardiente.

— Tiene todo que ver con nosotros — rebatió el pelinegro, colocándose frente al espejo.

— No creo que debamos hacer declaraciones sobre política o religión...

— Al doctor King le dispararon muy cerca de Graceland mientras yo le cantaba a las tortugas. Y ahora esto. — despotricó como nunca antes en su vida lo había hecho. — ¿Y usted sólo puede pensar en cuántos malditos suéteres se venderán? — preguntó encolerizado y con la cara ligeramente crispada.

— Soy un promotor — el Coronel se encogió de hombros como si fuera obvio. — A esto me dedico.

Elvis perdió la paciencia y azotó su vaso de bebida contra la mesita del tocador, gritando: —¡Y yo soy Elvis Presley! ¡A esto me dedico!

— Huh — tarareó Parker, mirando a Elvis casi con curiosidad —. El señor Binder te ha metido ideas con sus amigos hippies — dictaminó. — ¿Crees que cantar tus canciones viejas vestido con piel negra, sudando, murmurando incoherencias a la audiencia fue un buen show?

— Coronel, yo sé cuando estremezco a la audiencia —espetó el ojiazul, irguiéndose completamente en su lugar.

— Eso no era una audiencia.

— Claro que lo fue — la voz normalmente sofisticada de Jackie interrumpió la perorata del manager de Elvis. — Y lo que ocurre en el mundo de la política tiene mucho que ver con nosotros, señor. ¡Eva Kennedy es su esposa, por todos los santos!

Los ojos azules de Elvis se abrieron como platos al ver a Jackie entrando a la habitación. Definitivamente no esperaba verla y lo esperaba aun menos ahora que Bobby estaba muerto. Aun así, ahí estaba ella, alzando la voz en su defensa.

— ¡Nos demandarán si no hay canción de Navidad! — exclamó el Coronel.

— Entonces que lo hagan — lo desafió la esposa de Erin, cruzándose de brazos.

— Te van a demandar a ti entonces — el Coronel señaló a Elvis con un dedo amenazador —. Porque yo ya no seré tu representante.

Elvis asintió lentamente y tarareó un suave "huh". — Como guste, Coronel.

Parker les dio una última mirada fulminante antes de cerrar la puerta tras él. En ese momento, Jackie se acercó a Elvis y colocó una de sus manos en el hombro del pelinegro, atrayendo su atención de nuevo hacia ella con ese pequeño gesto. Ella lo miró con sus almendrados ojos verdes llenos de entendimiento y él sintió que podría llorar de nuevo.

—La gente está muriendo, Jackie —susurró Elvis con voz ronca. —¿Qué debería hacer?

Jackie suspiró.

—Aguanta, Elvis. Canta —le aconsejó ella sin retractarse en sus pasos. —El Coronel te odiará por ello, pero esa es la gracia de ser Elvis Presley, puedes ser el marginado. —Sus manos temblaron un poco mientras respiraba profundamente. —Puedes hacer la elección que nadie más puede hacer, la elección correcta.

Elvis asintió. —Ven conmigo.

Jackie arqueó una ceja pero diligentemente, lo siguió a la sala de grabación donde se sentó junto a él en el piano. El hombre de ojos azules a su lado jugó un poco con las teclas mientras empezaba a cantar Here Comes Santa Claus con una nota triste en su profunda voz. Sin embargo, Jackie levantó inmediatamente la vista cuando se encendieron las luces del piso superior al suyo.

Steve presionó el botón del micrófono con una mano mientras la otra sostenía aún la mano de Lois en un gesto reconfortante.

—Estamos listos para el número de mañana, ¿no, E.P.? —preguntó al aire, con su voz reverberando en la sala. —Es algo... bastante familiar, ¿o no?

Elvis dejó de jugar con las teclas y volvió su cara hacia el de Steve en el piso de arriba.

—El reverendo me dijo: "Cuando decir algo sea muy peligroso... canta".

Y Jackie sonrió cuando ella, Elvis, Bones y Steve se sentaron en el piso a escribir una canción.

Las lágrimas vinieron y cayeron. Por encima de ellos, las constelaciones giraban y la luna recorría su cansado curso. Allí se tumbaron, golpeados e insomnes, mientras las horas pasaban.

