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XXVI.


Sé que es absurdo y que no tiene sentido, también sé cuanto lástima al amor de mi vida escuchar esto. Pero una vez que salió me sentí mucho mejor, un gran peso sé fue de mis hombros por haberlo dicho.

Por otro lado, Dante parecía atormentado. Presa del miedo. Y de algo más... algo que no sé explicar.

Como si le estuviera torturando también algo en toda esta situación.

—Dante... ¿hay algo que quieras agregar sobre lo que ha dicho Susana?

—¿Yo? —Contesta sorprendido el hombre, se nota que le han pillado con la guardia baja pero se recompone en seguida para que nadie más que él y el terapeuta si acaso lo noten— No, está sesión no es para mí, es para ella.

Y tenía razón en ello. Toda la razón del mundo.

Porque como puedes decirle a la mujer de tu vida, que sabes bien que todo esto de alguna manera es tu culpa.

Que te das cuenta de que tú le has hecho esto a su salud mental, arrastrando un pasado a los dos que nunca debió de haber sucedido. Es cierto, Dante se había estado culpando siempre por lo de Ness y por haber abandonado a su hija.

Si él lo hubiera sabido, que Ness se iba a quedar con la bebé. Hubiese luchado más por ellas dos, sin duda alguna.

Pero eso no era lo que más le atormentaba al hombre si no el hecho de que si eso hubiese ido por ese lado, nunca hubiese conocido de esta manera a Susana. Ella nunca hubiera entrado en su vida como el huracán que era.

Firme y decidida con cada paso que da. Fuerza, es la mejor palabra para describirla.

Enfrentarse al miedo de una vida sin ella, le mataba.

Y sobre todo, sin está oportunidad de redención que nunca pensó que tendría al llevar el apellido Hamilton.

—Si no son sinceros el uno con el otro, nunca podrán avanzar. Eso va para ambos —el terapeuta termino la sesión de ese día con la esperanza de vernos dentro de una semana.

Así es, a los dos.

Pero el peso que le había quitado a la chica no era el mismo peso que le había quitado a Dante, por el contrario. El misterioso hombre del que apenas había escuchado hablar hasta esta mañana por su mujer y en el que se notaba ella confiaba más que en él, le había sumado a Dante.

Ahora él también tenía que hablar del pasado con Susana, por eso la llevó a un viejo parque.

—Tú también quieres decirme algo, ¿verdad? —Pero como siempre su fiel mujer, era mucho más brillante de lo que él imaginaba.

Seguro se había dado cuenta durante aquel momento de duda al contestar la pregunta del terapeuta.

—Sí. —Contesto seguro.

—Bien, dispara.

La analogía hizo reír a Susana, pero no a Dante. Ahí ella se dio cuenta de la seriedad del asunto, por ella guardó silencio y esperó a que él quisiera hablar y sé sintiera cómodo como para hablar con ella.

—No sé ni siquiera como comenzar.

—Comienza por lo primero que se te venga a la mente, mi amor... —Su mujer, le tomó levemente del antebrazo y le dio un leve apretón para reconfortarle.

—Yo también soñé con una vida con ella. —Susana no tuvo que adivinar ni por un segundo a quien se estaba refiriendo Dante.

Ella asintió para dejarle saber que sabía eso, y para que él se sintiera con las ganas de seguir hablando porque ella le daba toda su atención.

—Quise, desee algo más con ella. En el segundo que supe que nuestro bebé iba a venir a este planeta, desee hacerme cargo y por fin tener un final feliz, aún si eso implicaba echar por tierra ser un Hamilton. —Frustrado, Dante se pasó ambas manos por la cabeza sin importarle si se despeinaba con este acto— En realidad, siempre quise deshacerme de ese apellido.

—Si yo hubiese nacido con él también hubiese querido quitármelo.

