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capítulo 1:

capítulo 1:

Tatooine.

Los soles ardían en un cielo azul y sin nubes, bañando las inmensas llanuras desérticas del planeta con una intensa luz blanca. Los resplandores que arrancaban al desierto se elevaban de la lisa superficie arenosa en un húmedo rielar de calor abrasador para temblar entre los gigantescos acantilados y los promontorios solitarios de las montañas que constituían el único accidente geográfico del planeta.

Nítidamente definidos, los monolitos se alzaban como centinelas que montaran guardia entre una calima acuosa.

Cuando los módulos de carreras pasaban junto a ellos con un fragor de motores, el calor y la luz parecían hacerse añicos, y se hubiese dicho que hasta las mismas montañas temblaban.

Anakin Skywalker llegó a la curva del circuito detrás de la que se alzaba el arco de piedra que marcaba la entrada al Cañón del Mendigo, en la primera vuelta de la carrera, y empujó las palancas impulsoras, transmitiendo un poco más de energía a los motores. Los cohetes en forma de cuña vibraron con un nuevo estallido de
impulsión: el derecho se estremeció con mayor violencia que el izquierdo, con lo que el módulo en el que iba sentado Anakin se inclinó hacia la izquierda pues de otra forma habría sido imposible superar la curva. Anakin se apresuró a corregir el rumbo para enderezar el vehículo, dio un poco más de energía a los motores y atravesó el arco. Una estela de arena acompañó su llegada, llenando el aire con relucientes nubes de partículas que giraron y danzaron a través del calor. Anakin entró en el cañón, la palanca de control firmemente empuñada en una mano mientras los dedos de la otra revoloteaban sobre los controles.

Todo era increíblemente rápido. Un solo error, una sola decisión equivocada, y Anakin quedaría fuera de la carrera y tendría mucha suerte si no moría. Y precisamente en ello residía la emoción. ¡Tanta energía y tanta velocidad pendientes de las órdenes de sus dedos, y ningún margen para el error! Dos enormes turbinas impulsaban un frágil módulo y a su conductor sobre llanuras arenosas, alrededor de escarpadas montañas, en vertiginosos descensos por cañadas llenas de sombras y por encima de abismos aterradores en una serie de mareantes curvas y saltos ejecutados a la mayor velocidad posible. El módulo estaba unido a los motores por una serie de cables de control, y hebras de energía corrían de un motor al otro. Si cualquier parte de los tres chocaba contra algo sólido, toda la estructura se desintegraría en una erupción de fragmentos metálicos y una llamarada de combustible para cohetes. Si una sola parte se desprendía, todo habría terminado.

Una sonrisa iluminó el rostro del joven Anakin, que transmitió más energía a los impulsores.

Delante de él, el desfiladero se estrechaba y las sombras se volvían más oscuras.

Anakin se lanzó sobre la ranura de claridad que conducía a las llanuras, manteniéndose pegado al suelo allí donde había más espacio. Si volaba alto, corría el riesgo de chocar contra las paredes del desfiladero. Eso era lo que le había ocurrido a Regga el mes anterior en una carrera y aún estaban buscando los trozos.

A él no le ocurriría.

Anakin volvió a empujar las palancas impulsoras y salió de la brecha para entrar en las llanuras con un aullido de motores.

Sentado en el módulo con las manos sobre los controles, Anakin podía sentir cómo la vibración de los motores se deslizaba a lo largo de los cables de control para llenarlo con su música. Envuelto en su improvisado mono de vuelo, con su casco de carreras, sus anteojos y sus guantes, se hallaba tan incrustado en su asiento que podía sentir el tirón del viento en la piel del módulo debajo del él. Cuando volaba a tales
velocidades, Anakin nunca se limitaba a ser el conductor de un módulo de carreras o un mero implemento de éste, sino que se fundía con el todo, y motores, módulo y él quedaban unidos de una manera que era incapaz de explicar. Anakin percibía cada pequeña palpitación, cada bamboleo, cada tirón y temblor de los remaches y las hebras, y siempre sabía qué le estaba ocurriendo a su vehículo de carreras en cada momento. El módulo le hablaba en su propio lenguaje con una mezcla de sonidos y sensaciones, y aunque no usaba palabras, Anakin podía entender lo que le decía.

Y a veces, o eso le parecía a él, incluso sabía lo que iba a decir antes de que hubiera hablado.

Un destello de metal anaranjado adelantó a su módulo por la derecha, y Anakin vio llamear ante él la inconfundible X partida de los motores de Sebulba mientras su módulo le despojaba la delantera que había logrado obtener gracias a una salida más rápida de lo habitual. Anakin frunció el ceño, disgustado consigo mismo por aquella momentánea pérdida de concentración y sin poder evitar la aversión que le inspiraba el otro corredor. Sebulba, larguirucho y patizambo, era un ser tan retorcido por dentro como por fuera, un peligroso adversario que vencía con frecuencia y disfrutaba obteniendo victorias humillantes sobre los demás. Sólo durante el último año aquel dug había causado más de una docena de colisiones, y sus ojos relucían con un perverso placer cuando contaba esas historias a otros corredores en las calles polvorientas de Mos Espa. Anakin conocía muy bien a Sebulba, y sabía que debía tener mucho cuidado con él.

Volvió a empujar las palancas impulsoras, proporcionando todavía más energía a los motores, y salió disparado hacia delante.

Mientras veía reducirse la distancia que los separaba, Anakin pensó que tampoco ayudaba en nada el hecho de que él fuera humano o, lo que era todavía más grave, que fuese el único humano que había llegado a tomar parte en las carreras de módulos. Se suponía que estas, la máxima prueba de valor y habilidad de Tatooine el espectáculo deportivo favorito de los ciudadanos de Mos Espa, superaba la
capacidad de cualquier ser humano. Tener muchos brazos y articulaciones multisegmentadas,zarcillos oculares, cabezas capaces de girar ciento ochenta grados, y cuerpos que se retorcían como si carecieran de huesos proporcionaba unas ventajas que los humanos nunca podrían soñar en superar. Los corredores más famosos, los mejores de una rara estirpe, eran seres de formas y constituciones extrañísimas acostumbrados a correr riesgos que rozaban la locura.

Pero Anakin Skywalker, aunque no se pareciese en nada a esas criaturas, poseía tal comprensión intuitiva de las habilidades exigidas por aquel deporte y encontraba tan naturales sus exigencias, que el que careciese de esos otros atributos no parecía importar en absoluto. Aquello era un misterio para todos, y una fuente de disgusto y creciente irritación para Sebulba en particular.

El mes anterior, en otra carrera, el astuto dug había intentado empujar a Anakin hacia la pared de un acantilado. Si no lo consiguió fue únicamente porque Anakin notó que Sebulba le estaba aproximando por detrás y desde abajo, con una
sierranavaja ilegal extendida para cortar el cable de control derecho de su módulo, y se elevó antes de que la sierra pudiera causar algún daño. Su huida le había costado la carrera, pero le permitió seguir con vida. Anakin aún no había superado la irritación que le produjo tener que cambiar una cosa por la otra.

Los corredores se deslizaron por entre antiguas columnas y entraron en el suelo del estadio erigido junto a Mos Espa. Pasaron bajo el arco del vencedor, dejando atrás hilera tras hilera de gradas llenas de espectadores que los vitoreaban, androides de mantenimiento, centros de reparaciones y los palcos desde los que los hutts contemplaban el espectáculo en aislado esplendor por encima de la plebe. Desde su puesto de observación en una torre centrada sobre el arco, el troig de dos cabezas que desempeñaba las funciones de anunciador estaría gritando sus nombres y posiciones a la multitud. Anakin lanzó una rápida ojeada a las siluetas y entrevió figuras borrosas que se esfumaban detrás de él tan deprisa como si fueran un espejismo. Shmi, su madre, estaría entre ellas, preocupada siempre. No soportaba que su hijo tomara parte en las carreras, pero nunca podía resistir la tentación de ir a verle correr. Shmi jamás lo decía, pero Anakin sospechaba que su madre creía que el mero hecho de que estuviera allí evitaría que se hiciera daño. Hasta el momento, el truco había dado resultado. Anakin había sufrido dos accidentes y en una ocasión no logró llegar a la meta, pero seguía ileso después de más de media docena de carreras. Y, además, al chico le gustaba que su madre estuviera allí. La presencia de Shmi le proporcionaba una extraña confianza en sí mismo a la que prefería no prestar demasiada atención.

Por otra parte, tampoco tenían elección. Anakin corría porque era un gran
corredor y porque Watto era perfectamente consciente de ello, y Anakin haría todo lo que Watto le pidiera que hiciese. Ese era el precio que pagaban los esclavos, y Anakin Skywalker llevaba toda la vida siéndolo.

El Cañón del Arco alzaba su enorme boca ante él, una masa de rocas que llevaba a la Garganta de los Riscos, un tortuoso canal que los corredores debían atravesar de camino a las llanuras que había al otro lado. Sebulba se encontraba justo delante de él, manteniendo su módulo pegado al suelo mientras intentaba interponer un poco de distancia entre su vehículo y el de Anakin. Detrás de éste, y siguiéndole de cerca, había tres corredores más desplegados sobre el horizonte. Un rápido vistazo reveló a Mawhonic y Gasgano, con Rimkar persiguiéndolos en su extraño módulo-burbuja. Los tres estaban ganando terreno. Anakin se dispuso a dar más potencia a los impulsores, pero no llegó a hacerlo. Estaban demasiado cerca de la garganta. Un exceso de impulsión allí, y tendría problemas. Dentro del canal el tiempo de reacción quedaba comprimido hasta casi desaparecer. Era mejor esperar.

Mawhonic y Gasgano parecían opinar lo mismo, y se limitaron a colocar sus módulos detrás del de Anakin mientras se aproximaban a la fisura entre las rocas. Pero Rimkar no quería esperar y rebasó a Anakin con un rugido de motores una
fracción de segundo antes de que entraran en el desfiladero, y desapareció en la oscuridad.

Anakin niveló su módulo, elevándose un par de metros por encima del suelo lleno de rocas de canal, y permitió que su memoria y sus instintos guiaran su travesía. Cuando corría, todo lo que le rodeaba parecía ir más despacio en vez de acelerarse. Por mucho que uno intentara imaginárselo, enseguida descubría que la realidad no se parecía en nada a lo que había esperado encontrar. La roca, la arena y las sombras desfilaban a toda velocidad en una loca confusión de formas, y aun así Anakin podía verlo todo con absoluta claridad. Todos los detalles parecían volverse más nítidos, como si estuvieran siendo iluminados por aquello mismo que debería haber hecho que resultaran tan difíciles de distinguir. Anakin pensó que casi habría podido conducir con los ojos cerrados, tan elevado era su nivel de sintonía con cuanto le rodeaba y su conciencia del lugar en el que estaba.

Recorrió el canal a toda velocidad, entreviendo los fugaces destellos carmesíes con que las toberas de Rimkar iluminaban las tinieblas. Muy por encima de ellos, el cielo era una brillante franja azul desplegada sobre el centro de la montaña, con la delgada cinta de claridad que brotaba de él volviéndose un poco más tenue a cada metro que descendía, de tal manera que cuando llegaba hasta Anakin y los otros corredores apenas si conseguía disipar la oscuridad. Y aun así Anakin se sentía en paz, absorto en sí mismo mientras conducía su módulo, con cuyos motores formaba un único ser entregado al zumbido y el palpitar de su vehículo y a la caricia aterciopelada de los pliegues de oscuridad que lo envolvían.

Cuando emergieron nuevamente a la luz, Anakin empujó las palancas impulsoras y se lanzó en pos de Sebulba. Mawhonic y Gasgano le seguían muy de cerca. Rimkar había alcanzado a Sebulba y estaba intentando rebasarlo. El flaco dug elevó ligeramente sus motores para arañar el módulo de Rimkar con ellos, pero la carcasa curvada del vehículo de éste resistió el empujón sin verse afectada. Los dos corredores atravesaron las llanuras a toda velocidad, dirigiéndose hacia el Abismo de Metta. Anakin siguió reduciendo la distancia, alejándose de Mawhonic y Gasgano. La gente podía decir lo que quisiera de Watto -y había muchas cosas malas que decir de él-, pero tenía muy buen ojo para los corredores. Los enormes motores aceleraron obedientemente cuando Anakin aumentó el aflujo de combustible a las toberas, y unos segundos después ya se había puesto a la altura de la X partida de Sebulba.

Lo que uno debía hacer en los abismos, como sabían todos los corredores, era ir acumulando velocidad durante el descenso para sacar ventaja a sus oponentes, pero no hasta el extremo de que después no pudiera salir del picado y volver a nivelar el módulo antes de que se incrustara en las rocas que esperaban abajo. Por eso Anakin se sorprendió cuando vio que Sebulba interrumpía el descenso antes de lo habitual. Un instante después sintió que los gases expulsados por los motores de la X partida chocaban contra su módulo. El traicionero dug sólo había fingido frenar y después se había elevado deliberadamente hasta colocarse por encima de Anakin y Rimkar, usando su estela para lanzarlos contra la cara del risco.

Rimkar, pillado totalmente por sorpresa, empujó las palancas impulsoras en una reacción automática que lo llevó directamente hacia la montaña. Fragmentos metálicos del módulo y los motores salieron despedidos de las rocas en una lluvia de fuego, dejando una larga cicatriz negra sobre la superficie azotada por las tormentas de arena.

Anakin podría haber seguido el mismo destino de no ser por sus instintos. Antes de que atinara a darse cuenta de lo que estaba haciendo, en el instante mismo en que sentía el impacto de los gases expulsados por los motores de Sebulba, Anakin interrumpió su descenso y se alejó de la montaña, y a punto estuvo de chocar contra un sorprendido Sebulba, que se apresuró a virar para ponerse a salvo. La repentina maniobra de Anakin hizo que su módulo se saliera de su trayectoria y quedara fuera de control. Anakin tiró de la palanca de control, redujo la impulsión, cortó el suministro de combustible de los motores y contempló cómo el suelo ascendía hacia él para recibirle con un súbito estallido de arena y luz.

Anakin tomó tierra con un terrible impacto que partió los cables de control, y los motores salieron despedidos en dos direcciones distintas mientras el módulo resbalaba sobre el terreno, primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha, para acabar dando varias vueltas de campana. Anakin se agarró como pudo a la palanca de control, girando locamente en un torbellino de arena y calor mientras rezaba para no acabar chocando contra una roca. El metal dejó escapar un estridente chillido de protesta, y el módulo se llenó de polvo. En algún lugar a su derecha, un motor estalló con un rugido que hizo temblar la tierra. Los brazos de Anakin, rígidamente extendidos hacia los lados, lo mantuvieron en el asiento durante la serie de sacudidas y golpes que experimentó el módulo mientras seguía rodando por el suelo y daba unas cuantas vueltas de campana más.

El módulo por fin se detuvo escorado hacia un lado. Anakin esperó unos momentos, y después se quitó el cinturón de seguridad y abandonó el vehículo. El calor del desierto se elevó del suelo para recibirle, y la cegadora luz de los soles cayó sobre sus anteojos. El último módulo surcaba el cielo, alejándose hacia el horizonte azul entre un retumbar de motores. Un profundo silencio siguió a su desaparición.

Anakin miró a izquierda y derecha para evaluar los daños y averiguar qué quedaba de sus motores, calculando las reparaciones que necesitarían para volver a funcionar. Después contempló su módulo y torció el gesto. Watto se pondría furioso.

Pero, después de todo, Watto casi siempre estaba furioso.

Anakin Skywalker se sentó y apoyó la espalda contra el módulo destrozado, aprovechando al máximo su escasa sombra para protegerse del resplandor de los soles gemelos de Tatooine. Un deslizador de superficie aparecería en unos minutos para recogerle. Watto y su madre lo estarían esperando; él para gritarle e insultarle; ella para darle un abrazo y llevarlo a casa. Las cosas no habían salido como esperaba, pero tampoco se sentía excesivamente abatido. Si Sebulba hubiera jugado limpio, Anakin habría ganado la carrera sin dificultad.

Suspiró y se echó el casco hacia atrás.

Algún día ganaría un montón de carreras, y ese día no tardaría mucho en llegar. Quizá el próximo año, cuando hubiera celebrado su décimo aniversario...

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