🫐🫐🫐

Eran casi las dos de la mañana y Eva Kennedy no podía conciliar el sueño para salvar su vida. No, sus pensamientos orbitaban alrededor de una persona y sólo una persona.

Sirhan Sirhan.

La policía lo había atrapado hacía unas horas y lo habían trasladado a la cárcel del estado... había que hacer algo.

Concedido, ella iría al infierno por esto pero ella quería la venganza. No lo hacía por interés propio... a Bobby le habían disparado ante sus propios ojos, al igual que a Jack. Eva se negaba a dejar que ese maldito hombre fuera simplemente a la cárcel, especialmente cuando ella tenía los medios para interferir.

Decidida, se levantó y tomó su tarjeta de identificación.
Eva se puso rápidamente la ropa negra. No sería bueno ser detectada por los civiles.

El viaje a la prisión duró poco menos de media hora. Personalmente, a Eva le encantaba esta hora de la noche. Rara vez se molestaba a los que hacían sus necesidades, a menos que parecieran una presa fácil. Aparte de un borracho bocazas que se desplomaba contra un bar cerrado, llegó a su destino sin ser molestada.

Entregó un rollo de billetes a los oficiales a cargo y continuó su viaje. Realmente esperaba atrapar a Sirhan mientras dormía. Era mucho más fácil someter a un objetivo inconsciente.

Pero se enorgullecía de ser adaptable, y esta vez no era diferente.

Todas las celdas vacías compartían un amplio espacio con barrotes metálicos. Eva se preparó para abrir la puerta que conducía a la celda del asesino de su hermano, pero para su sorpresa, la puerta ya estaba abierta.

Eva escudriñó por última vez su entorno antes de deslizarse dentro de la celda.

Cuanto más se acercaba a la pared, más lentos eran sus pasos. No estaba segura de estar oyendo bien, pero se oían sollozos apagados. Sí. Un sollozo claro.

Eva se congeló al escuchar el sonido de una voz. Una masculina. No era Sirhan.

Invadida por la curiosidad, recorrió la distancia que le quedaba, con una mano rodeando la pistola metida en la parte trasera de su falda negra.

Cuando se asomó por la esquina, Eva casi perdió el agarre del arma.

—Tú... ¿qué estás haciendo aquí?

Sirhan estaba atado y amordazado a una silla, con el pelo revuelto y las lágrimas brillando en un flujo interminable por su cara. Lo que parecía un paño de lavado había sido introducido profundamente en su boca y parcialmente en su garganta.

Pero Eva apenas le prestó atención.

—¡Eva! —exclamó Ted, enderezándose desde su posición inclinada sobre la pequeña cama de la celda. —Qué coincidencia. Le pediría a Sirhan que te ofreciera unos bocadillos pero... está un poco... atado...

La boca de Eva se abrió y se cerró varias veces. Su mirada giraba entre Sirhan y su guardaespaldas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Repitió.

A Eva no le gustaba que la sorprendieran.

—Bueno, si quieres saberlo — contestó el ojiazul, llevándose el capuchón de un bolígrafo a la boca. —Sirhan y yo estábamos escribiendo la nota de suicidio más sentida que verás jamás. No te emociones, no es mía. Es un verdadero material para el Premio Pulitzer hasta ahora, ¿no es así, Sirhan?

Ted le dio una palmadita en la cabeza con una mano enguantada, la sonrisa se amplió cuando el hombre renovó sus sollozos frenéticos, moviendo la cabeza de un lado a otro.

Lo que sonó como un "por favor" se escapó de detrás de su mordaza. Sus ojos llenos de lágrimas miraban implorantes a Eva.

—Oh, ahora te callas —reprendió Ted, golpeando la punta del bolígrafo contra su frente. —O te cortaré la lengua y te daré algo por lo que gritar de verdad.

Si podía ser posible, los sollozos de Sirhan se volvieron más erráticos.

Eva vio cómo la angustia contorneaba sus rasgos. Se reajustó antes de aventurarse a dar un paso adelante.

—Parece que estamos aquí por razones similares —probó. —¿Podría... quedarme un rato?

Ted se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Cuantos más, mejor.

Los gritos de Sirhan se reanudaron cuando Eva se acercó a él, con una jeringa en la mano.

Ted apoyó un codo en la mesa, contentándose momentáneamente con observar el proceso.

