XXV.
Es un día más para ir a trabajar, el fin de semana de tormentos y dudas se ha ido. No se han ido todas esas dudas aún pero puedo decir con certeza que estamos cerca de lograr algo.
Además comienzo a poner mis propias reglas en la casa de Dante.
O al menos eso pensaba hasta que otra pelea nos ha hecho salirnos de nuestras casillas.
—¡No pienso disculparme por ser como soy! —Grité mientras le arrojaba una almohada.
Al menos eso pensaba que era, porque cuando lo hacía cerré los ojos y no registre mucho más de lo que paso hasta que los abrí y vi lo que había hecho.
Había escuchado sobre lo hormonales que se ponen las mujeres durante el embarazo pero esto estaba... mal. Dante Hamilton se encontraba encogido en una esquina, y se tomaba el rostro con ambas manos.
Al parecer le había arrojado un jarrón de la mesa que tenía junto a su cama, posicionada entre dos sillones individuales de color gris. ¿Qué tienen los hombres poderosos con ese color? ¿Por qué todo tiene que ser gris aquí y allá?
Es desesperante que la casa, no solo su habitación esté llena de ese color. Tan... pragmático...
No sé como describir la sensación de poca calma y al mismo tiempo de desesperación desmedida que el color me daba en todas partes de la casa.
Respiré hondo antes de hacer algo, puedo atacar lo sé. Tengo dos opciones, esa es la primera y la segunda es alegar a mi favor por las hormonas y calmarme, regresar a mis sentidos y volver a ser la Susana de siempre.
Un poco loca y arrebatada pero no una homicida.
Le devolví la mirada a Dante, él se levanto del suelo. El jarrón que no se había roto cayó no muy lejos de él, quizás le dio en el brazo y este lo empujo rápidamente para que cayera en el suelo y no ocasionará gran daño a nadie más.
Me observó, como pocas veces. Sin decir nada, sin mostrar nada.
—¿Ya has terminado con tu rabieta Susana?
Oh Dios mío, estoy tan seca ahora mismo para tirarme ya a llorar en el suelo.
—Sí —asentí para darle una doble confirmación, mientras no dejé de respirar hondo, quizás así le convencería de que no había sido mi intención que las cosas llegarán hasta eso.
Pero ¿qué demonios me estaba pasando?
Hemos estado bien por alrededor de tres semanas ya. Es decir, sí, peleamos pero nunca habíamos escalado a la violencia física. Tampoco es como si hubiese estado buscando hacerle daño físico de esta manera.
Ni de ninguna manera.
Él se acomodo la corbata derecha y en el centro de su pecho, se cerró los botones de su saco de sastre color negro profundo, y jalo para que este se viera sin arrugas.
—¿Que nos está pasando Susana?
—No lo sé Dante.
La última vez que tuve una pesadilla logré llegar hasta la taza del baño con ayuda, vacié el contenido de mi estómago de manera delicada hasta que el mismo Dante me llevó en brazos a su cama y me cuido.
Está vez, lo más cerca que pude estar del baño fue cuando me caí por la prisa de sentir el vómito dentro de mi garganta subir. Dante escucho la pelea conmigo misma y mi cuerpo y corrió a ayudarme pero eso no impidió que vomitara en todo el suelo y en él.
—Lo siento, lo siento, lo siento tanto... —Repetí una y otra vez mientras le ayudaba a mantenerme en pie, él me tomaba de los brazos mientras yo trataba de alejarle un poco para no mancharle más.
Ya le había vomitado encima, y le rompí el corazón ¿que más podría hacer para humillarle todavía más?
—Está bien, estás bien, estamos bien —él repetía mientras tomaba una camisa que se quitó antes de irnos a dormir, alojada no muy lejos de nosotros en el cesto de la ropa sucia y la usaba para limpiarme el rostro.
Me dejó ir solamente para quitarse la camisa sucia de encima y para pedir ayuda. Su fiel mayordomo entró minutos después para ayudarle a llevarme al baño. Uno a uno me tomaron de mi brazo mientras yo no dejaba de llorar y descomponerme hasta llegar al baño.
Estábamos bien, estamos bien.
