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❪ catorce : john f. kennedy ❫

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✾ XIV. JOHN F. KENNEDY ✾
Eva & Elvis & Jack

"Hoy vamos rumbo al mar, que algún día fue mi hogar. Qué maravilla que haya nacido un ser así, de tierra y mar".
— La Sirenita II
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Noviembre había traído vientos más fríos a Washington D.C. y también feroces días de lluvia al azar, lo que indicaba que probablemente nevaría en diciembre. Era el décimo día del mes y había llovido antes en la madrugada, por lo que fuera olía a petricor y la hierba verde brillaba con pequeñas gotas transparentes de agua.

Todo el mundo estaba dentro de sus casas bebiendo chocolate caliente mientras fuera el viento frío aullaba con anticipación, con corrientes de aire salvajes que soplaban desde el cielo grisáceo que se cernía sobre sus techos. Sin embargo, en el interior de una de esas hermosas casas, una nueva vida estaba siendo dada, sin importar el salvaje clima de afuera.

Jackie Kennedy miró a Eva desde entre sus piernas, tratando de no dejar que su alivio se filtrara en su rostro.

— Siete —le dijo a la mujer más joven. —Tienes siete centímetros.

—Oh, gracias a Dios —gimió Eva, y extendió los brazos. Jackie se quitó los guantes y la ayudó a levantarse, sin molestarse en sugerirle que se pusiera su falda.  Habían pasado más de doce horas desde la última vez que se la había puesto, y Jackie estaba bastante segura de que Eva no volvería a ponérsela al menos hasta que el bebé estuviera aquí.

La mujer mayor observó, divertida y agotada, cómo Eva empezaba a hacer saltos. No tenía ni idea de si alguno de los ejercicios que Eva había estado haciendo estaba ayudando en absoluto, pero ninguna de las dos había dormido en lo que parecían años, y Eva llevaba una eternidad de trabajo de parto. Si pensaba que algo iba a acelerar el proceso, Jackie no iba a detenerla.

—Voy a buscar algo de comer —le dijo Jackie. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habían comido? No lo sabía.  Pero definitivamente había pasado demasiado tiempo.  —¿Qué quieres que te traiga?

Eva le dijo que no podía comer, ¿acaso estaba loca? Así que Jackie se preparó un sándwich y cogió unas galletas para su amiga, deleitándose con la tranquilidad de la cocina por un momento. Se pasó una mano por su pelo corto y oscuro, sin importarle que a estas alturas fuera un auténtico desastre.

La mujer tenía ojeras oscuras alrededor de sus ojos color avellana y a estas alturas había renunciado a intentar llevar un vestido. En su lugar, llevaba una bata rosa que le llegaba a sus delgadas pantorrillas y era tan mullida que Jackie quería quedarse allí para siempre.

Sin embargo, una serie de maldiciones llegó desde el dormitorio, indicando que Eva estaba teniendo otra contracción, así que Jackie se guardó las galletas bajo el brazo y mordió su sándwich mientras se dirigía a su sala de partos improvisada.

Por su parte, Eva gritaba. Todo le dolía, estaba empapada de sudor frío y estaba bastante segura de que morir le dolería menos. Gritar no hacía que doliera menos y no ayudaba a que el bebé saliera, pero era satisfactorio.

Así que gritó con todas sus fuerzas.

La contracción terminó y se desplomó contra las almohadas mullidas que tenía atrás. Jackie le ofreció un vaso de agua con trozos de hielo y ella la miró con cansancio en sus ojos grises, ignorando el vaso ofrecido. Su cabello castaño estaba hecho un desastre en su cabeza gracias al sudor y en conjunto con el cansancio que demostraban sus ojos, parecía una muerta en vida.

—Lo estás haciendo bien, Eva —le aseguró Jackie, dándole una mordida a su sándwich. —Unos cuantos empujones más y entonces estará hecho.

Maldita sea si Jackie sabía que realmente estaba a punto de terminar de dar a luz. Eva pensaba discutir con ella, porque discutir y gritar a la mujer de su hermano probablemente se sentiría casi tan bien como gritar sola, pero entonces le sobrevino otra contracción.

Cuando terminó, se permitió recuperar el aliento antes de levantarse lo suficiente como para mirar a su amiga de nuevo.