—Es morfina — explicó ella, pinchando la vena de Sirhan con la punta de la aguja antes de presionar el émbolo. —Rápido, impersonal.

Ted silbó, observando con gran interés los rápidos cambios de expresión del otro hombre.

—Dímelo directamente, ¿va a sufrir mucho?

Eva se alegró de que Elvis o sus hijos no estuvieran allí para presenciar su sonrisa. No creía que quisieran estar cerca de ella en mucho tiempo.

—Sí, con tu ayuda, lo hará.

—Impresionante —elogió Ted, ofreciéndole un aplauso. —Sabía que la noche era aún joven. Sólo que no podía entender lo que faltaba. ¿Qué te parece, Sirhan? ¿Eva lo hizo bien?

El hombre se ahogaba en sus propios gritos, balanceándose hacia adelante y hacia atrás en la silla; los ojos inyectados en sangre miraban un horror desconocido.

—Bien, bien —murmuró Ted para sí mismo, volviendo su atención al trozo de papel bajo su palma.

—¿Una nota de suicidio? —preguntó Eva, ignorando temporalmente a Sirhan y acercándose cautelosamente a su guardaespaldas de ojos azules. —Creíble, espero. Esto no puede ser ligado de ninguna manera contigo o conmigo —susurró con dureza.

— Confía en mí.

Luego, Eva se arrodilló frente a Sirhan para obtener una visión más íntima de su rostro, ignorando los ruidos y gruñidos de Ted para sí mismo mientras retomaba la nota de suicidio.

Para cuando llegaron las tres de la noche, Ted había redactado con éxito el borrador final de una digna despedida. Sirhan estaba apenas coherente, con los ojos permanentemente abiertos; toda conciencia de la realidad extinguida. Su miedo le había reducido temporalmente a un estado vegetativo e inconsciente.

—Veo que sabes cómo hacer esto —dijo finalmente Eva, mirando a Ted con el rabillo del ojo.

—Puedes irte a casa si quieres —murmuró su guardaespaldas al ver su expresión disgustada, así que ella le dejó para que se encargara de todo.

A Ted no le costó mucho esfuerzo mover la mano de Sirhan sobre la hoja para firmar de acuerdo con lo que él había escrito. De acuerdo, la firma era algo fea, pero ¿qué otra cosa esperaba la gente de un individuo con problemas mentales?

Una vez terminado esto, el joven de ojos azules sostuvo el cuerpo sobre la silla mientras terminaba el nudo de la cuerda. Lo envolvió cómodamente alrededor de la base de un ventilador de techo. Sirhan estaba tan fuera de sí —para no volver jamás— que le dejó manejar su cuerpo como quisiera.

No pasó mucho tiempo antes de que el cuello del palestino fuera forzado en el lazo y apretado hasta el punto de casi cortar el oxígeno.

Ted se apartó del producto terminado. Sirhan sólo tenía la silla bajo sus pies que le impedía morir.

Entonces, levantó su pierna derecha y sacó la silla de debajo de los pies de Sirhan.

En las últimas 24 horas todo cambió para bien o para mal.

Bobby murió.

Eva se postuló en el Senado.

Elvis escribió una canción de protesta.

Sirhan Sirhan fue asesinado.

Marilyn Monroe se suicidó.

Este era el comienzo de una nueva era.

🫐🫐🫐

Lois Presley no era ajena al canto.

Llevaba cantando en el coro de la iglesia desde los 9 años y el cura siempre la felicitaba, diciendo que tenía un talento otorgado por dios, porque sólo Dios habría sido capaz de regalarle semejante voz a tan temprana edad. Por todo ello, Lois sabía cantar y poner todos sus sentimientos en ello, sabía inclinar la cabeza y agarrar el rosario en su cuello con sus dedos pequeños.

Pero hacerlo en un funeral le hacía querer voltear el estómago y le sudaban las palmas de las manos de los nervios. Especialmente si dicho funeral era el de su tío, el querido tío Bobby Kennedy, que murió mucho antes de tiempo. Gracias a Dios, su padre tenía su gran mano envolviendo la de ella mientras ambos subían al escenario y de alguna manera eso la hacía sentir mejor.