—No tienes ni idea de lo difícil, que es ser uno de ellos. —Él posó sus manos en el barandal del paseo por donde estaban caminando, era frío al contacto a pesar de que estaban a más de treinta grados afuera— Es desgastante lo mucho que les importa su apariencia. Tú, incansablemente me has reprochado, a veces en broma, a veces en serio, lo mucho que crecer con privilegios parece haberme afectado. Pero no es así mi amor.

Susana, se sintió mal. Verdaderamente mal, por eso dejó caer su cabeza.

—No, no estoy tratando de hacerte sentir mal —dijo él cuando la vio cabizbaja.

Entonces, ella levanto la mirada haciéndole ver, que quería y estaba ahí para siempre por él. Para él. Para una vida juntos.

—Lo sé, solo tratas de expresar lo que sientes.

—Toda mi vida, solo he querido esto que tengo ahora contigo —se acercó y tomó las manos de su mujer, entre las suyas— está familia, está posibilidad. Lo que quiero decir Susana... —Tomó ahora el rostro de ella con ambas manos— es que aunque lo soñé con ella, es ahora una realidad contigo. Y sí, me siento culpable por haberlo soñado antes con ella, pero no cambiaría nada de lo que pasó por qué este momento me llevó De regreso a Ti, mi amor.

Y es cuando por fin, sus bocas se encontraron con la del otro.

¿Cómo es que se resuelven todos los problemas de esta pareja siempre?

Sí, en la intimidad.

La respuesta es clara, por eso cuando el beso comenzó a profundizarse tanto Susana como Dante supieron que debían de irse a un lugar más privado para estar solos.

Era el momento de que sus cuerpos y sus expresiones pasaron a otro término, donde se encontrasen solos exclusivamente y pudieran hablar el lenguaje del amor sin tapujos ni miedos, al otro.

Sin embargo, las prisas, la pasión y la temperatura comenzaron a elevarse antes de que siquiera pudieran llegar a casa y aunque una sola pregunta dominaba sus mentes cuando estos dos amantes comenzaron a entrar en el estacionamiento del lugar que ahora llamaban hogar. Tuvieron que parar para tomar la decisión.

—Ya no puedo esperar más —le dijo Susana con voz entrecortada.

Se desabrocho el cinturón de seguridad para ponerse encima de su hombre.

Desde la perspectiva de Dante, ella ahora era una hiena, acechándolo como su presa.

Y eso le encantaba.

Mientras él la recogía y acomodaba en sus piernas, lado a lado de él, sé agradeció mentalmente por haber parado el auto a tiempo para poder hacer esto aquí y ahora. La boca salvaje de Susana le domino por completo el rostro.

De su Susana, jugaba con la de él a ritmo apresurado mientras ella misma hacía de todo para poder abrirle juguetonamente la cremallera del pantalón.

Ella rió, porque inútilmente había metido sus manos debajo del cuerpo de ella para poder lograrlo. Y es que mientras su cuerpo subía, bajaba y bailaba para pegarse al cuerpo de Dante.

El de él estaba tratando de no moverse, todo esto para no lastimarla.

Y para dejarle saber que ella lo era todo para él. Jamás haría nada para lastimarle, para hacer que ella dudará de su amor o dedicación era por completo hacía ella.

Además, está el tema de la seguridad. Ya que cuando tienes sexo dentro de un auto, en un estacionamiento siempre puede ocurrir un accidente sino se tiene cuidado. Y lo que menos quería ahora, era lastimarle de ninguna manera posible.

—No te preocupes mi amor, solo enderézate un poco y ya lo haré yo por ti.

Ella sonrió, se separó y se sentó en la pierna izquierda de su hombre para dejarle espacio.

A veces, Dante se asombraba y maravillaba de lo mucho que Susana se podía comportar en la intimidad como una inocente virgen.

Como si nunca antes hubiese tenido intimidad con nadie.

¿O será acaso que nunca había tenido esta clase de intimidad con nadie antes?