¿Qué nos está pasando ahora? ¿Por qué es que las pesadillas han regresado, por qué ahora?
¿Por qué siento que estoy bailando con el demonio?
He sido una buena chica, creo que me merezco la felicidad y la estabilidad en mi vida, ¿entonces porque la culpa no me deja vivir? ¿Será porque sigues llamándola como culpa? Dice mi voz interna desde mis adentros.
¿Pero es qué eso es lo que es?
¿Cómo o por qué es que dejamos que las personas se metan demasiado en nuestra piel?
Tan profundo como para que no se puedan ir con nada.
Cuando abro los ojos y reacciono son pasadas las ocho de la mañana, Dante está sentado a mi lado en la cama mantiene una acalorada conversación con alguien al otro lado del teléfono.
Es lunes pero la alarma de mi teléfono no ha sonado como cada inicio de semana. Cuando él me ve termina su conversación y me mira.
—Lo siento —es lo primero que me sale. Aunque no estoy segura de porque me estoy disculpando.
—¿Por qué te disculpas exactamente?
—¿Quizás por haberte echado a perder una pijama perfecta y costosa? —Pregunté cautelosa.
—Es normal tener náuseas durante los primeros dos trimestres del embarazo.
—Si no estás molesto por eso, ¿entonces por qué si lo estás?
—No estoy molesto, ¿quién ha dicho eso?
—Estas muy serio.
—Estoy preocupado.
—Ah —era eso. Creo que es momento de hablar de eso.
Cuando eres una persona como yo, con demasiado dolor y pasado detrás de ti, corriendo constantemente para llegar a ti y amenazándote con cada segundo que pasa del reloj con romper todo y quemarlo, solo porque estás bien. No te queda de otra que irte.
El problema es que yo no quiero irme está vez, no de él.
Supe de que se trataba todo esto ahora, no era culpa. Era yo, el problema era siempre yo. La ansiedad en mi pecho sé sentía real con cada respiración que daba mi garganta, el peso de toda una vida hacía que doliera cada latido que daba.
Y antes de que lo menciones, diré que este demonio no sé va con nada, lo he intentado de todo. Terapia, hablar con alguien, ejercitarme, irme de viaje. El peso no sé va, el vacío no sé llena con nada.
—Es hora de hablar de mi pasado Dante. —Pocas veces le llamó por su nombre frente a él. Casi nunca usamos nuestros nombres de pila y últimamente cuando lo hacemos es solo cuando una pelea está comenzando o terminando.
Lo sé, todo esto es demasiado dramático.
Aún para mí, pero es todo lo que es.
Es todo lo que soy.
***
—Yo te amo por ti, por todo y para siempre. Desearía que lo supieras siempre, y que nada fuera un motivo para hacerte dudar de ello. —Dante se colocó frente a mí en la cama, sentado con las piernas dobladas.
—Lo sé.
—Solo deseo tu bienestar y equilibrio.
—Eso también lo sé —De acuerdo, esto no está saliendo como debe. O por lo menos no como yo esperaba.
¿Cómo le dices al amor de tu vida que aunque lo tienes todo con él estás mal?
Cansada.
Ansiosa.
Deprimida.
Depresión.
Esa es la palabra clave.
—Depresión —por ello la repito. Pero es demasiado bajo, casi no se me escucha.
—¿Qué?
—Tengo depresión. Diagnosticada desde que tengo ocho años, aunque no me medique hasta que tuve doce. En mi defensa diré que estuve bien un tiempo y luego ya no.
Es porque ya no lo pude controlar, dile, grita la voz dentro de mi mente. Dile, lo que duele, lo que sé siente estar vacío, lo que no sé va nunca de tu cabeza.
Es esa voz la única que te consuela cuando todo esta absurdamente mal en los días malos, esa misma voz que también en esos días dice lo que no quieres es escuchar en voz baja.
O alta.
—Yo sé que esto es mucho, sé que no es algo que puedas controlar y peor aún que es algo con lo que no contabas dentro de nuestros planes, a futuro. No es muy común que una mujer tenga depresión por tantos años sin mucha mejora.