El tío Bobby siempre había sido bueno y valiente y verdadero y Lois sentía que estaba a punto de llorar para siempre porque Bobby nunca más la llevaría sobre su hombro y nunca lo volvería a ver bajo la luz del sol riendo. Esto le hizo recordar el deja vu de la muerte de su otro tío y lo mucho que Lois lo había querido. Cómo había pensado que él era su dulce padre cuando era sólo una niña y cómo todavía lo veía en sus sueños. Jack siempre le dedicaba encantadoras sonrisas y encantadores susurros: "te amo".

Incluso ahora, Lois era joven pero no demasiado ingenua.

Sabía que algo grande y trascendental estaba sucediendo a su alrededor, sólo que no lograba captar qué era. ¿Era su madre que iba a dar a luz a un nuevo hermano? ¿Era su padre, más grande que la vida, con su voz profunda? Lois no lo sabía, pero de alguna manera, los ojos de su madre parecían opacos y su padre parecía intentar rebelarse contra una fuerza extraña e invisible.

John también lo notaba, pero a menudo mantenía la boca cerrada.

Esa era la diferencia radical entre ellos. A menudo se comparaba a Lois con su madre en su aspecto y todo el mundo parecía pensar que su destino estaba en el mundo de la política. Por su parte, su hermano menor era una extraña mezcla de su padre y su tío Jack, con el pelo cobrizo y la boca llena de rosas que sólo podía ser herencia de su padre. Pero la verdad era que Lois se parecía mucho más a su padre de lo que John se parecería nunca. Ella era todo risas burbujeantes, piernas danzantes y carisma encantador mientras que su hermano estaba lleno de amor por el fútbol, los libros de cuero y una timidez entrañable.

El aire se precipitó a sus pulmones y Lois vio la cara de su madre en la multitud que estaba roja de tanto llorar y pensó que tenía que hacer esto por ella. Su dulce madre había visto morir a dos de sus hermanos delante de sus propios ojos y Lois quería darle algo tierno para curar su corazón y su pena porque la quería tanto que podría haber muerto por ella, sólo para que su madre fuera feliz.

—Loving him is like driving a new Maserati down a dead end street, faster than the wind, passionate as sin, ending so suddenly. Loving him is like trying to change your mind once you're already flying through the free fall. Like the colors in autumn, so bright, just before they lose it all. —su voz sonaba infantil pero sonaba verdadera y fuerte. —Losing him was blue, like I'd never known. Missing him was dark gray, all alone.

Más lágrimas cayeron de los ojos de la madre de Lois al escuchar la canción, y la joven niña lloró también, sintiéndose cruda y herida bajo la mirada ávida del Coronel, que acababa de ver algo maravilloso.

Lois Presley sabía cantar.

🫐🫐🫐

El dolor de Eva por la muerte de Bobby se vio ensombrecido por el inminente nacimiento de su nuevo y último hijo. La mujer de pelo castaño gimió mientras sus ojos grises se abrían de golpe. Tenía la cabeza caliente y húmeda, resbaladiza por el sudor. Jackie se cernía sobre ella y sentía un paño húmedo sobre su frente.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —Se había desmayado por el dolor que le había desgarrado la parte inferior sin previo aviso. —¿El bebé? ¿Mi bebé? ¿Dónde...?

—Tienes que ser paciente. —La voz de Jackie llegó desde un lado. Eva giró la cabeza con pereza y se encontró con la mujer de ojos verdes retorciendo un trapo sobre una olla humeante. —El bebé aún no está aquí.

—No —Eva lloró. —¡Por qué no ha salido todavía!

—Sé fuerte, querida. —Jackie agarró la mano de Eva con dulzura, tratando de calmarla. —Tú eres fuerte y el niño heredará tu fuerza. Ten fe en tu bebé. Ten fe en ti misma.

El calor nadaba por su cabeza. —¿Está Elvis aquí?

—Está grabando una canción para ti —dijo Erin con mala cara. —Su manejo del tiempo deja mucho que desear, pero Steve está seguro de que es sólo cuestión de horas. Elvis vendrá.

—¿Quién más está aquí?

—Sólo Erin y yo —murmuró Jackie a través de los labios apretados.

—Trae a Elvis aquí —suplicó Eva con las mejillas sonrosadas y el cuerpo sudoroso. —Haz que se escabulla de alguna manera.

