XLII.
Aquella mañana al entrar en mi oficina, lo primero que descubrí es una canasta de gran tamaño con unos tulipanes de color rojo en el centro. A nadie le habíamos dicho además de Helena y Aura que elegimos aquella flor como representante principal en nuestros arreglos de boda.
Sin embargo, ahí estaba una clara muestra de ello.
Es casi como si alguien nos estuviera espiando.
Al leer la nota de la persona que las envío me di cuenta de que mi sospecha era real.
"Felices próximas nupcias, cuñada...
Irah Hamilton".
Por supuesto...
Si ya decía yo que después de aquel breve y muy agitado encuentro en la vieja oficina de Dante no iba a ser la última palabra entre él y su hermano. Y mucho menos conmigo involucrada. ¿Estoy mal por pensar por tan solo un par de segundos que el hermano de Dante se había interesado en mí de una manera romántica, solo un poco?
Porque juro que esa fue la impresión que él mismo me dio.
Estaría mal comentarle esto a su hermano, pero me debo y nos debo eso. Por lo que al llegar a casa con la canasta es lo primero que hago.
—Antonio, ¿dónde se encuentra el Señor?
—En su estudio Señorita.
Quizás estaba mal seguir con aquel trato para muchas personas, pero estaba más acostumbrada a que él me llamara "señorita".
Pero no más, en un par de semanas.
Quise sentir nervios, en realidad desde que me di cuenta de que la boda ya estaba a la vuelta de la esquina, como a tres semanas exactamente sentía una vaga sensación de nervios en mi estómago.
Era como una punzada de nervios. O quizás era una maraña de nervios. Creo que esa es la terminología más apropiada para usar en estos momentos.
Así que para no darle demasiada importancia de la que seguramente tenía, porque para empezar no creo que la tuviera, seguí en mi camino para llegar al estudio de Dante.
Aquel estudio fue una de las habitaciones que por supuesto mí apuesto prometido tenía que renovar, aunque le suplique que no lo hiciera ya que consideraba que la casa, tal como nos la habían mostrado era preciosa.
Pero no, él debe tenerlo todo a su manera o no será.
Y tampoco puedo protestar por ello, porque estoy en la misma situación que él.
En el amor, en las parejas e incluso en nuestro hogar aún hay cosas en las que el otro jamás cederá.
En fin, la habitación aún poseía las puertas de madera dobles y con las molduras originales de la casa cuando la compramos, pero por dentro no quedaba nada de aquel color a madera rojiza de afuera. No, al entrar las paredes ahora eran de un tono grisáceo pálido de pared a pared, además de libreros amplios que rodeaban todo el lugar, con excepción de un gran ventanal ubicado del lado derecho al que Dante fácilmente podría ver y que daba a uno de los jardines laterales donde Aura solía jugar todos los días en compañía de Helena, Antonio o de mí.
Y esa era la única razón, por la que ese estudio estaba ubicado en la planta baja de la casa y era el de él. Porque desde ese lugar él podría observar siempre como su preciosa hija era feliz. Sin él. Pero feliz.
Aquel ventanal, además estaba acompañado de cortinas de seda de mil hilos, (egipcios por supuesto) de color blanco que bailaban ligeramente al filo del suelo, casi, casi tocándolo como si al hacerlo dijeran: "¡Ja! Puedo tentarte con solo un pequeño roce".
Y el centro un viejo escritorio de cajones dobles con una abertura grande para dejar pasar los pies de mi prometido, que rara vez deja ir, así que siempre están cuidadosamente descansando a los pies de la silla de ruedas de color gris también.
¿Pero qué tienen los empresarios ricos como él, con el color gris?
Parece que cada que pienso en uno de ellos y en sus oficinas, recámaras o en sus estudios toda la decoración debe incluir ese color en por lo menos un par de tonalidades.
—Hola cariño —le saludo con la mano de lejos, esperando que con ese gesto pueda atraer su atención, pero al hablarme no me mira.
—Hola. —Dije a secas.
—¡Huy pero que genio traes hoy!
Normalmente ese comentario le relajaría y con ese se abriría a mí, pero no lo hizo. Ni siquiera levanto la mirada de su ordenador.
La cosa es seria...
Por tanto, me acerqué al borde de su escritorio y no me senté en él, solo dejé caer levemente mi cuerpo en la esquina para que se detuviera ahí sin establecer más contacto. Tampoco toque a Dante, no quería hacerle sentir incómodo en momentos serios como estos.
Sea lo que sea que le esté pasando, quiero que sepa que si quiere puede contármelo con total libertad de que no será juzgado o reprendido y mucho menos le obligaré a decírmelo sino quiere.