Si era así. Dante estaba tan complacido de ser el primero y el único de ahora en adelante. Y haría hasta lo imposible para que esto fuera así siempre.

Por el resto de sus vidas.

Él terminó de abrir la cremallera, sé descubrió a sí mismo y como siempre se encontró con la mirada de una muy ansiosa Susana que lo estaba esperando. Al ver la erección de él, dura y firme buscó su mirada para proseguir con el juego caliente que los dos estaban jugando antes.

—¿Podemos continuar? —Preguntó ella sin dejar de mirarle.

Él no respondió, solo halo el cuerpo de Susana para que volviera a caer donde estaba antes, sobre él.

Subió hasta su boca y la besó con toda la pasión y entrega que pudo. Recorrió con su lengua la de ella y con ello trato de llevarse a su mente como siempre se encontraban unidos, aún más unidos, en momentos como este.

Ella se subió con ambas manos la falda que llevaba ese día, color verde esmeralda que al ir en ella era el mejor color del mundo para ese día. No llevaba medias, gracias a Dios.

Dijeron internamente los dos.

Esto facilitaría las cosas ahora, pero aún si hubiese sido así ella estaba segura de que la prenda hubiese terminado rota o desgarrada en pedazos cuando hubiese intentado quitársela.

Porque aún si no lo sabían antes, este momento estaba destinado a pasar tarde o temprano.

Bajó sus bragas. Y no espero mucho más para dejar que él se enterrará en ella. Después de todo es lo que debía ser. Y cuando algo es así, no debe ser cuestionado o movido.

—Me encanta cuando todo se acomoda en su lugar. —Canturreo ella por lo bajo.

Ella flexiona sus caderas para comenzar el juego, estira y afloja.

Entra y sale.

Él gruñe.

Ella jadea.

Entra y sale, ella siempre arriba y aún en su boca.

Cómo puedo una mujer mantenerte siempre así, en la línea pero deseando siempre que esta se rompa. Para ya sea que te equivoques para que pueda castigarte de esta manera o premiarte, si es que te portas bien.

Qué es mejor castigo o premio cuando hablas de esta clase de demostración sublime que es el sexo entre dos personas que no solo se vuelven locos amándose sino deseándose hasta la última parte de ellos.

Lo vuelve loca y no le cabe la menor duda de que nada quiebra más a un corazón que no estar junto al otro, es el motivo del latir de los amantes sin cesar hasta que los dos, unidos, cuerpo con cuerpo, boca con boca, latir con latir, respiración con respiración llegan al clímax juntos.

Susana cae en el pecho de Dante.

Satisfecha, extasiada y cansada.

Dante toca su pelo, lo acaricia y juega con el tanto como puede, o hasta que ella se reincorpora y le observa.

—Gracias.

—¿Por qué me das las gracias? Yo soy el que debería de darte las gracias, cualquier mujer al escuchar que su hombre tuvo el sueño que yo tuve con su mejor amiga ya me hubiera mandado al demonio.

Por un segundo, mientras hablaba. Dante tuvo una breve punzada, de miedo, de nervios dentro de su pecho.

Aún tenía miedo, de que ella saliera corriendo al decir esas palabras.

—Porque has sido sincero conmigo, y te has entregado por completo a mí, a nosotros y a nuestra familia.

—Somos Tú, Yo y Nosotros por siempre mi amor —junto sus labios con los de ella brevemente para reafirmar sus palabras—. Y siempre los pondré a los tres por encima de todo.

—¿Los tres? —Ella lo observó curiosa.

—Aura, nuestro bebé... —llevó una mano al vientre de su mujer al decir aquello— y tú.

Ella sonrío al escuchar eso.

Después de eso, ambos se enderezaron por separado en sus asientos, se acomodaron sus ropas y se peinaron un poco con ayuda del espejo que llevaba el auto en el visor para taparse del sol.

Y luego de bajar del auto, se tomaron de las manos.

Y así caminaron a casa.


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