Jackie dudó un segundo, pero al ver la expresión de su cara, asintió y se apresuró a salir. Eva pudo oírla hablar con alguien, pero el dolor ardiente la recorrió de nuevo. Agarrándose a la sábana blanca, gritó, todas las palabras se perdieron bajo la ola que la invadió.

Elvis tiene que estar aquí. No he tenido tiempo de planear nada, qué puedo hacer...

Permaneció en la cama de felpa, el dolor la desgarraba y casi la partía en dos de la pura fuerza. Erin y Jackie insistieron en que empujara, pero Eva no podía imaginar cómo, aunque sabía que tenía que hacerlo si quería sobrevivir.

Un rato después, Elvis entró por fin a toda prisa por las puertas de madera, vestido con un traje blanco y una corbata roja, con las mejillas sonrojadas y los ojos enloquecidos mientras su pelo negro, normalmente engominado, le caía sobre la frente.

Eva estaba abatida, enfermizamente pálida y cubierta de un brillo de sudor translúcido. Ella le miró y él se animó al ver unos ojos de acero.

—¿Cómo fue la canción? —preguntó ella.

—La canción es para ti, mama. —Elvis tragó saliva, las palabras eran difíciles y amargas de decir. —Una canción para recordar a los que murieron.

—Me haces feliz. —Los ojos de Eva brillaron con lo que Elvis identificó como amor en su forma más pura. —Estoy tentada de pedirte que me cantes aquí y ahora.

—Escucharás la canción más tarde—le recordó Elvis con una voz dulce mientras besaba sus pálidas mejillas. —Sobrevivirás a esto —le aseguró, viendo los nervios en la cara de su mujer.

Elvis sabía de dónde provenía esa preocupación, ¿cómo no iba a saberlo? El nuevo bebé que ahora intentaba salir del vientre de Eva había sido una sorpresa ya que su esposa tenía ahora treinta y siete años y tener hijos a esa edad era alarmantemente peligroso. Los médicos les habían dicho casi avergonzados que después de haber dado a luz a este bebé, Eva nunca más tendría la capacidad de volver a estar embarazada. Nunca.

Eva se rió débilmente, mostrando sus dientes perlados. —Mi madre, Rose Kennedy, dio a mi padre diez hijos. No puedo imaginar cómo... este puede matarme. —Ella giró la cabeza para alejarse de él, pero Elvis siguió oyendo sus palabras. —Mejor que muera yo que el niño... ¿es ese el coste de esta vida?

—Eso no es cierto, Eva—insistió Jackie adelantándose y mirando a la hermana de Jack con ojos preocupados. —Sobrevivirás a esto. Es sólo un bebé.

Eva volvió a soltar una risita, la histeria tiñendo su voz. —Siempre son sólo bebés. —De repente, su espalda se arqueó y soltó un grito sonoro, luego se desplomó sobre la cama

—¡Eva!

Eva Kennedy estaba flotando en un mar negro de la nada, que se convirtió en un mar de fuego a su alrededor.

No moriré aquí, se ordenó Eva. Ni tampoco mi hijo.

Un mero deseo, el fuego a su alrededor reprendió. ¿Estás segura de que no morirás?

—No. Soy la hermana de John F. Kennedy, la descendiente de una línea de gente fuerte, la madre de dos hijos amados. Soy la amada de Elvis. No moriré aquí. No me consumirás.

Declaraciones audaces de alguien que fracasó tanto antes.

—He aprendido. Soy fuerte. Tengo el legado de mi familia en mi mano y no dejaré que se me escape.

El humo gris y espeso se reunió alrededor de Eva. ¡Qué lengua más atrevida! ¿Qué tienes que ofrecer?

—¡Soy Eva Fitzgerald Kennedy! —Ella tronó. —No ruego. Exijo. Viviré. Mi hijo vivirá. Prosperaré y mejoraré, al igual que este niño y todos mis hijos. Conocerán el beso de sus amados, el peso de sus propios hijos en sus brazos. Mis hijos doblarán este país y todos se inclinarán ante ellos: ¡serán el amanecer de una nueva era!

Grandes serán, las llamas estuvieron de acuerdo, porque ese fue el trato hecho. Pero, nos preguntamos... ¿qué de tus palabras es profecía? ¿Y qué es el deseo?

Antes de que Eva pudiera preguntar sobre el trato, pudiera averiguar más sobre los enigmas y secretos de su vida, se produjo un chasquido, un sonido tan grande y poderoso que parecía que iba a destruir el mundo.

Ella abrió los ojos. Las ventanas estaban abiertas, y tenía a una niña, su hija, amamantando su pecho.

—Eva. —La profunda voz de Elvis estaba llena de asombro, con los ojos azules fijos en la niña. —Mira a nuestra hija. —Señaló con el dedo a la pequeña bebé y Eva también le miró con ojos curiosos y corazón feliz.

Eva ladeó la cabeza y prestó verdadera atención a su hija menor. La bebé era de piel clara, con un ligero espolvoreo de pelo negro en la cabeza; aunque sus ojos estaban bien cerrados, Eva estaba dispuesta a apostar que eran de color azul Presley. Alargando la mano, la mujer de pelo castaño rozó con un dedo la piel desnuda del brazo de la bebé, maravillada por su suavidad.

—Si quieres, puedo cantarte ahora —ofreció Elvis, estirándose para tomar a su hija.

—Cántame —susurró Eva mirándole con los ojos entrecerrados. Amor, dulce amor.

Elvis acomodó sus brazos como su esposa le indicó, y, cuando ella le dio a la bebé, todo lo que pudo hacer fue mirarla fijamente. No había pensado en la bebé mientras Eva había estado embarazada; era sólo un nuevo niño, una agradable sorpresa. Ahora, al igual que cuando nacieron sus hijos mayores, sintió que su corazón estaba a punto de explotar.

Besó las mejillas de la bebé y cantó suavemente: —Out there in the dark, there's a beckoning candle, yeah —su voz arrulló ligeramente a Eva, que cerró los ojos con una tierna sonrisa de sueño en sus rosados labios. —Out there in the dark, there's a beckoning candle, yeah. And while I can think, while I can talk, while I can stand, while I can walk, while I can dream. Oh, please let my dream —Elvis miró a Eva a través de su oscuro flequillo de pestañas y se maravilló del cómo ella parecía ser suave como una flor sagrada con su cuerpo tallado en mármol. —Come true.

Eva Kennedy era como una estrella, nada más que un hermoso eco de la muerte.

—Se llama Jessie — le informó ella.

—Jessie —repitió Elvis lentamente, saboreando el nombre familiar en su boca. —¿Como mi hermano?

—Sí.

Elvis se limitó a asentir; no le importaba especialmente cómo llamaran al bebé. Si Eva deseaba llamar a su hija con algún nombre Presley en lugar de uno Kennedy, él no se opondría; no era como si tuviera ideas propias. No sintió exactamente la abrumadora felicidad que Eva obviamente sentía al olvidar que otro de sus hermanos había sido asesinado unos meses antes, pero algo parecido a la adoración ardió en su pecho cuando su hija abrió los ojos, mirándolo con los ojos azules más puros que jamás había visto, los mismos ojos que él veía en el espejo cada mañana.

🫐🫐🫐

La cama estaba caliente debajo de ella, pero Eva seguía agarrando las sábanas y las mantas con los puños cerrados. Elvis se había marchado hacía media hora, dejándola con sus pensamientos. Durante horas, Eva se había olvidado del hecho de que Bobby había muerto delante de sus ojos, al igual que Jack antes que él.

Pero incluso entonces, la muerte de Bobby se sentía misteriosamente diferente.

Las lágrimas frescas no caían de sus ojos grises como con Jack y aún no se había quebrado bajo la presión. Por qué, Eva no lo sabía. En efecto, había amado a Bobby hasta el punto de casi asesinar a alguien en un arrebato de venganza. Entonces, ¿qué era diferente? ¿El embarazo? ¿Cómo había madurado Eva? Era un misterio que no quería resolver, porque no podía soportar la idea de no amar a Bobby tanto como había amado a Jack.

—No me fío del Coronel —dijo ella, saliendo de sus propios pensamientos y mirando los rasgos querubines de su hija recién nacida. A su lado, Jackie se enderezó lentamente y Erin se alejó un paso de la puerta. Eva los miró a los dos por el rabillo del ojo, y un lado de su cara sonrió sombríamente.

—¿Qué... quieres decir? —preguntó Erin.

—Esa es la pregunta que ambos han estado pensando todo este tiempo, ¿no es así? —Dedujo Eva agradablemente. —Ya sabes a qué me refiero, Erin. Has visto la forma en que el Coronel mira a Elvis y a Lois, como si fueran una mina de oro.

Erin pareció captarlo y se limitó a asentir mientras Jackie permanecía en silencio con los ojos cerrados mientras pensaba en lo que Eva acababa de decir. Por su lado, la mujer de ojos grises tocó ligeramente la mejilla de su hija y Jessie se volvió hacia ella, con los labios rosados fruncidos en su sueño tranquilo.

Tan preciosa, tan frágil. Jessie necesitaba que su madre la protegiera de todo, como antes lo hicieron sus hermanos. Y esta vez Eva lo haría. No le fallaría a esta niña porque estuviera triste o ligeramente drogada, simplemente no podía. No otra vez.

Jessie se parecía más a Elvis a diferencia de cualquiera de sus otros hijos, decidió Eva mientras se mordía el labio inferior. Eso le hizo desarrollar un punto de ternura especial por su hija; alimentó a la bebé de ojos azules con su propio pecho y se aseguró de que estuviera siempre acurrucada y calientita en sus mantas rosas. No se permitía que nadie más la tocara, excepto Jackie, Erin y Priscilla.

Y Elvis.

—Y no me fío de Elvis con él— añadió Eva con su pelo castaño cayendo en cascada a su espalda, rizándose un poco en las puntas y resaltando su cara en forma de corazón y sus grandes y bonitos ojos grises que ahora tenían un filo frío. — Amo a Elvis pero no puedo confiar en él —admitió, casi en un susurro.

—¿Es la plenitud del amor de una madre lo que te afecta? —Preguntó Jackie con voz curiosa, dejando caer su cabeza sobre el pecho de Erin y mirando a su amiga más joven con los ojos entrecerrados por el cansancio. —¿Por tu hija no tienes energía para Elvis?

—Jackie, por favor—resopló Eva, un sonido tan extraño para ella que Jackie casi se echó para atrás por lo raro del sonido. —Quiero a Elvis tanto como antes. Pero no... —Chasqueó la lengua, tratando de encontrar las palabras, desistiendo con frustración y sacudiendo la cabeza. Después de un momento Eva lo intentó de nuevo.

—Solía pensar que... si me casaba con Elvis, si tenía un hijo y me convertía en senadora... la vida sería... sería mi triunfo. —Eva se mordió el labio rosado en un profundo pensamiento, pero continuó sin embargo con voz temblorosa. —Pero no funciona así, ¿verdad? — Se volvió hacia su hija.

—No lo entiendo —admitió Jackie y Eva rió en respuesta. Al momento siguiente, Elvis volvió a entrar en la habitación y Eva se volvió, con el rostro florecido como una flor que se abre al sol. Su sonrisa deslumbró a todos cuando Elvis entró por la puerta, cuya propia sonrisa de vuelta fue igualmente radiante. El pelinegro besó las pálidas manos de su esposa y, mientras Jackie y Erin se marchaban, Jackie se volvió y vio a Elvis levantando a su hija, riendo mientras la bebé se despertaba y gimoteaba.

Durante mucho tiempo, Jackie trató de entender la mirada de Eva mientras hablaba en aquella habitación. Había habido amor, y dolor, y algún atisbo de alegría. Decisión, fuerza... necesidad emocional...

Y entonces Jackie se dio cuenta, con la ayuda de Erin, de cuál había sido la última emoción.

Cálculo.

Era algo maligno, ágil y juguetón como un animal de presa.

Ahora recuerda siempre esto: Cuando el diablo hizo la guerra en los cielos, hasta los ángeles tuvieron que caer.

¡Buenas!

Bro, este es el capítulo más largo que he hecho de STARBOY con 8,000 y tantas palabras... WTF.

En este capítulo pasaron un montón de cosas y uff no sé ni por donde comenzar. Lol, después de semejante capítulo no vuelvo a actualizar como en un mes JAJAJA.

¿Qué les pareció el cap. a ustedes?

Si les gustó, por favor no se olviden de dar click en la estrellita y/o dejar un comentario.

¡Besos!

Lois & Elvis

Y... MI POLOLO

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