Debe haber respeto ante todo en esto. Para eso estamos juntos.
Además no puedo evitar sentirme mal porque dicho comportamiento es solo una rabieta más que manifiesta su niño interior lastimado como respuesta de su triste niñez como un niño Hamilton.
Sé me aprieta el corazón y sé me enternece al darme cuenta de que hay heridas que ninguno de los dos podrá curar de nuestra infancia. Y eso es un motivo más para saber que estamos hechos el uno para el otro.
Me acerco lentamente a él, primero intento tocar su mano más cercana. Él no se mueve por el toque, pero por lo menos ya no está viendo hacía la pantalla de su ordenador, ahora ve donde nuestras manos se han encontrado. Pero quiero que me vea a mí, solamente a mí.
Que sepa, que sin importar lo malo, lo oscuro de nuestras almas o las heridas, sigo aquí a su lado.
—¿Qué pasa? —Él sigue sin verme— ¿Es tan grave?
Él sigue sin hablarme, no me mira y no habla. Esto es malo.
—Mi amor, —llevo ambas manos ahora hacia su cara— te amo, no pasará nada malo si decides no decirme, pero creo que es en momentos como este que podemos ayudarnos uno al otro.
Me mira ahora porque le obligado. Pero es que debía hacerle ver su nueva realidad. Porque yo reconozco esos ojos vidriosos y perdidos que tiene él ahora. Son los de una persona rota.
—¿Quién te ha lastimado tanto ahora?
—No a mí, a los dos. —¡El Dios del Sexo Dante Hamilton se ha decidido a hablar por fin!
Espera... ¿qué ha dicho?
***
—Susana, Susana... despierta...
Una voz varonil y extrañamente familiar me súplica que regrese de entre las sombras, pero esta vez no quiero. Solo quiero ir hacía ellas y perderme dentro de aquella bruma.
Porque es una sinfonía agridulce, está vida...
***
Es tarde, es de noche, es lo único que sé cuando despierto. Bueno, lo hacen mis ojos, pero yo no, he abierto los ojos un par de veces. Quizás cinco, quizás doce.
Pero después de lo que he escuchado de la propia boca de mi mejor amigo de toda la vida y del compañero que he elegido para compartir el resto de mi vida nada me importa.
Ni la vida, ni nadie.
—¿Qué quieres decir con que todo fue un plan de Ness?
Samuel apareció de la nada, desde el fondo de un sillón de color gris también situado no muy lejos de los dos, en una sala de estar pequeña que Dante también se había empeñado en poner dentro de su estudio.
Por supuesto que no, no me lo esperaba. Esperaba incluso que sus padres hubiesen jugado una nueva jugarreta en nuestra contra, que alguien hubiese muerto o que su hermano le pidiera mi número de teléfono para poder coquetear conmigo de la manera más descarada y loca, como solo uno de los Hamilton había hecho antes conmigo.
Hasta esperaba que me dijera que todo era una mentira, que no teníamos dinero o que no me amaba pero no, que Samuel había venido a confesarle que el habernos encontrado en ese espacio y tiempo en el que nos conocimos siempre fue el plan desde el principio de mi mejor amiga.
Mi amiga.
Mi alma gemela también.
Aquella que sabía todos mis secretos y todas mis intimidades.
Ella sabía que odiaba los guisantes, que no toleraba que pusieran demasiada sal o condimentos en mis comidas, que poseían el síndrome de colon irritable desde que vine al mundo, que tenía un lunar dentro de mi oreja izquierda y que cuando dije que me caí del columpio a los siete años, mentí, el moretón que me hice en el ojo fue porque en efecto alguien arrojo un columpio a mí persona, pero no fue por una caída, sino porque una niña busco venganza por haberla hecho quedar como una tonta con otro niño que nos gustaba a las dos.
Le conté que sentí mariposas en el estómago la primera vez que un niño me tomó de la mano en el sexto grado de primaria.
Le conté que siempre quise ponerle Eda a mi primera hija.
Le conté todo.
La cabeza me dio vueltas y en un segundo estaba en los brazos de Dante.
De nuevo, mi amor estaba salvándome.
Abrí los ojos y ahí estaba, sentado, medio dormido en un sillón de color amarillo mostaza que le insistí en comprar para nuestra habitación. Ahora, ese sillón me parece el lugar más incómodo del mundo para estar.
—Dante —le llamé una vez y no contesto y confieso que lo intenté pero no podría enderezarme en la cama sola, además cada que las palabras crueles de Samuel se cruzaban en mi mente, volvía a marearme.
Claro que pensé que él lo estaba haciendo, diciendo solo para terminar de convencerme de no casarme con Dante.