Sabes lo que pasa cuando tienes una pesadilla, al despertar la sensación te persigue, incluso se acompaña de un pequeño episodio de paranoia en el que las cosas nunca son los que parecen. Esa sensación es tan embriagante y sé siente como si fuera tan real que piensas que perderás todo, te sientes al filo de la muerte.
Sientes que debes saltar, y que no hay nadie para ayudarte.
Eso es la depresión para mí.
Y un día lo fue todo, un día salte y solo estuve yo para ayudarme. Pero ahora no. Le conté todo, sobre como salté del último piso de una repisa al tener diez años, como escuchaba voces dentro de mi cabeza a los trece años. Como me quedaba sin respirar antes de que un ataque de pánico llegara a mí por completo.
Le dije de mis miedos, y lo que me había llevado hasta el límite en numerosas ocasiones, pero no más desde que tuve en mi vida a Aura y fui sincera, le dije que desde que estábamos juntos ese borde se veía más cerca para mí.
Y está vez era como si mi mente no me estuviera dando mucha opción, era saltar o saltar.
Por ello los dos, hicimos esa llamada que tanto miedo me daba hacer. Llamé al mismo terapeuta que me había estado viendo desde que era una niña, él mismo fue quien me receto los medicamentos cuando llegué a la edad adecuada para hacerlo.
Recuerdo, muy bien, como de todos los médicos que me rodeaban siempre, analizándome, ordenando un arsenal de pruebas y analizándome para hacer solo conjeturas de lo que iba mal conmigo. Él siempre me trato como un ser humano por encima de todos.
Por eso, pese a que Dante me ofreció ir con uno de los terapeutas de los mejores de la ciudad y apuesto que también uno de los más costosos, fui con él antes de que el día terminara.
Y aunque tuve la opción, de entrar sola en el pequeño consultorio que ya me conocía de memoria decidí que Dante entrará conmigo.
—Hola Señor Hamilton, Susana... —el primero en recibirnos y hablar fue mi viejo terapeuta— pueden tomar asiento.
No dudamos, los dos, tomados de la mano fuimos hasta un sencillo sillón de color rojo quemado. Era viejo, pero era cómodo.
—Hola Isaac.
—Puede llamarme Dante.
—De acuerdo Dante —dijo él viejo conocido viendo fijamente a su paciente— ¿Susana quieres decirme por qué estamos aquí?
—Porque aún teniéndolo todo no me siento feliz.
Todo el tiempo, durante la sesión Dante tomó mi mano, sobó mi espalda y no habló. Estuvo mirando, esperando a que yo le dijera que hacer, decir o que no.
Hasta que el terapeuta pregunto algo.
—¿Has pensado en hacerte daño nuevamente?
Miré a Dante, no me soltaba pero casi podía escuchar el miedo sin decir nada. Su corazón latía tan rápido que le escuchaba hasta donde yo estaba sentada en el sillón a su lado.
Dile que no, dile la verdad. La verdad nos hará libres en el amor y la guerra.
—No, eso nunca más —Dante soltó aire que contenía sin querer.
—Yo quiero vivir, por mí, por él —apreté la mano de mi amado con más fuerza que nunca, con toda la que mi pequeño cuerpo en comparación al de él me permitía hacerlo. Sin dañarle.
Aunque sospechaba que aunque lo hiciera, él no lo diría.
—Y por nuestro bebé. —Aseguré.
—Siempre supe que cuando tuviste a Aura eso calmo la ansiedad. —Dijo el terapeuta— ¿Qué ha cambiado ahora?
Eso no lo puedo decir.
Ni siquiera en mi mente.
La verdad nos hará libres, canturreaba la voz dentro de mi cabeza una vez más...
—No me siento cómoda diciendo eso.
—Si es por mí puedo irme —Declaro Dante mirándome de cerca con esos ojos bien abiertos y claros. Solo para mí.
Eso lo hacía más difícil, mucho más difícil.
—Es que ya no estoy sola nunca más.
Y aquí nos quedamos, espero que disfrutes mucho la actualización triple de esta semana, y aprovecho para agradecer el increíble amor que le dieron a las nuevas portadas en Facebook.
Y por último, no dejes que nada ni nadie te impida ser feliz ni afecte tanto tu paz mental. Si lo requieres busca ayuda.
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