—Joder —le dijo Eva, con la voz enronquecida por los gritos.  —Esto es lo peor. Elvis apesta.

—Elvis apesta —coincidió Jackie con las cejas arqueadas. Estaba sentada de nuevo, pareciendo casi tan agotada como se sentía Eva, y eso no era jodidamente justo. Jackie no era la que estaba sacando un maldito bebé de su vagina. No se le permitía estar cansada.

Debió decir eso en voz alta, porque Jackie suspiró y se quitó los guantes, poniéndose de pie y llegando a su lado en un par de zancadas. Eva frunció el ceño tras ella, siguiéndola con sus ojos grises y preguntándose qué demonios estaba haciendo.

Jackie tenía el teléfono en su pequeña mano cuando se giró hacia ella y se lo entregó.

—Elvis apesta —repitió, acomodándose de nuevo cerca de los pies de Eva y pasándose una mano por el cabello corto. —Grítale a él en vez de a mí.

🫐🫐🫐

Elvis levantó la vista de las piezas metálicas de la pistola que Erin le había ordenado que juntara cuando el primer grito llegó a través del teléfono que tenía pegado a la oreja. Había estado esperando a que Eva le hablara durante unos segundos, como solía hacer, y ahora el miedo golpeaba su corazón. Era Eva, sí, pero sonaba como si estuviera sufriendo mucho, pero ¿por qué? ¿Qué estaba pasando?

Erin estaba al otro lado de la habitación, y se encontró con su mirada asustada antes de acercarse a sentarse junto a él. El rubio pasó su largo brazo por los hombros de Elvis sin decir nada, y se sentaron allí mientras el pavor los invadía a los dos. La nueva amiga de Erin, que se llamaba Priscilla, entró en la sala con el mismo sigilo que su contraparte y se acomodó en el suelo.

Elvis había conocido a la amiga de Erin hacía un mes en una fiesta en la base militar. No sabía y no se había atrevido a preguntar a la joven dónde había conocido a su rubio amigo de ojos verdes, pero le había estrechado la mano sin problemas. Priscilla era más pequeña que Erin por ocho años y también más chica que Elvis por dos, y había sido tan dolorosamente tímida en el principio que el cantante de ojos azules había sentido compasión por ella.

Sin embargo, donde Erin iba, Priscilla lo seguía.

Y eso significaba que esa chica tímida era ahora también su amiga por asociación.

El grito de Eva se cortó abruptamente, lo cual le hizo volver a la tierra, y entonces ella sólo jadeó, y Elvis no estaba seguro de si era mejor o peor.

Estás bien, Eva. Tan cerca. — La voz de Jackie Kennedy resonó a través del auricular del teléfono.

—¿Qué demonios? —susurró Erin con su oreja pegada a la del pelinegro para poder escuchar, y Elvis tuvo que estar de acuerdo. La dulce voz de Jackie no había aclarado nada. ¿Por qué iba a decirle a Eva que estaba bien cuando estaba tan claro que no lo estaba?

Maldito. Seas. Elvis. —Eva sonaba destrozada, su voz raspando las palabras alrededor del auricular y escuchándose tan fuerte que incluso Priscilla la escuchó. —Diez. Malditas. Horas. Llevo diez malditas horas aquí.

A Elvis le pareció que su corazón se detenía, y sintió que Erin le apretaba el hombro.

—¿Va a tener el bebé? — preguntó Priscilla en un susurro, con los ojos azules muy abiertos.

Erin asintió.

Te odio tanto, muñeco —continuó Eva, y Elvis cerró los ojos con vergüenza. No la culpaba. Él también se odiaría a sí mismo. No recordaba todo sobre cuando Lois nació, pero sí lo suficiente como para saber que cualquier cosa por la que Eva estuviera pasando ahora mismo no era agradable. —Joder. Jack.

El nombre de su hermano fue un gemido doloroso, y Elvis se estremeció cuando se convirtió en otro grito.

Te tengo — dijo su hermano, con una voz más suave de lo que solía ser. —Vamos, Eva. Necesito que empujes.

Elvis reprimió los celos que brotaban, de que fuera John Kennedy quien estuviera allí para ella en lugar de él. No importaba ahora. El bebé iba a nacer de cualquier manera. Lo conocería a él o a ella dentro de dos años. Todo lo que importaba ahora era que Eva tenía a alguien, y los Kennedy de más edad parecían saber realmente lo que estaban haciendo.

Eva iba a estar bien y su bebé iba a estar bien y él iba a verlos a ambos dentro de dos años.

Eva dejó de gritar, y Jackie volvió a hablar, sus palabras apresuradas y mezcladas con un tinte de emoción.

Eva, estás muy cerca, ¿vale? Puedo ver su cabeza.

Elvis jadeó al teléfono pero nadie contestó del otro lado, y Priscilla inclinó la cabeza y empezó a rezar en voz baja. Su cabeza. La cabeza de su bebé. Jackie pudo ver la cabeza de su bebé.

Sólo un par más y se acabará, ¿si?

No. —Fue un medio sollozo lo que salió de la boca de Eva, y le rompió el corazón a Elvis en mil pedazos. —No. Ya no quiero hacer esto, Jackie. Renuncio. He terminado. Voy a tomar una siesta. No voy a tener el bebé hoy. He terminado. Ayúdame a levantarme.

Eva—Jack estaba tranquilo, relajado incluso. —Hermana, oye. No puedes dejarlo, ¿vale? Este bebé no va a esperar. Lo sabes.

No. Yo-ah-no puedo. —Eva suplicó, su voz teñida de dolor. —No puedo, Jack. No puedo hacer esto.

Sí, puedes. Estoy aquí, Eva. No voy a ir a ninguna parte. Sólo un par de empujones y podrás sostener a tu bebé, ¿de acuerdo?

Eva volvió a gritar, a chillar, y Elvis sintió que iba a desmayarse o a vomitar. Tal vez ambas cosas, como la primera vez.

—¡Su cabeza está fuera! —Jackie gritó por encima de los sollozos de Eva, y Elvis dejó de respirar. —Vamos, Eva. Una más. Un gran empujón más y está hecho.

El grito de Eva fue más fuerte que los otros, resonando en el teléfono.

—¡Sí! Sí. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, Eva. Ya está aquí. Está aquí. Ya está.

Erin le sacudió el brazo, sonriéndole, pero el silencio que siguió sólo se llenó con los jadeos de Eva, e hizo que se le pusiera la piel de gallina en los brazos a Elvis.

—Está demasiado silencioso —murmuró Priscilla, expresando lo que Elvis estaba pensando. —¿Por qué no está llorando? —preguntó con lágrimas en los ojos.

—Joder —respiró Erin, sujetando con más fuerza los hombros de Elvis.

Eva también pareció darse cuenta de que algo iba mal. —¿Jackie?

Vamos —suplicó Jackie con la voz llorosa. —Vamos, bebé. Respira para mí. Vamos.

Nadie respiraba en el cuarto de Elvis en la base alemana del Ejército, y los segundos se alargaron tanto que las lágrimas cristalinas comenzaron a acumularse en los ojos del pelinegro. Elvis enterró su cara en sus manos e inhaló aire profundamente, temeroso de que su hijo no estuviera vivo, tal y como había pasado con su gemelo fallecido, Jesse.

Todos descansaron al oír el primer llanto, el primer sonido de la vida que él había ayudado a crear.

Aquí está, Eva. Extiende tus brazos.

— Oh...

La llamada telefónica se cortó, y Elvis supuso que Eva había dejado caer el teléfono en favor de sostener al bebé, su bebé.

—Es un niño —susurró Elvis, sintiendo que una sonrisa se extendía por su cara a pesar de las lágrimas. —Es un niño.

🫐🫐🫐

Eva intentaba no dormirse con todas sus fuerzas. Estaba más agotada de lo que se había sentido en mucho tiempo, pero no podía dormir hasta que volviera a ver a su bebé, hasta que Jackie y Jack lo trajeran de vuelta después de haberle lavado toda la sangre de su cuerpo.

Ahora estaba tumbada como un saco de papas en su cama, y era a la vez lo más y lo menos cómodo que había sentido nunca. Todo le dolía, y quería dormir por lo menos durante el próximo año.

Por supuesto, el hecho de que tuvieran un bebé recién nacido significaba que dormir durante las próximas horas ni siquiera estaba garantizado.

—¿Ves? Te dije que te iba a devolver a tu mamá.

Eva se obligó a abrir los ojos y sintió que una sonrisa se extendía por su rostro cuando su hermano y la esposa de éste entraron en la habitación. Su hijo estaba acunado en los brazos de Jack, envuelto en una manta.

El bebé era más grande de lo que Lois había sido en su momento, y el bulto que Jack le entregó era ligeramente pesado. Estaba dormido, y Eva le pasó el dedo por su redondeada mejilla. Sintió que el colchón se hundía mientras Jackie se desplomaba sobre la otra mitad de la cama.

—Hola —susurró Eva, inclinándose para presionar un beso en la frente rosada de su hijo. —Soy tu mami. Te amo, ¿si?

Lo abrazó durante unos instantes, observando cómo los ojos de su hijo daban vueltas bajo los párpados. Sus propios ojos grises se cerraban cada vez con más frecuencia, y fue cuando bostezó que Jack le dio un codazo.

—Deberíamos meterlo en la cuna e irnos a dormir —le dijo en voz baja, arrastrando las palabras por el sueño que también intentaba apoderarse de él.

Eva estuvo de acuerdo, y Jack se levantó lentamente para recuperar al bebé y meterlo en la cuna que habían elegido unos meses antes, y Eva ya estaba medio dormida cuando su hermano sacó a su esposa de la cama para llevarla a su propio dormitorio.

—Gracias, Jack —susurró ella cuando él le besó la mejilla. Todo le dolía demasiado y Elvis no estaba aquí para consolarla. Ella se quedó dormida antes de que el cobrizo se acostara al otro lado de la cama para hacerle compañía durante la noche.

🫐🫐🫐

El bebé lloriqueaba ligeramente y Eva empezó a moverse sobre las sábanas blancas de la cama, pero Jack le susurró que se quedara. Ella acababa de darle de comer no hacía mucho. Él conseguiría que se volviera a dormir lo más pronto posible para no volver a molestar a su hermana.

Levantó al bebé de la cuna de madera oscura en la que había estado durmiendo, haciéndole callar mientras el ojiverde lo arropaba contra su pecho. Lo hizo rebotar suavemente mientras salía de la habitación, recorriendo los pasillos hasta que volviera a dormirse.

Jack estaba agotado. Estaba seguro de que Eva estaba aún más agotada, y estaba bastante seguro de que pasaría mucho tiempo antes de que tuvieran una noche completa de sueño. Pero no se atrevía a volver a la cama todavía.

Acabó en su estudio, y se encontró sentado frente al teléfono, pulsando los números necesarios para comunicarse con la base en Alemania.

—Hola —saludó cuando escuchó la voz de Elvis al otro lado, sin despegar la mirada del bebé. Lo había apoyado entre sus muslos, y era tan pequeño que no le llegaba a las rodillas. — Eva tenía el teléfono antes, pero no sé lo que has oído. Tu bebé está aquí.  Tienes un hijo. —El bebé se retorció y Jack le pasó el dedo por la cara. —Es tan pequeño. Es la persona más pequeña que he visto, al igual que lo fue mi Caroline. Es del tamaño normal de un bebé. Lo pesé y lo medí.  Pero es tan pequeño.

—Lois también era pequeña — compartió Elvis con una voz feliz, reflejando la emoción de Jack.

Jack esperó a que Elvis terminara de balbucear acerca de lo feliz que estaba, limitándose a observar al bebé. —Es perfecto, Elvis. Es decir, ahora mismo está todo rosa, pero eso es sólo por haber nacido y se arreglará solo.  Tiene mi pelo. Mucho pelo grueso y cobrizo. Aunque podría oscurecerse todo, así que no me haré ilusiones. Y, tiene los ojos grises como los de Eva y Lois, pero muchos bebés nacen con los ojos grises y luego cambian de color. —Se rió suavemente. —Así que es un montón de información que no significa nada.

— No me importa que la información sea inútil. Gracias por decírmelo —susurró el hombre al otro lado del teléfono con la voz ligeramente entrecortada por la emoción. Jack le oyó arrastrar los pies, así que supuso que se estaba moviendo de un lado a otro. —¿Cómo está Eva? —Preguntó, su acento sureño haciendo acto de presencia.

—Eva está bien. Está durmiendo ahora mismo. Sólo quería asegurarme de que sabías que ambos estaban bien, que tu hijo estaba aquí. Eva quería llamar ella misma, pero estaba muy cansada. Llamará por la mañana.

El bebé hizo una especie de ruido con la boca y Jack sintió que un lado de su boca se movía hacia arriba mientras sus ojos verdosos se llenaban de lágrimas.

—Está bien —habló Elvis y luego confesó con un sonido ahogado: —Echo de menos a Lois.

—Lois es maravillosa —susurró el hombre de pelo cobrizo, recordando vívidamente la imagen de su pequeña sobrina de ojos grises, que de momento parecía la doble de Eva. —Ella realmente lo es. He sostenido a tus dos hijos, Elvis. Y he oído llorar a Eva y la he visto dormir y le he cambiado el pañal. Es una linda niña.

Pasó un momento tranquilo entre ellos y Jack miró con curiosidad al hijo de su hermana con sus grandes y simpáticos ojos verdosos. Su tocayo ocupaba ahora el mismo aire que él y Jack podía sentir a su sobrino moviéndose en su regazo. Por muy gracioso que fuera, realmente parecía que Jack había sido clonado y replicado en un nuevo cuerpo.

El bebé tenía los ya clásicos ojos grises cuarzo y las mejillas rubí de Eva. Pero las similitudes terminaban ahí. Y aunque Jack había esperado ver algunas similitudes con Elvis en este nuevo bebé, no había ninguna notable a la corta edad de su sobrino, ni siquiera los labios carnosos que Lois había heredado definitivamente de su padre y que se notaban desde que había nacido. En cambio, su sobrino tenía una mata de pelo cobrizo brillante que tiraba más al rojo que al amarillo, como él.

Y, Jack no se sentía como él mismo en ese momento, ¿cómo iba a hacerlo si su sobrino se parecía más a él que a su propio padre? El estómago de Jack se retorció dolorosamente por alguna razón desconocida ante ese pensamiento.

—Jack, ¿cuál es el nombre del nuevo bebé?

—Eva eligió su nombre —informó el susodicho, manteniendo su voz baja. —Es John Elvis Presley —compartió con una pequeña sonrisa.

Elvis se quedó en silencio, aspirando una profunda bocanada de aire mientras sus lágrimas de añoranza y alegría comenzaban a deslizarse por sus mejillas, cayendo en su uniforme verde del ejército.

—Elvis, voy a hacer todo lo que pueda para mantener a tus hijos a salvo —prometió Jack solemnemente, sonriéndole q su tocayo. —Voy a ayudar a Eva a mantenerlos vivos y felices, y tú vas a conocer a John algún día, ¿de acuerdo? Así que mantente vivo y regresa para que puedas conocerlo.

—Sobreviviré —rió Elvis, sintiéndose lleno de dicha desde la muerte de su madre. —Y volveré. Gracias, Jack.

Y con eso, el cobrizo colgó el teléfono con una respiración temblorosa, y sonrió al bebé mientras lo levantaba de nuevo contra su pecho.

El hijo de Eva era su eco.

E incluso cuando John Presley creciera y cantara tan bonito como su padre con el pelo teñido de negro, la gente no pasaría por alto las similitudes que tenía con Jack. Se alegrarían y aplaudirían cuando ese mismo joven de ojos grises se convirtiera en senador de Florida; todo el mundo occidental pondría el grito en el cielo cuando se revelaran sus raíces cobrizas.

Esa sería la carga constante de su sobrino.

Llevaría la cara ovalada de su padre y se parecería a un hombre que llevaría mucho tiempo muerto con su pelo cobrizo brillando al sol y hablando de política y Camelot. Te pareces a tu padre, diría la gente en un susurro reverencial cuando pasara por su lado y John Presley respondería de la misma manera. ¿A cuál de los dos? ¿Hablaban del cantante de ojos azules con acento sureño o del político de oro que murió demasiado pronto?

—Vamos a llevarte a la cama.

¡Buenas!

La escuela me va a matar, pero bueno, no antes de terminar este fic.

¿Qué les pareció el cap. a ustedes? Jack me encanta 😭. Y... próximo capítulo, POV del Coronel.

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¡Besos!

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