Pero mi Samuel no es así, el hombre del que una vez me enamoré y aquel que fue el primero en muchas experiencias para mí, nunca me haría este daño. En su lugar, lo vi como lo que era, otra víctima.
Y yo sabía de sobra que él odiaba ese lugar.
Cuando hay un malo en la historia, siempre hay un bueno, pero jamás se habla del papel de la víctima y de cómo es que causa un conflicto interno en muchas personas que lo padecen.
Por mí parte sé la pesada carga que es ser una.
Pero de eso aún no me corresponde a mí hablar.
—Dante —traté de forzar la voz, lo más que pude. Pero él no me escuchaba, así que tomé la primera almohada que tenía a la mano y sé la arrojé.
En cuanto la almohada le tocó la cara él se despertó sobresaltado. Pero luego me miró y corrió a mí encuentro. Cuando nuestros cuerpos se tocaron, todo se disipo.
—Mi amor... —Pronuncio en un susurro, uní nuestras frentes para hacerle saber que estaba bien. Mi contacto debió relajarlo porque le vi soltar un montón de aire contenido.
—Estoy bien. —Le aseguré de todos modos.
—Pensé que te perdería por esto. —Confesó torturado—. No de nuevo, por el pasado.
—Lo sé, lo sé —le acaricie el cabello, jugué con mis dedos repasando los cabellos salvajes que siempre le bailaban en la frente, en la coronilla, en los laterales y hasta su base en la nuca.
Amaba todo de él.
No creo que necesité decir demasiado, pero sí deben conocer algunos detalles de la historia del pasado que ahora nos une a cuatro personas.
Samuel, Ness, Dante y yo.
Supongo que cuando este es el lado oscuro del amor. Aquel que sí no es correspondido, envenena el alma. El amor unilateral.
Debería de llamarse de otra manera. Porque no puedes sentir amor por alguien que ni siquiera nota que estás viva. Alguien que no te ve, que no te sigue, que no está para ti.
En la mente de mi mejor amiga Ness, Dante era el objeto de su afecto y si no lo podía tener para ella. Nadie lo tendría. Siempre imaginé que mi amiga en algún punto me daría su bendición para casarme con él si nos viera juntos.
Ahora, amargamente me toca conocer la verdad a través del diario secreto de Ness que Samuel vino a traernos.
—Sé que no es el regalo de bodas que esperabas que te diera, pero es lo mejor que puedo hacer para no seguir arruinando tu futuro. Así un día, todo estará en su lugar, que es donde debe estar.
¿Amor o deber?, ¿y tú cual elegirías?
Por un lado estaba el amor que le tenía al amor de mi vida, aquel al que perteneció mi corazón desde que mis ojos le vieron por primera vez.
Y por otro lado estaba, el primer amor de mi vida. Mi alma gemela, mi mejor amiga.
—¿Dices que ella lo hizo todo, consciente del daño que podría ocasionarnos a todos? —Samuel no dijo nada, solo asintió— ¿Cómo pudo? ¿Hacerte esto? ¿A los cuatro?
Dante se acerco a mí, me envolvió en un abrazo de oso. Con ello descubrí dos cosas, la primera es que estaba temblando no sé si del coraje o del miedo y la segunda es que había dicho "cuatro" sin darme cuenta, incluyéndonos a todos nosotros dentro de la ecuación de odio.
Del plan macabro de mi supuesta "amiga".
—Sé que no es una excusa, no puedo darte eso —Samuel tomó todo el aire que pudo antes de seguir hablando— ni tampoco una disculpa por el daño que yo mismo le ayudé a causar, pero debían de saberlo, era ahora o nunca.
Samuel quiso alcanzar mi mano, pero Dante se lo aparto con su mano.
—No, no tienes derecho.
Y me protegió como si estuviera cuidando a una figura de porcelana que sé rompería al más mínimo contacto.
Y eso no me molesto, porque cuando me sumí en las profundidades del desamor y caí, solo quería que fuera su mano la que me ayudará a salir del pozo.
—No puedo entender porque nos dices esto ahora.
—Porque no puedo darte el regalo que me pediste para tu boda, pero si puedo quitarte el peso de la responsabilidad que sientes por haberte enamorado de quién no debías en el momento en el que lo hiciste. A los dos.
Nos dirigió una última mirada lastimosa y luego casi se fue...
—Les deseo lo mejor en su día, y por favor consideren esto como el rechazo de "Save the Day" que venía en la invitación que me mandaron, porque de ninguna manera podría entregar en el altar al amor de mi vida a otro hombre...
Y entonces si se fue.
Dejándome a la deriva de la locura y ahora si pensando que hacía esto como su último acto de venganza contra mí.
Sigue leyendo...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro